En mi música mando yo

Lo que más mola de la música es cuando no te esperas que el de al lado, que es antagónico a ti, escuche lo mismo que tú

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Recuerdo un día de carnaval, hace unos años, en el que salimos a escuchar unas coplillas nocturnas una pandilla algo subversiva. Aquella grupeta carnavalesca estaba compuesta por Antoñito, un colega de toda la vida bastante hippy que no solía frecuentar esos lares, pero al que un litro y una charleta siempre le parecía un buen plan; Jaime, actual componente de Vera Fauna, íntimo de Antoñito, que era mayor que nosotros pero que conocíamos del colegio; también venían Gonzalo y Edu, que no son un pack, pero compartieron vientre durante nueve meses y, quieran o no, para mí siempre van emparejados, aunque seguramente sea porque son dos de mis mejores amigos.

Al salir de la tienda de alimentación en la que compramos cerveza fría como la mente de un concursante de Pasapalabra, emprendimos nuestro camino hacia La Viña, tierra de romanceros y chirigotas ilegales. Mientras caminábamos, Jaime nos preguntó si alguna vez habíamos escuchado a los Ilegales. Y yo, que por esa época había visto el documental de “Mi vida entre las hormigas”, le contesté con un “iremos a nadar a la zona prohibida”, verso con el que empieza una de las canciones del grupo. El respingo de Jaime fue automático, pues no esperaba que un chavalito en náuticos y camisa escuchase a un grupo tan leñero como ellos. Recuerdo que aquel día, como siempre que uno se junta con Antonio, Jaime, Gonzalo o Edu, estuvimos hablando de música: Kiko Veneno, el Cambalache o Antonio Reguera entre otros. Y entre todos esos artistas que entre ellos no tenían nada que ver y nosotros, que tampoco éramos la pandilla más homogénea, la música servía como nexo de unión. 

Todo esto me vino a la cabeza cuando vi a los que dicen ser puristas del rock por redes criticar a gente que pensaba distinta a ellos porque también les gustaba Robe Iniesta y Extremoduro. Como si la cultura solo fuese por y para unos pocos. Como si los acordes tuviesen trincheras y las letras bandos. Que digo yo que, en realidad, lo que más mola de la música (de la cultura en general) es cuando no te esperas que el de al lado, que es antagónico a ti, escuche lo mismo que tú cuando en verdad no le pega nada, ¿no?

Por poner un ejemplo, imagínense a Jacobo, que estudió en ICAI y ahora trabaja como consultor, saliendo de su adosado con un todoterreno híbrido tope de gama camino a recoger a los niños del colegio y parado en un semáforo. Desde el punto de vista del peatón que cruza y mira al conductor del coche, ese padre de familia pide a gritos escuchar Julio Iglesias o, en su defecto, Hombres G o Cadena Dial, pero no. Porque el bueno de Jacobo se pasó las noches de su época universitaria pasando apuntes al ritmo de Extremoduro. Y puede que, gracias a Yo, minoría absoluta, Jacobo aprobase Materiales II, se graduara en teleco y empezase a trabajar hasta ser quien es hoy. ¿Quién es el valiente ahora que le dice a Jacobo que no puede escuchar a Robe? ¿Que no le pertenece? ¿Acaso Jacobo es menos punky que tú, que tienes toda la pinta desde lejos? ¿No es más punky ser Jacobo y aparcar el coche en La Moraleja mientras escucha Extremoduro?

Porque el mundo podrá elegir qué coches puedo usar para circular por las ciudades y si puedo quitar o no el tapón de la botella, pero en mi música mando yo.

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Al salir de la tienda de alimentación en la que compramos cerveza fría como la mente de un concursante de Pasapalabra, emprendimos nuestro camino hacia La Viña, tierra de romanceros y chirigotas ilegales. Mientras caminábamos, Jaime nos preguntó si alguna vez habíamos escuchado a los Ilegales. Y yo, que por esa época había visto el documental de “Mi vida entre las hormigas”, le contesté con un “iremos a nadar a la zona prohibida”, verso con el que empieza una de las canciones del grupo. El respingo de Jaime fue automático, pues no esperaba que un chavalito en náuticos y camisa escuchase a un grupo tan leñero como ellos. Recuerdo que aquel día, como siempre que uno se junta con Antonio, Jaime, Gonzalo o Edu, estuvimos hablando de música: Kiko Veneno, el Cambalache o Antonio Reguera entre otros. Y entre todos esos artistas que entre ellos no tenían nada que ver y nosotros, que tampoco éramos la pandilla más homogénea, la música servía como nexo de unión. 

Todo esto me vino a la cabeza cuando vi a los que dicen ser puristas del rock por redes criticar a gente que pensaba distinta a ellos porque también les gustaba Robe Iniesta y Extremoduro. Como si la cultura solo fuese por y para unos pocos. Como si los acordes tuviesen trincheras y las letras bandos. Que digo yo que, en realidad, lo que más mola de la música (de la cultura en general) es cuando no te esperas que el de al lado, que es antagónico a ti, escuche lo mismo que tú cuando en verdad no le pega nada, ¿no?

Por poner un ejemplo, imagínense a Jacobo, que estudió en ICAI y ahora trabaja como consultor, saliendo de su adosado con un todoterreno híbrido tope de gama camino a recoger a los niños del colegio y parado en un semáforo. Desde el punto de vista del peatón que cruza y mira al conductor del coche, ese padre de familia pide a gritos escuchar Julio Iglesias o, en su defecto, Hombres G o Cadena Dial, pero no. Porque el bueno de Jacobo se pasó las noches de su época universitaria pasando apuntes al ritmo de Extremoduro. Y puede que, gracias a Yo, minoría absoluta, Jacobo aprobase Materiales II, se graduara en teleco y empezase a trabajar hasta ser quien es hoy. ¿Quién es el valiente ahora que le dice a Jacobo que no puede escuchar a Robe? ¿Que no le pertenece? ¿Acaso Jacobo es menos punky que tú, que tienes toda la pinta desde lejos? ¿No es más punky ser Jacobo y aparcar el coche en La Moraleja mientras escucha Extremoduro?

Porque el mundo podrá elegir qué coches puedo usar para circular por las ciudades y si puedo quitar o no el tapón de la botella, pero en mi música mando yo.

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