Yo soy de un sitio en el que siempre es verano. Un lugar en el que sol te dice adiós mostrándote su escondite. Y ahora que ya he vuelto de mi ciudad natal, de mi tacita, de mi gente, ya no me queda verano. La rutina toca el telefonillo y uno baja, cabizbajo, a caminar de su mano. Eso sí, en mis tobillos aún habitan algunos granos de arena. Aun así mi bigote esconde escamas de sal como si de un tesoro se tratase.
Y ahora que para mí no hay verano, que la vida adulta vuelve a reinar sobre mí y cuento los días para volver a pisar la tierra prometida, me encuentro la ciudad vacía. Las aceras son paseables. El transporte urbano, ese que a veces parece una prensa hidráulica, apenas lleva pasajeros. En la oficina se escucha todo. El tecleo de y los encendidos y apagados de las pantallas crean la banda sonora de la nada y la máquina de café se convierte en un sonido de excepción más que de encuentro. Hay gente que se fue, otros en cambio volvimos. Y reconozco que la vida sin colas en los supermercados me convence.
Me encanta pasar por sitios en los que reina la paz cuando lo normal es la guerra. Y aunque estemos en agosto, y lamente no poder darme un bañito en la playa, de pronto entiendo por qué uno de mis meses favoritos es septiembre. Y es que cuando vivía en Cádiz, el cierre del verano, la vuelta al cole, daba el pistoletazo de salida a la vida normal. A las playas desiertas y los perros bañándose. Al carril bici solo con ciclistas. A los camareros sin hablar en spanglish.
Me gusta mucho pasar por sitios en los que fui feliz. Lugares que fueron algo en su día, como Juanito, la barraca que estaba cerca del colegio y donde pasábamos las tardes comiendo pipas y riéndonos los unos de los otros. Aquel poyete -hoy desierto de niños- es una especie de ruina romana. El coliseo de nuestra infancia. Un lugar que perdurará ahí, casi para siempre, como el lugar en el que todo pasó y que ahora nadie se sienta a ver pasar la vida.
Y a lo mejor esa brisa que sopla en un lugar vacío no es el recuerdo de lo que fue sino el comienzo de lo que viene. El estadio en silencio antes de que los jugadores salten al terreno de juego. La sala del cine iluminada con la pantalla en blanco con todos expectantes. La previa del próximo partido, no el post.