Adiós al Cundo

Ya no hay más partidas de cartas, ni tertulias, ni ligues primerizos tratando de encontrar el amor o algo parecido.

No son las canas ni que me eche crema en la cara lo que está haciendo que me note mayor, que voy cumpliendo años aunque yo siga creyendo que tengo dieciséis y mi única preocupación es ganar el siguiente partido de fútbol, sacar buenas notas y ver a dónde voy con mis padres a tomar el vermú y comer el fin de semana. Pero uno nota que pasan los años porque van cerrando sus sitios, y ahora cuando va a esos bares sólo encuentra la persiana bajada y un gran vacío que ocupa todos esos años de infancia.

Cierran los sitios porque la gente también cumple años y quiere descansar. Cada jubilación y cerrojo arranca de mí un pedacito de historia sentimental. Yo que siempre pensé ir con mis niños (no están, de momento, ni se les espera) a tantos sitios y poder decirles: “Aquí venía yo con los abuelos”. Y sólo aguantan unos pocos. Y quizá sea yo un fin de raza, como los Panero, pero en Oviedo y escribiendo mucho peor.

Cerró el Cundo, en junio. Fui a la despedida, pero no quise pasar más veces por ahí. Porque mi padre, cuando aún no era mi padre ni se me esperaba, en se misterio que es para los hijos la vida de ellos antes de que naciésemos, vivió ahí; porque me lo descubrieron un día unos amigos cuando aún vestía uniforme y no tenía edad para beber; porque tenía la mejor terraza de Oviedo, y yo que no fumo más que algún puro en fiesta de guardar, siempre olía a marihuana: ese olor denso y sensible que se cuela por cualquier grieta y te endulza el día.

Cerró Joaquín, tras 45 años detrás de la barra, y con él Ana y María José (mujer y cuñada). Y ya no hay más partidas de cartas, ni tertulias, ni ligues primerizos tratando de encontrar el amor o algo parecido. Ya no hay cervezas del tiempo, ni se moverá más la manivela de esa caja registradora más vieja que todos, ni  “vamos a tomar una al Cundo”. Tampoco veremos más esa sonrisa tan escasa de Joaquín.

Alguien dijo alguna vez y muy acertado: “Crecer es ir perdiendo amigos y que cierren tus bares”. Cuando escuché esto siendo tan joven que lo sabía todo, no entendí nada. Pero ahora sí.

Canta Sabina: “Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Y yo hoy pasaré a su lado.

sustrato se mantiene independiente y original gracias a las aportaciones de lectores como tú, que llegas al final de los artículos.
Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES
Gastronomía
Adiós al Cundo
Ya no hay más partidas de cartas, ni tertulias, ni ligues primerizos tratando de encontrar el amor o algo parecido.

No son las canas ni que me eche crema en la cara lo que está haciendo que me note mayor, que voy cumpliendo años aunque yo siga creyendo que tengo dieciséis y mi única preocupación es ganar el siguiente partido de fútbol, sacar buenas notas y ver a dónde voy con mis padres a tomar el vermú y comer el fin de semana. Pero uno nota que pasan los años porque van cerrando sus sitios, y ahora cuando va a esos bares sólo encuentra la persiana bajada y un gran vacío que ocupa todos esos años de infancia.

Cierran los sitios porque la gente también cumple años y quiere descansar. Cada jubilación y cerrojo arranca de mí un pedacito de historia sentimental. Yo que siempre pensé ir con mis niños (no están, de momento, ni se les espera) a tantos sitios y poder decirles: “Aquí venía yo con los abuelos”. Y sólo aguantan unos pocos. Y quizá sea yo un fin de raza, como los Panero, pero en Oviedo y escribiendo mucho peor.

Cerró el Cundo, en junio. Fui a la despedida, pero no quise pasar más veces por ahí. Porque mi padre, cuando aún no era mi padre ni se me esperaba, en se misterio que es para los hijos la vida de ellos antes de que naciésemos, vivió ahí; porque me lo descubrieron un día unos amigos cuando aún vestía uniforme y no tenía edad para beber; porque tenía la mejor terraza de Oviedo, y yo que no fumo más que algún puro en fiesta de guardar, siempre olía a marihuana: ese olor denso y sensible que se cuela por cualquier grieta y te endulza el día.

Cerró Joaquín, tras 45 años detrás de la barra, y con él Ana y María José (mujer y cuñada). Y ya no hay más partidas de cartas, ni tertulias, ni ligues primerizos tratando de encontrar el amor o algo parecido. Ya no hay cervezas del tiempo, ni se moverá más la manivela de esa caja registradora más vieja que todos, ni  “vamos a tomar una al Cundo”. Tampoco veremos más esa sonrisa tan escasa de Joaquín.

Alguien dijo alguna vez y muy acertado: “Crecer es ir perdiendo amigos y que cierren tus bares”. Cuando escuché esto siendo tan joven que lo sabía todo, no entendí nada. Pero ahora sí.

Canta Sabina: “Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Y yo hoy pasaré a su lado.

sustrato se mantiene independiente y original gracias a las aportaciones de lectores como tú, que llegas al final de los artículos.
Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES