Chicas taller, chicos sanguijuela

En respuesta al artículo de El País: Las ‘chicas taller’ que reforman a hombres tóxicos y los preparan para ser felices en su siguiente relación

Empiezo por el principio: ni todos los hombres son tóxicos ni todas las mujeres quieren salvarlos. Mi respuesta al artículo nace de la necesidad de expresar un alegato en contra de que a las mujeres nos sigan encajonando en ese papel de cuidadoras, salvadoras y también víctimas. Como si sólo nosotras pudiésemos ocupar ese rol, como si arreglásemos y sufriésemos siempre, como si eso fuese nuestra condición de existencia. No sé si damos lástima o es que somos muy apañadas pero no me gusta ni la una ni la otra.

Es cierto que a lo largo del artículo de El País se cambia ‘chica’ por ‘persona puente’ pero el titular es claro y está sesgado: chicas taller, como si eso te definiese, como si eso te hiciese mejor o peor, menos afortunada, menos lista y más heroína de una historia en la que claramente tú no ganas. Chica, te tocó ser puente con ese saber hacer, con ese corazón tan grande que tienes, y ahora-qué-haces. ¿Ser un puente para siempre en el que todos pasan y nadie se queda? La sensación de vacío y esa ya habitual percepción de ‘no ser suficiente’ se acaban instalando en muchísimas chicas increíbles a las que rodean, además de chicos sanguijuela [profundizo en un instante], artículos que les dicen que ya hay un nombre para su síndrome inventado. En el imaginario se crea un perfil de mujeres madres que educan y luego sueltan para que se vayan con la que de verdad sí. Qué pesadez. Siento que es la típica historia que te repiten tanto que se acaba convirtiendo en real sólo porque te la han contado cien veces.

Además hay algo que me chirría constantemente y es esa manía en hablar de las relaciones con la perspectiva del ‘beneficio’, hablar de relacionarse desde el punto de vista qué gano yo o qué te llevas tú me parece reducirlo a una transacción y obviar toda la parte emocional e íntima que supone un vínculo. Por qué no preguntarnos qué nos damos [los dos], cómo nos hacemos sentir, qué podríamos construir juntos… Y dejamos de hablar de parejas como quién cierra un business, busca la mejor oferta de vuelos o “cambia lo que necesita” como en El Corte Inglés. Por qué no hablar de etapas distintas, de evolución y crecimiento. Por mencionar algunas.

Y si hablamos de chicas taller, hablemos al menos también de esos chicos que arreglar, ¿no? Hablar sólo de un tipo de relación es como observar la situación con visión túnel, provoca que nos perdamos el resto de la historia y nos olvidamos de que, precisamente, en las relaciones existen dinámicas por ambas partes. Lo uno no se da sin lo otro.  En el texto sólo cuando se parafrasea a Carlos Peguer en aquel episodio de la Pija y la Quinqui se nombra al ‘chico ingeniero’, el que se cree que eres una obra de ingeniería que lo llevará de un sitio a otro. Carlos, voy a ir más allá: 

Cuando mandé el artículo a mis amigas, Sofía me dijo que había que llamarlos más bien ‘chicos sanguijuela’ y empecé a pensar que era cierto. Son chicos que se suelen vincular con otras chicas que son frescura, les divierten, les retan. Chicas que son independientes, aman pasar tiempo solas o con amigos, se beben un vino los martes, leen lo que quieren, lo mainstream y lo raro, se miran al espejo y se gustan. Pero valdría que les gustase salir a correr, ver pelis y comer helado —realmente valdría que ellas hiciesen lo que les diera la gana. Son chicas que se conocen a sí mismas, que no usan las relaciones para llenar vacíos, chicas que están llenas. De vida, de ganas y de personalidad. Y ellos cuando han absorbido toda esta luz —recordemos: sanguijuelas— se van despavoridos no sea cosa que se queden con alguien que sea un poquito mejor que ellos.

¿Y si el patrón lo tienen ellos? ¿Y si esa chica taller no está arreglando nada, sino pasando de chicos que no se merecen estar con ella? 

¿Y si la chica taller no existe?

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