Enero de 2027

Ahora mismo tú y yo estamos más cerca de llegar a Marte que al concierto de Carolina Durante

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Lo primero que pensé cuando Carolina Durante anunció su fin de gira para enero de 2027 fue en la cantidad de parejas que comprarán entradas y lo acabarán dejando antes. Cada vez que veo una story en Instagram de alguien vendiendo entradas para un concierto no puedo evitar pensar quién lo habrá dejado de los dos. Si habrás sido tú o el otro. Tampoco puedes hacer otra cosa, ya lo sé, las entradas salen cuando salen y los conciertos son cuando son, la vida es caprichosa y nosotros valientes. Si de algo no se arrepiente nunca nadie es de haber sido valiente. Y nosotros lo somos, desde luego. Calibrando el riesgo, tampoco hay que ser unos inconscientes. Conocemos el peligro que hay, asomando la patita por debajo de la puerta, en comprar entradas a un año vista. Papeletas en Doña Manolita para un suicidio emocional. Porque luego puede pasar lo que nadie quiere que pase, y el duelo no será sólo por una relación que no fue, también lo será por ese grupo, ese maldito grupo ya condenado para siempre al ostracismo, que siempre te recordará a este o a aquel novio, canciones que te encantaban nunca más escuchadas precisamente por eso, porque os encantaban, y ya no serás —no seréis— capaz de volver a escucharlas sin sentirte un miserable. El perro, el piso, un hijo tal vez. Y la música, ¿qué pasa con la música? ¿Quién se queda la custodia de la música común? 

Enero de 2027. Ahora mismo tú y yo estamos más cerca de llegar a Marte que a enero de 2027. Sois un concierto y dos personas, por tanto dos entradas, con la peculiaridad de que a la hora de comprarlas no sois dos personas ni os consideráis como tal, sino una pareja. No actuáis en plural sino en singular. No hay más que un binomio, una sociedad secreta, un proyecto. Lo que sea, pero uno, nada de dos. Y quién sabe si en enero de 2027 seguiréis siendo uno o para entonces habréis abandonado la singularidad y ya, hartos de tanto lenguaje binario, actuaréis en calidad de dos. Extraños e independientes. Y cuando disfrutéis del concierto, cabe la posibilidad, seréis individuos totalmente diferentes a los que sois hoy, con las entradas recién compradas y cuarenta y cuatro euros menos en la cartera. Quién sabe todo lo que ocurre en un año, con sus doce meses y sus 365 días, quién sabe todo lo que puede ocurrir. Cambia el mundo, cambia tu mundo. Y el suyo. Y cambian los amigos, cambian tus condiciones materiales y cambias tú. Incluso puede que tus gustos musicales también cambien. Los Lagos de Hinault dicen que en verano amamos las canciones que en invierno hemos detestado, imagínate el abanico emocional que cabe de un invierno a otro. Cambiamos, es así, al fin y al cabo estamos vivos y nos corre sangre por las venas y cambiamos, el cambio es bueno, el cambio es señal de inteligencia. Sin cambio no hay progreso. No hacerlo, seguir anclado en los gustos de cuando molabas y le molabas al mundo, que en realidad quiere decir seguir anclado a la época en la que tenías 25, es peligrosísimo.

Muchas veces se olvida cómo es el proceso real de la compra de una entrada, en qué circunstancias se produce. Si es en la euforia de una cena y varias botellas de vino, en ese momento justo y perfecto en el que cualquier verbo se conjuga en futuro. Habéis comprado unas entradas como podríais haber reservado hotel y vuelos para los fiordos noruegos, o como podríais haber dado la señal de un pisito en La Elipa. El hecho en sí es secundario, la ilusión en el plan se debe a la compañía y a la promesa de una biografía cada vez más común. O si es en un momento de primeriza ilusión, ilusión considerada compartida, unas entradas como salvoconducto al futuro deseado, a las expectativas que muy probablemente no sean alcanzadas. O puede ser también un regalo, porque lo importante no es el concierto de dentro de un año, sino el detalle, la reacción a la sorpresa, su cara de ilusión. Y las horas posteriores, su versión más simpática y encantadora como muestra de su agradecimiento perpetuo, habiéndola hecho feliz, así, con tan poco, sintiéndote la mejor persona del mundo. Qué importará el concierto teniendo este ratito. No, la entrada no se compra previendo la espera y su cadena de consecuencias y circunstancias, se compra con la idea de que el concierto es hoy, es ya mismo, si cierro los ojos incluso puedo escuchar los primeros acordes de nuestra canción. Uno desea llegar al concierto con el mismo estado de ánimo, de emoción que en el momento en el que realizó la compra. Uno pagaría por confirmar el pedido y acto seguido escapar hacia una puertecita que lo devolviera al momento al escenario, a lo Lluvia de Estrellas, con las deportivas de los festivales y el doble de perfume. Las entradas de un concierto se adquieren en un estado si no de euforia, al menos de optimismo. Un concierto, en su inmensa mayoría, es un espacio de celebración, de jolgorio, de experiencia compartida, y este paréntesis de un año se ha vestido de sicario encargado de convertir en incertidumbre cualquier atisbo de certeza. 

No se puede prever cómo andará uno de ánimos no ya en un año, sino en un mes, como tampoco se puede prever una rotura de tibia, quién sabe cómo estaremos, el futuro no existe, y si me apuras el pasado tampoco, porque dentro de un año, cuando ese futuro hoy lejano se torne presente, y miremos hacia atrás y el futuro presente sea pasado, ni tú ni yo nos reconoceremos del todo en los que un día compraron ilusionadísimos las entradas. No, el futuro no existe, solo existe el ahora, el aquí y el ahora. Y ahora he comprado estas dos entradas porque sin duda es ahora, pero no tengo ni idea si lo será en un año, es ahora cuando quiero estar aquí, aquí y ahora y contigo, en este preciso momento, pero el tiempo tiene otros planes para mí, porque el tiempo es mucho de cometer este tipo de disparates, y será tan estúpido de hacer como que no pasa nada y seguir corriendo, y seguirá corriendo y tú y yo seguiremos cantando qué nos ha pasado, si no ha pasado nada, aunque ni tu ni yo vayamos a conocer nunca la respuesta.

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Enero de 2027. Ahora mismo tú y yo estamos más cerca de llegar a Marte que a enero de 2027. Sois un concierto y dos personas, por tanto dos entradas, con la peculiaridad de que a la hora de comprarlas no sois dos personas ni os consideráis como tal, sino una pareja. No actuáis en plural sino en singular. No hay más que un binomio, una sociedad secreta, un proyecto. Lo que sea, pero uno, nada de dos. Y quién sabe si en enero de 2027 seguiréis siendo uno o para entonces habréis abandonado la singularidad y ya, hartos de tanto lenguaje binario, actuaréis en calidad de dos. Extraños e independientes. Y cuando disfrutéis del concierto, cabe la posibilidad, seréis individuos totalmente diferentes a los que sois hoy, con las entradas recién compradas y cuarenta y cuatro euros menos en la cartera. Quién sabe todo lo que ocurre en un año, con sus doce meses y sus 365 días, quién sabe todo lo que puede ocurrir. Cambia el mundo, cambia tu mundo. Y el suyo. Y cambian los amigos, cambian tus condiciones materiales y cambias tú. Incluso puede que tus gustos musicales también cambien. Los Lagos de Hinault dicen que en verano amamos las canciones que en invierno hemos detestado, imagínate el abanico emocional que cabe de un invierno a otro. Cambiamos, es así, al fin y al cabo estamos vivos y nos corre sangre por las venas y cambiamos, el cambio es bueno, el cambio es señal de inteligencia. Sin cambio no hay progreso. No hacerlo, seguir anclado en los gustos de cuando molabas y le molabas al mundo, que en realidad quiere decir seguir anclado a la época en la que tenías 25, es peligrosísimo.

Muchas veces se olvida cómo es el proceso real de la compra de una entrada, en qué circunstancias se produce. Si es en la euforia de una cena y varias botellas de vino, en ese momento justo y perfecto en el que cualquier verbo se conjuga en futuro. Habéis comprado unas entradas como podríais haber reservado hotel y vuelos para los fiordos noruegos, o como podríais haber dado la señal de un pisito en La Elipa. El hecho en sí es secundario, la ilusión en el plan se debe a la compañía y a la promesa de una biografía cada vez más común. O si es en un momento de primeriza ilusión, ilusión considerada compartida, unas entradas como salvoconducto al futuro deseado, a las expectativas que muy probablemente no sean alcanzadas. O puede ser también un regalo, porque lo importante no es el concierto de dentro de un año, sino el detalle, la reacción a la sorpresa, su cara de ilusión. Y las horas posteriores, su versión más simpática y encantadora como muestra de su agradecimiento perpetuo, habiéndola hecho feliz, así, con tan poco, sintiéndote la mejor persona del mundo. Qué importará el concierto teniendo este ratito. No, la entrada no se compra previendo la espera y su cadena de consecuencias y circunstancias, se compra con la idea de que el concierto es hoy, es ya mismo, si cierro los ojos incluso puedo escuchar los primeros acordes de nuestra canción. Uno desea llegar al concierto con el mismo estado de ánimo, de emoción que en el momento en el que realizó la compra. Uno pagaría por confirmar el pedido y acto seguido escapar hacia una puertecita que lo devolviera al momento al escenario, a lo Lluvia de Estrellas, con las deportivas de los festivales y el doble de perfume. Las entradas de un concierto se adquieren en un estado si no de euforia, al menos de optimismo. Un concierto, en su inmensa mayoría, es un espacio de celebración, de jolgorio, de experiencia compartida, y este paréntesis de un año se ha vestido de sicario encargado de convertir en incertidumbre cualquier atisbo de certeza. 

No se puede prever cómo andará uno de ánimos no ya en un año, sino en un mes, como tampoco se puede prever una rotura de tibia, quién sabe cómo estaremos, el futuro no existe, y si me apuras el pasado tampoco, porque dentro de un año, cuando ese futuro hoy lejano se torne presente, y miremos hacia atrás y el futuro presente sea pasado, ni tú ni yo nos reconoceremos del todo en los que un día compraron ilusionadísimos las entradas. No, el futuro no existe, solo existe el ahora, el aquí y el ahora. Y ahora he comprado estas dos entradas porque sin duda es ahora, pero no tengo ni idea si lo será en un año, es ahora cuando quiero estar aquí, aquí y ahora y contigo, en este preciso momento, pero el tiempo tiene otros planes para mí, porque el tiempo es mucho de cometer este tipo de disparates, y será tan estúpido de hacer como que no pasa nada y seguir corriendo, y seguirá corriendo y tú y yo seguiremos cantando qué nos ha pasado, si no ha pasado nada, aunque ni tu ni yo vayamos a conocer nunca la respuesta.

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