Para Simone Weil, el deseo es aquello que nos mueve pero que a la vez nos mantiene en carencia: una fuerza contradictoria que nunca nos consigue satisfacer del todo. Desear implica aceptar que nunca va a haber una resolución, que ese anhelo se mantendrá, y en el momento en el que creamos que se ha disuelto, aparecerá otro objeto que nos traerá más confusión. Para Weil la forma de deshacerse de lo inconveniente del deseo es a través de un vacío, de olvidarse de las proyecciones personales sobre el mundo. Esa será la única forma, según ella, de llegar a la profundidad divina.
Después de que Rosalía se haya tirado dos o tres semanas promocionando su nuevo disco Lux (2025) a través de numerosas entrevistas y posts de instagram, rápidamente se conoció el interés de la artista por las ideas de Weil. Por eso mi sorpresa cuando esta mañana veo un video de ella en México en el que describe los puntos claves del disco, entre ellos la idea de que quizás se deba “desear menos”.
Esto me llama la atención, principalmente porque la idea del deseo romántico está presente en su disco, en especial en “Divinize”, una de mis favoritas. Cualquiera que haya estado pendiente de las redes sociales en las últimas semanas ha podido observar como el proyecto ha producido un estruendo de opiniones desde la revelación de la portada el día 20 del pasado mes, en la que aparece con lo que parece un traje de fuerza y un hábito blanco sobre un fondo azul cielo. Ante todo el revuelo que produjo esta imaginería –que Rosalía se iba a convertir en la nueva Roro, que iba a sacar un disco del estilo de Hakuna, que iba a hacer que todas las jóvenes se metieran a monjas de clausura…– está claro que el disco no ha correspondido a las expectativas generadas. Aunque en las canciones de Lux existen numerosas referencias a la religión y a la espiritualidad, su forma de escribir en este disco es consecuente con sus referencias en el pasado. Pensemos en esa portada de El Mal Querer (2018), o en el audio que se escucha en el final de “G3N15” en Motomami (2023).
Por eso me sorprende este comentario. Es interesante pensar en la idea del deseo desde el ser una superestrella que acaba de sacar un disco del que obtendrá un beneficio inmenso. Ante lo cual yo me pregunto, ¿qué es lo que desea Rosalía? ¿Quiere vivir desde la simplicidad de Weil mientras saca una versión en vinilo de su disco con tres canciones exclusivas al modo de producción de Taylor Swift? Mientras su sello distribuye dichos vinilos en amazon ignorando las tiendas locales de discos, ¿quiere que, mientras ella vive la vida de una millonaria, codeándose con todas las celebrities estadounidenses, nosotras dejemos de desear? Que, en una época de tragedias, violencia y auge de la ultraderecha ¿miremos a otro lado y no deseemos un futuro mejor?
De alguna forma siento que este mensaje se podría leer como una invitación a ese recogimiento al que todo el mundo le tenía tanto miedo: volver a disfrutar de lo simple ante una era de sobresaturación de estímulos, de completar los checks de la agenda tradicional: ¿Casarnos a lo Taylor y empezar a planchar? Rosalía tiene la potencia de impactar la opinión política contemporánea, igual que tenía las herramientas para concienciar a su público sobre el genocidio en Palestina en un momento dado. La cultura es política, y el arte es una herramienta de emancipación que, si bien ella quiere ignorar, no puede dejar de ser evidente en la mirada del espectador.
La gente desea a Rosalía, la persiguen por la calle y adoran cualquier gesto que salga de su cuerpo. Yo misma fui a Callao y esperé una hora de pie entre un mogollón de gente por si acaso existiese la posibilidad de que saliese a cantar una de sus canciones nuevas. Y sí, este disco es interesante y disfruto escuchándolo, pero no podemos fingir que Rosalía ha descubierto algo completamente nuevo: continúa su debate antiguo, el de cómo leer sus referencias tradicionales –en el pasado el flamenco, ahora la instrumentación compleja y la voz de ópera– en el marco del pop en el que las absorbe.
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Veo otro vídeo de Derrick Gee que comparte Javi en el que se hace referencia a un comentario de Rosalía en su entrevista con Zane Lowe. Dice que “todo el disco está hecho por humanos”, Es verdad que la máquina no puede hacer ese “maximalismo” que describe, no puede complejizar emociones, no puede hablar del deseo ni de las conexiones emocionales de una forma genuina. Igual que tampoco puede escribir canciones en varios idiomas y trabajar con la sonoridad de las palabras en cada uno de ellos.
El deseo siempre ha estado presente en la música, recurrente en toda la historia del pop. En concreto, el título del último disco de Caroline Polachek Desire, I Want to Turn Into You (2023), plantea el deseo como una energía eléctrica, aquella fuerza que impulsa y en la que una se querría convertir, pero otra manera de leer el título es desde el deseo de convertirse en el cuerpo del otro. El deseo implica una necesidad corpórea, una relación donde el otro es idealizado. Barthes describe el discurso amoroso como un conjunto de figuras y obsesiones propias, una expresión del yo que es independiente de si hay reciprocidad. Esto se describe en “Divinized”:
Through my body, you can see the light
Bruise me up, I'll eat all of my pride
I know that I was made to divinize
Outside me
Inside me
Outside me
Inside me
y en “Berghain”:
Su miedo es mi miedo
Su ira es mi ira
Su amor es mi amor
Su sangre es mi sangre
Ayer escuché el disco mientras caminaba por su barrio. Quizás esa presencia de lo “humano” en Lux está precisamente en ese exceso: en seguir deseando aunque sepamos que no alcanzaremos nunca lo que realmente buscamos. Ahí está verdaderamente nuestra fe; la que implica no dejar de desear, no dejar de querer algo mejor, en el mundo, en nuestra vida: seguir deseando lo imposible.
