
El 3 de noviembre de 2017 mis amigos Javi, Nacho, Salva y yo fuimos a ver a Los Punsetes a la sala Ocho y Medio. Nos habían chivado que los teloneros molaban bastante, que iban a petar, pero con 19 años se nos complicó un poco la tarde y nos quedamos en la 2 de mayo bebiendo latas aprovechando ese momento en el que aún se podía hacer sin que la poli estuviera en cada esquina. Esa banda misteriosa era Carolina Durante y cuando llegamos, a dos canciones pasadas de Los Punsetes, aún había algo en la energía del ambiente.
El pasado viernes en la sala El Sol sentí algo parecido. Quizás tiene que ver con la época del año: septiembre es el momento de los reencuentros y las esperanzas, de la pequeña confianza en el futuro, de que de repente se descubran bandas como .bd. o Ramper y que traigan recuerdos a los que agarrarse en los momentos más oscuros de enero.
Que el viernes haya sido el momento en el que mucha gente haya descubierto a estas bandas no quiere decir que acaben de nacer. De hecho, ambos proyectos llevan años en activo con una potencia latente que está a punto de explotar. Hay una cierta magia que ocurre con este tipo de situaciones. En los proyectos que aguantan a largo plazo no solo parece haber una relación de amistad genuina entre los miembros, claramente visible en su presencia sobre el escenario, sino que su producción tiende a ser más honesta, pues la ambición está en el disfrutar de hacer música, no en engordar números y coleccionar todos los festivales de la península ibérica.
La web de Humo, el sello de ambos grupos, describe la música de .bd. como capaz de “revertir el tiempo y tumbarse boca arriba sobre la hierba junto a tus colegas”. Lo entiendo, lo comparto. Las canciones de su nuevo EP Economato textil (2025) reúnen influencias impulsadas por el Spiderland (1991) de Slint. Me refiero a la aparición de bandas británicas como BC,NR, Squid o Black Midi, aquellas con arpegios y acompañamientos instrumentales de bucles, con letras enrevesadas y melancólicas. En el caso de .bd., con una voz suave y susurrada que funciona como conexión entre todos los elementos que parecen bailar a diferentes ritmos y finalmente se encuentran en la escucha total.

Quizás precisamente sea esa voz y la calidad de sus letras uno de los factores que más atraen al oyente de .bd.. Con la reciente aparición de figuras como Cameron Winter en el panorama indie, se ha producido un cambio en cuanto a la forma de pensar la lírica en el rock alternativo: las letras tienden a partir de un tono irónico o extraño. En .bd., Marta, voz y guitarra, canta: “que se te caiga la nariz / y se te olvide la forma en la que camino”. La forma de describir la realidad en .bd. resulta original por su forma de crear escenarios como los de un sueño, desde la multiplicidad y una narrativa que no se termina de entender.
Además, el hecho de que lleven tiempo “cocinando”, como dice su biografía de instagram, hace que las canciones hayan podido evolucionar a partir de la repetición y la respuesta del directo. Sin prisas. Esto ocurre con “Hemos roto los espejos”, tema que compusieron hace cuatro años y que ha vibrado con ellos hasta la versión final que aparece en su EP, producido por Lucas Sierra (La Paloma) y Fran Bassi (Baywaves).
En el caso de Ramper la trayectoria es aún más dilatada, y en algunos sentidos se nota. Su último disco Solo Postres (2024), nombrado en referencia a una carta Yu-Gi-Oh!, llegó cuatro años después de su debut Nuestros mejores deseos (2020). De esta frikada se extiende lo interesante de Ramper, por lo artísticamente conceptual de su proyecto. Hasta el momento, Ramper han sido carne del underground profundo español, pero el interés por este proyecto y la admiración de sus fans se ha visto reflejada en su excelente valoración en páginas como Rateyourmusic, cuyos usuarios colocaron Solo Postres entre los mejores discos nacionales de 2024.
Después del entusiasmo que produjo el concierto de .bd. resultaba un poco extraño pasar a escuchar lo siguiente, como si hubiese algo finito, como si un concierto solo pudiese ser épico una vez. Por eso cuando volví a bajar al sótano de la sala El Sol me resultó algo complejo entrar en la profundidad de Ramper. El sentimiento inicial invitaba a quedarse un poco atrás, pero poco a poco una se sentía atraída por esa atmósfera y aquella vibración que salía por los bafles.
Se podría decir que la música de Ramper no es “fácil” de escuchar, pero se extiende sobre el espacio como una puerta abierta que, en cuanto entras, se cierra detrás de ti de un golpe y te atrapa hasta las tripas. La mayor parte de los temas son lentos, pero siguen una dinámica siniestra, un ritmo que en su belleza enloquece. Una abstracción tanto en las letras como en la instrumentación altamente emocionante.

Según Fernando, a mi lado durante el concierto, la última frase que Ramper pronunció sobre el escenario fue “y ahora que os tengo, me despido”. Dado que que esto realmente no cuadra con la letra de la canción correspondiente, “Reina de farolas”, existe la posibilidad de que haya sido una interpretación errónea. Pero dicho esto, para ser un viernes cualquiera de un septiembre fatídico en la historia de la humanidad, creo que representa muy bien la capacidad de asombro que generan ambas bandas. Difícil será salir del bucle en la memoria de estos dos conciertos, de una esperanza de un nuevo septiembre y de un panorama musical cada vez más enriquecido.
