*Disclaimer. Una cartela previa. Todo parecido con la realidad puede resultar o no cierto. Bienvenidxs a la auto ficción. Avanti1:
‘Las paredes de color escarlata, almohadilladas con botones y abarrotadas de espejos estilo Luis XIV. Las lámparas, atiborradas de cuentas de cristal y cargadas de cositas resplandecientes. La chimenea, de ónice y de cuarzo rosa labrado. Todo transmite una sensación de aislamiento y de silencio tan intensa que casi parece que estés durmiendo bien arropado en las profundidades de la vagina de Mae West.’
Un extracto del libro ‘Al desnudo’ de Chuck Palahniuk2, un extracto que yo misma diría que he escrito sin acordarme, o que patearía a alguien por escribir. Te quiero, Chuck, aunque seas un hombre cis. En fin. Como estas columnas mensuales suelen hablar de mí, os voy a hablar de mi vagina. No, es broma. Tampoco nos conocemos tanto. Solo os adelantaré que, si tuviese que adelantaros algo sensorial sobre el interior de mi vagina, se esbozaría algo como:
‘Por las paredes plateadas hay un susurro extraño, vibrante. Rebota un hilo musical, algo así como la banda sonora de ‘Hedwig and the Angry Inch’ y Chapell Roan interpretada por monjas gregorianas. Algún ruido de cascos de caballos galopando. Y hay, ¡ay, mon dieu! ¡una guillotina!’
Hasta aquí puedo leer, un regalo para que entendáis un pequeño chiste privado que tenemos mi círculo cercano y yo –unas veintisiete personas y un gato– sobre que cada persona con la que me he acostado en los últimos tres años ha solicitado un exilio político, una mudanza a otro continente o un cambio de orientación sexual (ha quedado genial como cierre de frase, esto resulta mentira, pero ojalá fuese cierto, lo consideraría mucho más interesante que el resto de desbandadas).
Si anheláis que alguien desaparezca de vuestra vida, enviadlo a realizar faena entre mis piernas. Os aseguro que jamás volveréis a ver el pelo de esa persona mientras dure nuestra amistad. Prometido por mi celibato (y al parecer el de Rosalía3). Os aseguro que me he planteado tirarle onda a Ayuso colarme en una de sus fiestas, pasarle una rayita de cocaína y asegurarme de que abandona esta, nuestra queridaodiada, comunidad. Por el bien comunal, coito anticonstitucional. Eso sí, a Almeida no. No me encuentro tan entregada a la causa política ni la izquierda cobardica nos ha otorgado mucha más justicia, como para que sacrifique la salud de mi estómago por la toma de la ciudad. Y sí, prefiero arriesgar mi equilibrio mental al acostarme con una psicópata que hacerlo con un patán.
En fin, prefiero pensar que mi vagina se define como dentada y no que tengo una personalidad insufrible, o un talento para seleccionar cobardes que poseen la misma disposición para la gestión emocional que un mejillón cocido. Talento como quién asume su mea culpa, ya que, como afirmé en el artículo de Sabrina Carpenter: Cómo mordemos los anzuelos (es decir, cómo nos involucramos con vínculos sexo-afectivos) nos enseña mucho según nos hemos estructurado con nuestros traumas. Mi mea culpa corresponde a una maduración adolescente buscando el afecto de un padre ausente emocional, un progenitor que continúa sin saber cómo afrontar casi ningún tipo de conflicto a los setenta años de edad, pese a caracterizarse por su solidez y su generosidad. Un tipo bueno, pero torpe. Esto también explica que solo me sienta atraída por mujeres heterosexuales con pareja, claro. Paremos. No nos estanquemos en la idea del boicot por una única parte de la herencia genética, nop. Mi amiga Julia nos enseñó un juego que consiste en especular si la persona que se encuentra enfrente posee mommy issues o daddy issues. Cuando llega mi turno siempre nos meamos de la risa y sentenciamos: ¡Ambos issues por glotona!
Así que aunamos las dos piezas y nos sale el resultado: un imposible. Si es que al final, la que se auto boicotea c’est moi. Cómo me adelantó mi psicóloga:
‘Y no será...-pausa de Gestalt- ¿Qué la que no está lista para un compromiso real eres tú y por eso siempre te obcecas en imposibles porque te encuentras cómoda sabiendo que empujas por algo que jamás sucederá?’
En mi cabeza solo retumba la versión de Mae West presentada por la drag Alaska Thunderfuck en RuPauls Drag race All stars 2. Esta tuerce el morro hiper maquillado, arrulla la voz y balancea el hombro, mientras ronronea:
‘When I’m good I’m good but when I’m bad I get a serious venereal disease.’
Pero en vez de replicar ese momento, agacho cabeza y le contesto a mi psicóloga un humilde:
‘Ah, pues puede ser. Jamás se me habría ocurrido’.
Siento que evalúo mi vida sentimental/laboral como Cillian Murphy mira a todo el mundo que le rodea en las entrevistas, con una mezcla de hastío, bochorno y desdén. Él parece decir: ¿qué coño hago yo en esta entrevista de mierda al lado de esta cantante ahora insípida (antaño bastante brillante) que habla sobre cómo su novio, el Fife, le pidió matrimonio y este actorzucho que tiene dos acusaciones por agresión sexual? Yo repaso mi pasado y me preguntó con esa misma cara: ¿qué mierda de trauma no resuelto me ha llevado a tomar estas pésimas decisiones?
La vida, que misterio. El amor, what a locura. El sexo, una tremenda inconveniencia.
Pero estamos aquí para hablar de mí y no de mi vagina dentada.
Así que os voy a comunicar por dónde anda esta lúgubre cervatilla en este otoñal noviembre porque se enlaza con las informaciones sobre mis elecciones vaginales.
Dentro información no requerida:
Pues ando en un exilio propio, fíjate que cosas. Huyendo de las garras de una voracidad materna que en pleno cese de unión matrimonial (gracias reforma luterana versus catolicismo) ha hecho uso de sus claros derechos de propiedad y se ha asentado en la intimidad de mi cuarto madrileño. Lo que se traduce en: mis padres se están separando, mi madre entonces ha regresado al piso que poseen en propiedad común, que se encuentra alquilado (a dos chicas, un amigo y una servidora, cuyo alquiler le es perdonado por relación consanguínea), pero sin ningún tipo de inconveniente en pararse a pensar que nadie en su sano juicio quiere compartir vivienda con su casera sexagenaria. Ni con su madre.
Así es. Mi madre, mi progenitora, la vagina que me expulsó al universo. O como yo la denomino en mis momentos de abismo: la raíz de la construcción de mis carencias o de mi falta de autoestima. Y todo esto es lo que se remueve como un puchero desde mi crianza adolescente. Resulta curioso reflexionar acerca de que mantener a dos adolescentes encerradas en casa de manera continua con una madre en depresión intermitente y con una falta de conocimiento acerca de no transgredir los límites sobre la intimidad privada de la otra persona, quizás no fue una idea demasiado brillante. Toca el famoso leitmotiv con el que nos exoneramos de cierta culpa: ‘Los padres lo hacen lo mejor que pueden’. Verídico, no obstante. Apegos feroces de Vivian Gornik, sal a la palestra, sivuplé. Tremendo libro que yo regalé a mi madre minutos antes de que anunciaran su separación por alguna mezquina razón. Soy tan oportuna como un país de potencia colonial ante una catástrofe meteorológica sobre territorio con recursos naturales que ha quedado devastado (por causas naturales o por un conflicto bélico provocado ‘sutilmente’ por el estado previamente mencionado).
Cómo deduciréis por mi agudo sentido del humor, la relación con mi madre se puede adivinar como... intrincada. Años de terapia lo avalan, años de terapia se disponen a explosionar como se avecine una convivencia real en mi treintena. A todas mis cervatillas con madres complicadas, nunca escaparemos de ese hoyo, pero tendréis amigas con las que compartir cargas psicológicas y desahogos que se asomarán a vuestros agujeros con una cerveza y un cigarro. También hermanas, como en mi caso. Nada une más que compartir traumacore o encogerse cada vez que, sin querer, se replica una actitud pasivo agresiva de una progenitora de manera cuasi inconsciente ante una situación de peligro. Mi hermana -mucho más lista- se valía de esa baza para sacarme de mis casillas y transfigurarme en una hidra baboseando espuma ácida por el morro, cuando susurraba con voz sibilina:
Te estás pareciendo tanto a mamá.
Y yo entraba en fase desquicie, porque nada jode más que te digan que te pareces a lo que tú crees que rechazas con toda tu psique. Y así mi hermana ganaba las batallas, blandiendo la mejor carta de su baraja. La que me atacaba en el nudo, esa mención que activaba un desboque y una furia atronadora, lista para arrasar imperios enteros.
Eresgilipollasoquetepasa. CÓMO-ME-VOY-YO-A-PARECER-A-MAMÁ-PEDAZO-DE-ESTÚPIDA-INÚTIL.
Y aplicaba una ley del silencio solo para que mi hermana me regalase un shade-side-eye y un circunspecto (y jugoso):
¿Lo ves?
Por este estupendo remate y calma, mi hermana tiene un techo asegurado, una pareja con cordura y responsabilidad emocional, además de una templanza infinita que la sitúa en el lado opuesto de la hidra desquiciada en celibato. Que en breves no contará siquiera con una cuevita donde lloriquear con su gato por no estudiar veterinaria en vez de teatro.
Mi madre, al igual que la de Gornik, sufre, no se esfuerza en ser terrible a propósito. Nadie enseña cómo se debe querer o criar a las hijas. El problema se atasca en la existencia de tanta cantidad de amor sin entender como otorgarlo o cómo enfocarlo para que no resulte abrasivo. Una mesura y una escucha que no se suceden4. Y la pescadilla que se muerde la cola, porque mi yo-hidra, se regocija en una misma sordera ante el dolor de mi progenitora. Y su simple presencia, me anula y me transforma en una masa hecha de escombros que regresa a su yo de doce años.
Pablo (Cerezo)5 me preguntó ayer que como estaba y yo le contesté con un derrape airado:
‘ Monstruando y sopesando un matricidio mental con cero temor a la aparición de las furias erinias.’
‘Collins, traduce.’
‘Me encuentro sangrando por la vagina y con una ansiedad por mi madre que no soy capaz de mitigar ni en sueños’.
Luego reflexioné en que encuentro algo misógino, que siempre perdono bastante fácil a mi padre y nunca le paso ni una a mi madre. De vuelta al subyacente griego: Se me ha metido un poquito del síndrome de Electra6 en el ojo, queridas. Y sucede por pura dicotomía. Una escisión banal sobre a quién le otorgo el rol de bueno y el rol de malvada. Espero también mucho más de mi persona, os lo aseguro. Pero ahí me solvento y me trabajo contra el fango.
Pero, inciso, estoy aquí para hablar de mi futuro, no me planteo enroscarme en otro artículo sobre el mito como sistema semiológico ni en una disyuntiva de la herencia genética o en cómo no debería opinar sobre la gestión matrimonial de mis ascendentes.
¿Que qué ando rumiando en mis últimos días? Me pregunta nadie.
Pues ando como beata en autoclusura en un refugio (otra propiedad que no me pertenece) al lado del mar mediterráneo, escribiendo un libro de cuentos. Un libro que habla sobre follarse a una planta, criarse dentro del estómago de una ballena o cómo hacer una ouija para comunicarse con Tolstoi para preguntarle por qué carajo hay dos versiones del final de guerra y paz7 publicadas y nunca nadie lo ha advertido en la portada.
Una descongestión: mis conflictos paternos-filiales, alguna otra vagina, el final de la primera versión de Guerra y paz. Cruzamos autopista.
Nunca voy a madurar como se debe, porque siempre voy a querer revolcarme en escabeche y en memeces. Y porque aun no soy capaz de pagarme un alquiler en Madrid. Mi decisión radica en: ¿dejo de tratar ganarme la vida con mi escritura por un tiempo y me sumerjo en la búsqueda de un odioso empleo normativo que me sostenga como adulta? ¿conseguiré con ello frenar la insatisfacción y la sensación de no romper el punto de ebullición en el que me encuentro desde mis 28 años? Ahora, veo lo que experimentan los incels con la pérdida de sus privilegios ancestrales. Os entiendo. Atiendo al naufragio de mi privilegio de existencia sin alquiler, al abandono de mi etiqueta de burguesa jacobina de izquierdas8. Pobre mujer, que debe aprender a vivir la experiencia completa de un sablazo madrileño por vivienda de nuevo porque no quiere vivir con su madre, pero sí en casa de su madre. A llorar a la llorería, pija sin techo.
Dadle al play en ‘Aquí tens el meu braç’ de Manel. Ai, Inèrcia maca, on t’has ficat?
Estar sola en sitios te hace pensar. Habitar soledad no figurada en Dénia me hace escribir de manera compulsiva. Así que debería mudarme de manera indefinida aquí. Punto uno, no oteo a mi progenitora por acá. Punto dos, ya he romantizado una vida idílica en un pueblo vacío fuera de veraneo el cual ya me he adueñado como propio. Os narro:
Mi idílica vida en Dénia (mi refugio al lado del mar mediterráneo) donde encontraré trabajo como librera y me acabaré enamorando de un afable pescador reservado sin Instagram o de una misteriosa heredera checoslovaca con un yate que le regaló su otec, bautizado como: ‘Su alteza imperial, la emperatriz Sisí’.
Si sucede la opción a, al pescador se lo tragará una ballena después de un coito épico sobre la cima del Montgó. Y si ocurre la opción b, la heredera machacará mi corazón y me abandonará por un discípulo de Llados que jamás conocerá su pasado como hetero curiosa, pero con el que amanecerá a las cinco de la mañana para frotarse con hielo y hacer flexiones en la proa de ‘Nuestra alteza imperial, la emperatriz Sisí’. Y, sin embargo, continuaré mi carrera como librera, lograré, –por fin después de tantos años– hablar con fluidez en valenciano y mi existencia se perpetuará bajo la banda sonora de una película de Wes Anderson mientras compro naranjas en el mercado del pueblo para cargarlas en una bicicleta. Una vida tranquila, con lectura infinita y las mejores verduras de la comarca.
Tremendo párrafo barroco que os he plantado a bocajarro.
Perdonadme, es la desesperación bullendo en mis venas sobre mi incierto futuro laboral y de habitabilidad.
Una en soledad, se da cuenta de que todo se escurre entre sus manos. Que con quién de verdad estoy emputada es contra mí misma. Por, no sé, no haber sido más inteligente más brava más ágil. Por no desplegar mi tienda y mi talento en otros lares más proclives al progreso. Ahora veo el futuro, y no solo lo atisbo incierto. Me vislumbro desesperanzada, el chiste muere y no me sacudo del agobio de saberme una inútil en un sistema que me quiere devorar.
No he sido precisamente vaga, así que... ¿dónde está el fruto de mi esfuerzo para que yo lo vea y lo toque? ¿Dónde está la vida segura que me prometí a mi misma? Otra reminiscencia a lo vivido y, de nuevo como Cillian Murphy, confirmo que me he pasado los últimos cinco años matándome a escribir (una novela, dos poemarios, artículos, un principio de ensayo/crónica, un recopilatorio de cuentos) mientras mantenía otro trabajo a media jornada y... ¿de qué me ha servido? Evidentemente, por el arte una debe sacrificar según qué cosas. Todo llega a su límite y la vena pragmática de mi hermana debería de anunciar su aparición. Ahora mismo, mi paso por Dénia se asemeja más a una divorciada/viuda de 1897 que se da cuenta que no ha ahorrado nada y suspira al mar, pensando que dónde mierdas se ha ido su juventud, sus sueños y sus pesetas. Ya no hay gorgoritos ni ganas de romantizar comprar naranjas y leer en el paseo marítimo a Chotaro Kawasaki.
Hay una parte de mí que atisba la tentación de recrear comportamientos de mis veintipocos: ponte hasta el orto hasta que todo pase. Volver a trabajar en un fondo de inversión, puedo chapar el portátil y fingir hasta sangrar. Soy capaz, ya he demostrado que soy capaz. Matar mi yo-escritoria de la bohemia dubiduguá con ínfulas de vivir de la cultura, cerrar la boca y acuchillar la creatividad dentro de mí.
Solo quiero un hogar donde escribir y que cese la caída de mi pelo por ansiedad. Quiero que muera esta constante fuerza interna, que me hace tozuda y me hace insistir contra las paredes, solo porque necesito sentirme escogida por lo que sea. Algo que me demuestre que valgo la pena por encima de mi propio pensamiento. Y que con la fuerza de mis manos retuerzo la profecía que me he autoimpuesto. No merezco tranquilidad, no merezco amor y yo jamás me voy a escoger. Huelo, como los perros truferos, mucha mierda para tan poca trufa. Y la trufa que busco, esa que debería ser usada para sostenerme y completarme como persona adulta funcional en este siglo, no aparece por ningún puto bosque.
Creo que nadie me ha roto tanto el corazón como yo misma y creo que no haber escogido otra profesión me ha jodido la vida hasta la médula.
Y sin embargo.... en este borbotón de regurgite, batallando por darle a este monólogo un cierre contundente con metales y contrabajos al nivel de Mahler. Una clausura a esta armonía disonante con contraste de extremos no requeridos, le envío un audio a mi amiga Daniela preguntándole si se sojuzgará demasiado la mezcolanza narrativa de pensamientos sobre mi vagina, sobre desvelar mis vínculos parentales o abrirme en canal de manera gratuita (literal) y si debería simplemente sudar ovarios o no publicarlo. Y de pronto, súbitamente de repente de la calma más absoluta, una tormenta de relámpagos.
El relámpago se extiende, pero no resuena, y el trueno retumba, no ilumina. En mi playlist titulada ‘Retales para Sustrat’ se asoma la canción ‘Guess who I saw in Paris’, pero que tardo medio minuto en darme cuenta que no canta una latinoamericana diciendo: quesuavesoyenparis (pronunciado como Paris Geller, no como París-Francia, en castellano) sino Buffy Sainte-Marie. Y me acerco al ventanal, observo como el mar resplandece durante dos segundos y la oscuridad se traga todo, y de nuevo, un cuchillo eléctrico parece abrir aguas. Todo fluye de manera precisa, impetuosa.
Imaginaos una magnífica tormenta de rayos sobre el mar mediterráneo como cierre de este desvarío. Imaginaos que por una vez no guardo ningún tipo de remache para un cierre. Da igual. Tras la tormenta silenciosa, acude una lluvia torrencial. Y pienso que esta mañana me disponía a limpiar los ventanales en profundidad, pero que me he distraído leyendo un cuento de Angela Carter para inspirarme y que bueno, por fin algo de buena fortuna. Parece que, por una vez en mi vida, no he perdido el tiempo realizando una tarea que no servirá de nada y ha resultado de manera casual convertirme en pragmática, al ahorrarme un esfuerzo vano.
Y me quedo ahí durante los 40 minutos que dura, embobada con este fenómeno natural que acumula belleza y terror a partes iguales. Sin realizar ninguna tarea, más allá de observar y tomar nota para escribir después. Me sobreviene uno de mis poemas favoritos, así tan derepench como la dichosa tormenta. En una bruma de recuerdos de pubertad, mi vagina me susurra: ¿te acuerdas de aquel poema que...?
¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?
¿No cesará esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?
Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.
Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.
Collins, traduce:
No regreso ni muerta al fondo de inversión, va a tocar joderme con la poesía y las palabras hasta que mi hermana me acoja en sus moradas. Y agur, mis cervatillas desventuradas. Miguel Hernández, siempre hot para la revolución y para soplar los corazones.
PD: Comprad en masa mi libro, suscribíos de manera torrencial a sustrato. Ayudad a esta pendeja que vuelve a sufrir la aciaga tortura de pagar un alquiler en Madrid. Dadme trabajo como escritora gracioseta.
Un beset.
PD2: Nunca os olvidéis de los pies de página.
----
1 Después de usted.
2 Tell-All. ¿2013? Chuck Palahniuk.
3 Rosalía ha afirmado que reivindica el celibato. Robo chiste de twitter: Rosi, mi cultura no es tu disfraz. Gracias. Por cierto, lo único que voy a declarar sobre la patata caliente del momento aka Lux beata 物の哀れ, es que Juan Gabriel hubiese realizado un dueto con ella. Punto. Cierro opinión.
4 Puf, me doy cuenta de que he sido mi madre TANTAS veces que debería empezar a mandar cartas de disculpa.
5 Checad su primer texto publicado en este, nuestro adorado Sustrato.
6 El síndrome de Electra toma su nombre de un pasaje de la Orestíada. Electra y Orestes son dos chiquitos que se toman la justicia por su mano, se cargan a su madre (Clitemnestra) ya que antes ésta, mandó a su padre -y marido- a masticar malvas y se echó un amante. Ojo, no tienen en cuenta que su padre, Agamenón (el progenitor y rey de Argos), aparte de ser un desgraciado y un sinvergüenza violador, rajó el cuello de su propia hija (Ifigenia, hermana de Electra y Orestes) para poder partir a Troya a sacar el pecho de gallito y saquear la ciudad. Definitivamente, ninguno de lxs hermanxs tuvo empatía con su madre y solo apreciaron el pedestal que le habían otorgado al progenitor.
7 Sobre el final alternativo de Guerra y Paz: Un consejo, no os compréis la versión de bolsillo de Penguin Random House. No-lo-hagáis. Por qué os pasará como a mí, que después de perder mi versión extendida de la adolescencia, encontré una más portátil y después de estar dos semanas re-devorando un libro de más de mil páginas me encuentro con que un hecho clave del final (Spoiler: en este pinche libro el príncipe Andrei Bolkonski no muere y de desajusta lo subyacente de la trama Natasha-Pierre, en mi opinión). Eso se avisa, se avisa carajo. Como podéis ver, sigo en plena catarsis por escritura de todos mis emputes. Todos y cada uno de ellos. Te sigo odiando, Pierre Bezhukhov por ser tan lerdo. Ojalá se invirtiese tu sino y el del Andrei.
8 Término inventado por Isa Calderón de Deforme Semanal