yo que fui tormenta, yo que fui tornado, yo que fui volcán... ahora soy un volcán apagado

En los últimos años he creído que expresar y abrazar mi vulnerabilidad significaba un acto poderoso

  1. San Petersburgo es nuestra cabeza...

Últimamente, la sensación descarriada y errante define mi persona. Cada vez que sobreviene un bucle de ansiedad-en-soledad recurro a un tratado de la historia cultural de Rusia que se titula: El baile de Natasha.

Давайте сделаем это!  

Iniciemos de nuevo, la quejumbre nihilista, en este mismo instante, en el que me encuentro pre-menstrual y al borde de aullar por la ventana, voy a compartiros el párrafo de inicio: 

‘Una neblinosa mañana de la primavera de 1703 una docena de jinetes rusos cabalgaban por las desoladas y yermas tierras pantanosas donde el río Nevá desemboca en el mar Báltico’. 

Precioso, tolstoniano y pushkiniano. Divino. 

Como de momento no puedo ejercer mi chochocentrismo1 con este tratado, me cuesta un chingo avanzar. A pesar de la fascinación, mi mente de treintañera ya no avanza con soltura. 

Cuando me aburro y me desconcentro, agarro el otro libro que he colocado al lado, el diario de Anaïs Nin (1931-1934). He regresado a diseccionar la obra de Anais Nin a trompicones. Regreso para saciar mi chochocentrismo. Solo soy una chica que quiere sentirse identificada con una escritora cuya obra se basa en realizar autopsias continuas a su existencia, en ofrecer su intimidad como bombones ferrero Rocher.  Ahí me atrapaste, Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell, yo me entrego a tu legado. 

¿Hacia dónde vamos, os preguntaréis? 

Llevo dos semanas sin ser el lápiz más afilado del estuche. Solo se me da bien hacer ejercicio moderado, decir que no quiero beber alcohol para acto seguido consumirlo y escuchar a Carmen Lancho en bucle.  Me repito, llevo mucho tiempo sin ser yo misma. Y me toca cavar en la identidad de las que me precedieron, para descifrar mi propio palimpsesto. Me difumino por momentos y no sé qué se ha borrado, por eso...después de Rusia, de Anaïs, llega... José José:

‘Yo que fui tormenta, yo que fui tornado, yo que fui volcán... ahora soy un volcán apagado.’

  1. Pero Moscú es nuestro corazón.

De nuevo. Un título, un post it en el espejo: Llevo mucho tiempo sin sentirme yo misma. 

Vendrá la muerta y no tendrá mis ojos. 

Aunque, he de admitir que me he restringido de ser yo misma desde los cuatro años. ¿y quién sí? ¿No os pasa? ¿Vuestra personalidad de ahora no se compone de parches de agujeros vitales? ¿No? ¿no sufrís de estrés post traumático occidental? ¿no os la pasáis sobreviviendo sobre la urbe y la precariedad? ¿No nos encontramos esperando como urracas a saber sobre quién ha ganado el Nobel para proclamar que ya hemos leído a quién sea que gane esos once millones de coronas suecas? ¿Voy a establecer el uso de las preguntas retóricas para pasar siempre a otro párrafo y avanzar en el texto?

Ah, bueno.  Sí, joder. 

Quería escribir un texto contundente sobre las acometidas narrativas2 a mis circunstancias. Quería ser expresamente graciosa en hablar de mis conductas y travesías personales del último mes. Hablar de diversas agresiones, quería llevar a cabo una propuesta sobre cómo analizar mediante la historia cultural rusa – repito:  obsesionada con ‘el baile de Natasha’ de Orlando Figes y releyendo Guerra y Paz de nuevo. Echate pa’ atrás por siempre, Pierre, masónico torpe. - y el punto de vista de Anaïs Nin según sus diarios. No dejar de patentar una originalidad divertida, mantenerme al borde del filo y escudarme en lo mordaz. Soy consciente de mi herida, de las que he causado y de la desnutrición de autoestima en la que me encuentro. Me hubiera gustado desarrollar ese artículo al que iba a titular: ‘Un bestiario impune’ o ‘un ramillete de banalidades que erosionan’. Pero, aquí quién me lea, entenderá que la palabra impune ha quedado reescrita antes los últimos acontecimientos históricos y que sería una falta de respeto por mi parte. Por si acaso se nos olvida un micro segundo: el estado ilegítimo de Israel continúa cometiendo crímenes y efectúa un genocidio con total impunidad.  El  hipócrita alto al fuego ha sido quebrantado. 

Utilizaré, entonces, la siguiente clasificación: acometidas personales sin resolver contra mi persona. 

Retomemos el hilo de Anaïs. Gracias a la creación de San Petersburgo y a la intentona de los decembristas, a la abolición de lxs siervxs y al personaje de Levin (Anna Karenina) por existir. 

Todas las fotos son de Elena
  1. –No lo tomes demasiado en serio–dijo Henry (Miller)–. Le encanta la tragedia.

¿Cuáles son esas acometidas, Rocío Collins? Bueno, ya que me preguntáis, os lo contaré: 

Un fascista me lanzó piedras con un jersey de Lacoste cubriéndole la cara a las tres de la mañana. La Caye Borroka ataca de nuevo. ¿cómo supe que era facha? Bueno llevaba la cara envuelta en un jersey de polo y calzaba mocasines. Y sus ojos relucían con odio contra la razón de sus pedradas: mi bandera inclusiva en el balcón. Otro día desperté con huevos en ese mismo balcón. Este verano también me reventaron el retrovisor del coche a patadas (o con algún otro objeto que sirvió para el ensañamiento). Entraron a robar en mi casa, abrieron cada recodo de mi cuarto y se llevaron unos pendientes que se escondían entre mis bragas. Se llevaron mi marihuana (entre muchos otros más enseres) y rechupetearon la ventosa para pegar el peluche de un Snorlax3 que ganamos Carmela y yo en la feria de San Isidro (gracias por la anécdota, supongo). 

Y al día siguiente, un examigo prácticamente me tiró un guante a la cara, para recordarme el título de idiota que me he ganado este año (o los últimos dos, para que vamos a engañarnos). Metafóricamente hablando, aclaro. Ni siquiera es capaz de hablarme para retarme a un duelo a la medida de un conflicto no gestionado. O de dirigirme la palabra para comentarme qué puñetas pasa. Rétame a un duelo, joder, Eugenio Onegin. Otórganos al menos un camino de redención. 

Resumen: un estupendo regalo para encontrar consuelo ante tan amañada existencia de ciudadana en Españita.

  1. Fragmento de la carta de Tatiana (Onegin, Pushkin): Al principio pensé que no era el momento de hablar; créeme: ni siquiera sabrías el nombre de mi vergüenza.

 Necesitaba una insurrección que socavase mi pena por la pérdida de una amistad, deseaba sacudirme la suciedad de sentir que alguien ha entrado en mi hogar y me ha husmeado hasta en las bragas. 

Lo de la furia no desatada ante los ataques cayetanos contra mi hogar, la frustración por no haber bajado y pegado un puñetazo a ese enclenque cobarde, que se quedó en calidad de piedra pómez en cuanto asome mi cara por la ventana al grito de: ¿qué coño haces, pedazo de gilipollas? Lo sé, me hubiera gustado ser más ingeniosa. Lanzarle alguna pullita marxista o shakesperiana. Lo que vino después tampoco lo mejora. Me sostuvo la mirada sí, pero cuando ya no se pudo estirar le grite: espérate ahí, que voy por mi móvil a llamar a la policía. Y claro, evidentemente, se fue a dormir a su casa (la cual seguro que se encuentra en mi misma manzana). 

Lo de los huevos ni me enteré, lo advertí días después.  Limpiar huevos estrellados contra ladrillo, después de varios días, es el equivalente a zurcir con una lanza otomana una sábana de satén.  Dejémoslo ahí. 

Lo del retrovisor, mira, una putada, pero me esfuerzo en no tomármelo a lo personal. Casualidades del destino. No vamos a pensar que un vecino me continúa puteando para que me vaya del piso y descuelgue la banderita que indica mis intereses políticos en esta vida mortal. Porque, amigue, no va a pasar. Ya puedes rociarme con orines que batallaré de vuelta y en cuanto averigüe quién eres forraré tu puerta de tampones usados. 

Lo de entrar a robar a mi morada... bueno, se arrejuntan varias cuestiones. Lo primero, la sensación de vigilancia a mis compañeras de piso y a mí. Que alguien desconocido atienda a observar cuando entras o sales para asegurarse de un camino despejado, cuanto menos se me antoja malrollero. Creo que a Anaïn (y a mí misma) nos intriga más la idea de hacer un cuestionario a lxs ladrones para descubrir cómo se nos vislumbra desde un ojo desconocido. Preguntas como: ¿Os gustaron mis libros? ¿Os parecí una chica lista? ¿Mis braguitas os parecieron bonitas? ¿Qué podríais dilucidar de mi persona observando mi cuarto? ¿Qué tres adjetivos/cualidades/defectos nombraríais de la persona que habita este lugar? ¿Combina mi armario con la personalidad que ofrezco en mis estanterías? ¿cambiaríais la lámpara de la mesita de noche?  En cambio, como miembra del imperio ruso me reajustaría la casaca, rizaría la barba y sentenciaba: 

‘A Katorga. Pero os dejo llevaros mi marijuanis. No soy una esbirra de Stalin, yo soy Troskiana. Guardo compasión.’ 

Fuera del chiste, lo del manoseo -aun con guantes como clarificó la policía forense- me amedrenta y es algo que no se puede limpiar con palo santo. Pero igual hay una pugna, una oda a la excreción que se ha realizado y, tal y como me he aplicado a mí misma, nos hemos blindado con acero para evitar cualquier otro asalto.  Acoraz-hadas Potemkin.4 

Lo del amigo.  Uff, aquí, lo siento me voy a explayar. La punta del iceberg en mi herida existencial.  Abrimos parlamento, confesión y santiguación de perorata. Dentro monólogo interior: 

Rocío Collins, soliloquio en Acto III, última escena.

Tengo que desconocer a una persona que afirmó con mi diario entre sus manos que se iría conmigo a cualquier parte del mundo. 

Os desaconsejo desconocer a alguien al que apreciabais y respetabais, después solo querréis tumbarle de una bofetada.

Alguien que disecciona las palabras como yo, una obsesionada del subtexto y una migajera de instantes trascendentales, jamás podría olvidar algo así. En su exenta e indiferencia hacia mi propia persona reside el escozor de una herida reabierta por alguien a quién se la enseñé con cuidado y cariño.  Cómo reflexionamos  hacia nuestras acciones cuestionables: ¿Consideras que has estado a la altura? ¿Estuviste a la altura tú? ¿y yo? Creo que ningunx de lxs dos.  Así que, desde este rincón de sustrato, te abro de nuevo mi corazón, te pido perdón y nos recago a la chingada, pedazo de idiota.

Hablé con una amiga, me ha roto el corazón le dije (en julio). Y no porque estuviera enamorada precisamente. Una siente su corazón roto cuando ve cómo se le ha mostrado a alguien las múltiples formas de ocasionar daño, y pasito por pasito, se van ejecutando. Transformamos un vínculo seguro en otra forma de apedrearme a mí misma, otra manera de eviscerarme y de arrepentirme por haber abierto una ventana a alguien (again). Y soy consciente de que en esta situación cometí un error y yo también traicioné la confianza.

 No obstante, como dijo Belen Esteban:

¡Ni que fuera yo Bin Laden!

(ni que yo fuera quien retiene las cintas de Epstein)

Como dijo Segismundo: 

¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice! Apurar, cielos, pretendo ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo! 

(Ai, mísera de mí. Ai infelice. Apurar, dioses de la disculpa, pretendo ya que me tratáis así, que delito cometí contra vos rajando!)

 Fue feo y la culpabilidad me ha carcomido hasta en este instante en el que andaré releyendo el artículo para generar más minutos de lectura en Sustrato. Hola del futuro yo, ¿Cómo se siente tener remordimientos aún? Por favor, decidme que se me perdona -o me indulto-  en este universo o en el paralelo, donde vivimos todas en paz y armonía con los deseos satisfechos y liberadas de opresiones patriarcales, fascistas, xenófobas o clasistas.

Yo me perdono, pero no olvido (mis pecados).  La teoría en la que me amparo... ambxs prendimos fuego a Moscú para no echar la vista atrás y observar cómo los franceses liderados por Napoleón sitiaban la ciudad.  Au revoir! Пока!

  1. ‘No soy yo, no es de mí de quien escribe. Es una distorsión’: lloró June (Miller).

 Un recuerdo de que Anaïs, pese a todo, era gata ronroneante y no atacaba, ella se mantenía suave como el terciopelo encontrando en la mera existencia humana, una posibilidad para el pendoleo pacífico y la curiosidad placentera. De todo se aprende y nada resta.  Querida Anaís, j’acusse toi de cabrona. Querida Anaïs, me escamo en envidia. Ojalá robarte la tranquilidad diaria. 

Yo soy una gata con esquizofrenia y mal talante si me comparo con esta dama. Entre mis múltiples defectos, cuento una tremenda verborrea verbal, el título de bocarrana (sobre todo cuando llevo varias copas encima) y la manía re-pensar cada pensamiento irregular. 

 Tiendo a transformarme en bestia agresiva en el punto donde me atacan. Ahí me pierdo, me ciega la ira y se despliegan las palabras como un látigo en mi lengua. No me amparo en la violencia física, me instruyo en el despliegue del diccionario para utilizarlo como dardos contra mi agresor. Aguanto una humillación (sobre todo las que me origino yo misma), pero cuando noto el cuchillo tenso en las costillas, tardo menos de un suspiro en morder con furia la mano que empuña el arma. Una reacción. Emputada, me considero peligrosa. Sobre todo, si alcanza las dimensiones personales, es decir, si yo misma le he regalado el puñal a la persona que me lo ha ensartado. Solo ha sucedido tres veces los tres últimos años.  Soy grecolatina, de sentimientos tejidos en la mitología. Escribo poemarios  mitológicos donde interpreto a una mujer vulnerada con una furia que reverbera a cada palabra. Sin ser mi atacante un héroe gris ni yo una diosa compasiva. 

Mi poder reside en las palabras y en su dirección. El resto se remienda en símbolos y especulación.  O en clavarme los estiletes yo misma, a falta de acción externa.  

No obstante, cuando acontece el invierno eslavófilo y se asoman las primeras noches blancas (sin ira ni rencor), lo que me sacude es la pena. Y todo pasa, pero duele.  Mantened la esperanza yo en el 2023 evisceré a alguien en un poema. Ahora lo leo y me deja fría. Más que un exilio en Siberia. Más que un chapuzón en el lago Ladoba. Todo pasa, se disipa. 

Así desolada tras el fragor, me encuentro titubeante.  ¿Debo blindarme y recabar mi verdadera personalidad? Realizarme de nuevo una autopsia, ver exactamente qué me duele y quién soy. Dime, Anaïs, ¿debo matar al padre o acostarme con él?

Epílogo: ‘Fue entonces cuando llegó June y respondió a las ansias de mi imaginación y me salvó. O me mató quizá, pues ahora avanzo por un camino de locura.’

En los últimos años he creído que expresar y abrazar mi vulnerabilidad significaba un acto poderoso. Pero últimamente mi único deseo es construir una muralla de ocho metros de ancho para que nadie vuelva a encontrarme jamás. Coserme un miriñaque de acero y aprender a esquivar la vergüenza que acompaña a la humillación.

Encuentro consuelo en las versiones que vislumbro de lo que creo que debería ser, de cómo anhelaría transformarme. La proliferación de versiones resulta casi patológica. Podría resumirse así:

Enriquecerme en sabiduría y cautela. No escurrirme por los días sin gloria ni revolución. Convertirme en una francotiradora rusa, jamás fallar. Mantenerme erguida a través de la bruma, invulnerable. Y si soy salvaje, mantener mi ternura.
Encontrarme, alumbrarme, reorganizarme, cavar hasta el hueso, vaya. ¿Y por cuál motivo?

Debo —como la aristocracia rusa del siglo XIX— olvidarme del francés y comer col hervida mientras aprendo mi idioma natal y reinvento mi propio dialecto para concretar mi paso por la tierra.

En definitiva, mantenerme firme ante la mella.


Mi vulnerabilidad me espanta, pero me reconstruye. Lo sé.

Anaïs dijo: “Quizás hemos construido un concepto equivocado de plenitud…”

A estas alturas del texto debería haber quedado implícita la unión de la herencia rusa —con su blindaje y sus carencias— y la introspección opulenta de Nin: ambas pulsiones para lograr habitar mi brecha. 

Por dios, olvidarme del francés y de la cadencia victimista.  

Esta distribución narrativa se asemeja. con la misma consistencia y coherencia, a un ballet de Stravinsky. Así fui criada y formada: a base de truenazos combinados con el sosiego. Para fallar en el primer intento, para lucir condesa rusa en el exilio y para continuar obsequiando dagas que me generen textos viscerales. 

Carmen Lancho, Stravinsky, José José.

¿He encontrado redención, solo lucidez, o voy a mantenerme en la autodestrucción poética? ¿Por qué me duele más la pérdida de un amigo que una violación a mi espacio personal? ¿Tengo yo derecho a sentirme ultrajada si yo también he ultrajado a otrxs? 

Ni pinche idea.  

Ahora solo sé que al final he terminado transformada en un  volcán regurgitado. 

---

1 Chochocentrismo: término ya mencionado en artículos anteriores, véanse: Mi semana de descanso y relajación en Chamartín accesibles acá en Sustrato pinchando en mi nombre. En este caso, concreto, el chochocentrismo se me complica con sentirme identificada con el tratado académico, que aquí se aplica a que aún no me puedo identificar con nadie o nada aún, ya que nos encontramos en la parte de creación de la Rusia europea en los siglos XVII, XVIII, XIX. Si no me confundo. 

2 En mis notas de creación, literalmente escribí: encontrar algo gracioso y ligero para explicar que no son agresiones físicas o emocionales de gravedad, solo asaltos impunes ¿leves? a mi persona que me tambalean de manera momentánea, pero que resultan un incordio y ya se hace pesado mi desarrollo de personaje. 

3 Un pokemon.

4 Nueva muletilla juvenil usada siempre que la palabra acabe en ada. Desquici-hada, extasi-ada. Personalmente prefiero cuando el chiste lo hacíamos con Ada Colau. Desquici-ada Colau, Acoraz-ada Colau viva. Los tiempos cambian. Las modas se extinguen y yo sigo ancla-hada en el pasado. 

sustrato funciona gracias a las aportaciones de lectores como tú, que llegas al final de los artículos. Por eso somos de verdad independientes.

Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES
Interiores
yo que fui tormenta, yo que fui tornado, yo que fui volcán... ahora soy un volcán apagado
En los últimos años he creído que expresar y abrazar mi vulnerabilidad significaba un acto poderoso
  1. San Petersburgo es nuestra cabeza...

Últimamente, la sensación descarriada y errante define mi persona. Cada vez que sobreviene un bucle de ansiedad-en-soledad recurro a un tratado de la historia cultural de Rusia que se titula: El baile de Natasha.

Давайте сделаем это!  

Iniciemos de nuevo, la quejumbre nihilista, en este mismo instante, en el que me encuentro pre-menstrual y al borde de aullar por la ventana, voy a compartiros el párrafo de inicio: 

‘Una neblinosa mañana de la primavera de 1703 una docena de jinetes rusos cabalgaban por las desoladas y yermas tierras pantanosas donde el río Nevá desemboca en el mar Báltico’. 

Precioso, tolstoniano y pushkiniano. Divino. 

Como de momento no puedo ejercer mi chochocentrismo1 con este tratado, me cuesta un chingo avanzar. A pesar de la fascinación, mi mente de treintañera ya no avanza con soltura. 

Cuando me aburro y me desconcentro, agarro el otro libro que he colocado al lado, el diario de Anaïs Nin (1931-1934). He regresado a diseccionar la obra de Anais Nin a trompicones. Regreso para saciar mi chochocentrismo. Solo soy una chica que quiere sentirse identificada con una escritora cuya obra se basa en realizar autopsias continuas a su existencia, en ofrecer su intimidad como bombones ferrero Rocher.  Ahí me atrapaste, Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell, yo me entrego a tu legado. 

¿Hacia dónde vamos, os preguntaréis? 

Llevo dos semanas sin ser el lápiz más afilado del estuche. Solo se me da bien hacer ejercicio moderado, decir que no quiero beber alcohol para acto seguido consumirlo y escuchar a Carmen Lancho en bucle.  Me repito, llevo mucho tiempo sin ser yo misma. Y me toca cavar en la identidad de las que me precedieron, para descifrar mi propio palimpsesto. Me difumino por momentos y no sé qué se ha borrado, por eso...después de Rusia, de Anaïs, llega... José José:

‘Yo que fui tormenta, yo que fui tornado, yo que fui volcán... ahora soy un volcán apagado.’

  1. Pero Moscú es nuestro corazón.

De nuevo. Un título, un post it en el espejo: Llevo mucho tiempo sin sentirme yo misma. 

Vendrá la muerta y no tendrá mis ojos. 

Aunque, he de admitir que me he restringido de ser yo misma desde los cuatro años. ¿y quién sí? ¿No os pasa? ¿Vuestra personalidad de ahora no se compone de parches de agujeros vitales? ¿No? ¿no sufrís de estrés post traumático occidental? ¿no os la pasáis sobreviviendo sobre la urbe y la precariedad? ¿No nos encontramos esperando como urracas a saber sobre quién ha ganado el Nobel para proclamar que ya hemos leído a quién sea que gane esos once millones de coronas suecas? ¿Voy a establecer el uso de las preguntas retóricas para pasar siempre a otro párrafo y avanzar en el texto?

Ah, bueno.  Sí, joder. 

Quería escribir un texto contundente sobre las acometidas narrativas2 a mis circunstancias. Quería ser expresamente graciosa en hablar de mis conductas y travesías personales del último mes. Hablar de diversas agresiones, quería llevar a cabo una propuesta sobre cómo analizar mediante la historia cultural rusa – repito:  obsesionada con ‘el baile de Natasha’ de Orlando Figes y releyendo Guerra y Paz de nuevo. Echate pa’ atrás por siempre, Pierre, masónico torpe. - y el punto de vista de Anaïs Nin según sus diarios. No dejar de patentar una originalidad divertida, mantenerme al borde del filo y escudarme en lo mordaz. Soy consciente de mi herida, de las que he causado y de la desnutrición de autoestima en la que me encuentro. Me hubiera gustado desarrollar ese artículo al que iba a titular: ‘Un bestiario impune’ o ‘un ramillete de banalidades que erosionan’. Pero, aquí quién me lea, entenderá que la palabra impune ha quedado reescrita antes los últimos acontecimientos históricos y que sería una falta de respeto por mi parte. Por si acaso se nos olvida un micro segundo: el estado ilegítimo de Israel continúa cometiendo crímenes y efectúa un genocidio con total impunidad.  El  hipócrita alto al fuego ha sido quebrantado. 

Utilizaré, entonces, la siguiente clasificación: acometidas personales sin resolver contra mi persona. 

Retomemos el hilo de Anaïs. Gracias a la creación de San Petersburgo y a la intentona de los decembristas, a la abolición de lxs siervxs y al personaje de Levin (Anna Karenina) por existir. 

Todas las fotos son de Elena
  1. –No lo tomes demasiado en serio–dijo Henry (Miller)–. Le encanta la tragedia.

¿Cuáles son esas acometidas, Rocío Collins? Bueno, ya que me preguntáis, os lo contaré: 

Un fascista me lanzó piedras con un jersey de Lacoste cubriéndole la cara a las tres de la mañana. La Caye Borroka ataca de nuevo. ¿cómo supe que era facha? Bueno llevaba la cara envuelta en un jersey de polo y calzaba mocasines. Y sus ojos relucían con odio contra la razón de sus pedradas: mi bandera inclusiva en el balcón. Otro día desperté con huevos en ese mismo balcón. Este verano también me reventaron el retrovisor del coche a patadas (o con algún otro objeto que sirvió para el ensañamiento). Entraron a robar en mi casa, abrieron cada recodo de mi cuarto y se llevaron unos pendientes que se escondían entre mis bragas. Se llevaron mi marihuana (entre muchos otros más enseres) y rechupetearon la ventosa para pegar el peluche de un Snorlax3 que ganamos Carmela y yo en la feria de San Isidro (gracias por la anécdota, supongo). 

Y al día siguiente, un examigo prácticamente me tiró un guante a la cara, para recordarme el título de idiota que me he ganado este año (o los últimos dos, para que vamos a engañarnos). Metafóricamente hablando, aclaro. Ni siquiera es capaz de hablarme para retarme a un duelo a la medida de un conflicto no gestionado. O de dirigirme la palabra para comentarme qué puñetas pasa. Rétame a un duelo, joder, Eugenio Onegin. Otórganos al menos un camino de redención. 

Resumen: un estupendo regalo para encontrar consuelo ante tan amañada existencia de ciudadana en Españita.

  1. Fragmento de la carta de Tatiana (Onegin, Pushkin): Al principio pensé que no era el momento de hablar; créeme: ni siquiera sabrías el nombre de mi vergüenza.

 Necesitaba una insurrección que socavase mi pena por la pérdida de una amistad, deseaba sacudirme la suciedad de sentir que alguien ha entrado en mi hogar y me ha husmeado hasta en las bragas. 

Lo de la furia no desatada ante los ataques cayetanos contra mi hogar, la frustración por no haber bajado y pegado un puñetazo a ese enclenque cobarde, que se quedó en calidad de piedra pómez en cuanto asome mi cara por la ventana al grito de: ¿qué coño haces, pedazo de gilipollas? Lo sé, me hubiera gustado ser más ingeniosa. Lanzarle alguna pullita marxista o shakesperiana. Lo que vino después tampoco lo mejora. Me sostuvo la mirada sí, pero cuando ya no se pudo estirar le grite: espérate ahí, que voy por mi móvil a llamar a la policía. Y claro, evidentemente, se fue a dormir a su casa (la cual seguro que se encuentra en mi misma manzana). 

Lo de los huevos ni me enteré, lo advertí días después.  Limpiar huevos estrellados contra ladrillo, después de varios días, es el equivalente a zurcir con una lanza otomana una sábana de satén.  Dejémoslo ahí. 

Lo del retrovisor, mira, una putada, pero me esfuerzo en no tomármelo a lo personal. Casualidades del destino. No vamos a pensar que un vecino me continúa puteando para que me vaya del piso y descuelgue la banderita que indica mis intereses políticos en esta vida mortal. Porque, amigue, no va a pasar. Ya puedes rociarme con orines que batallaré de vuelta y en cuanto averigüe quién eres forraré tu puerta de tampones usados. 

Lo de entrar a robar a mi morada... bueno, se arrejuntan varias cuestiones. Lo primero, la sensación de vigilancia a mis compañeras de piso y a mí. Que alguien desconocido atienda a observar cuando entras o sales para asegurarse de un camino despejado, cuanto menos se me antoja malrollero. Creo que a Anaïn (y a mí misma) nos intriga más la idea de hacer un cuestionario a lxs ladrones para descubrir cómo se nos vislumbra desde un ojo desconocido. Preguntas como: ¿Os gustaron mis libros? ¿Os parecí una chica lista? ¿Mis braguitas os parecieron bonitas? ¿Qué podríais dilucidar de mi persona observando mi cuarto? ¿Qué tres adjetivos/cualidades/defectos nombraríais de la persona que habita este lugar? ¿Combina mi armario con la personalidad que ofrezco en mis estanterías? ¿cambiaríais la lámpara de la mesita de noche?  En cambio, como miembra del imperio ruso me reajustaría la casaca, rizaría la barba y sentenciaba: 

‘A Katorga. Pero os dejo llevaros mi marijuanis. No soy una esbirra de Stalin, yo soy Troskiana. Guardo compasión.’ 

Fuera del chiste, lo del manoseo -aun con guantes como clarificó la policía forense- me amedrenta y es algo que no se puede limpiar con palo santo. Pero igual hay una pugna, una oda a la excreción que se ha realizado y, tal y como me he aplicado a mí misma, nos hemos blindado con acero para evitar cualquier otro asalto.  Acoraz-hadas Potemkin.4 

Lo del amigo.  Uff, aquí, lo siento me voy a explayar. La punta del iceberg en mi herida existencial.  Abrimos parlamento, confesión y santiguación de perorata. Dentro monólogo interior: 

Rocío Collins, soliloquio en Acto III, última escena.

Tengo que desconocer a una persona que afirmó con mi diario entre sus manos que se iría conmigo a cualquier parte del mundo. 

Os desaconsejo desconocer a alguien al que apreciabais y respetabais, después solo querréis tumbarle de una bofetada.

Alguien que disecciona las palabras como yo, una obsesionada del subtexto y una migajera de instantes trascendentales, jamás podría olvidar algo así. En su exenta e indiferencia hacia mi propia persona reside el escozor de una herida reabierta por alguien a quién se la enseñé con cuidado y cariño.  Cómo reflexionamos  hacia nuestras acciones cuestionables: ¿Consideras que has estado a la altura? ¿Estuviste a la altura tú? ¿y yo? Creo que ningunx de lxs dos.  Así que, desde este rincón de sustrato, te abro de nuevo mi corazón, te pido perdón y nos recago a la chingada, pedazo de idiota.

Hablé con una amiga, me ha roto el corazón le dije (en julio). Y no porque estuviera enamorada precisamente. Una siente su corazón roto cuando ve cómo se le ha mostrado a alguien las múltiples formas de ocasionar daño, y pasito por pasito, se van ejecutando. Transformamos un vínculo seguro en otra forma de apedrearme a mí misma, otra manera de eviscerarme y de arrepentirme por haber abierto una ventana a alguien (again). Y soy consciente de que en esta situación cometí un error y yo también traicioné la confianza.

 No obstante, como dijo Belen Esteban:

¡Ni que fuera yo Bin Laden!

(ni que yo fuera quien retiene las cintas de Epstein)

Como dijo Segismundo: 

¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice! Apurar, cielos, pretendo ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo! 

(Ai, mísera de mí. Ai infelice. Apurar, dioses de la disculpa, pretendo ya que me tratáis así, que delito cometí contra vos rajando!)

 Fue feo y la culpabilidad me ha carcomido hasta en este instante en el que andaré releyendo el artículo para generar más minutos de lectura en Sustrato. Hola del futuro yo, ¿Cómo se siente tener remordimientos aún? Por favor, decidme que se me perdona -o me indulto-  en este universo o en el paralelo, donde vivimos todas en paz y armonía con los deseos satisfechos y liberadas de opresiones patriarcales, fascistas, xenófobas o clasistas.

Yo me perdono, pero no olvido (mis pecados).  La teoría en la que me amparo... ambxs prendimos fuego a Moscú para no echar la vista atrás y observar cómo los franceses liderados por Napoleón sitiaban la ciudad.  Au revoir! Пока!

  1. ‘No soy yo, no es de mí de quien escribe. Es una distorsión’: lloró June (Miller).

 Un recuerdo de que Anaïs, pese a todo, era gata ronroneante y no atacaba, ella se mantenía suave como el terciopelo encontrando en la mera existencia humana, una posibilidad para el pendoleo pacífico y la curiosidad placentera. De todo se aprende y nada resta.  Querida Anaís, j’acusse toi de cabrona. Querida Anaïs, me escamo en envidia. Ojalá robarte la tranquilidad diaria. 

Yo soy una gata con esquizofrenia y mal talante si me comparo con esta dama. Entre mis múltiples defectos, cuento una tremenda verborrea verbal, el título de bocarrana (sobre todo cuando llevo varias copas encima) y la manía re-pensar cada pensamiento irregular. 

 Tiendo a transformarme en bestia agresiva en el punto donde me atacan. Ahí me pierdo, me ciega la ira y se despliegan las palabras como un látigo en mi lengua. No me amparo en la violencia física, me instruyo en el despliegue del diccionario para utilizarlo como dardos contra mi agresor. Aguanto una humillación (sobre todo las que me origino yo misma), pero cuando noto el cuchillo tenso en las costillas, tardo menos de un suspiro en morder con furia la mano que empuña el arma. Una reacción. Emputada, me considero peligrosa. Sobre todo, si alcanza las dimensiones personales, es decir, si yo misma le he regalado el puñal a la persona que me lo ha ensartado. Solo ha sucedido tres veces los tres últimos años.  Soy grecolatina, de sentimientos tejidos en la mitología. Escribo poemarios  mitológicos donde interpreto a una mujer vulnerada con una furia que reverbera a cada palabra. Sin ser mi atacante un héroe gris ni yo una diosa compasiva. 

Mi poder reside en las palabras y en su dirección. El resto se remienda en símbolos y especulación.  O en clavarme los estiletes yo misma, a falta de acción externa.  

No obstante, cuando acontece el invierno eslavófilo y se asoman las primeras noches blancas (sin ira ni rencor), lo que me sacude es la pena. Y todo pasa, pero duele.  Mantened la esperanza yo en el 2023 evisceré a alguien en un poema. Ahora lo leo y me deja fría. Más que un exilio en Siberia. Más que un chapuzón en el lago Ladoba. Todo pasa, se disipa. 

Así desolada tras el fragor, me encuentro titubeante.  ¿Debo blindarme y recabar mi verdadera personalidad? Realizarme de nuevo una autopsia, ver exactamente qué me duele y quién soy. Dime, Anaïs, ¿debo matar al padre o acostarme con él?

Epílogo: ‘Fue entonces cuando llegó June y respondió a las ansias de mi imaginación y me salvó. O me mató quizá, pues ahora avanzo por un camino de locura.’

En los últimos años he creído que expresar y abrazar mi vulnerabilidad significaba un acto poderoso. Pero últimamente mi único deseo es construir una muralla de ocho metros de ancho para que nadie vuelva a encontrarme jamás. Coserme un miriñaque de acero y aprender a esquivar la vergüenza que acompaña a la humillación.

Encuentro consuelo en las versiones que vislumbro de lo que creo que debería ser, de cómo anhelaría transformarme. La proliferación de versiones resulta casi patológica. Podría resumirse así:

Enriquecerme en sabiduría y cautela. No escurrirme por los días sin gloria ni revolución. Convertirme en una francotiradora rusa, jamás fallar. Mantenerme erguida a través de la bruma, invulnerable. Y si soy salvaje, mantener mi ternura.
Encontrarme, alumbrarme, reorganizarme, cavar hasta el hueso, vaya. ¿Y por cuál motivo?

Debo —como la aristocracia rusa del siglo XIX— olvidarme del francés y comer col hervida mientras aprendo mi idioma natal y reinvento mi propio dialecto para concretar mi paso por la tierra.

En definitiva, mantenerme firme ante la mella.


Mi vulnerabilidad me espanta, pero me reconstruye. Lo sé.

Anaïs dijo: “Quizás hemos construido un concepto equivocado de plenitud…”

A estas alturas del texto debería haber quedado implícita la unión de la herencia rusa —con su blindaje y sus carencias— y la introspección opulenta de Nin: ambas pulsiones para lograr habitar mi brecha. 

Por dios, olvidarme del francés y de la cadencia victimista.  

Esta distribución narrativa se asemeja. con la misma consistencia y coherencia, a un ballet de Stravinsky. Así fui criada y formada: a base de truenazos combinados con el sosiego. Para fallar en el primer intento, para lucir condesa rusa en el exilio y para continuar obsequiando dagas que me generen textos viscerales. 

Carmen Lancho, Stravinsky, José José.

¿He encontrado redención, solo lucidez, o voy a mantenerme en la autodestrucción poética? ¿Por qué me duele más la pérdida de un amigo que una violación a mi espacio personal? ¿Tengo yo derecho a sentirme ultrajada si yo también he ultrajado a otrxs? 

Ni pinche idea.  

Ahora solo sé que al final he terminado transformada en un  volcán regurgitado. 

---

1 Chochocentrismo: término ya mencionado en artículos anteriores, véanse: Mi semana de descanso y relajación en Chamartín accesibles acá en Sustrato pinchando en mi nombre. En este caso, concreto, el chochocentrismo se me complica con sentirme identificada con el tratado académico, que aquí se aplica a que aún no me puedo identificar con nadie o nada aún, ya que nos encontramos en la parte de creación de la Rusia europea en los siglos XVII, XVIII, XIX. Si no me confundo. 

2 En mis notas de creación, literalmente escribí: encontrar algo gracioso y ligero para explicar que no son agresiones físicas o emocionales de gravedad, solo asaltos impunes ¿leves? a mi persona que me tambalean de manera momentánea, pero que resultan un incordio y ya se hace pesado mi desarrollo de personaje. 

3 Un pokemon.

4 Nueva muletilla juvenil usada siempre que la palabra acabe en ada. Desquici-hada, extasi-ada. Personalmente prefiero cuando el chiste lo hacíamos con Ada Colau. Desquici-ada Colau, Acoraz-ada Colau viva. Los tiempos cambian. Las modas se extinguen y yo sigo ancla-hada en el pasado. 

sustrato se mantiene independiente y original gracias a las aportaciones de lectores como tú, que llegas al final de los artículos.
Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES