Como una revelación, como una nota pura y solitaria en mitad del ruido, aparece la idea. No, no es una idea. Es una necesidad física, una urgencia que me sube desde las tripas hasta la garganta. Hamburguesa.

A veces creo que soy una estafa.‍ Que todo este ritual —sentarse frente a la pantalla, abrir un documento en blanco, dejar que los dedos se muevan como si de verdad tuvieran algo que contar— no es más que un truco aprendido, una imitación bien practicada.

Hay un momento en Merlí que se te clava en algún punto entre el esternón y la garganta.

Son las cinco y cuarenta y siete de la mañana y mi cuerpo es una bolsa de huesos fríos forrada en piel de gallina. No hay nada poético en este frío. Es un frío estúpido, un frío de madrugón forzado de verano

Doomscrolling: la liturgia o condena de desplazarnos eternamente hacia abajo en nuestras redes sociales. Abro Spotify. Necesito un antídoto.