Cuando en una fiesta se me propuso de broma que construyese un artículo sobre el Tour de Francia para Sustrato, pensé:
1. Tres Expresso Martinis son demasiados para ofertar escritura así a la balalá como si fuera yo una experta en este deporte de élite y puretas.
2. Aquí nadie se traga que yo sea fanérrima del ciclismo ni que siga con intriga según que Tours/vueltas/clásicas al año ni que me ponga a explicar que es un gregario en cuanto se menta a Jonathan Narváez.
Soy como la abuela rezando a un santo que es en realidad una figura de Gandalf que daban en el Burger King en los 2000. Pero con ciclistas, sus sueños y la incongruencia de mi fanatismo.
3. Pero, si realmente lo iba a hacer, debía empezar con esta frase:
Nunca pensé que unas twinkas heterosexuales en maillots me generarían tales sentimientos de honor, batalla y sudor.
Llegué al ciclismo tarde. No soy de deportes en general y además consideraba la tribu urbana de los ciclistas, en particular, como moscardones molestos en las travesías veraniegas playa-monte-pueblo. ¿La retransmisión? Ese típico programa de teletarde para que tus vecinos de cincuenta años se echen la siesta y jodan con el ruido de los comentadores. ¿Lxs cilistas, en suma? Gente a evitar.
Pues... llegué al ciclismo, como se aterriza en la mayoría de cosas inexplicables para una misma, por un ciego y lerdo enamoramiento1.
¿Qué es el Tour de Francia?
El Tour proporciona la experiencia de nueva epopeya, un visionado en directo de cómo se inicia o desgasta el viaje del héroe (en el Tour masculino) o la heroína (Le tour femmes). Un vestigio de alardeo perdido, un retumbe elegante y caro2.
Lo que dice Wikipedia:
El Tour de Francia (oficialmente Tour de France), también conocido simplemente como el Tour, es una vuelta por etapas profesional de ciclismo en ruta disputada a lo largo de la geografía francesa —aunque suele transcurrir parcialmente por los países vecinos—. Tradicionalmente se celebra en julio.
El de 2025: 7 etapas planas, 6 etapas de media montaña, 6 etapas de montaña, 2 contrarrelojes masculinas, 2 días de descanso. 21 etapas, 23 días.
Lo que digo yo:
Prueba deportiva monstruosa. Reality Drag Race donde los reveals3 son los plot twist de los nuevos talentos o las enfermedades contraídas por las adversidades, donde el Tourmalet4 resulta el equivalente al Reto de actuación, el Mont Ventoux al Snatch game5 y las contrarrelojes, Lipsyncs6 for your life. Un combate Pokémon donde extiendes una estrategia con tus diferentes pokémons, pero guardando a tu criatura estrella (sacando cabeza y patita, con movimiento demoledor -ese que solo tienes cinco movimientos- en el momento preciso, pero en brazos del resto que da la cara, sabiendo que la gloria se la llevará el capitán, si se pasa la Liga Pokémon, claro).
Mi drag favorita es Jynkx Monsoon; mi pokemon favorito, Ninetales y mis ciclistas favoritos en el Tour: Tadej Pogaçar y Ben Healy.

Somos lo que amamos y cuál es el porqué de los restos de aquellxs a quién hemos amado.
Barthes escribe en el prefacio de Fragmentos de un discurso amoroso:
Ea pues
un-a enamorad-a
l-a que habla
y dice:
Rocío Collins responde (desquiciada y pizpireta en Sustrato):
Me he aficionado
al ciclismo.
soy fan
del Tour de Francia.
Allá vamos, título académico barthesiano:
El último resto de un apego fallecido en un cuerpo resiliente
(el mío).
Escogí internarme en la fantasía homérica que se presenta, mi primer anzuelo: el documental de 2022 del Tour de Francia en Netflix. Mi segundo anzuelo: la victoria de Pello Bilbao en el Tour de 2023 en tierra patria, Euskal Herria. Mi tercer y último anzuelo: el primer lugar de Vingegaard como prefacio de una relación que agonizaba y la certeza (en ese final de julio) de que, Vingegaard no volvería a ganar el Tour bajo mis ojos.
No os lieis con un ciclista, el resto es trauma. ¿Explicáis el empecine de salir a las seis de la mañana a dar una vueltica de cuatro horas por la sierra madrileña? Yo, que sorteo los temas de dopaje fingiendo que no existen. Yo, feminista jacobina, que no voy ni siquiera a mencionar las faltas al Tour femenino o que se ha empezado a titular tal cual hace apenas unos años. Yo, hipócrita millenial a tope, que excuso en las razones que prolongan mis enganches a la telenovela que es el mundo profesional ciclista. Yo, que me encerré a puro síndrome de Estocolmo en la falacia de la bicicleta y el placer visual de perseguirlas.
Puede que el Tour, entre mis manos, se desplegase como un punto de conexión ante la ausencia (en ese momento con retorno) un evitativo del cursi (estamos separadxs, pero... ¿acaso no miramos la misma luna? Engulles comida en Asturias y yo chapoteo en Dénia, pero... ¿acaso no miramos el mismo Tour?) No tengo sentido de las proporciones mentaba Roland, no tengo mesura en mi empecine por Wout van Aert. En esa primera espera, el germen se plantó y regresó a mí, con un tantito de terror visceral y ausencia sin regreso, en la primera clásica del 2024. Donde Pogaçar comió cerillas y cagó piedras de mechero en la Strade Bianche7 , servicio para la historia -en traducción-. Mi cordura se mantuvo intacta, aunque melancólica. Puedo verlo y no generar una diarrea física-emocional. Guao. A lo mejor... ¿y si de verdad me gusta ver a estas twinkitas combatir sin resuello?
Ojo, también los visionados dependen de mis estados de ánimo y/o equilibrios hormonales. Atención:
Tour de 2023: aterrada y aferrada. Tour de 2024: nueva ruptura y tusa sexual. Tour de 2025: limpia y lozana como una foca juguetona. Un placer de visionado, vamos rodando y gozando sin pausas ni prisa ni dispersión. Mío. Afirmativo, Michelle Visage8. No visualizábamos ni he visualizado el mismo Tour que nadie. Pero ahora el Tour me pertenece a mí (y a lxs amigxs a lxs que pego turra. Os quiero).
Ah. Estas referencias drags del 2016. Pasemos a la siguiente razón por la cual me flipa el ciclismo, siguiente apartado:
La poética del sufrimiento.
Como ex bailarina de clásico frustrada, guardo un auténtico fervor por la erosión anatómica y el estallido del músculo. El ciclismo, concretando las condiciones de esta vuelta a Francia, se me descubrió como un ballet apocalíptico sobre ruedas, viento en contra y con desventuras climatológicas oportunamente adversas. A ritmo de poema, se palpita la belleza en la templanza o distribución del dolor por el cuerpo propio. He hecho spinning. Esa tortura medieval en las piernas y el sacro me parece inhumana, aunque se esté haciendo con estrobos y Kika Lorace emerja en los altavoces con promesas de lozanía corporal y soniquete fresh. Visualizad la misma situación (multiplicada por 25 infiernos) mientras vuestro equipo de hombres en un coche cambia la estrategia a gritos por un pinganillo y el sol/lluvia arrasa vuestras mallas durante cuatro horas diarias en tour y seis horas diarias entrenando a diario. Y ni siquiera con la posibilidad de animarse a ritmo y poesía de la Lorace. ¿Yo vi a tu novio en grindr o escaramuza troyana en silencio con diaforesis modo monzón? Esquizofrenia por Godard. Se me van los ojos normativos, esperad, retengo referencias del colectivo heterosexual. Dentro titular inclusivo:
Aquiles Pogaçar (sumergido y embetunado en la estigia para gozar de brillo extrahumano) & Héctor Vingegaard (el héroe que busca reconocimiento paterno mediante el honor resistente).
En el ecuador más hirviente del tour, se postulaban cuatro nombres como retumbes griegos: Van der Poel (Charisma), Pogaçar (Uniqueness), Vingegaard (Nerve) y Evenepoel (Talent). Dos de los nombres de primera fila de combaten han caído —fatiga y neumonía—, dejando, como en los últimos años a los dos ciclistas legendarios combatiendo entre sí. Tajej Pogaçar y Jonas Vingegaard, o como a mí me gusta denominarles: el Mew y Mewtwo (los pokémons legendarios) o Jynkx Monsoon y Sasha Velour (si hubieran batallado juntas en el All stars All winners).
Tadej. El guepardo esloveno, el caníbal más rápido del exbloque del Este. Ta-dej-Po-ga-çar. Nuestro Pogi.
Jonas. La anguila danesa, ese ‘algo’ que huele a serio y disciplina en Dinamarca, la flecha del progresismo gélido. Un vikingo tímido: Viiiiiiiiiiiiingegaard, mi ciela.
Y juntos representan la relación de combate más interesante que he (mos) atestiguado en muchísimo tiempo. Se retan, recomponen y respetan. Vingegaard el guijarro en la zapatilla gravel de Tadeo. Le fue a la zaga incluso recuperándose de una tremenda lesión (Itzulia9 2024, fractura de costillas, clavícula y neumotórax). Jonas se remangó los mofletes y mantuvo un segundo puesto tan solo meses después de su accidente. Sabe que es el único que puede enfrentarse a un titán nacido para sobresalir por toque divino. Pura tragedia de Sófocles.
Adoro a Pogaçar por que corre como si albergarse fuegos fatuos en el pecho y adoro a Jonas, porque corre como si portase una bengala en el ojete. Ambxs pellizcan mi espíritu. Y me alegraría de cualquiera de sus victorias.
Por ello, a día de hoy, escribo este texto en la etapa 16 trascurriendo el ascenso al Mont Ventoux, Pogaçar le saca cuatro minutos (y ambos han logrado récords de velocidad en esta mítica ascensión). Atentxs ya que, pese a mi certeza en julio de 2023, quizás Vingegaard levante peluca y caiga sobre los hombros de todxs un halo de pétalos rojos tal y como sentenció su reinado (y su entrada en la historia drag) Sasha Velour en 2017. A lo mejor, en contra de mi instinto y de toda predicción, Jonas de la vuelta a la chancleta y se alce como el ganador del Tour de Francia en 2025. Averiguaremos en cuatro jornadas, pues... ¿Quién perderá ante la criatura contraria?
¿Por qué nos regurgita la nostalgia de lo perdido?
Escribe Ander Izaguirre en ‘Plomo en los bolsillos’ (Libros del K.O.):
‘Porque la magia del ciclismo nace siempre de ese misterio que existe más allá de la frontera del sufrimiento. El corazón late como una lavadora a punto de estallar, hierven los muslos y los pulmones se ahogan. Saltan todas las alarmas y el cuerpo pide clemencia, pero el ciclista prolonga cuanto puede esa agonía.’
Diría que podría ser una definición bastante concreta cuando atraviesas un desamor común y sostienes una sensibilidad a las despedidas. El cuerpo dice basta, el pecho, prendido en fósforos aún, declama un folclórico: NO. Si cabe más agonía, más revuelque en el fango, más humillación. Pero oye, pese a que nos aferremos a garra prendida, siempre se acaba llegando a meta, donde tu equipo te recoge y lxs gregarixs amigxs que te han ido abriendo paso, sosteniendo en vilo y/o empujando a momentos de pendiente, te abrazan y respiras, poco a poco, sin desmayarte o vomitar. Respiras y el cuerpo susurra: hija de puta. Te maldice. No obstante, ha parado. Tiemblas en reposo. Con suerte y un buen respaldo monetario, te espera un masajista. Que alivio.
Llegadxs a este punto la experiencia/relación se convierte en ‘algo’ que se da oportunidad de reinterpretar, transformar y reconstruir desde la propia subjetividad. Momentos que se compartieron, que se abandonaron al abismo, ahora se mantienen vivos en una, pero ya como parte de mi identidad y no como un esqueje de unión. Me anulé las cejas y refroté las pokeballs. Se conquistó el derecho de apropiación (no cultural, pero sí relacional) para potenciar un crecimiento (vamos crack se murmura con sarcasmo). Nunca me subiré a una bicicleta de carretera. He integrado la pérdida, por ello, soy ¿libre? Adelante Isaac del Toro. Afirmo lo que conozco, una reconciliación con las entrañas. Suena a refrito de autoayuda cliché, pero es tan cierto como que Ben Healy, mínimo, se lleva el maillot blanco a mejor joven del Tour 2025.
May the best legend drag cyclist win!
Cerremos con un deseo. Quiero pedirme en este juego vital el espíritu de Pogi, para sortear la crudeza y la pendiente con ingenuidad y pegajosa alegría. ¿Ganando siempre? Non, mon amour. Y, sin embargo... mantengamos un título de escaladora nata, una reina de la montaña. Rocío Collins con el maillot de mariquita (maillot à pois rouges). Rodillo suave y, como me dijo Pablo Cerezo mientras debatíamos sobre las mallas con una gilda de anchoa en la boca:
‘Las relaciones terminan, pero el Tour siempre vuelve’.
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1 Os aviso, en este desarrollo narrativo zurciré con Barthes y mentaré mucho, pero que mucho, a una personita grácil y celestial llamada Tadej Pogaçar. También, para aquellxs lectores que no pilotéis del tema (como una servidora) serviré alegorías con Rupaul Drag Raceo con combates Pokémon (para que luego no se me quejen de exclusividad por englobamientos de género/nicho). Prefiero avisar para quien mantenga el ojo en estas palabras, continuemos.
2 Pese a grandes excepciones o talentos, este deporte es un nido de burgueses de cuna o peña que vende a sus hijxs neonatxs para pagarse las bicis y los cacharros que las acompañan.
3 Reveal: giro sorpresa en el vestuario durante una pasarela o lip sync. Es cuando una drag queen se quita una capa, prenda o peluca y revela otra más espectacular debajo.
4 Tourmalet/ Mont Ventoux: Dos de los puertos de montaña más duros y altos para el ciclismo profesional.
5 Snatch game: Es un desafío clásico del programa, una parodia del concurso televisivo Match Game. Las reinas deben imitar a una celebridad (real o ficticia) y hacerla lo más divertida posible.
Requiere ingenio, timing cómico y capacidad de improvisación.
6 Lipsync for your life: Cuando dos concursantes están en peligro de eliminación, se enfrentan en un duelo de playback.
7 La Strade Bianche es una carrera de ciclismo profesional en ruta que se disputa cada año en la región de Toscana, Italia, con salida y llegada en Siena.
8 Michelle Visage es la copresentadora y jueza fija de RuPaul’s Drag Race.
9 Itzulia es la Vuelta al País Vasco, famosa por su clima impredecible, sus subidas duras y cortas, y porque históricamente es un terreno duro pero no tan mediático como el Tour.