Los trenes

Mirar hacia atrás al coger uno es un ejercicio masoca e irresistible

Me acuerdo que, camino de la playa con mi abuela, al coger el autobús de línea, ella elegía siempre el asiento que llevaba la misma dirección del vehículo. Yo, en cambio, adoraba ir mirando la vida al revés. Era hipnótico ver cómo las cosas pasaban en otra dirección, como si estuviese despidiéndome de algo sin dejar de mirarlo. Y ahora que me he hecho mayor, me pasa como a mi abuela, que me subo en cualquier medio de transporte y lo último que quiero es poder mirar hacia otro sitio que no sea hacia adelante. Así que pago religiosamente mi cuota por elegir asiento y así me quedo más tranquilo, la verdad.

Porque sí, mirar hacia atrás al coger un tren es un ejercicio masoca e irresistible, y si uno es un nostálgico insoportable, más todavía. Comprar un billete que no te haga mirar lo que dejas en esa estación no te exime de pensar en ellos, pero ya saben, ojos que no ven corazón que no siente. Porque cuando cree que ya está hecho a irse, aparece el verbo “volver” subiendo como la marea para empapar tus planes. Y junto con las chanclas, la marea de las dudas también se lleva tu espíritu imperecedero, ese que creías que te hacía estar por encima de cualquier adiós y que ahora no es más que un barco hundido en lo más profundo de la Bahía. 

Estoy segurísimo de que la culpa es de los trenes. Tienen esos cacharros un halo de melancolía reposada. De viaje cómodo y tranquilo (si no retrasa, claro). Los vagones están llenos de personas que quieren llegar a su destino pero que tampoco tienen prisa (si no se retrasa,claro). Y yo, que no sé qué destino quiero, intento no mirar cómo dejo atrás el andén porque me da miedo pensar que puede ser la última vez que salga de ahí.

En un tren te puede pasar de todo: enamorarte -como Marina Munar en aquel texto que escribió-, que te toque un bebé llorando en tu vagón, incluso escribir una columna mientras te toca un bebé llorando en tu vagón. Existe la posibilidad (a mi siempre me pasa) de que te toque una chica guapa al lado que ni sabe que existes, puedes tomarte una cerveza a precio de tres, enterarte de lo mucho que ha vendido aires acondicionados para una empresa de telefonía un señor que tiene pinta de vender aires acondicionados a empresas de telefonía. Los trenes son como El Corte Inglés, tienen de todo, justo todo lo que no necesitabas, pero lo tienen por si acaso. Y, aún así, volvería a coger un tren.

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Porque sí, mirar hacia atrás al coger un tren es un ejercicio masoca e irresistible, y si uno es un nostálgico insoportable, más todavía. Comprar un billete que no te haga mirar lo que dejas en esa estación no te exime de pensar en ellos, pero ya saben, ojos que no ven corazón que no siente. Porque cuando cree que ya está hecho a irse, aparece el verbo “volver” subiendo como la marea para empapar tus planes. Y junto con las chanclas, la marea de las dudas también se lleva tu espíritu imperecedero, ese que creías que te hacía estar por encima de cualquier adiós y que ahora no es más que un barco hundido en lo más profundo de la Bahía. 

Estoy segurísimo de que la culpa es de los trenes. Tienen esos cacharros un halo de melancolía reposada. De viaje cómodo y tranquilo (si no retrasa, claro). Los vagones están llenos de personas que quieren llegar a su destino pero que tampoco tienen prisa (si no se retrasa,claro). Y yo, que no sé qué destino quiero, intento no mirar cómo dejo atrás el andén porque me da miedo pensar que puede ser la última vez que salga de ahí.

En un tren te puede pasar de todo: enamorarte -como Marina Munar en aquel texto que escribió-, que te toque un bebé llorando en tu vagón, incluso escribir una columna mientras te toca un bebé llorando en tu vagón. Existe la posibilidad (a mi siempre me pasa) de que te toque una chica guapa al lado que ni sabe que existes, puedes tomarte una cerveza a precio de tres, enterarte de lo mucho que ha vendido aires acondicionados para una empresa de telefonía un señor que tiene pinta de vender aires acondicionados a empresas de telefonía. Los trenes son como El Corte Inglés, tienen de todo, justo todo lo que no necesitabas, pero lo tienen por si acaso. Y, aún así, volvería a coger un tren.

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