El malestar y la fiesta

Por
Claudia Vila
30/12/2025

Imagino que me mira el chico que me gusta, aunque el chico que me gusta esté en otro garito, en otra ciudad, en otro país, en otro planeta.

Evento relacionado
al
·

Tantas maneras de expresarse y ninguna me gusta. Ya me harté del club de debate, las palabras trampolín y las expresiones en inglés. Del idioma de los canallas, que lo utilizan como un cebo. Consiguen que repliquemos sus hablas vacías. Al vigesimocuarto desayuno de empresas, charla sobre los afectos o presentación de un libro, todas las conversaciones se deshacen en la misma. Una muy aburrida. Lo único que me mantiene atenta es la persona a la que le baila el papel que sostiene. Tiembla, y por eso sé que lo que dice le importa.

Debería mantenerme desconfiada y bruja, inventarme alguna expresión mía. Abrir la mano y acercarme a ese animal armonioso, el malestar. Lo tenemos matado de hambre. ¿De dónde viene la necesidad de trucar el dolor, si ya sabemos que no vale de nada y que vuelve a la carga más cruel, más implacable, más agudo?

Todos los que vivimos en Madrid hemos visto una obra de teatro sobre atorar las emociones. Concretamente con las drogas. Aparecen una mentirosa, un centro de desintoxicación, un hermano, una gaviota, un dj. Nadie en la capital ha podido atravesar la Plaza de Santa Ana sin quedarse en el Teatro Español. Ver Personas, lugares y cosas es de obligado cumplimiento. En Vinted no quedan los pantalones rojos de Adidas que lleva la actriz Irene Escolar porque todas queremos ser Irene Escolar (y nos parece factible empezar por las piernas). Nos apela porque nos mantenemos en esta fiesta que se emula en el escenario. A empujones, con los pies salpicados de ginebra, con los bajos desgastados, capaces de clavar nuestras uñas en el otro para retenerlo. No basta con estar; queremos ser interesantes, opinar, gustar, narrar. Y yo me canso de mí misma porque esta historia la solté mil veces. No me sorprendo. Sí, soy Irene Escolar, pero por la agencia. Tengo control, digo mi línea, repetimos la escena desde la frase en la que cuento a qué me dedico. Cuando quieras, me dice el director.

Escolar en una foto de Mario Zamora

Se me han quitado las ganas de bailar, fantaseo para volver a la atención plena. Imagino que me mira el chico que me gusta, aunque el chico que me gusta esté en otro garito, en otra ciudad, en otro país, en otro planeta. Las luces llegan a mi piel y me visten. Me pongo como el conejo de Bambi, con la pierna histérica. Pataleo a todos. Pestañas largas de mamífera. Movimientos de mofeta amorosa. 

Hay quien sigue con los vicios o se blinda a ellos. David Lynch fumó hasta el final. Prefieren morir a renunciar a esto, a ese momento de crisp air, que no sé si traducirlo como aire fresco, crujiente o incluso vigorizante. Pero suenan opuestos: crisp air aguanta la frivolidad de fun, y vigorizante tiene el aplomo de divertido. 

Tómate una caña, tómatela. Lo dice otro o yo a mí misma. Si obedezco es porque beberla es entrar en ella. Ahí me pongo a nadar con los demás bichos que viven en la capital y han conseguido una entrada para ver a Rosalía, Agorazein, Bad Bunny. Hacemos un flashmob de decisiones. La nueva película de Joachim Trier. Una ruta de Strava. Se adentran conmigo en un artículo, La generación del anillo: por qué los jóvenes vuelven a estar locos por casarse. Nos movemos al ritmo, marcamos el triángulo con los pies: adelante con el izquierdo, el derecho, atrás el izquierdo, el derecho. Saturday night, I feel the air is getting hot. También nos interrumpimos. Cada uno tiene un discurso preparado, y lo vamos a sacar. Nos cortamos, hacemos el molino con los brazos, seguimos hablando. 

Fuera, la noche está fresca. Me rasco la nariz y me llega el olor a la persona con la que estuve. El aroma vendrá a dormir. No, me lavaré las manos, la espuma entre las uñas. Cuando me acurruco me huelen a leche de almendra. Como César Vallejo, “casi toqué la parte de mi todo y me contuve”. Y como él, me gustará vivir siempre, aunque sea de barriga.

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Debería mantenerme desconfiada y bruja, inventarme alguna expresión mía. Abrir la mano y acercarme a ese animal armonioso, el malestar. Lo tenemos matado de hambre. ¿De dónde viene la necesidad de trucar el dolor, si ya sabemos que no vale de nada y que vuelve a la carga más cruel, más implacable, más agudo?

Todos los que vivimos en Madrid hemos visto una obra de teatro sobre atorar las emociones. Concretamente con las drogas. Aparecen una mentirosa, un centro de desintoxicación, un hermano, una gaviota, un dj. Nadie en la capital ha podido atravesar la Plaza de Santa Ana sin quedarse en el Teatro Español. Ver Personas, lugares y cosas es de obligado cumplimiento. En Vinted no quedan los pantalones rojos de Adidas que lleva la actriz Irene Escolar porque todas queremos ser Irene Escolar (y nos parece factible empezar por las piernas). Nos apela porque nos mantenemos en esta fiesta que se emula en el escenario. A empujones, con los pies salpicados de ginebra, con los bajos desgastados, capaces de clavar nuestras uñas en el otro para retenerlo. No basta con estar; queremos ser interesantes, opinar, gustar, narrar. Y yo me canso de mí misma porque esta historia la solté mil veces. No me sorprendo. Sí, soy Irene Escolar, pero por la agencia. Tengo control, digo mi línea, repetimos la escena desde la frase en la que cuento a qué me dedico. Cuando quieras, me dice el director.

Escolar en una foto de Mario Zamora

Se me han quitado las ganas de bailar, fantaseo para volver a la atención plena. Imagino que me mira el chico que me gusta, aunque el chico que me gusta esté en otro garito, en otra ciudad, en otro país, en otro planeta. Las luces llegan a mi piel y me visten. Me pongo como el conejo de Bambi, con la pierna histérica. Pataleo a todos. Pestañas largas de mamífera. Movimientos de mofeta amorosa. 

Hay quien sigue con los vicios o se blinda a ellos. David Lynch fumó hasta el final. Prefieren morir a renunciar a esto, a ese momento de crisp air, que no sé si traducirlo como aire fresco, crujiente o incluso vigorizante. Pero suenan opuestos: crisp air aguanta la frivolidad de fun, y vigorizante tiene el aplomo de divertido. 

Tómate una caña, tómatela. Lo dice otro o yo a mí misma. Si obedezco es porque beberla es entrar en ella. Ahí me pongo a nadar con los demás bichos que viven en la capital y han conseguido una entrada para ver a Rosalía, Agorazein, Bad Bunny. Hacemos un flashmob de decisiones. La nueva película de Joachim Trier. Una ruta de Strava. Se adentran conmigo en un artículo, La generación del anillo: por qué los jóvenes vuelven a estar locos por casarse. Nos movemos al ritmo, marcamos el triángulo con los pies: adelante con el izquierdo, el derecho, atrás el izquierdo, el derecho. Saturday night, I feel the air is getting hot. También nos interrumpimos. Cada uno tiene un discurso preparado, y lo vamos a sacar. Nos cortamos, hacemos el molino con los brazos, seguimos hablando. 

Fuera, la noche está fresca. Me rasco la nariz y me llega el olor a la persona con la que estuve. El aroma vendrá a dormir. No, me lavaré las manos, la espuma entre las uñas. Cuando me acurruco me huelen a leche de almendra. Como César Vallejo, “casi toqué la parte de mi todo y me contuve”. Y como él, me gustará vivir siempre, aunque sea de barriga.

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