Una de las mejores actividades que puede hacerse un domingo por la mañana en Madrid es caminar. La ciudad está medio vacía, las gentes todavía no han despertado y, con el fresco de las aceras recién baldeadas, uno siente que las está estrenando.
Caminar es muy beneficioso para el corazón. Se queman calorías, es gratis, dignifica. Uno puede caminar bien vestido, hacer recados, pararse en una cafetería, ver a la gente pasar. Dicen, incluso, que aquellos que buscan perder peso deberían caminar en vez de correr, ya que esta última actividad es mucho más lesiva para un cuerpo en baja forma. Además, correr es sufrir, especialmente cuando los pies golpean el asfalto de la calle, castigando a las articulaciones y pulverizando las rodillas.
Madrid se llenó de estos sufridores el pasado domingo durante la Zurich Rock n’ Roll Running Series, un evento que tomó como rehenes a todos los madrileños durante el fin de semana para darle el gusto a un puñado de corredores que se calzaron las zapatillas multicolor, se pegaron orgullosamente el dorsal en la barriga y echaron a correr por el Paseo de la Castellana, bloqueando las principales arterias de una ciudad de más de 3 millones de habitantes.
Además de invadir las calles, los organizadores del evento también optaron por la invasión sonora, colocando unos altavoces por la ciudad que despertaron a todos los vecinos de las inmediaciones a partir de las ocho de la mañana con canciones de rock clásico a todo trapo como Highway to hell de AC/DC.
Tiene su gracia amenizar una carrera con la voz de Bon Scott, un tipo que murió ahogado en su propio vómito tras una noche de fiesta. Aunque quizás sea, visto el perfil de varios corredores amateurs, la banda sonora perfecta para esta tómbola de infartos. En el lateral de la Castellana acechaba, discreta, una ambulancia.
Al fijarse en los participantes del evento uno sentía cierto extrañamiento al distinguir a tanta gente adulta —y bien adulta, ya que el grueso de los atletas habría nacido en los años setenta u ochenta— vestida de colorinchis, calentando al ritmo de Foo Fighters o Red Hot Chili Peppers mientras una locutora animaba a voz en grito:
—¡Vamos, chicos! ¡Vuestra aventura empieza hoy!
¿Aventura? Si el ayuntamiento no hubiese cortado la Castellana —y muchas otras vías principales— al tráfico rodado, a lo mejor correr por ahí sería una aventura. Sin embargo, y más allá de algunos tipos cuya salud peligraría de correr la maratón completa, no había aventura por ningún lado: ni en la música alcanforada, ni en la animadora chillona, ni en el reto de correr unos kilómetros por una ciudad cortada por enésima vez a tal efecto.
Y es comprensible que cada cierto tiempo haya una carrera popular del mismo modo que cada cierto tiempo hay un desfile, una cabalgata o una procesión, pero Madrid lleva una temporada en la que raro es el fin de semana que no haya un corte de calles para que los corredores troten por ellas. Prueba de ello es el demencial calendario de carreras urbanas del ayuntamiento.
Los defensores de esta profusión de eventos deportivos arguyen que dan mucho dinero a la ciudad. Entonces, ¿para qué pagamos impuestos? ¿Para las carreteras que no podemos transitar?
Paseé por las inmediaciones del evento y, cuando ya regresaba a mi casa, un vecino con poca paciencia —un señor mayor espantado al ver tanto adulto en pantalón corto— gruñó al aire:
—Tanta carrera, coño… Que se vayan a la Casa de Campo, que ahí tienen kilómetros para correr.
¿No estaríamos así todos contentos?