Amiga mía abre con un capítulo 0 en que explica el proceso de reflexión y prueba de diferentes técnicas llevado a cabo por la autora para encontrar la voz capacitada para narrar esta historia: la ruptura de una amistad. Desecha la carta directa, el relato real con nombres propios verdaderos, decide ficcionalizar. Utilizará las cursivas para dirigirse directamente a su amiga, y la redonda para narrarnos la historia como ella la vivió con los nombres cambiados.
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En el capítulo 1 se pone en práctica la estrategia narrativa elegida: la voz narradora ficcional, la cursiva epistolar en segunda persona, a la amiga perdida, y la primera persona autoficcional, Celia, que entra y sale a comentar el texto, su emoción en el recuerdo.
Luego la novela se desarrolla y ese nudo emocional se va deshilando para ser contado, y surgen elementos histórico-políticos de este país, la crisis, el sector inmobiliario, estudiantes de arquitectura, los proyectos de activismo cultural en plazas, la precariedad de una generación a la que le habían prometido todo, temas afectivos y filiales, que permiten al lector la identificación personal y emocional con el texto, y hacen este libro tan disfrutable.
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Sin embargo, no es un gran libro por lo emotiva que sea su lectura, ni porque nos podamos identificar con la historia social de una época o con las protagonistas.
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No es que la emoción no valga, sino que la emoción siempre es emocionante, sea el libro bueno o malo, sea su mensaje emancipador o fascista, cuando nos emocionamos (afortunadamente) se anula el juicio crítico.
No hay calidad en la emoción, y menos mal, no queremos pensar en ideas de valor, eficacia o precisión cuando nos emocionamos, cuando nos emocionamos queremos emocionarnos, y emocionarse en el arte es importantísimo, pero también peligroso, porque en la emoción no hay juicio, y entonces por la emoción entra todo, lo bueno y lo malo, el compromiso social con el oprimido y el neofascismo racista.
La buena y la mala literatura pueden emocionar por igual. Los discursos que construyen futuro y los que pretenden destruir a otros humanos tienen una potencia emocional de fuerza equivalente. Hoy incluso vivimos un momento en que es el segundo el que está consiguiendo una potencia emocional mucho mayor y por eso está triunfando.
Es en ese sentido que la emoción no puede ser relevante en una lectura crítica (sí en una personal), porque la emoción anula la crítica. Si estamos demasiado cerca no vemos nada, no podemos pensar ni analizar, al lado de un cuerpo solo cabe emocionarse. Y es bellísimo emocionarse con el arte, pero solo el distanciamiento nos permitirá entender qué está pasando.
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Esta novela no es buena porque emocione (que a mí me ha emocionado y mucho), es buena por el encaje de precisión arquitectónica con que las piezas narrativas, analíticas y sentimentales se articulan en una reflexión emocional de gran hondura y complejidad sencilla.
El gesto magistral del libro es la técnica del punto de vista con que estos fragmentos de diferentes momentos cronológicos de la historia de una amistad rota se catalizan emocionalmente por el uso del tiempo de la narradora que mira con la perspectiva de los años trozos de realidad. Una sensibilidad modulada en la tradición de Henry James, Murdoch o Ishiguro, la negra espalda del tiempo de lo que pudo pasar y no, los diarios de Gil de Biedma.
Los tiempos verbales, el trabajo sobre el acontecimiento matizado por el tiempo, el ejercicio de la memoria con su filtro crítico-neblinoso permiten el acceso a una realidad íntima y espesa, imposible para el espectador directo de los hechos en orden cronológico, o su perspectiva histórica objetiva. El efecto de distanciamiento para que la reflexión juiciosa se imponga a la emotividad desbocada es digna del Brecht más analítico. La finura de los juicios, dudas, dolores, es un efecto de la sintaxis precisa y sobria.
Esa cualidad técnica ponderada por la autora (como nos deja ver el capítulo 0), la forma material y precisa en que la estructura sostiene una masa emocional densa y profunda, es lo que hace esta una de las mejores novelas del año.
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La emoción es dulce y peligrosa. El juicio crítico es público y construye debates sociales, artísticos, literario-político-emocionales, sobre los que podemos y debemos trabajar en comunidad, discutir, pero desde el texto argumental, no el posicionamiento afectivo.

