Caminan los dos como camina cualquier joven que disfruta de la compañía de otro: despacito, sin prisa, jugando a no correr. Disfrutando de cada adoquín que pisan con la firmeza del paso hacia adelante que conlleva el ejercicio de ir de A hasta B.
La imagen de la semana en el mundo del tenis retrata una sonrisa que camina de puntillas, sin ruido aparente. La escena la protagonizan dos chicos que hablan y ríen sin que el palmarés diga nada de ellos. Un gesto cómplice entre dos personas que hace que los periodistas acreditados se dediquen a relamerse como el león que, agazapado, espera el momento preciso para abalanzarse sobre su presa. Emma Raducanu (2002) observa sonriente mientras Carlos Alcaraz (2003) comenta algo de camino a su entrenamiento como futura pareja de dobles mixto en el US Open. Los cincuenta metros más divertidos del torneo para la británica, quizás los más tranquilos para Carlos, que defiende título en tierras inglesas y que vive un momento de ebullición tras su victoria en Roland Garros y el lanzamiento de su más que comentado documental.
Es curioso cómo Alcaraz, un chico aparentemente extrovertido, de sonrisa infinita y con una edad -y una cuenta bancaria- envidiable, se convierta en alguien tímido al que le cuesta mirar a su interlocutora mientras habla con ella. Emma sonríe de una forma que haría abdicar al más absolutista de los reyes. Parece que en su mirada no haya nada más que ganas de escucharle hablar de lo que sea, pero con ella al lado. Ya saben, aquello de “The eyes, chico. They never lie”. La escena parece sacada de Annie Hall, cuando Woody Allen y Diane Keaton pasean por Manhattan después de jugar un partido de tenis y ella no puede parar de reir con cada gesto y cada chiste que él le cuenta.
Por si fuese poco aquella imagen de la que todo el mundo habla, Raducanu tuvo que lidiar con una rueda de prensa en la que parecía importar poco su participación en el torneo. Aquello era un calco de la escena final de Notting Hill en la que Julia Roberts da una rueda de prensa en el Savoy. El fondo de ambos escenarios parece idéntico, el verde ilumina la cara de ambas, expectantes por ver qué tontería será la próxima que formule alguno de los allí presentes, y curiosamente todo sucede en la misma ciudad. Al ser preguntada sobre qué tipo de relación tienen con Carlos, Emma desliza una sonrisa digna de la novia de América y tras un leve carcajada asegura que son buenos amigos.
Al final es lo de siempre, ¿no? No podemos entrar en la mente de ninguno de los dos, pero hay algo en el ambiente que les delata. Un se te nota en la mirada que vives enamorada que cantaría Rafa Serna. Una pregunta que recorre el ambiente porque todos ven lo que pasa, incluso ellos mismos, aunque a veces quieran taparse los ojos. Ese “I wanna hold you so much” de Frankie Valli que Emma le dice con los ojos a Carlos, esos en los que él se hace pequeñito porque puede que piense en grande y eso le haga sentir vértigo.
No sabemos qué final tendrá esta historia, pero ojalá que, si finalmente pasa, no nos enteremos. Que sea un regalo terrenal entre dos chavalitos que, por suerte o por desgracia, no pueden tener la normalidad que todos albergamos en nuestra vidas. Que vayan y que vuelvan. Que se echen de menos. Que se envíen toda la gama de stickers cutres y selfies de esos que solo se pueden ver una vez. Que tengan sus propias bromas, su propio idioma. Que se vayan a dormir tarde. Y que se quieran, claro.