Gente que piensa #6: un fuego desconocido

Estaré sentada en la parada de Santa Engracia con María de Guzmán, con un clavel rojo

Sexta entrega de Gente que piensa, un nuevo viaje por esos paisajes donde la soledad adquiere forma en medio de un mundo hiperconectado, donde la nostalgia diluye las fronteras, y las palabras, junto con la imaginación, delinean otras formas de habitar la realidad en la ciudad.

Tres imágenes. Tres relatos. Lo real o lo posible.

Cada quince días, aquí, en sustrato.io.

1º La brújula que necesitas eran esas cosquillas que ahora viven en el estómago.

—La vida está llena de mensajes y las ciudades están escritas por muchas vidas. Si cierro los ojos puedo escuchar los sonidos de mi alrededor con mayor nitidez. Entran en mi cuerpo, se mueven y me completan. Una fuente es una sonrisa pero cuando viajas sola por primera vez cuesta ver la nitidez de las cosas. Siempre hay algo que no has tenido en cuenta. Un tren que se escapa, un mapa que nunca será tu mapa. Y sin embargo, ahí estás: viviéndolo todo con la intensidad de quien no tiene testigos. Vestida de valentía, te equivocas, claro que te equivocas. Y piensas que puedes hacer mejor las cosas. Y te pierdes . Y miras el teléfono buscando a una persona. Pero no pasa nada. La incomodidad es parte del trayecto y la inercia del viaje solo te acerca más a ti. Más a lo que eres.

Llega un momento en que todo empieza a girar y eso hace que cambie la forma en la que caminas, en la que observas, en la que eliges. Descansas. Haces fotografías. Guardas lugares. Pero no viajas como antes. No viajas para llegar, viajas para habitar. Ya no huyes del silencio, ahora lo escuchas. Te ríes del miedo y todo empieza a encajar. Seleccionas. Priorizas. Aprendes a hacer una maleta ligera, pero llevando contigo lo que eres.

Y cuando llegas. Cuando vuelves, hay un nuevo paisaje. Un nuevo paisaje que solo ves tú y quien te conoce.

La brújula que necesitas eran esas cosquillas que ahora viven en el estómago.

2º Si no paso página yo, la termina pasando el tiempo.

—Si no paso página yo, la termina pasando el tiempo. Pero aquí sigo, buscando la forma de no encontrarte mientras te busco. Me visto, me arreglo y salgo. A veces, todo lo que necesitamos es una excusa que nos dé un poco de espacio para hacer lo que nos apetece en cada momento. Y mi excusa sigue siendo la misma: tú.

Estaré sentada en la parada de Santa Engracia con María de Guzmán, con un clavel rojo.

Hay un mundo que se derrumba y da igual. Uno. Dos. Tres. Cuatro autobuses. Espero a que aparezcas porque soy fiel a las promesas aunque me las rompan en la cara. No apareces y te escribo. Estoy!! Cuando todavía la tristeza está a un palmo de mí, cuando todavía la tristeza está a un palmo de mí, la amenaza toma mi cuerpo. Una inundación. No apareces y te busco. Arrancaría de raíz cada segundo que pienso y he pensado en ti. Madrid se cae, me maldigo. Madrid se derrumba y yo me reflejo en el cartel de los horarios y vuelvo a estar metida de lleno en esa guerra entre lo que no quiero volver a pasar y lo que quiero sentir por primera vez. Perdida en la misma línea de bus que no va a ningún lado. Vuelvo a casa. Paso por tu portal. Un paseo tan largo que no sirve para olvidar. Puedo intuir qué estás haciendo y con quién estás. Puedo intuir quién eres pero no quiero asumirlo.

No puedo saber de ti más de lo que pienso.

Creo que llegará el momento en que este silencio que me rodea sea tan fuerte que no sea capaz de encontrar la forma de seguir hablándome de ti. Creo que llegará, me lo prometo.

3º A veces, solo hace falta un hombro.

—Hay historias que se resumen en un gesto. Y entonces, todo estalla: observamos las imágenes con una felicidad compartida. La vida es de colores y menos triste o más fácil o algo así. A veces, solo hace falta un hombro.

Créeme: tú sabes mirar a los ojos del mundo. Y solo tú eres capaz de alzarte sobre los árboles, las luces y los grandes edificios; no es volar, tú no vuelas. Es otra cosa. Otra cosa muy tuya. Algo así como saber mirar a los ojos del mundo. Pasas y paseas por encima de los mejores estadios, de los mejores museos, de los mercadillos en las plazas, y bajas a comprar flores.

Son, no sé, tus gestos.

Los que nos sostienen aquí, en esta ciudad y en otras. En los viajes…

Aparecen siempre de sorpresa, como algo irresistible, como una luz.

Es, digamos, otra forma que tienes de ser tú.

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Gente que piensa #6: un fuego desconocido

Estaré sentada en la parada de Santa Engracia con María de Guzmán, con un clavel rojo

Sexta entrega de Gente que piensa, un nuevo viaje por esos paisajes donde la soledad adquiere forma en medio de un mundo hiperconectado, donde la nostalgia diluye las fronteras, y las palabras, junto con la imaginación, delinean otras formas de habitar la realidad en la ciudad.

Tres imágenes. Tres relatos. Lo real o lo posible.

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1º La brújula que necesitas eran esas cosquillas que ahora viven en el estómago.

—La vida está llena de mensajes y las ciudades están escritas por muchas vidas. Si cierro los ojos puedo escuchar los sonidos de mi alrededor con mayor nitidez. Entran en mi cuerpo, se mueven y me completan. Una fuente es una sonrisa pero cuando viajas sola por primera vez cuesta ver la nitidez de las cosas. Siempre hay algo que no has tenido en cuenta. Un tren que se escapa, un mapa que nunca será tu mapa. Y sin embargo, ahí estás: viviéndolo todo con la intensidad de quien no tiene testigos. Vestida de valentía, te equivocas, claro que te equivocas. Y piensas que puedes hacer mejor las cosas. Y te pierdes . Y miras el teléfono buscando a una persona. Pero no pasa nada. La incomodidad es parte del trayecto y la inercia del viaje solo te acerca más a ti. Más a lo que eres.

Llega un momento en que todo empieza a girar y eso hace que cambie la forma en la que caminas, en la que observas, en la que eliges. Descansas. Haces fotografías. Guardas lugares. Pero no viajas como antes. No viajas para llegar, viajas para habitar. Ya no huyes del silencio, ahora lo escuchas. Te ríes del miedo y todo empieza a encajar. Seleccionas. Priorizas. Aprendes a hacer una maleta ligera, pero llevando contigo lo que eres.

Y cuando llegas. Cuando vuelves, hay un nuevo paisaje. Un nuevo paisaje que solo ves tú y quien te conoce.

La brújula que necesitas eran esas cosquillas que ahora viven en el estómago.

2º Si no paso página yo, la termina pasando el tiempo.

—Si no paso página yo, la termina pasando el tiempo. Pero aquí sigo, buscando la forma de no encontrarte mientras te busco. Me visto, me arreglo y salgo. A veces, todo lo que necesitamos es una excusa que nos dé un poco de espacio para hacer lo que nos apetece en cada momento. Y mi excusa sigue siendo la misma: tú.

Estaré sentada en la parada de Santa Engracia con María de Guzmán, con un clavel rojo.

Hay un mundo que se derrumba y da igual. Uno. Dos. Tres. Cuatro autobuses. Espero a que aparezcas porque soy fiel a las promesas aunque me las rompan en la cara. No apareces y te escribo. Estoy!! Cuando todavía la tristeza está a un palmo de mí, cuando todavía la tristeza está a un palmo de mí, la amenaza toma mi cuerpo. Una inundación. No apareces y te busco. Arrancaría de raíz cada segundo que pienso y he pensado en ti. Madrid se cae, me maldigo. Madrid se derrumba y yo me reflejo en el cartel de los horarios y vuelvo a estar metida de lleno en esa guerra entre lo que no quiero volver a pasar y lo que quiero sentir por primera vez. Perdida en la misma línea de bus que no va a ningún lado. Vuelvo a casa. Paso por tu portal. Un paseo tan largo que no sirve para olvidar. Puedo intuir qué estás haciendo y con quién estás. Puedo intuir quién eres pero no quiero asumirlo.

No puedo saber de ti más de lo que pienso.

Creo que llegará el momento en que este silencio que me rodea sea tan fuerte que no sea capaz de encontrar la forma de seguir hablándome de ti. Creo que llegará, me lo prometo.

3º A veces, solo hace falta un hombro.

—Hay historias que se resumen en un gesto. Y entonces, todo estalla: observamos las imágenes con una felicidad compartida. La vida es de colores y menos triste o más fácil o algo así. A veces, solo hace falta un hombro.

Créeme: tú sabes mirar a los ojos del mundo. Y solo tú eres capaz de alzarte sobre los árboles, las luces y los grandes edificios; no es volar, tú no vuelas. Es otra cosa. Otra cosa muy tuya. Algo así como saber mirar a los ojos del mundo. Pasas y paseas por encima de los mejores estadios, de los mejores museos, de los mercadillos en las plazas, y bajas a comprar flores.

Son, no sé, tus gestos.

Los que nos sostienen aquí, en esta ciudad y en otras. En los viajes…

Aparecen siempre de sorpresa, como algo irresistible, como una luz.

Es, digamos, otra forma que tienes de ser tú.

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