El huésped de un Airbnb nota cómo cada día le van faltando cosas. Cierta mañana falta una silla, a la siguiente una mesa, al tercer día falta ya la ducha y al cuarto la cama. Como ha pagado por adelantado y todavía le quedan varios días de viaje, se resigna a permanecer en el Airbnb. Duerme sobre una alfombra del pasillo, se limpia escasamente en el lavabo. Aunque escribe a su anfitrión a través de la aplicación, interroga a la empresa, por toda respuesta no recibe sino ambigüedades: pronto se solucionará, sólo tiene que esperar un poco, el dinero le será devuelto a su debido tiempo… Con el paso de los días, no obstante, y acercándose ya el final del viaje, las cosas siguen desapareciendo inexplicablemente al punto de que no queda en el Airbnb nada salvo la pared desnuda. Tampoco nadie responde ya al chat de la aplicación, y cuando el huésped, que también ha perdido todo lo que trajo consigo: ropa y enseres y libros; se dispone finalmente a marcharse, dos tipos se presentan en su cuarto vacío y le piden que les acompañe.