Robe, Jorge Ilegales y Ussía se han ido en menos de una semana. Amigos y seguidores se apresuran a escribir las palabras que mejor creen que les definen como último alegato. Supongo que hasta sus enemigos han dedicado unas oraciones por sus almas y han agradecido a Dios tener a unos rivales tan dignos. No he escrito ni escribiré nada sobre ellos porque no sé muy bien qué decir. A Alfonso lo conocí a través de la biblioteca de mi abuelo, que era fiel seguidor de sus escritos. Y, a Jorge y a Robe, a través de la música que ponía Tuto en El Desván. Local de culto futbolero y me atrevería a decir que hasta musical de Oviedo. Un local que el bueno de Garea ha transformado en un Pub Irlandés. No tengo nada en contra de su modelo de negocio, pero ver que en mi ciudad natal ni si quiera queda el bar donde descubrí los primeros vicios y el oscuro y alegre mundo de la noche me hace sentir un poco huérfano. Ahora sólo hay nuevas aperturas a base de reformas sin personalidad y verjas que han transformado el ruido y la alegría de las calles en silencios rotos por la lluvia y los coches.
Guardo silencio sobre estos tres genios de las letras porque siempre he defendido que todo lo que se dice cuando uno muere llega tarde. Y porque en mis peores momentos donde más me sentí querido fue en esos silencios que abarcan todas las muestras de respeto y cariño. Usar la muerte como excusa para cambiar nombres a las plazas o las calles siempre me ha parecido de cobardes. Primero porque quien debe de disfrutarla es quien se la merece y, segundo, porque todo lo que no se hace en vida no cuenta. Prueba de ello son los arrepentimientos y remordimientos que arrastramos cuando alguien se marcha al cielo y maldecimos no habernos tragado el ego y permitir que se haya ido enfadado o, simplemente, no haber sido capaces de decirles a la cara y mirándole a los ojos lo que los queremos.
La muerte no será el final para ninguno de estas tres plumas porque sus canciones y sus textos seguirán sonando y leyéndose en los bares y en los salones de las casas con buen gusto que quieran conocer dos vertientes culturales que, aunque parezcan distintas, son iguales. Porque ellos representan la única manera digna de la que podemos intentar vivir, que no es otra que siendo files a nosotros mismos y plantando cara a quienes quieren que seamos distintos.