Diez días después del apagón que dejó a la península ibérica desconectada durante varias horas seguimos sin respuestas oficiales, aunque la narrativa va dibujando un cuadro cada vez más enmarañado. Mientras tanto, la verdad de lo que sucedió se va hundiendo en las arenas movedizas de una espesa colección de investigaciones que, adornadas con sospechas de sabotaje y conspiraciones, nos indica que tenemos que esperar a que el Gobierno de España sentencie. Mínimo seis meses, con suerte.
Esperar a la sentencia oficial como a Míster Marshall y, mientras tanto, cautela máxima frente a cualquier narrativa, especialmente si puede apuntar a algún tipo de responsabilidad por parte del Gobierno.
De forma no oficial va cobrando fuerza una explicación que parece bastante plausible: la transición hacia energías verdes —una decisión en principio loable— no se ha hecho bien y el desastre podría tener su origen en ese ambicioso proyecto ejecutado sin las precauciones necesarias. Al ser una explicación que pone en mal lugar al Gobierno, es importante —dice el Gobierno— no descartar otras vías, sembrar la duda, dejar que los expertos —los expertos que el Gobierno decida— aclaren la situación.
¿Y cómo piensan aclararla? Enfangando, confundiendo y añadiendo datos, dudas, dilemas.
Una semana después del apagón, dicen que alguien robó cobre y los trenes fallaron. Al mismo tiempo, los túneles de la M-40 empezaron a caerse a cachos y la palabra sabotaje entró en escena. Y así, con este decorado cochambroso, arrancó la obra de teatro. Para darle emoción a la función, los medios afines al Gobierno se pusieron a fabricar el relato de un presidente que parecía Bill Pullman en Independence Day, sudando en un gabinete de crisis con la camisa arremangada y la corbata aflojada, pidiendo explicaciones para resolver el incidente cuanto antes. En palabras de Esther Palomera para elDiario.es:
«A las 12.40 del lunes 28 de abril España y Portugal se fueron a negro y en El ala oeste de La Moncloa aseguran que nadie perdió los nervios durante las horas críticas. El Gobierno de Pedro Sánchez está entrenado en crisis sobrevenidas.»
Qué suerte la nuestra, contar con un presidente que parece un héroe de acción si nos ceñimos a la versión oficial y por tanto correcta, veraz del relato. Mientras nuestro aguerrido presidente —curtido en crisis explosivas— exige explicaciones a las malvadas empresas que gestionan la cosa eléctrica, nos olvidamos de que una de sus máximas responsables es una exministra socialista sin la más mínima formación técnica.
Una semana después, se exigen responsabilidades en la cámara baja y la bancada socialista habla de Mazón, del Prestige y la madre que los parió mientras escurre el bulto y tilda de nosequé a la oposición. La realidad: estuvimos sin luz durante muchas horas, en un apagón total digno de república bananera o Estado en guerra. Ninguna responsabilidad, ninguna culpa por parte de quienes nos gobiernan. Sólo una investigación que se dilatará en el tiempo hasta que a nadie le importe.
Mientras tanto, los españoles nos dedicamos a salir a las terrazas a cervecear, a hacer el gilipollas dando palmas porque así somos, qué divertido ver que la gente vuelve a escuchar la radio arracimada en torno a quien la tenga como si fuesen los años treinta. Démonos una palmadita en la espalda por ser tan simpáticos. La verdad seguirá ahí, hundiéndose poco a poco como nuestra dignidad, nuestro futuro y nuestro país entero mientras el comité de investigación investiga, investiga, investiga hasta que nos quedemos todos dormidos y pasemos al siguiente escándalo, que será convenientemente ocultado con el siguiente y así hasta que nos orinen en la cara todas las veces que así lo merezcamos, que serán muchas.