Instrucciones para ser buena persona

9. Deja que otro momento metafísico te atraviese. Percátate de que, en general, te agrada mucho que la gente de tu alrededor te tenga en buena estima

1. Cuando tu hermano pequeño esté aprendiendo a caminar, desde la posición de autoridad que te da haber conquistado la bipedia hace dos años —por otro lado, los que le llevas de ventaja— no le pongas la zancadilla. Al contrario, apláudele en sus intentos, ayúdale si puedes. Piensa que, en cuanto este energúmeno que ha venido a arrebatarte el cariño de tus padres sepa andar, será mejor compañero en todas las aventuras a las que te siga incondicionalmente, tratando siempre de impresionarte. 

2. Cuando te compren helados, cromos, bicicletas o casi cualquier cosa, compártelo. Teje desde el principio la malvada red que obligue a los demás a darte parte de su helado, sus cromos repetidos, o a prestarte su bicicleta en caso de que no dispongas de tus bienes o, aún peor, que los ajenos se presenten más nuevos y atractivos. 

3. En la misma línea que llevas cultivando unos años, si has tenido la suerte de encontrarle sentido a las fórmulas matemáticas de una profesora desesperada, explícaselas a tu compañero de pupitre. Sin mayor atisbo de superioridad, ayúdale. Le has visto leer y escribir con una destreza a la que no aspiras y, precisamente por eso, intuyes que, en algún momento, podría tener que aclararte qué son esas líneas e iniciales que han aparecido en la pizarra en clase de lengua, mientras tú practicabas tu firma de grafitero sobre la mesa.

4. Acompaña a tu madre a ver tu abuelo todas y cada una de las veces que te lo pida, e incluso alguna que no. Aunque, en pleno auge de tu adolescencia, la play te resulta más amena que jugar al dominó con un señor que todavía no imaginas cuánto vas a echar de menos, a tu madre le hace ilusión. Convéncete de que a ti también, porque en proceso de sacarte el carnet de moto, consciente de que vas a suspender lengua y que, además, quieres ir a esa fiesta, intuyes que la negociación será más amistosa si tu madre se encuentra tierna a la par que orgullosa. 

5. A la vuelta de vuestro primer viaje de amigos a Marbella, a pesar de que solo hayas dormido dos horas de cuestionable calidad, toma café, sube la música, conversa sobre lo que haga falta para entretener a tu amigo que conduce. No te gustaría que se quede dormido y os mate a todos —especialmente a ti—. Llega a rememorar la época en que te enseñaba análisis sintáctico, y sorpréndete de qué él confiese que lo hacía porque tú le defendías en el patio. 

6. Siempre que bajes al parque frente al piso en el que vives —por fin solo— con el perro que has adoptado, y el animal tenga a bien defecar, recógelo por dos motivos tan concretos como obvios: cuando vuelvas tendrás menos posibilidades de pisar la caca de tu propio perro y, además, una sutil superioridad moral te permitirá indicarle a otros vecinos con perro la importancia de este gesto, persiguiendo la utopía de que nadie, nunca, vuelva a verse en tal penosa situación. 

7. Aunque la resaca de la despedida de soltero merme tus capacidades psicomotrices, repasa con cada vaso de agua los múltiples despropósitos que cometisteis ayer. Disfruta debidamente con las anécdotas y, cuando te acuerdes de que, tras la sobremesa, alguien robó las sillas de madera de la puerta de un negocio, vístete. Preferiblemente cálzate también, y vuelve al último bar dónde estuvisteis, antes de que el dueño se deshaga de dichos asientos. Deposítalos en la puerta de la librería. Huye si no eres capaz de identificar del todo el sentimiento —rabia o vergüenza— que te provoca que allí trabaje aquel chico con el que ibas a clase, el que te dejó contarle todo sobre tu abuelo volviendo de Marbella. 


8. Tras consolar a tu despechado hermano durante seis noches sin excepción, siéntate frente a la prima de tu amiga  y, con toda honestidad, explícale que no crees poder corresponder los sentimientos que ella parece haber empezado a profesarte. Sin grandes complejos ni excusas, reconoce que tú tampoco sabes qué es lo que deberías sentir pero, sea como sea, una fuerte intuición en la que has aprendido a confiar te indica que ese no es el camino —o quizá sí, pero no con ella—. Sentirás un agradable alivio cuando manifieste más agradecimiento que pena ante tal discurso, pues has escuchado a tu hermano repetir varias veces que una revelación previa de intenciones, hubiera paliado sin duda el duro golpe. De alguna forma, esperas haberle ahorrado a tu amiga el amargo trago de ver sufrir a su prima.

9. Un día, lleva a tu hermano, a tu madre y al perro a la librería, en pos de satisfacer la curiosidad sobre si las sillas continúan en el lugar que debieran. Cuando comiencen a hablar con tu antiguo amigo de las múltiples veces que en tu vida has contribuido a la felicidad ajena, deja que otro momento metafísico te atraviese. Percátate de que, en general, te agrada mucho que la gente de tu alrededor te tenga en buena estima. Incómodo, tratarás de ocultar con una media sonrisa la hipocresía que sientes por considerar un soborno esa retribución emocional, gesto que será, sin embargo, interpretado como genuina modestia. 

10. Rodéate de gente a la que hayas convencido de que eres bastante buena persona y alimenta ese currículum. Atesora su cariño en un grado tal, que aún cuando no estén, puedas refugiarte en un orgullo parecido a aquel con el que tu madre te compró la moto, a pesar de haber suspendido lengua. Instálate en esa inercia que ya ha desdibujado en tu conducta la influencia de los castigos o las recompensas, y afiánzate sobre la idea de que una amabilidad arrolladora es mejor compañera que cualquier herramienta que te proteja generando malestar ajeno —véase la ironía o el cinismo—. El resto de tu vida, cada vez que alguien manifieste admiración por tus actos o forma de ser, encógete de hombros, y afirma con esa media sonrisa que no te ha abandonado: “Bueno, se intenta”. 

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9. Deja que otro momento metafísico te atraviese. Percátate de que, en general, te agrada mucho que la gente de tu alrededor te tenga en buena estima

1. Cuando tu hermano pequeño esté aprendiendo a caminar, desde la posición de autoridad que te da haber conquistado la bipedia hace dos años —por otro lado, los que le llevas de ventaja— no le pongas la zancadilla. Al contrario, apláudele en sus intentos, ayúdale si puedes. Piensa que, en cuanto este energúmeno que ha venido a arrebatarte el cariño de tus padres sepa andar, será mejor compañero en todas las aventuras a las que te siga incondicionalmente, tratando siempre de impresionarte. 

2. Cuando te compren helados, cromos, bicicletas o casi cualquier cosa, compártelo. Teje desde el principio la malvada red que obligue a los demás a darte parte de su helado, sus cromos repetidos, o a prestarte su bicicleta en caso de que no dispongas de tus bienes o, aún peor, que los ajenos se presenten más nuevos y atractivos. 

3. En la misma línea que llevas cultivando unos años, si has tenido la suerte de encontrarle sentido a las fórmulas matemáticas de una profesora desesperada, explícaselas a tu compañero de pupitre. Sin mayor atisbo de superioridad, ayúdale. Le has visto leer y escribir con una destreza a la que no aspiras y, precisamente por eso, intuyes que, en algún momento, podría tener que aclararte qué son esas líneas e iniciales que han aparecido en la pizarra en clase de lengua, mientras tú practicabas tu firma de grafitero sobre la mesa.

4. Acompaña a tu madre a ver tu abuelo todas y cada una de las veces que te lo pida, e incluso alguna que no. Aunque, en pleno auge de tu adolescencia, la play te resulta más amena que jugar al dominó con un señor que todavía no imaginas cuánto vas a echar de menos, a tu madre le hace ilusión. Convéncete de que a ti también, porque en proceso de sacarte el carnet de moto, consciente de que vas a suspender lengua y que, además, quieres ir a esa fiesta, intuyes que la negociación será más amistosa si tu madre se encuentra tierna a la par que orgullosa. 

5. A la vuelta de vuestro primer viaje de amigos a Marbella, a pesar de que solo hayas dormido dos horas de cuestionable calidad, toma café, sube la música, conversa sobre lo que haga falta para entretener a tu amigo que conduce. No te gustaría que se quede dormido y os mate a todos —especialmente a ti—. Llega a rememorar la época en que te enseñaba análisis sintáctico, y sorpréndete de qué él confiese que lo hacía porque tú le defendías en el patio. 

6. Siempre que bajes al parque frente al piso en el que vives —por fin solo— con el perro que has adoptado, y el animal tenga a bien defecar, recógelo por dos motivos tan concretos como obvios: cuando vuelvas tendrás menos posibilidades de pisar la caca de tu propio perro y, además, una sutil superioridad moral te permitirá indicarle a otros vecinos con perro la importancia de este gesto, persiguiendo la utopía de que nadie, nunca, vuelva a verse en tal penosa situación. 

7. Aunque la resaca de la despedida de soltero merme tus capacidades psicomotrices, repasa con cada vaso de agua los múltiples despropósitos que cometisteis ayer. Disfruta debidamente con las anécdotas y, cuando te acuerdes de que, tras la sobremesa, alguien robó las sillas de madera de la puerta de un negocio, vístete. Preferiblemente cálzate también, y vuelve al último bar dónde estuvisteis, antes de que el dueño se deshaga de dichos asientos. Deposítalos en la puerta de la librería. Huye si no eres capaz de identificar del todo el sentimiento —rabia o vergüenza— que te provoca que allí trabaje aquel chico con el que ibas a clase, el que te dejó contarle todo sobre tu abuelo volviendo de Marbella. 


8. Tras consolar a tu despechado hermano durante seis noches sin excepción, siéntate frente a la prima de tu amiga  y, con toda honestidad, explícale que no crees poder corresponder los sentimientos que ella parece haber empezado a profesarte. Sin grandes complejos ni excusas, reconoce que tú tampoco sabes qué es lo que deberías sentir pero, sea como sea, una fuerte intuición en la que has aprendido a confiar te indica que ese no es el camino —o quizá sí, pero no con ella—. Sentirás un agradable alivio cuando manifieste más agradecimiento que pena ante tal discurso, pues has escuchado a tu hermano repetir varias veces que una revelación previa de intenciones, hubiera paliado sin duda el duro golpe. De alguna forma, esperas haberle ahorrado a tu amiga el amargo trago de ver sufrir a su prima.

9. Un día, lleva a tu hermano, a tu madre y al perro a la librería, en pos de satisfacer la curiosidad sobre si las sillas continúan en el lugar que debieran. Cuando comiencen a hablar con tu antiguo amigo de las múltiples veces que en tu vida has contribuido a la felicidad ajena, deja que otro momento metafísico te atraviese. Percátate de que, en general, te agrada mucho que la gente de tu alrededor te tenga en buena estima. Incómodo, tratarás de ocultar con una media sonrisa la hipocresía que sientes por considerar un soborno esa retribución emocional, gesto que será, sin embargo, interpretado como genuina modestia. 

10. Rodéate de gente a la que hayas convencido de que eres bastante buena persona y alimenta ese currículum. Atesora su cariño en un grado tal, que aún cuando no estén, puedas refugiarte en un orgullo parecido a aquel con el que tu madre te compró la moto, a pesar de haber suspendido lengua. Instálate en esa inercia que ya ha desdibujado en tu conducta la influencia de los castigos o las recompensas, y afiánzate sobre la idea de que una amabilidad arrolladora es mejor compañera que cualquier herramienta que te proteja generando malestar ajeno —véase la ironía o el cinismo—. El resto de tu vida, cada vez que alguien manifieste admiración por tus actos o forma de ser, encógete de hombros, y afirma con esa media sonrisa que no te ha abandonado: “Bueno, se intenta”. 

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