La casa de los todos y de las todas

1972, Madrid La ABUELA entra en el hospital sudando. Es octubre y no hace calor. No está nerviosa porque ya ha pasado por esto antes, al menos no tan nerviosa como su marido.

Desayuno magdalenas con leche manchada a toda la velocidad que me permiten mis ovarios que es, básicamente, ninguna apta para el pensamiento. Qué horror, de verdad, qué castigo ésta mierda cada mes. A lo mejor, si me doy muy fuerte con la puerta de la nevera en la cabeza, acabamos con esto para siempre. Busco entre las migas que flotan algo de inspiración para escribir, lo que sea, una idea, una estrella, pero debo estar ciega porque no veo absolutamente nada. “Hija, qué cara tienes” - dice mi abuela desde la cocina sin mirarme - “tú estás empezando a estar mala, ¿a que sí?”.

Hoy

La ABUELA, Encarna, parte el currusco de pan, que nunca se cede a la ligera si no se reclama, con la vista en un punto fijo del mantel de cuadros rojo y dice “antes, cuando la panadera no avisaba por Whatsapp de que iba a venir, cuando todavía no pitaba de puerta en puerta con la furgoneta y aparecía sin más, salíamos alguna de casa y le decíamos: danos 14 barras de pan, que estamos todos”. Resulta que vengo de un pueblo pequeño de Segovia, que son dos pueblos en realidad, uno enfrente del otro, uno espejo del otro, uno de mamá y otro de papá. Pero esta es la historia de la familia de MAMÁ, de las hermanas, las tías, las primas, las hijas y las demás. La ABUELA me roba una magdalena y se sirve un café.  

1953, Alconada de Maderuelo

“Ay chica, chica, ¿cómo puede ser? - dice la panadera - ¡me dejáis sin nada siempre! Pero vamos a ver, ¿cuántos sois?” ABUELA adolescente responde “ya lo siento, Trini, es que estamos todos”. “La casa de los todos, madre mía, la casa de los todos”- dice Trini mientras se aleja. Y es que siempre estaban todos y todos eran muchos. Antes de mi abuela, en el 39, su MADRE se quedó viuda estando embarazada porque la guerra devolvía a los hombres enfermos aunque tuvieran veintiún años. O veintitrés. Pero ella se volvió a casar con uno muy bueno y criaron nueve hijos e hijas en total. Alguna vez he escuchado que durante el franquismo no se les permitía a las mujeres viudas casarse de nuevo y menos embarazadas. Eso sería en otro pueblo, porque en el mío se podía. 

Ahora, el padre nuevo y secreto les quiere de verdad, como si fueran suyos los tres primeros, como si llevaran el mismo apellido. De repente, las mayores cuidan a los pequeños, que nacen en las fiestas - “¡ay esta niña, me ha fastidiado San Martín! Le pondremos Martina, entonces.” Ellas se relevan para segar, dejan la escuela para dormirlos en brazos, hacen de cuna para sus hermanos pequeños. La MADRE de todos le da el pecho al hijo de la vecina, además de a los suyos, que se llevan muy poquito entre sí, hermanos de leche que dicen. Se despierta para que el niño de su vecina no termine en una caja blanca, se guarda la teta y se vuelve a dormir. 

1957, Alconada de Maderuelo

Un día, la MADRE decide que ninguna de sus hijas se quede en el pueblo. Es 1957: “esto es muy pequeño”. Vosotras tenéis que iros a Madrid. Allí pasan cosas, allí podéis aprender mucho y bañaros en una piscina, que es como una poza grande con agua limpia y bailar bajo los banderines de colores que cuelgan de las ventanas. Y podréis ser quienes queráis ser. Los chicos pues bueno, como los machos de la cuadra, nos hacen falta porque aran el campo y son fuertes y nos dan de comer al resto. Ellos se quedan. Por lo menos los mayores se quedan”. 

1965, Madrid

“Tienes que pintarte las uñas naranjas porque las clientas necesitan muestrario en vivo”- dice la TÍA - las limas así, largas, redondeadas y todas querrán tener unas manos como las tuyas, aunque sean manos de pueblo.” Todas las hijas estudian estética, manicura o corte y confección. Han viajado en coche de línea a Madrid, han servido en casas y hoteles haciendo camas y ahora bailan con chicos en el Estela estrenando sandalias. Viven todas juntas en la Calle del Oso, en una corrala granate donde tienden la ropa y se les escucha reírse muy fuerte. “¡Cuánta chica hay en esta casa!” - dice una vecina - “yo he contado más de cinco” - dice otra.

Después, se casaron casi todas, tuvieron más niñas y siguieron rodeadas de revistas y máquinas de coser. Si existen los akelarres, deben de ser como la familia de mi madre y oler a laca de uñas. 

1972, Madrid

La ABUELA entra en el hospital sudando. Es octubre y no hace calor. No está nerviosa porque ya ha pasado por esto antes, al menos no tan nerviosa como su marido. Cuando todo sale bien y coge a su niña en brazos y la envuelve en un arrullo que huele a besos y polvos de talco, el médico se acerca y le dice a mi abuelo “ya lo siento hombre, es otra niña y yo sé que usted quería un varón porque ya tiene una.” - Entonces mi abuelo se gira, se ajusta las gafas y responde “¿perdone? Creo que se está confundiendo. Yo por mí, tendría todo niñas y nada más. Es usted un antiguo.”

Ahora

La ABUELA hace gimnasia frente al microondas mientras ve la misa en la tele que está justo encima. “Está de nevar, verás que nieva esta noche. Cuando se murió mi madre nevaba y era Jueves Santo y la velamos en casa, qué te crees, si casi nos congelamos en el cementerio.” MAMÁ se recoge los rizos de la frente con una pinza - “yo tengo grabado lo de tu bisabuela porque estábamos en la cocina vieja la tía Marta, la abuela Encarna, Consuelo y todas tus tías y me acuerdo perfectamente de esa escena porque yo estaba embarazada de tu hermano, que por eso lleva el Gabriel, ¿sabes no?, por ella. Y estábamos charlando y la prima Consuelo que claro, que no se quería casar, que le quedaban pocos días, porque se murió el 9 y ella se casaba el 20 de abril. Y le dijimos “Consuelo, tú te casas y punto y vamos a ir todas juntas a tu boda y lo vamos a pasar fenomenal porque la abuela no va a volver porque tú no te cases, así que estate quieta y no anules nada y deja de llorar que vas a ser una novia muy guapa, ya verás.” 

“Y así fue y se casó y lo pasamos muy bien ese día y tú llevaste las arras, que tenías los cuatro añitos casi, y la ermita estaba preciosa y el abuelo Fonso estuvo también y yo sé, que en el fondo, le hacía ilusión estar en la boda de su nieta porque, aunque lloraba, también sonreía muchísimo.” 

Termino de rascar lo que queda en el papel de la magdalena y me tomo un ibuprofeno con el culín de leche. Todavía hay algunas migas en el fondo del vaso y observo fijamente a mi madre y a mi abuela. Ahora entiendo muchas cosas. Ellas, como la inspiración o las estrellas, siempre estuvieron ahí, aunque a veces no las miremos como merecen. Y resulta que yo las tenía justo delante. 

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La casa de los todos y de las todas
1972, Madrid La ABUELA entra en el hospital sudando. Es octubre y no hace calor. No está nerviosa porque ya ha pasado por esto antes, al menos no tan nerviosa como su marido.

Desayuno magdalenas con leche manchada a toda la velocidad que me permiten mis ovarios que es, básicamente, ninguna apta para el pensamiento. Qué horror, de verdad, qué castigo ésta mierda cada mes. A lo mejor, si me doy muy fuerte con la puerta de la nevera en la cabeza, acabamos con esto para siempre. Busco entre las migas que flotan algo de inspiración para escribir, lo que sea, una idea, una estrella, pero debo estar ciega porque no veo absolutamente nada. “Hija, qué cara tienes” - dice mi abuela desde la cocina sin mirarme - “tú estás empezando a estar mala, ¿a que sí?”.

Hoy

La ABUELA, Encarna, parte el currusco de pan, que nunca se cede a la ligera si no se reclama, con la vista en un punto fijo del mantel de cuadros rojo y dice “antes, cuando la panadera no avisaba por Whatsapp de que iba a venir, cuando todavía no pitaba de puerta en puerta con la furgoneta y aparecía sin más, salíamos alguna de casa y le decíamos: danos 14 barras de pan, que estamos todos”. Resulta que vengo de un pueblo pequeño de Segovia, que son dos pueblos en realidad, uno enfrente del otro, uno espejo del otro, uno de mamá y otro de papá. Pero esta es la historia de la familia de MAMÁ, de las hermanas, las tías, las primas, las hijas y las demás. La ABUELA me roba una magdalena y se sirve un café.  

1953, Alconada de Maderuelo

“Ay chica, chica, ¿cómo puede ser? - dice la panadera - ¡me dejáis sin nada siempre! Pero vamos a ver, ¿cuántos sois?” ABUELA adolescente responde “ya lo siento, Trini, es que estamos todos”. “La casa de los todos, madre mía, la casa de los todos”- dice Trini mientras se aleja. Y es que siempre estaban todos y todos eran muchos. Antes de mi abuela, en el 39, su MADRE se quedó viuda estando embarazada porque la guerra devolvía a los hombres enfermos aunque tuvieran veintiún años. O veintitrés. Pero ella se volvió a casar con uno muy bueno y criaron nueve hijos e hijas en total. Alguna vez he escuchado que durante el franquismo no se les permitía a las mujeres viudas casarse de nuevo y menos embarazadas. Eso sería en otro pueblo, porque en el mío se podía. 

Ahora, el padre nuevo y secreto les quiere de verdad, como si fueran suyos los tres primeros, como si llevaran el mismo apellido. De repente, las mayores cuidan a los pequeños, que nacen en las fiestas - “¡ay esta niña, me ha fastidiado San Martín! Le pondremos Martina, entonces.” Ellas se relevan para segar, dejan la escuela para dormirlos en brazos, hacen de cuna para sus hermanos pequeños. La MADRE de todos le da el pecho al hijo de la vecina, además de a los suyos, que se llevan muy poquito entre sí, hermanos de leche que dicen. Se despierta para que el niño de su vecina no termine en una caja blanca, se guarda la teta y se vuelve a dormir. 

1957, Alconada de Maderuelo

Un día, la MADRE decide que ninguna de sus hijas se quede en el pueblo. Es 1957: “esto es muy pequeño”. Vosotras tenéis que iros a Madrid. Allí pasan cosas, allí podéis aprender mucho y bañaros en una piscina, que es como una poza grande con agua limpia y bailar bajo los banderines de colores que cuelgan de las ventanas. Y podréis ser quienes queráis ser. Los chicos pues bueno, como los machos de la cuadra, nos hacen falta porque aran el campo y son fuertes y nos dan de comer al resto. Ellos se quedan. Por lo menos los mayores se quedan”. 

1965, Madrid

“Tienes que pintarte las uñas naranjas porque las clientas necesitan muestrario en vivo”- dice la TÍA - las limas así, largas, redondeadas y todas querrán tener unas manos como las tuyas, aunque sean manos de pueblo.” Todas las hijas estudian estética, manicura o corte y confección. Han viajado en coche de línea a Madrid, han servido en casas y hoteles haciendo camas y ahora bailan con chicos en el Estela estrenando sandalias. Viven todas juntas en la Calle del Oso, en una corrala granate donde tienden la ropa y se les escucha reírse muy fuerte. “¡Cuánta chica hay en esta casa!” - dice una vecina - “yo he contado más de cinco” - dice otra.

Después, se casaron casi todas, tuvieron más niñas y siguieron rodeadas de revistas y máquinas de coser. Si existen los akelarres, deben de ser como la familia de mi madre y oler a laca de uñas. 

1972, Madrid

La ABUELA entra en el hospital sudando. Es octubre y no hace calor. No está nerviosa porque ya ha pasado por esto antes, al menos no tan nerviosa como su marido. Cuando todo sale bien y coge a su niña en brazos y la envuelve en un arrullo que huele a besos y polvos de talco, el médico se acerca y le dice a mi abuelo “ya lo siento hombre, es otra niña y yo sé que usted quería un varón porque ya tiene una.” - Entonces mi abuelo se gira, se ajusta las gafas y responde “¿perdone? Creo que se está confundiendo. Yo por mí, tendría todo niñas y nada más. Es usted un antiguo.”

Ahora

La ABUELA hace gimnasia frente al microondas mientras ve la misa en la tele que está justo encima. “Está de nevar, verás que nieva esta noche. Cuando se murió mi madre nevaba y era Jueves Santo y la velamos en casa, qué te crees, si casi nos congelamos en el cementerio.” MAMÁ se recoge los rizos de la frente con una pinza - “yo tengo grabado lo de tu bisabuela porque estábamos en la cocina vieja la tía Marta, la abuela Encarna, Consuelo y todas tus tías y me acuerdo perfectamente de esa escena porque yo estaba embarazada de tu hermano, que por eso lleva el Gabriel, ¿sabes no?, por ella. Y estábamos charlando y la prima Consuelo que claro, que no se quería casar, que le quedaban pocos días, porque se murió el 9 y ella se casaba el 20 de abril. Y le dijimos “Consuelo, tú te casas y punto y vamos a ir todas juntas a tu boda y lo vamos a pasar fenomenal porque la abuela no va a volver porque tú no te cases, así que estate quieta y no anules nada y deja de llorar que vas a ser una novia muy guapa, ya verás.” 

“Y así fue y se casó y lo pasamos muy bien ese día y tú llevaste las arras, que tenías los cuatro añitos casi, y la ermita estaba preciosa y el abuelo Fonso estuvo también y yo sé, que en el fondo, le hacía ilusión estar en la boda de su nieta porque, aunque lloraba, también sonreía muchísimo.” 

Termino de rascar lo que queda en el papel de la magdalena y me tomo un ibuprofeno con el culín de leche. Todavía hay algunas migas en el fondo del vaso y observo fijamente a mi madre y a mi abuela. Ahora entiendo muchas cosas. Ellas, como la inspiración o las estrellas, siempre estuvieron ahí, aunque a veces no las miremos como merecen. Y resulta que yo las tenía justo delante. 

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