El atlántico inmoral

¿Es El Puerto y Playa Canalla el sitio de moda entre los pijos? La respuesta es clara: no

Sonaba un chunda chunda extraño llegando al lugar. Una melodía que parecía ser tocada por los tambores de Ketama que retumban al otro lado del estrecho y que, si me apuran, hacen que la vida se vuelva, a veces, más divertida.

Uno aterriza en Puerto Sherry como si lo hiciese en cualquier templo de Tailandia o de Bali, estás allí, pero ya los has visto en vertical a través de doscientas personas que subieron algo a las redes sociales en forma de escaparate algorítmico. Un souvenir digital que dice algo así como: “estuve en Playa Canalla y me acordé de vosotros, seguidores”.

Al entrar en el garito de moda, uno es asediado por una brisa extraña. Una levantera de gente guapísima. Una borrachera de guayaberas y camisas de lino bordadas con una calavera o una raqueta que ejercen su función de condecoración militar. Porque todo en la vida es estatus pero, ¿de qué sirve eso si no es para que los demás lo sepan? A El Puerto han venido a fardar. Los más asiduos del lugar encarnan su localismo en forma de camiseta, como una especie de mensaje que dice “para mí estar aquí es como andar por casa”. La gente de fuera, casi todos animales de secano que necesitan su dosis marítima estival, sueñan con vivir en un sitio así mientras esperan a ser atendidos en la barra. “Bro, imagínate vivir aquí todo el año, debe de ser la caña”. Pero no se engañen, no creo que la oferta nocturna durante el año les pueda llegar a satisfacer a la mayoría de los que pagaron por una entrada para venir hasta aquí.

Si la gente alardea en twitter -o X, como más coraje les dé- de puestas de sol y negroni añorando una época pasada, aferrándose a ese mediterráneo moral que no sé muy bien qué quiere decir, aquí, donde pegan tanto levante como poniente, vivimos cómo aquellos que buscan el cielo durante el año sueñan con vivir en el infierno por unas horas. Un atlántico inmoral en el que las mujeres presumen de bronceado y espaldas al aire y los hombres casados usan su alianza como escote a sabiendas de que lo que pasa en El Puerto se queda en El Puerto. Están, peor aún, a los que el moreno les delata con un hilo blanco en el dedo anular. Una especie invasora que ha querido ser más lista que tú y ha optado por guardar el anillo en el cajón durante unos días.

¿Es El Puerto el sitio de moda entre los pijos? La respuesta es clara: no. Para los que creen que los pijos o cayetanos o como quieran llamarlos viven alojados aquí, viviendo el verano de sus vidas, están cometiendo un grave error. Aquí hay gente con dinero, claro que sí, como en todos lados, pero en El Puerto converge la España que prefiere fumar IQOS en vez de Marlboro con la de Airbnb y pizza del Carrefour. La del Iphone a doce meses sin intereses y vaper. La de bumble y fueguito en instagram. 

No se lo tomen a mal. Uno se lo puede pasar muy bien en El Puerto, pero con método. No hay que pasarse. Tampoco hay que rehuir el pecado, porque de vez en cuando, como diría nuestro presidente, hay que ser malos, colegas.

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Uno aterriza en Puerto Sherry como si lo hiciese en cualquier templo de Tailandia o de Bali, estás allí, pero ya los has visto en vertical a través de doscientas personas que subieron algo a las redes sociales en forma de escaparate algorítmico. Un souvenir digital que dice algo así como: “estuve en Playa Canalla y me acordé de vosotros, seguidores”.

Al entrar en el garito de moda, uno es asediado por una brisa extraña. Una levantera de gente guapísima. Una borrachera de guayaberas y camisas de lino bordadas con una calavera o una raqueta que ejercen su función de condecoración militar. Porque todo en la vida es estatus pero, ¿de qué sirve eso si no es para que los demás lo sepan? A El Puerto han venido a fardar. Los más asiduos del lugar encarnan su localismo en forma de camiseta, como una especie de mensaje que dice “para mí estar aquí es como andar por casa”. La gente de fuera, casi todos animales de secano que necesitan su dosis marítima estival, sueñan con vivir en un sitio así mientras esperan a ser atendidos en la barra. “Bro, imagínate vivir aquí todo el año, debe de ser la caña”. Pero no se engañen, no creo que la oferta nocturna durante el año les pueda llegar a satisfacer a la mayoría de los que pagaron por una entrada para venir hasta aquí.

Si la gente alardea en twitter -o X, como más coraje les dé- de puestas de sol y negroni añorando una época pasada, aferrándose a ese mediterráneo moral que no sé muy bien qué quiere decir, aquí, donde pegan tanto levante como poniente, vivimos cómo aquellos que buscan el cielo durante el año sueñan con vivir en el infierno por unas horas. Un atlántico inmoral en el que las mujeres presumen de bronceado y espaldas al aire y los hombres casados usan su alianza como escote a sabiendas de que lo que pasa en El Puerto se queda en El Puerto. Están, peor aún, a los que el moreno les delata con un hilo blanco en el dedo anular. Una especie invasora que ha querido ser más lista que tú y ha optado por guardar el anillo en el cajón durante unos días.

¿Es El Puerto el sitio de moda entre los pijos? La respuesta es clara: no. Para los que creen que los pijos o cayetanos o como quieran llamarlos viven alojados aquí, viviendo el verano de sus vidas, están cometiendo un grave error. Aquí hay gente con dinero, claro que sí, como en todos lados, pero en El Puerto converge la España que prefiere fumar IQOS en vez de Marlboro con la de Airbnb y pizza del Carrefour. La del Iphone a doce meses sin intereses y vaper. La de bumble y fueguito en instagram. 

No se lo tomen a mal. Uno se lo puede pasar muy bien en El Puerto, pero con método. No hay que pasarse. Tampoco hay que rehuir el pecado, porque de vez en cuando, como diría nuestro presidente, hay que ser malos, colegas.

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