Durante toda la noche del 25 de octubre la banda sonora del polideportivo Las Gaunas fue la misma. Al intermitente toque de las punteras de las botas de los boxeadores en el ring y las indicaciones de los entrenadores se sumaba el silbido de las balas con forma de puño, que pasaban a milímetros del cuerpo de los púgiles y que, gracias a una esquiva, no impactaban en el contrario. De lo contario, aquel frontón hubiera sonado como si hubiese un francotirador yugoslavo en la sala.
Tras un combate amateur y cuatro de boxeo profesional, por fin llegó el momento que todos estábamos esperando en aquel sitio. Tiene Gazi Khalidov el don de hacerle la vida breve a los demás dentro de un cuadrilátero. Fuera también, pues su combate ante Fernando Heredia por el Campeonato de España del peso semipesado (79,387 kilos) duró la friolera de dos minutos y cinco segundos. Gazi tardó más en llegar al ring con The Best de Tina Turner de fondo que en ganar su combate. El diploma olímpico español y bronce en el último mundial amateur que disputó no es que no sepa lo que es la delicadeza, más bien sabe que no la necesita arriba del cuadrilátero. Puso a su contrincante contra las cuerdas, y tras un amago con el que el mallorquín se cubrió, boom. Una bomba perfecta al hígado dejó seco al bueno de Heredia, que quiso disculparse con el público por haber durado tan poco encima de aquella tarima que nos pone a todos en nuestro sitio.
Con el mismo peligro dentro de las dieciséis cuerdas que una piraña en un bidé, el púgil nacido en Daguestán tiene claro su objetivo: asaltar la corona europea de su categoría, y se quitará de delante de sus narices a quien se ponga en su camino. Cuando uno escucha a Gazi Khalidov tiene la sensación de estar viendo al toro Ferdinando, un ser de luz, tranquilo y con un físico que da miedo solo con verlo, pero que lo único que quiere es estar con los suyos. Y realmente el boxeo profesional está lleno de Ferdinandos, luchadores pacíficos que intentan ganarse la vida encima de un ring y que, en el mejor de los casos, lo consiguen.

Pese a la tendencia proteccionista que lleva el mundo actual, seguiremos yendo a ver boxeo. Porque allí dentro se respira algo que vive con nosotros y que, como no se puede tocar las manos, lo obviamos. Hay drama, dolor y épica. Uno encuentra más verdad y más filosofía en un combate de boxeo que en cualquier post existencialista de LinkedIn que habla de B2B sales o charla TED de turno. Y sí. Nos engancha, la verdad. Puede que sea porque, en un mundo cada vez más domesticado, el boxeo es todavía algo salvaje.