Caminan por la noche con maletas, el vino de más empieza a subir y buscan desesperados un karaoke. Se dejan llevar por el gentío y asoman la cabeza a los bares para ver cómo está el ambiente. Son los supervivientes de la cena de Navidad de empresa —los empleados de más rango y edad ya se han retirado prudentes, tal vez aprovechen para volver a casa con su familia o quedar con amigos de verdad— que buscan seguir la noche o empezarla. Terminada la cena de menú cerrado en mesa larga y ruidosa, apurados los vasos y bebido el descafeinado de un trago, toca salir del semisótano espeso y respirar el aire frío, despejarse un poco antes de que alguien se pida el primer gintonic.
Es la temporada y las calles de Madrid tiemblan al paso de sus Oxford de punta excesiva y polipiel color caramelo. Ya no acostumbran a ir de traje, pues desterrado el uniforme secular del oficinista tras los confinamientos ahora visten camisas estampadas, chinos demasiado entallados —ajenos al ancho que ahora dicta la moda— y tal vez un atrevido jersey de navidad con dinosaurios. Desbordan la treintena, desbordan sus cinturas y desbordan los vasitos de Jägermeister que un insensato ha pedido demasiado pronto, pero nadie se negará para no quedar mal, pues a esta ronda invita el gerente.
El cutrerío, el desmadre acartonado y el sentido de obligación que caracterizan estos eventos ya han sido ampliamente documentados, pero uno se cruza con un grupo de oficinistas entre la cena y las copas y si presta atención es posible que atisbe una mirada o una complicidad mal disimulada. Miras al grupo y siempre hay una pareja receptiva y atenta, a una distancia prudencial porque cantearse tampoco es plan. Es noche de obligación pero también de repesca, y tal vez sea el motivo por el que muchos se arrastran a un antro dudoso para soportar chistes malos, exponerse a hacer el ridículo o quizás algo peor.
Es la noche en la que pueden cobrarse las breves pero eléctricas conversaciones junto a la máquina del café, los mensajes nunca enviados por Microsoft Teams o las constricciones propias de un espacio de trabajo en el que, ante todo, hay que aparentar profesionalidad. Tal vez suceda, tal vez no. Pero si hay un momento es ahora, y ahora es el momento de actuar. Podría pasar. ¿Por qué no? El verdadero milagro de haber aguantado un año más ya ha sucedido. Comparado con esto, la posibilidad de que algo ocurra no es nada. Y sin embargo lo sería todo.