¿Qué artista planearía hoy un atentado?

La música, en su decadente relación con la máquina, se debate entre camuflarse en el cinismo ‘memético’ o performar el salto a la posteridad

Imagen de Theodore Kaczynski, conocido personaje objeto de ‘memes’ de internet por su visión sobre La sociedad industrial y su futuro.

La música de la Alemania tras la Segunda Guerra Mundial se caracterizaba por estar vacía de referentes. Los sonidos más inmediatos a la época eran expresiones musicales domesticadas por el nazismo, que cubrían la mínima ración de entretenimiento popular. Esta sería una música ligera llamada ‘schlager’, caracterizada por su insustancialidad y su posterior estigmatización. Sumado al sentimiento de culpa y el silencio social respecto a la vergonzosa memoria histórica, la modernidad cultural careció de toda posibilidad de abrazar algún legado. Como solución, el ‘krautrock’ sería el movimiento abanderado de la nueva creación de significado: un intento de construcción de utopía sonora para la nueva Alemania. El ‘krautrock’ se creó bajo la idea de experimentar con la psicodelia y la evolución de las tecnologías como elementos principales. Entonces sí, existía un claro optimismo tecnológico y una consecuente ilusión revolucionaria en la que las máquinas eran herramientas para imaginar nuevos géneros musicales. De los estertores de este movimiento, el tiempo y la estandarización construyeron fenómenos masivamente influyentes, como los padres europeos del ‘techno’ Kraftwerk o la inmersión de David Bowie en la vida de Berlín y su contracultura, de la que se sirvió para componer el álbum ‘Heroes’.

En el presente, la relación entre el artista y sus herramientas ha cambiado hasta generalizar una actitud desengañada: la tecnología ya no soluciona problemas, sino que los provoca. Las inteligencias artificiales amenazan la creatividad, los foros construidos en redes han quedado atomizados por el ruido de los ‘bots’ y los algoritmos promueven el ensimismamiento por encima de la conversación. La arquitectura de la red es un oligopolio de ‘jardines amurallados’1 que utilizan al usuario como su vasallo en una versión moderna del feudalismo. Las dinámicas de comportamiento en la red y el consumo adictivo provocan problemas de salud mental. Fuera de lo virtual, el estado del bienestar progresivamente se despedaza bajo un molesto ruido de crisis económica permanente, en el que las cosas nunca acaban por recuperarse o destruirse, mientras toda respuesta política parece inútil. El sentimiento de alienación provoca una relación nostálgica y de evocación hiperrealista del pasado. 

Tomado el paralelismo con el ‘krautrock’ ¿Cuál sería la respuesta cultural de la época? La nueva relación con la tecnología ya no es inspiradora, sino absurda. La ironía se ha vuelto forma de comunicación dominante en este internet avanzado. El entorno desasosiega tanto que paraliza y el ‘meme’ es un grito de auxilio que anhela la vivencia de algo trascendental. La sensación de espacio de socialización arrebatado, tanto en la realidad como en la virtualidad, da lugar a una reacción cultural y musical desarraigada, cínica y absurda. La música emergente dentro de su entorno protege la narrativa en capas de sentido figurado y solipsismo de voz filtrada.

Dentro de la actualidad musical, se puede encontrar un conjunto heterogéneo de propuestas que encajan en esta relación descomprometida, en la comunicación o en el propio contenido de sus propuestas. En este tiempo, dado que las tecnologías están mucho más insertadas en la sociedad, los artistas narrados a través de su relación con la máquina ya no son ingenieros del sonido sin atributos, sino fluorescentes referentes populares con una esforzada imagen pública mediada por el dispositivo.

Fragmento del videoclip de la canción de Amaia, Aralar (2025)

Algunos ejemplos de las escenas más cercanas son la patrona del ‘ragebait’2, Bbtrickz, el colectivo Disobey y su avanzado dominio de los ‘lores3’ y el humor de internet, o la burlesca llamada de Agusfornite2008 y Stiffy contra la solemnidad musical de la cultura ‘boomer’, equivalentes argentinos a la cómica farsa traperil de Disobey. A partir de este extremo, en el espectro del no tomarse en serio a uno mismo, encontramos otros nombres de mayor autoconciencia y ambición artística pero, igualmente, una presencia irreverente. Se puede apuntar a ejemplos como la ironía inquietante4 de rusia-idk (Ralphie Choo, Rusowsky, TRISTÁN!), el cual se da la mano con las surrealistas propuestas de Amaia, Mainline Magic Orchestra y Ciutat o el desvergonzado camino por la cuerda floja del ‘cringe’ de Azuleja o Teo Lucadamo.

El dispositivo no solo es un instrumento musical, sino un elemento clave de promoción y  construcción de un proyecto de emprendimiento en redes. La música ya no es un tótem, más bien, se desliza hacia su devaluación. Hay músicos que crean contenido e ‘influencers’ que hacen música, sin que la mayoría sea capaz de reconocerse artista por miedo a sonar pedante o engreído. Estos artistas, por supuesto, no representan el completo rango de nuevas voces de la música, sino una parte de la bipolaridad vigente. Nada parece importar demasiado, hasta que importa. Los proyectos musicales mesiánicos y los macro-conciertos apoyados en el adjetivo de histórico, suceden a su vez con una frecuencia paradójica fuera del ámbito virtual, ejerciendo la cuota de trascendencia histórica. Los artistas pertenecientes a esta liga de grandes presupuestos y capacidades infinitas colapsan el tráfico de internet (o el urbano) cada par de semanas, hasta que un nuevo fenómeno solapa con el anterior. 

Rosalía corriendo para hacer su ‘aparición mariana’ en la Plaza de Callao

De este modo, se promociona una doble moral en la que, por una parte, no hacerse demasiadas preguntas y aceptar el empaquetado de consumo musical tal como llega es una opción válida. Por otro, el análisis mediático en redes escudriña hasta la micra cada movimiento o decisión de un número excepcional de artistas que siembran un campo de ‘easter eggs5’ dentro de un laberinto autorreferencial que alimenta el ‘replay value6’. Con el pistoletazo de salida, ‘reaccionadores’, periodistas, influencers y otros comunicadores se lanzan a la carrera de la arqueología del hallazgo simbólico. El éxito de estos formatos es la prueba de que la audiencia reclama una profundidad en la relación entre la obra y su público y celebra la existencia de aquello que colectivamente se etiqueta de ambicioso o transgresor —independientemente de si realmente lo es—.

¿Será posible que detrás de la distancia irónica se esconda un ansia de encuentro con una Verdad Revelada? ¿Será suficiente un opiáceo de historicidad simulada en forma de ‘Entrada de segundo anfiteatro - Sección F’ por 110 euros? 

Amon Düül fue la banda que en los años 60 dinamizó en Alemania la idea del ‘krautrock’, buscando universalizar lo alemán, pero emancipado de su pasado. Más allá de una banda de psicodelia, se trataba de una comuna artística de Múnich, en la que se experimentaba con los modos de vida y en diferentes materias artísticas. De este conjunto, surgió una curiosa e ilustre posterior escisión de sus miembros. Por un lado, la parte musical, se reformó como Amon Düül II, una continuación de la propuesta de rock psicodélico inicial. Por otro, aquellos que no se conformaron con una revolución simbólica y no rechazaron la violencia de la acción directa, Andreas Baader, Ulrike Meinhof y Gudrun Ensslin, fundaron el ‘Grupo Baader-Meinhof’, posterior Fracción del Ejército Rojo. 

La cultura de aquella época, también con sus desagradables efectos, expresó un ímpetu por afectar a la realidad hasta sus máximas consecuencias. Hoy, el escepticismo ante la capacidad de la voluntad por influir en un sentido colectivo aporta una versión inocente de posteridad que se desarticula tan rápido como se finaliza el calendario de lanzamiento. 

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Oligopolio de empresas de la era de internet que gestionan los datos de sus usuarios en un ecosistema tecnológico cerrado sin que intervengan en él agentes externos.
2 Contenido publicado en redes con el objetivo de provocar una reacción de indignación que a su vez propicie su ‘viralidad’ como fin en sí mismo.

Conjunto ramificado de tramas de ficción que alimentan el relato oral de un tema concreto.
4 En robótica, la teoría del valle inquietante señala la hipótesis de que un androide con similitudes a las características humanas provoca un rechazo superior al que podría recibir una réplica humana o un robot sin apariencia.
5 Guiño oculto dentro de una obra artística.
6 Capacidad de una obra cultural para preservar su relevancia ante la repetición de su reproducción.

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Música
¿Qué artista planearía hoy un atentado?
La música, en su decadente relación con la máquina, se debate entre camuflarse en el cinismo ‘memético’ o performar el salto a la posteridad
Imagen de Theodore Kaczynski, conocido personaje objeto de ‘memes’ de internet por su visión sobre La sociedad industrial y su futuro.

La música de la Alemania tras la Segunda Guerra Mundial se caracterizaba por estar vacía de referentes. Los sonidos más inmediatos a la época eran expresiones musicales domesticadas por el nazismo, que cubrían la mínima ración de entretenimiento popular. Esta sería una música ligera llamada ‘schlager’, caracterizada por su insustancialidad y su posterior estigmatización. Sumado al sentimiento de culpa y el silencio social respecto a la vergonzosa memoria histórica, la modernidad cultural careció de toda posibilidad de abrazar algún legado. Como solución, el ‘krautrock’ sería el movimiento abanderado de la nueva creación de significado: un intento de construcción de utopía sonora para la nueva Alemania. El ‘krautrock’ se creó bajo la idea de experimentar con la psicodelia y la evolución de las tecnologías como elementos principales. Entonces sí, existía un claro optimismo tecnológico y una consecuente ilusión revolucionaria en la que las máquinas eran herramientas para imaginar nuevos géneros musicales. De los estertores de este movimiento, el tiempo y la estandarización construyeron fenómenos masivamente influyentes, como los padres europeos del ‘techno’ Kraftwerk o la inmersión de David Bowie en la vida de Berlín y su contracultura, de la que se sirvió para componer el álbum ‘Heroes’.

En el presente, la relación entre el artista y sus herramientas ha cambiado hasta generalizar una actitud desengañada: la tecnología ya no soluciona problemas, sino que los provoca. Las inteligencias artificiales amenazan la creatividad, los foros construidos en redes han quedado atomizados por el ruido de los ‘bots’ y los algoritmos promueven el ensimismamiento por encima de la conversación. La arquitectura de la red es un oligopolio de ‘jardines amurallados’1 que utilizan al usuario como su vasallo en una versión moderna del feudalismo. Las dinámicas de comportamiento en la red y el consumo adictivo provocan problemas de salud mental. Fuera de lo virtual, el estado del bienestar progresivamente se despedaza bajo un molesto ruido de crisis económica permanente, en el que las cosas nunca acaban por recuperarse o destruirse, mientras toda respuesta política parece inútil. El sentimiento de alienación provoca una relación nostálgica y de evocación hiperrealista del pasado. 

Tomado el paralelismo con el ‘krautrock’ ¿Cuál sería la respuesta cultural de la época? La nueva relación con la tecnología ya no es inspiradora, sino absurda. La ironía se ha vuelto forma de comunicación dominante en este internet avanzado. El entorno desasosiega tanto que paraliza y el ‘meme’ es un grito de auxilio que anhela la vivencia de algo trascendental. La sensación de espacio de socialización arrebatado, tanto en la realidad como en la virtualidad, da lugar a una reacción cultural y musical desarraigada, cínica y absurda. La música emergente dentro de su entorno protege la narrativa en capas de sentido figurado y solipsismo de voz filtrada.

Dentro de la actualidad musical, se puede encontrar un conjunto heterogéneo de propuestas que encajan en esta relación descomprometida, en la comunicación o en el propio contenido de sus propuestas. En este tiempo, dado que las tecnologías están mucho más insertadas en la sociedad, los artistas narrados a través de su relación con la máquina ya no son ingenieros del sonido sin atributos, sino fluorescentes referentes populares con una esforzada imagen pública mediada por el dispositivo.

Fragmento del videoclip de la canción de Amaia, Aralar (2025)

Algunos ejemplos de las escenas más cercanas son la patrona del ‘ragebait’2, Bbtrickz, el colectivo Disobey y su avanzado dominio de los ‘lores3’ y el humor de internet, o la burlesca llamada de Agusfornite2008 y Stiffy contra la solemnidad musical de la cultura ‘boomer’, equivalentes argentinos a la cómica farsa traperil de Disobey. A partir de este extremo, en el espectro del no tomarse en serio a uno mismo, encontramos otros nombres de mayor autoconciencia y ambición artística pero, igualmente, una presencia irreverente. Se puede apuntar a ejemplos como la ironía inquietante4 de rusia-idk (Ralphie Choo, Rusowsky, TRISTÁN!), el cual se da la mano con las surrealistas propuestas de Amaia, Mainline Magic Orchestra y Ciutat o el desvergonzado camino por la cuerda floja del ‘cringe’ de Azuleja o Teo Lucadamo.

El dispositivo no solo es un instrumento musical, sino un elemento clave de promoción y  construcción de un proyecto de emprendimiento en redes. La música ya no es un tótem, más bien, se desliza hacia su devaluación. Hay músicos que crean contenido e ‘influencers’ que hacen música, sin que la mayoría sea capaz de reconocerse artista por miedo a sonar pedante o engreído. Estos artistas, por supuesto, no representan el completo rango de nuevas voces de la música, sino una parte de la bipolaridad vigente. Nada parece importar demasiado, hasta que importa. Los proyectos musicales mesiánicos y los macro-conciertos apoyados en el adjetivo de histórico, suceden a su vez con una frecuencia paradójica fuera del ámbito virtual, ejerciendo la cuota de trascendencia histórica. Los artistas pertenecientes a esta liga de grandes presupuestos y capacidades infinitas colapsan el tráfico de internet (o el urbano) cada par de semanas, hasta que un nuevo fenómeno solapa con el anterior. 

Rosalía corriendo para hacer su ‘aparición mariana’ en la Plaza de Callao

De este modo, se promociona una doble moral en la que, por una parte, no hacerse demasiadas preguntas y aceptar el empaquetado de consumo musical tal como llega es una opción válida. Por otro, el análisis mediático en redes escudriña hasta la micra cada movimiento o decisión de un número excepcional de artistas que siembran un campo de ‘easter eggs5’ dentro de un laberinto autorreferencial que alimenta el ‘replay value6’. Con el pistoletazo de salida, ‘reaccionadores’, periodistas, influencers y otros comunicadores se lanzan a la carrera de la arqueología del hallazgo simbólico. El éxito de estos formatos es la prueba de que la audiencia reclama una profundidad en la relación entre la obra y su público y celebra la existencia de aquello que colectivamente se etiqueta de ambicioso o transgresor —independientemente de si realmente lo es—.

¿Será posible que detrás de la distancia irónica se esconda un ansia de encuentro con una Verdad Revelada? ¿Será suficiente un opiáceo de historicidad simulada en forma de ‘Entrada de segundo anfiteatro - Sección F’ por 110 euros? 

Amon Düül fue la banda que en los años 60 dinamizó en Alemania la idea del ‘krautrock’, buscando universalizar lo alemán, pero emancipado de su pasado. Más allá de una banda de psicodelia, se trataba de una comuna artística de Múnich, en la que se experimentaba con los modos de vida y en diferentes materias artísticas. De este conjunto, surgió una curiosa e ilustre posterior escisión de sus miembros. Por un lado, la parte musical, se reformó como Amon Düül II, una continuación de la propuesta de rock psicodélico inicial. Por otro, aquellos que no se conformaron con una revolución simbólica y no rechazaron la violencia de la acción directa, Andreas Baader, Ulrike Meinhof y Gudrun Ensslin, fundaron el ‘Grupo Baader-Meinhof’, posterior Fracción del Ejército Rojo. 

La cultura de aquella época, también con sus desagradables efectos, expresó un ímpetu por afectar a la realidad hasta sus máximas consecuencias. Hoy, el escepticismo ante la capacidad de la voluntad por influir en un sentido colectivo aporta una versión inocente de posteridad que se desarticula tan rápido como se finaliza el calendario de lanzamiento. 

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Oligopolio de empresas de la era de internet que gestionan los datos de sus usuarios en un ecosistema tecnológico cerrado sin que intervengan en él agentes externos.
2 Contenido publicado en redes con el objetivo de provocar una reacción de indignación que a su vez propicie su ‘viralidad’ como fin en sí mismo.

Conjunto ramificado de tramas de ficción que alimentan el relato oral de un tema concreto.
4 En robótica, la teoría del valle inquietante señala la hipótesis de que un androide con similitudes a las características humanas provoca un rechazo superior al que podría recibir una réplica humana o un robot sin apariencia.
5 Guiño oculto dentro de una obra artística.
6 Capacidad de una obra cultural para preservar su relevancia ante la repetición de su reproducción.

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