Una tarde de escalada en la Feria del Libro

Por
Pierre LL
17/6/2025

Años de visitas me han enseñado que una de las funciones principales de este evento es enterarse de que, joder, ese también se ha —le han— escrito un libro- Eso, y que entre sus jóvenes y cultos trabajadores hay una energía sexual solo comparable a la de los empleados del Decathlon cuando se acerca la hora del cierre.

Volví la semana pasada a la Feria del Libro de Madrid con las ideas más claras que el año pasado. He localizado mis errores —nada de tomarse un Calippo lima limón, nada de parecer un turista o paseante— y apostado por mis fortalezas: camiseta de Sustrato, gafas nuevas de impoluto carey, botellita de agua con gas y una muy oportuna fractura del quinto metacarpiano de la mano izquierda, realizada —o así lo cree todo librero y firmante que se atrevió a escucharme— en un duelo a muerte con un partidario de Camilo José Cela (celistas, en la jerga) que se atrevió a afirmar en mi presencia que Paco Umbral no era más que un mediocre envidioso. 

Tantas veces he soñado con ser digno del mundillo cultural. Con ir un día a la Feria y ser tan ingenioso delante de don Luis Alberto de Cuenca que decida adoptarme como su pupilo, que me deje jugar con sus Playmobil y me recite haikus antes de la siesta. O con ir al Hotel Jorge Juan y decir que para mí la felicidad perfecta es una birra después de la playa con los amiguetes (“si es que; como tú bien sabes, a la vida hemos venido a veranear, Javier”). No pocas veces he fantaseado con ser entrevistado en Radio Primavera Sound, y comenzar pidiendo pardó por el meu catalá, para luego ser abrumadamente encantador, pero en español. Aunque para llegar a estas cotas, me he dado cuenta, hay que escalar.

Si el año pasado resaltábamos que la Feria tiene, como un espejo, un hermano menos glamouroso en la zona de cruising del sur del Retiro, este año no podemos sino señalar la propia morfología de la zona de intercambios culturales del norte. Si uno empieza por donde debe, la caseta 1, se da cuenta de que nada es casualidad en este templo literario: las casetas extramuros discurren por una fila única bañada por el sol —ay, ese Calippo— y conforman un grupo de clase baja formado por varios Ministerios, la Policía Nacional y todo tipo de editoriales y librerías que no han sido consideradas merecedoras de entrar dentro de los muros de la Feria, donde está la crème de la crème. Nadie les entiende como yo. Como compensación, han sido honrados con el mayor puesto del Vips (de los varios que hay) y con, ojo, su revista gigante, que es un poco como el túnel de Gaza del Primavera Sound, solo que aquí la hipocresía consiste en que hace un tiempo que Vips decidió eliminar su sección de venta de revistas y libros. Una pena. 

Revista-Pirámide del Vips

Al avanzar —cuesta arriba— uno llega a los pies de la muralla, donde se reúnen los trovadores de la ciudad: vendedores de poemas con sus máquinas de escribir, que aspiran a que algún día alguien de la Corte se fije en ellos y les deje entrar en el castillo. También andan por ahí los locos, como mi amigo del gran cartel del covid, el 11M y nosecuantos asuntos más, al que no pude abrazar por el cabestrillo, pero no por falta de ganas. Y si consigues pasar sin que te detengan los guardias, dos voluntarios de Amnistía Internacional —el truco es no ser una chica guapa—, ya estás dentro de la Feria Vips Repsol Next Generation EU Movistar Netflix del Libro de Madrid. Así lo conseguí yo, al menos: otro año, más viejo y sabio, con una mano menos, pero con una mirada renovada, dispuesto a adentrarme en el mundillo como fuese. Pero quedaba mucho por escalar. 

Años de visitas a la Feria me han enseñado que es importante dar dos vueltas, sonreír y saludar a los libreros y nunca mantener contacto visual con los firmantes desconocidos. También que una de las funciones principales de este evento es enterarse de que, joder, ese también se ha —le han— escrito un libro, y que no hay nada como tener muchos seguidores en una plataforma de vídeos cortos como para acabar en una caseta firmando. Eso, y que entre sus jóvenes y cultos trabajadores hay una energía sexual solo comparable a la de los empleados del Decathlon cuando se acerca la hora del cierre.

Mi performance esta temporada tuvo luces y sombras: mi primera adquisición fue el último libro de Javier Cercas, puro establishment cultural que me quitó muchos puntos entre los miembros de los sectores más rompedores del mundillo, ataviados con su identificación de la Feria Vips Repsol Next Generation EU Movistar Netflix del Libro de Madrid y cuya mirada reprobatoria notaba en mi nuca. La cosa mejoró con otros dos ejemplares algo menos evidentes, aunque este año qué comprar era lo de menos. Uno no accede a ciertos círculos comprando libros (si compra editoriales ya es otra cosa). Tiene que hacer callo sociocultural.

Y vaya si lo hice: no solo mantuve una larga (para ella lo fue) conversación con una trabajadora de La Organización, sino que pude saludar a un librero que se acordaba de mí —no de mi nombre— y conseguí hasta que otra trabajadora saliera de una caseta a hablar un poco de la vida. Tampoco es que fuese a hacerlo conmigo, fue porque iba a saludar a Fernando, el jefe de todo esto, pero a mí me valió igual. Eran las 20.00, había atravesado la muralla, confraternizado con los moradores del castillo y, por fin, iba a poder acceder a unas cervecillas post Feria con sus libreros. Ni un beso en la frente de don Fernando Savater, que andaba por ahí en una charla sobre europeísmo —”el cambio climático no me da ni frío ni calor”— se podía comparar con aquello.

Zona intramuros de la feria. Foto: Carlos Gómez B.

Ya lo tenía al alcance de mi mano, iba a entrar, había logrado llegar. Pero la ilusión se rompió. Me sonó la alarma del móvil: jugaba mi equipo de fútbol —¡de fútbol!— un play-off de ascenso y, pibe de mí, no me lo podía perder. Así que informé a mis acompañantes lo más bajito que pude, para que no me escuchara nadie, cogí mis librillos y me fui a toda prisa y cuesta abajo, dejando esas cervezas atrás. Un año más fuera del mundillo cultural. Sigo, eso sí, sin perder la esperanza: me he bajado TikTok en el móvil. Y por si acaso eso no funciona, ya he echado mi curriculum en el Vips para el año que viene. Espero que me toque en el puesto intramuros.

Mi equipo de fútbol —¡fútbol!— perdió 4-1. 

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Libros

Una tarde de escalada en la Feria del Libro

Años de visitas me han enseñado que una de las funciones principales de este evento es enterarse de que, joder, ese también se ha —le han— escrito un libro- Eso, y que entre sus jóvenes y cultos trabajadores hay una energía sexual solo comparable a la de los empleados del Decathlon cuando se acerca la hora del cierre.

Por
Pierre LL
17/6/2025

Volví la semana pasada a la Feria del Libro de Madrid con las ideas más claras que el año pasado. He localizado mis errores —nada de tomarse un Calippo lima limón, nada de parecer un turista o paseante— y apostado por mis fortalezas: camiseta de Sustrato, gafas nuevas de impoluto carey, botellita de agua con gas y una muy oportuna fractura del quinto metacarpiano de la mano izquierda, realizada —o así lo cree todo librero y firmante que se atrevió a escucharme— en un duelo a muerte con un partidario de Camilo José Cela (celistas, en la jerga) que se atrevió a afirmar en mi presencia que Paco Umbral no era más que un mediocre envidioso. 

Tantas veces he soñado con ser digno del mundillo cultural. Con ir un día a la Feria y ser tan ingenioso delante de don Luis Alberto de Cuenca que decida adoptarme como su pupilo, que me deje jugar con sus Playmobil y me recite haikus antes de la siesta. O con ir al Hotel Jorge Juan y decir que para mí la felicidad perfecta es una birra después de la playa con los amiguetes (“si es que; como tú bien sabes, a la vida hemos venido a veranear, Javier”). No pocas veces he fantaseado con ser entrevistado en Radio Primavera Sound, y comenzar pidiendo pardó por el meu catalá, para luego ser abrumadamente encantador, pero en español. Aunque para llegar a estas cotas, me he dado cuenta, hay que escalar.

Si el año pasado resaltábamos que la Feria tiene, como un espejo, un hermano menos glamouroso en la zona de cruising del sur del Retiro, este año no podemos sino señalar la propia morfología de la zona de intercambios culturales del norte. Si uno empieza por donde debe, la caseta 1, se da cuenta de que nada es casualidad en este templo literario: las casetas extramuros discurren por una fila única bañada por el sol —ay, ese Calippo— y conforman un grupo de clase baja formado por varios Ministerios, la Policía Nacional y todo tipo de editoriales y librerías que no han sido consideradas merecedoras de entrar dentro de los muros de la Feria, donde está la crème de la crème. Nadie les entiende como yo. Como compensación, han sido honrados con el mayor puesto del Vips (de los varios que hay) y con, ojo, su revista gigante, que es un poco como el túnel de Gaza del Primavera Sound, solo que aquí la hipocresía consiste en que hace un tiempo que Vips decidió eliminar su sección de venta de revistas y libros. Una pena. 

Revista-Pirámide del Vips

Al avanzar —cuesta arriba— uno llega a los pies de la muralla, donde se reúnen los trovadores de la ciudad: vendedores de poemas con sus máquinas de escribir, que aspiran a que algún día alguien de la Corte se fije en ellos y les deje entrar en el castillo. También andan por ahí los locos, como mi amigo del gran cartel del covid, el 11M y nosecuantos asuntos más, al que no pude abrazar por el cabestrillo, pero no por falta de ganas. Y si consigues pasar sin que te detengan los guardias, dos voluntarios de Amnistía Internacional —el truco es no ser una chica guapa—, ya estás dentro de la Feria Vips Repsol Next Generation EU Movistar Netflix del Libro de Madrid. Así lo conseguí yo, al menos: otro año, más viejo y sabio, con una mano menos, pero con una mirada renovada, dispuesto a adentrarme en el mundillo como fuese. Pero quedaba mucho por escalar. 

Años de visitas a la Feria me han enseñado que es importante dar dos vueltas, sonreír y saludar a los libreros y nunca mantener contacto visual con los firmantes desconocidos. También que una de las funciones principales de este evento es enterarse de que, joder, ese también se ha —le han— escrito un libro, y que no hay nada como tener muchos seguidores en una plataforma de vídeos cortos como para acabar en una caseta firmando. Eso, y que entre sus jóvenes y cultos trabajadores hay una energía sexual solo comparable a la de los empleados del Decathlon cuando se acerca la hora del cierre.

Mi performance esta temporada tuvo luces y sombras: mi primera adquisición fue el último libro de Javier Cercas, puro establishment cultural que me quitó muchos puntos entre los miembros de los sectores más rompedores del mundillo, ataviados con su identificación de la Feria Vips Repsol Next Generation EU Movistar Netflix del Libro de Madrid y cuya mirada reprobatoria notaba en mi nuca. La cosa mejoró con otros dos ejemplares algo menos evidentes, aunque este año qué comprar era lo de menos. Uno no accede a ciertos círculos comprando libros (si compra editoriales ya es otra cosa). Tiene que hacer callo sociocultural.

Y vaya si lo hice: no solo mantuve una larga (para ella lo fue) conversación con una trabajadora de La Organización, sino que pude saludar a un librero que se acordaba de mí —no de mi nombre— y conseguí hasta que otra trabajadora saliera de una caseta a hablar un poco de la vida. Tampoco es que fuese a hacerlo conmigo, fue porque iba a saludar a Fernando, el jefe de todo esto, pero a mí me valió igual. Eran las 20.00, había atravesado la muralla, confraternizado con los moradores del castillo y, por fin, iba a poder acceder a unas cervecillas post Feria con sus libreros. Ni un beso en la frente de don Fernando Savater, que andaba por ahí en una charla sobre europeísmo —”el cambio climático no me da ni frío ni calor”— se podía comparar con aquello.

Zona intramuros de la feria. Foto: Carlos Gómez B.

Ya lo tenía al alcance de mi mano, iba a entrar, había logrado llegar. Pero la ilusión se rompió. Me sonó la alarma del móvil: jugaba mi equipo de fútbol —¡de fútbol!— un play-off de ascenso y, pibe de mí, no me lo podía perder. Así que informé a mis acompañantes lo más bajito que pude, para que no me escuchara nadie, cogí mis librillos y me fui a toda prisa y cuesta abajo, dejando esas cervezas atrás. Un año más fuera del mundillo cultural. Sigo, eso sí, sin perder la esperanza: me he bajado TikTok en el móvil. Y por si acaso eso no funciona, ya he echado mi curriculum en el Vips para el año que viene. Espero que me toque en el puesto intramuros.

Mi equipo de fútbol —¡fútbol!— perdió 4-1. 

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