Álvaro González

Son las 10 de la mañana. Es lunes y estoy teletrabajando desde casa. Las habitaciones en las que he vivido nunca han dado a otros edificios pero esta sí, de modo que la cortina es mi mejor amiga.

No sé si la amistad tiene algún color en particular o si el cariño es de un tono en concreto, pero esta vez era blanco.

Cuando los patos se fueron sin decir adiós, nada fue igual para Tony Soprano.

Yo esta afición, como casi todas, la conocí gracias a mi padre.

Como las balas, el amor en las familias tiene dos trayectorias: ascendente y descendente.

Estaba leyendo unos documentos que nunca llegué a imprimir cuando un emoticono color lavanda me dijo “Chaval, espabila”.

Mirar hacia atrás al coger un tren es un ejercicio masoca e irresistible, y si uno es un nostálgico insoportable, más todavía.

“¿Pero tú eres de Cádiz?” me dicen los sheriffs del condado. 

Recuerdo verlo por mi barrio cuando yo era niño. Hablaba mucho con unos vecinos que vivían en la casa de al lado de mi abuela y siempre iba con un libro en la mano. Lo llevaba con él a todos lados. Siempre el mismo

Tiene narices que de un fin de semana completo te quedes con dos pamplinas, pero qué dos. Son las mijitas del freidor, amigos.

Ahora que para mí no hay verano, que la vida adulta vuelve a reinar sobre mí y cuento los días para volver a pisar la tierra prometida, me encuentro la ciudad vacía.

Ya pasó con las hamburguesas y ahora vienen con los kebabs gourmet, así que cuidadito. Porque hay hordas de muchachos y muchachas que se graban en vertical y hablan de hamburguesas con carne de chuletón que ahora hacen lo mismo con algo sagrado: el kebab.

Un souvenir digital que dice algo así como: “estuve en Playa Canalla y me acordé de vosotros, seguidores”.

Hace poco que cambié de móvil y, con más desgracia que suerte, perdí todas las fotos que tenía. Desde entonces no paro de pensar en las fotos mentales que tengo en la cabeza (...)

No pude ir antes a Pamplona. Llegué a la ciudad el sábado 12 por la mañana.

Ahora estoy obsesionado con los relojes que lleva la gente. Tras más de diez años con el mismo Casio de pila infinita, cambié de reloj la pasada Navidad.

Caminan los dos como camina cualquier joven que disfruta de la compañía de otro: despacito, sin prisa, jugando a no correr.

Si Kafka hubiese vivido en Sevilla 110 años más tarde, abriría su diario con un “Ayer Estados Unidos bombardeó Irán. Por la tarde fui a ver a la Macarena”.

Me suelo enamorar una media de dos veces por vuelo. La primera suele suceder en la fila de control de equipaje.

Caminaba por su barrio, La Viña, saludando a todos, incluso a la muerte. Decía que la había visto de cerca un par de veces, pero le dijo adiós de lejos como a los jartibles. No recuerda casi ningún nombre, por eso a todo el mundo le llama Charlie, como un perro que tuvo.

Hay decisiones que no dependen de nosotros pero que, de una forma u otra, nos atañen. Daños colaterales.

Me acordé entonces de una frase que leí en Casa Moreno —templo del temple y el disfrute— mientras me tomaba una cervecita con mi amigo Javi. “La prisa es plebeya” decía aquel papel

Sí podemos elegir qué poner de epitafio. Y de todas las frases que podría poner en la mía como “Hizo lo que pudo”, “To pa na”o “Si me quereis irse”, me gustaría que pusiera “siempre saludaba”.

Fue en la tierra del fado donde ABC entrevistó a un Morante abatido. Tocado, que no hundido, pero sí apagado.

Me desperté hoy miércoles con una sensación extraña en el pecho. Apagué el despertador y me di una ducha, pero seguía teniendo síntomas de que algo no iba bien.

“Yo es que muero con la Semana Santa, sobre todo me encanta la de Sevilla, que allí se respira algo diferente”. Si esto te lo dice alguien cuya familia es de allí, o que lleva pasando esta semana en Sevilla desde el año 10 a.F. (antes del FOMO), seguramente no le hagas ni caso

Ahora que estamos en Semana Santa me pregunto: ¿Quién fue el terrorista que decidió que las torrijas se tienen que comer con una bola de helado de vainilla encima?‍

Mis amigos y yo nos hemos convertido en académicos de la materia, y es por eso que aquí os dejamos un humilde análisis acerca de esta ciencia.

La cerveza al sol tiene eso. Genera vínculos entre hombres que difícilmente se pueden quebrantar. Una especie de pacto de sangre color oro

“El tiempo ha pasado y yo sigo estando aquí” dice una de las estrofas que canta la afición de la UD Logroñés en los fondos de Las Gaunas. Es domingo y hace sol. Y eso aquí no es muy normal.

Vuelvo caminando del trabajo mientras observo de arriba a abajo mi nueva ciudad. Logroño es un refugio de invierno constante. De cielos encapotados.

Iba paseando en bicicleta. Tranquilo. Observando el paisaje. Sin manos.

Una vez escuché a Enric González decir que una de sus mayores habilidades era irse pronto de los sitios. A tiempo. Y yo, que siempre fui de los que estiraban el chicle. Hermano de la cofradía del “una más y nos vamos", he intentado cambiar y hacerme el fuerte.

Al igual que un torero lo es hasta en la forma de encenderse un cigarro y en cómo sujeta los trastos, me pasa algo parecido con Antón Álvarez

Decía Lorca —lo cantaba Camarón— que el sueño va sobre el tiempo flotando como un velero. Y en el fútbol, el pelotero busca la premonición de la noche anterior esquivando piernas entre césped y cal.

Está en el autobús cuando ella, joven e inocente, le da la mano a él, tímido e ilusionado, para decirle de esta manera -su manera- que le quiere.

¿Recuerdan aquella escena en la que los jugadores de la selección que nos llevó a ganar el mundial en Sudáfrica narran para Canal + cómo vivieron el gol de Puyol contra Alemania?

Dicen que uno no debería volver a los lugares en los que ha sido feliz. “El tiempo habrá hecho sus destrozos” decía Sabina, pero lo cierto es que estoy disfrutando mucho revisionando Mad Men.

Uno entra en internet -ese mundo ficticio en el que todos sonríen más de lo que realmente lo hacen- y lee críticas insospechadas acerca de los Javis por llevar a Ane Igartiburu para dar las campanadas a en su más que divertida fiesta de Fin de Año

Paseo por la calle mientras observo cómo un abuelo impulsa a su nieto para que la inercia le haga de guía con su bicicleta nueva. Huele a felicidad desde la otra acera.

El mundo moderno tiene sus ventajas, no lo vamos a negar, pero a dos días de cumplir veintiocho años hay cosas con las que comulgo cada vez menos.

Parece que últimamente el mundo se le ha venido encima. Dicen que no está dando la talla. Que todo el tiempo que los madridistas han esperado para verle de blanco ha sido en vano.

Martín, natural de Beranga, estudiante de tercero de primaria en el CEIP Jesús del Monte y subcampeón de todos los partidos de fútbol jugados contra cuarto en el recreo esta temporada 24/25.

Eso no quita para que me dé una vuelta de reconocimiento, siempre que llego de Sevilla, para ver que todo sigue en su sitio.

No lo sabía, pero si no hubiese subido a casa a por las gafas de sol no habría pasado todo aquello. No existiría esta historia y mi vida no sería menos bonita pero sí más aburrida.

Cada mañana, camino del trabajo, calculo si voy bien de tiempo dependiendo de a qué altura de la calle me encuentro con los habituales del lugar.

No es que no quisiese ir a Nueva York, el problema no era ese realmente.

Digamos que Juan, además de analógico, es alguien tranquilo que disfruta viviendo en el campo.

No soy cura (de pequeño quise serlo, aunque de eso hablaremos otro día), pero el pasado domingo tuve que trabajar. Pensé que sería peor, que el mundo se me caería a los pies en la oficina, pero realmente todo se desmoronó antes, tomándome el primer café del día.

Hace dos meses que Pili se fue, y Luis está triste aunque no lo diga.

Existen dos movimientos recientes de mi -negada- vida deportiva que justifican este texto: un revés a una mano jugando al tenis y un swing de golf mal ejecutado.

Lo prohibido genera sensación de inmortalidad, y el morreo en sí tiene esa parte salvaje e instintiva que hace de cualquier pareja besándose en una discoteca una escena colosal

Cuando mi tío era pequeño, una de las cosas que más le gustaba hacer junto a sus primos era pasar las tardes en una habitación de esa casa pegados a la radio escuchando los partes de guerra que se emitían por aquel entonces.

No todos estamos hechos para caminar, al igual que tampoco lo estamos para la vida contemplativa. Lo dijo Fernán Gómez en su día: “Estoy muy capacitado para no hacer nada”, yo también, Fernando, yo también. Por eso me gusta pasear

Mientras busco piso en Sevilla, llevo un par de semanas durmiendo en casa de unos tíos míos que viven aquí. Todo es idílico.

Puede que sean cosas de la edad, pero últimamente sonrío cuando veo niños jugando en las calles o en la playa.

Desayunar como trabajador de la Administración Pública es algo que no se puede contar sin antes haberlo vivido.

Últimamente no le pido mucho a la vida. Que no pase muy rápido, encontrar un trabajo en el que me pueda sentir cómodo y emocionarme de vez en cuando.

Llevo toda la vida cogiendo la línea 1, que es la que recorre la avenida principal de la ciudad de cabo a rabo.

Cuando me preparo para golpear, mi cabeza empieza a tararear una melodía que no sale de mi cabeza desde hace unos días.

El tipo estaba pletórico viendo cómo dos grandullones se cagaban a palos en un cuadrilátero en París. Sólo he visto a mi hermano pegado al televisor viendo boxeo dos veces, y la causa siempre ha tenido nombre y apellidos: Emmanuel Reyes Pla.

Encontré un remanso de paz entre los ladridos de los perros a la sombra de un peral. Era un árbol enorme. Sus hojas agitadas por el viento se convertían en una melodía hipnótica que convertía la tumbona de plástico en la que me eché la cabezadita en la cama balinesa más cómoda del mercado.

Son casi las dos de la tarde, y en la playa se mezcla el sonido de las olas del mar con el de los envoltorios de los bocadillos que la gente se ha llevado para comer.

Me duché para volver al mundo de los mortales y comencé a peinarme cuando, de manera casi fortuita, me topé con un reflejo en el espejo que salía de mi cabellera.

Francisco Ruiz de Paredes, alias Paquillo, se enciende un pitillo mientras prepara café y un mollete para desayunar y revisiona una vez más el reportaje que le hicieron en el Diario de Cádiz.

De pronto todo se para. Delante de mí se encontraba una chica guapísima con unos ojos marrones de esos que dicen la verdad solo con mirarlos.

“Lo bueno de jugar los domingos por la mañana es que así aprovechas el día entero” me dijo mi amigo Gonzalo. ¿Ya estoy en esa edad? Así fue como se fraguó mi fichaje por los Pochos Hermanos

Ayer Carlos Alcaraz, @Charly_tenista03 para los amigos, cumplió uno de sus sueños en esta superficie y también nos hizo a todos sentirnos muy orgullosos de él.

Cada uno le da la bienvenida al verano a su manera. Mientras algunos lo reciben pidiendo el café con hielo, otros leen en la terraza, a la bartola, haciendo pequeñas pausas para ver si ya están cogiendo color.

En las relaciones de pareja, incluso en las de amistad, nos cuesta muchísimo saber cuándo es el final. Queremos estirar el chicle hasta romperlo y nos negamos a entender el final de las cosas.

Miro por el retrovisor de la memoria y apenas tengo recuerdos bonitos con mi equipo. No vengo a dar pena ni nada, lo que pasa es que hace tiempo que no me ilusiono con él.

estuve mirando de lejos la nevera de las bebidas buscando una botella de un litro algo más redondita y con el tapón rojo, con menos cuello pero con más acento. Una Cruzcampo, vamos.

Pensé que no podía ir a peor la cosa, pero, al entrar en la sala de musculación, fui testigo del nuevo concepto del gymbro que habita los gimnasios de Madrid

Fue rodeando la plaza cuando descubrí a mi nuevo futbolista preferido. Era un chaval de unos siete u ocho años que jugaba con niños mayores de él.

El tutti o nati de aquella tarde de viernes hace que todavía me desvele de madrugada, pensando en aquel golpe fallado a unos sesenta metros de green.

Carlos acaba de cerrar el portátil del trabajo y por fin empieza a ser feliz. Detesta a lo que se dedica y también a sus compañeros.

Algo que me haga abstraerme completamente de una conversación durante unos segundos. ¡Bingo! Lo tengo. El maldito Decathlon.

Y toda esta historia de desconocidos que se atraen, de gente que sólo quería saber de la otra persona un poquito más, me recuerda a ese casi viaje a Santander con I.

El sol pega en la cara pero de verdad. Este clima me suena. Hace casi un año que no lo veía, pero puedo reconocerlo en un santiamén. La luz que se refleja directamente en las fachadas de la calle Ancha me dice que se acerca la primavera. Este año viene con puntualidad inglesa. Asomó antes de lo esperado.

Algo parecido me pasó el sábado cuando el Cádiz jugaba contra el Atlético de Madrid. Quería que lo malo pasara cuanto antes.

Esta mañana he ido a pescar y, un día más, el mar me ha vuelto a dar una lección de vida.

Ana “la de inglés” es mi señora madre, tiene una academia y es conocida así por todos sus alumnos.

Hace poco fue el ochenta cumpleaños de José Luis Garci, y haciendo memoria, me he dado cuenta de lo influyente que ha sido en mi vida estos años.

Uno con el tiempo le tiene más aprecio a su pelo. No sabe cuánto le va a durar ni cuándo será el último corte. Además, debes encontrar a una persona de confianza para que te maneje como a una de esas muñecas que vendían cuando era pequeño para hacerles mechas.

Aun así me fascinó esta película porque se desarrolla en el Cádiz de 1895, en pleno Carnaval. El filme muestra esta fiesta muy parecida a la actual, calles inundadas de papelillos y serpentinas, carruseles de coros y agrupaciones disfrazadas cantando coplas con un vaso de vino en la mano. La fiesta es la misma, al menos la idea que tiene de ella el gaditano.

He acabado aquí viendo álbumes de fotos. Estamos acostumbrados a no aburrirnos, a estar todo el día con el móvil, y aunque ver fotos también es matar el tiempo, al menos no tengo el dichoso aparatito en mis manos durante un rato.

Joder, era el mítico burguer La Teja, y digo era porque ya no. Ahora es una especie de gastrobar en vez de ser la hamburguesería del barrio. La Teja es una hamburguesería típica gaditana que ha dado de comer durante años a todo el vecindario para salir de cualquier apuro culinario.

Joder, me tiraría el día comiéndome el tarro de una manera enfermiza. ¿Y si Carlos Calvo no marca ese golazo de falta ante el Hércules que le da medio ascenso al Cádiz? ¿Seguiríamos en Segunda B? ¿Y si en verdad esa chica no me responde porque se le han borrado todos los mensajes y yo me estoy creyendo que ha pasado de mí? ¿Cómo coño se lo digo?

“Está la cosa chunga para hoy. Dan lluvia todo el día”. Joder, llueve, y eso nos es lo normal aquí. Cada vez que llueve la ciudad se paraliza. No jugamos al fútbol, no quedamos con amigos, la gente no sale de casa a no ser que tenga que hacer recados. Como si de una catástrofe natural se tratase.

La semana pasada fue la primera vez que vi Love actually en mi vida. (...)En la película, Hugh Grant interpreta el papel de primer ministro británico. En una de sus escenas, tras un encuentro con el presidente de Estados Unidos del que sale muy bien parado con respecto a la opinión pública, el bueno de Hugh escucha la radio musical en el dormitorio mientras se desabrocha la corbata (...)

Hace unos días - o unas semanas, esto se pasa volando- presencié una escena muy romántica en una cafetería.

Vivo en un sitio en el que el mar rodea la ciudad como una bufanda a un cuello en un día de frío. El mar es parte esencial del gaditano aunque solo sea a la hora de salir a correr o caminar por el paseo marítimo de la ciudad.