De vuelta a la liga de los jueves

Y acaba el partido y volvemos a las cañas de después en el bar de siempre, que es a lo que hemos venido

De vuelta a la liga de los jueves. De vuelta a las convocatorias por el grupo de whatsapp, y a cagarse en las muelas de los que se apuntan en septiembre y van tres partidos al año, y otra vez que no somos siete y otra vez que hay que mendigar a amigos y compañeros de trabajo que por favor vengan a jugar con nosotros, que somos todos muy simpáticos y muy buena gente, vuelta al que afirma tener un colega que puede venir a echar una mano, y cuando alguno le pregunta de qué juega responde eso tan enigmático de juega de todo, que es una manera muy educada de decir que no no juega de nada, que es horroroso en cualquier posición que ocupe, pero nos da igual, el tío va a venir y ya forma parte de un propósito común, y sólo por eso ya tiene, si aún es pronto para nuestro cariño, desde luego sí nuestro respeto. Vuelta a buscar barrios perdidos en Google Maps, ¿Dónde está Peñagrande?, comenta alguien verbalizando lo que todos pensamos. ¿Es fácil aparcar? añade intrigado un tercero.

Vuelta a los hombres que no se preguntan qué tal porque no hace falta, porque sus actos gritan más alto que sus palabras, hombres que se dan abrazos torpes y toscos acompañados de sonoras palmadas en la espalda, cuando no en la mejilla, y vuelta también a los machos, fieras, fenómenos, mastodontes y cualquier vocativo alérgico al más elemental refinamiento. El que te saluda diciendo qué pasa crack es porque se considera a sí mismo un crack, un puto crack incluso, pero hoy está permitido todo, hoy es un día de fiesta porque hay partido, y suenan los tacos de aluminio bajando las escaleras de cemento, que es ese y no otro el sonido del fútbol, porque el fútbol tiene música y esa es su obertura. Y con esa sinfonía de metal y viento volvemos al fútbol de nuestra infancia, al recuerdo de hombres como Pablo Alfaro, como Jabo Irureta o como Pérez Burrull. Tipos duros. Fútbol de verdad. 

Vuelta a los golazos en el calentamiento cuando nadie mira, a fallar el primer control, a llegar tarde a la ayuda, a renunciar a bajar a defender. Vuelta a las patadas por detrás y al suplicio de rodillas y lumbares. Y acaba el partido y volvemos a las cañas de después en el bar de siempre, que es a lo que hemos venido, y repasamos jugadas y comentamos anécdotas, y nos reímos, nos reímos mucho, que es nuestra forma particular de responder a ese qué tal que nadie nos preguntó. Volvemos a las cuñadeces y al bocata de lomo con pimientos, y a las fotos en el grupo de whatsapp de tobillos hinchados como pelotas de balonmano, y a los comentarios de tus compañeros de trabajo el día siguiente, que si no tenemos edad y que si no estamos para esto, y tú respondes, orgulloso y magullado como un soldado tullido, que el fútbol te dejará a ti antes que tú a él. Los futbolistas somos así. 

Porque ellos no lo entienden. No entienden que el fútbol, que la liga de los jueves, que todo esto a lo que entrego tanta salud y tanto tiempo no es más que una excusa para poder ver a mis amigos una vez a la semana, que todo lo hago por ellos y que es un poco simplista reducir el secuestro que sufren mis jueves a catorce tíos corriendo detrás de un balón, que esperaba en ti un poco más de profundidad en el análisis, pero dado que no la encuentro no se me ocurre otra cosa que contestarte que sí, cualquier frivolidad, lo primero que se me ocurra, para que tú sigas pensando que soy un niño encerrado en el cuerpo de un adulto cuando sólo soy -sólo somos- treintañeros que no queremos privarnos del privilegio de la amistad, que todavía no hemos renunciado a ello. 

Pero todo eso da igual, las camisetas que no entran por los kilos de más, el frío, que no llegues a casa hasta la una y no te duermas hasta las tres, los reproches, los no tenemos edad, todo eso da igual porque no sabes ni cómo pero te ha llegado un balón con cierto espacio, y encaras al defensa, que es igual de arrítmico que tú, que es igual que vosotros, y te sale bien el primer regate y te vas de él, y a un lado tienes a un compañero desmarcado, y por un instante dejas de ser ese delantero chupón que has sido siempre y piensas en pasarle, de verdad que quieres pasársela, la gloria para él y el reconocimiento de la asistencia para ti, que ya bastante es, pero el otro defensa, el último que les queda, te ve las intenciones, y en un error de precipitación a la postre imperdonable, da un paso a su derecha, ha caído en tu trampa, se ha tragado el amago, y te deja vía libre para que con la poca zancada que te queda a estas alturas de partido y de juventud te quedes mano a mano con el portero, al que le ves el miedo en los ojos, ese portero tiene miedo en los ojos, porque no le viene un delantero sino una manada de búfalos, y a ti se te ocurren un millón de cosas distintas en ese medio segundo, justo ahí, en los preliminares del gol, y tu cabeza se debate entre el lujo de picársela o la seguridad del disparo fuerte y cruzado, pero ya vas en carrera, calculas que a unos 200 kms por hora, y el portero ha salido a achicar espacios, así que ofreces el interior del pie al palo largo, por un momento te crees Thierry Henry, y ese movimiento provoca que el portero vaya al suelo, y la pisas, suave, con una suavedad impropia en ti, con el portero despatarrado, pobre muñeco, imagen obscena, y tu con una autopista directa a una portería como el túnel de Guadarrama, y sólo quedáis el balón y tú, sin obstáculos, sin contrarios, y en muestra de tu agradecimiento perpetuo no descoses la pelota, la acaricias, no se merece otro trato, una caricia, y el balón, agradecido también, entra mansamente, y vuelves a gozar de esa sensación mágica e indescriptible de meter un gol, de meter un gol para tu equipo, qué digo gol, esto es un golazo amigo, y todo el frío del invierno y todos los gemelos que se suben por las noches y todas las fotos de rodillas inflamadas han valido la pena por estos treinta segundos minúsculos pero eternos, directos a tu memoria donde quedarán enmarcados junto al recuerdo de los días felices, y ahí vienen tus compañeros, que no son solo compañeros sino amigos, prácticamente familiares ya, a celebrarlo contigo, y os fundís todos en un abrazo infinito mientras te dicen piropos y bufidos ininteligibles, y sabes que se alegran por ti como tú te alegras por ellos cuando marcan, porque formáis parte de ello, porque tenéis algo en común, un propósito, un proyecto, una causa que os hermana, por muy imposible que parezca pasados los treinta, por muy ridículo que suene encontrar en un equipo de fútbol 7 de una liga amateur de barrio tu principal alegría de las semanas, pero a ti te da igual, porque esto queda para siempre, porque los futbolistas somos así.

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De vuelta a la liga de los jueves
Y acaba el partido y volvemos a las cañas de después en el bar de siempre, que es a lo que hemos venido

De vuelta a la liga de los jueves. De vuelta a las convocatorias por el grupo de whatsapp, y a cagarse en las muelas de los que se apuntan en septiembre y van tres partidos al año, y otra vez que no somos siete y otra vez que hay que mendigar a amigos y compañeros de trabajo que por favor vengan a jugar con nosotros, que somos todos muy simpáticos y muy buena gente, vuelta al que afirma tener un colega que puede venir a echar una mano, y cuando alguno le pregunta de qué juega responde eso tan enigmático de juega de todo, que es una manera muy educada de decir que no no juega de nada, que es horroroso en cualquier posición que ocupe, pero nos da igual, el tío va a venir y ya forma parte de un propósito común, y sólo por eso ya tiene, si aún es pronto para nuestro cariño, desde luego sí nuestro respeto. Vuelta a buscar barrios perdidos en Google Maps, ¿Dónde está Peñagrande?, comenta alguien verbalizando lo que todos pensamos. ¿Es fácil aparcar? añade intrigado un tercero.

Vuelta a los hombres que no se preguntan qué tal porque no hace falta, porque sus actos gritan más alto que sus palabras, hombres que se dan abrazos torpes y toscos acompañados de sonoras palmadas en la espalda, cuando no en la mejilla, y vuelta también a los machos, fieras, fenómenos, mastodontes y cualquier vocativo alérgico al más elemental refinamiento. El que te saluda diciendo qué pasa crack es porque se considera a sí mismo un crack, un puto crack incluso, pero hoy está permitido todo, hoy es un día de fiesta porque hay partido, y suenan los tacos de aluminio bajando las escaleras de cemento, que es ese y no otro el sonido del fútbol, porque el fútbol tiene música y esa es su obertura. Y con esa sinfonía de metal y viento volvemos al fútbol de nuestra infancia, al recuerdo de hombres como Pablo Alfaro, como Jabo Irureta o como Pérez Burrull. Tipos duros. Fútbol de verdad. 

Vuelta a los golazos en el calentamiento cuando nadie mira, a fallar el primer control, a llegar tarde a la ayuda, a renunciar a bajar a defender. Vuelta a las patadas por detrás y al suplicio de rodillas y lumbares. Y acaba el partido y volvemos a las cañas de después en el bar de siempre, que es a lo que hemos venido, y repasamos jugadas y comentamos anécdotas, y nos reímos, nos reímos mucho, que es nuestra forma particular de responder a ese qué tal que nadie nos preguntó. Volvemos a las cuñadeces y al bocata de lomo con pimientos, y a las fotos en el grupo de whatsapp de tobillos hinchados como pelotas de balonmano, y a los comentarios de tus compañeros de trabajo el día siguiente, que si no tenemos edad y que si no estamos para esto, y tú respondes, orgulloso y magullado como un soldado tullido, que el fútbol te dejará a ti antes que tú a él. Los futbolistas somos así. 

Porque ellos no lo entienden. No entienden que el fútbol, que la liga de los jueves, que todo esto a lo que entrego tanta salud y tanto tiempo no es más que una excusa para poder ver a mis amigos una vez a la semana, que todo lo hago por ellos y que es un poco simplista reducir el secuestro que sufren mis jueves a catorce tíos corriendo detrás de un balón, que esperaba en ti un poco más de profundidad en el análisis, pero dado que no la encuentro no se me ocurre otra cosa que contestarte que sí, cualquier frivolidad, lo primero que se me ocurra, para que tú sigas pensando que soy un niño encerrado en el cuerpo de un adulto cuando sólo soy -sólo somos- treintañeros que no queremos privarnos del privilegio de la amistad, que todavía no hemos renunciado a ello. 

Pero todo eso da igual, las camisetas que no entran por los kilos de más, el frío, que no llegues a casa hasta la una y no te duermas hasta las tres, los reproches, los no tenemos edad, todo eso da igual porque no sabes ni cómo pero te ha llegado un balón con cierto espacio, y encaras al defensa, que es igual de arrítmico que tú, que es igual que vosotros, y te sale bien el primer regate y te vas de él, y a un lado tienes a un compañero desmarcado, y por un instante dejas de ser ese delantero chupón que has sido siempre y piensas en pasarle, de verdad que quieres pasársela, la gloria para él y el reconocimiento de la asistencia para ti, que ya bastante es, pero el otro defensa, el último que les queda, te ve las intenciones, y en un error de precipitación a la postre imperdonable, da un paso a su derecha, ha caído en tu trampa, se ha tragado el amago, y te deja vía libre para que con la poca zancada que te queda a estas alturas de partido y de juventud te quedes mano a mano con el portero, al que le ves el miedo en los ojos, ese portero tiene miedo en los ojos, porque no le viene un delantero sino una manada de búfalos, y a ti se te ocurren un millón de cosas distintas en ese medio segundo, justo ahí, en los preliminares del gol, y tu cabeza se debate entre el lujo de picársela o la seguridad del disparo fuerte y cruzado, pero ya vas en carrera, calculas que a unos 200 kms por hora, y el portero ha salido a achicar espacios, así que ofreces el interior del pie al palo largo, por un momento te crees Thierry Henry, y ese movimiento provoca que el portero vaya al suelo, y la pisas, suave, con una suavedad impropia en ti, con el portero despatarrado, pobre muñeco, imagen obscena, y tu con una autopista directa a una portería como el túnel de Guadarrama, y sólo quedáis el balón y tú, sin obstáculos, sin contrarios, y en muestra de tu agradecimiento perpetuo no descoses la pelota, la acaricias, no se merece otro trato, una caricia, y el balón, agradecido también, entra mansamente, y vuelves a gozar de esa sensación mágica e indescriptible de meter un gol, de meter un gol para tu equipo, qué digo gol, esto es un golazo amigo, y todo el frío del invierno y todos los gemelos que se suben por las noches y todas las fotos de rodillas inflamadas han valido la pena por estos treinta segundos minúsculos pero eternos, directos a tu memoria donde quedarán enmarcados junto al recuerdo de los días felices, y ahí vienen tus compañeros, que no son solo compañeros sino amigos, prácticamente familiares ya, a celebrarlo contigo, y os fundís todos en un abrazo infinito mientras te dicen piropos y bufidos ininteligibles, y sabes que se alegran por ti como tú te alegras por ellos cuando marcan, porque formáis parte de ello, porque tenéis algo en común, un propósito, un proyecto, una causa que os hermana, por muy imposible que parezca pasados los treinta, por muy ridículo que suene encontrar en un equipo de fútbol 7 de una liga amateur de barrio tu principal alegría de las semanas, pero a ti te da igual, porque esto queda para siempre, porque los futbolistas somos así.

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