En la Crisálida con Fernando Navarro

Si hubiera tenido que prescindir de algo, hubiera preferido que mermara lo literario en beneficio de lo narrativo, hubiera elegido el entretenimiento.

Coincidí por primera vez con Fernando en el verano de 2022, en la Feria del Libro. Él venía a firmar su recién estrenado Malaventura y yo trabajaba entonces de librera. En aquel desfilar de autores, Fernando fue (pido perdón al resto) el que mejor me cayó con diferencia.  Ahora nos vemos con motivo de su primera novela, Crisálida. El día que conseguimos vernos a mí todavía no me ha dado tiempo a terminarlo y me presento en El Monaguillo llena de urgencia de hablar con él y también de poder terminar las últimas cuarenta páginas que me quedaban. Crisálida me ha enganchado y fascinado por su profundidad a partes iguales. He dado tremendas turras a mis allegados sobre la novela desde que la empecé, y aquí viene mi propuesta: es la mejor novela española en lo que llevamos de 2025. Las referencias al cine de Carlos Saura o de Víctor Erice se entremezclan con la voz derrotista de Rafael Sánchez Ferlosio y quizá, por una intuición mía que le propongo a Fernando en nuestra conversación, también localizo en Crisálida cierto hilo vilamatiano. El horror folk y la novela gótica están bien presentes desde la primera línea, pero el género nunca entierra, tenemos  suerte, a la alta literatura.

A: ¿Cómo fue el proceso de la elección de la voz narrativa en primera persona? 

F: Tenía que haber sido una tercera persona para contar la historia de la familia de manera más fría, al estilo de las novelas centroeuropeas. Pero el personaje de Nada fue tomando el control y la voz se convirtió en la novela. Hay una intimidad en lo literario.

A: Eres guionista, y hay algo en Crisálida del mundo del cine: las atmósferas, la plasticidad de las escenas. ¿Crees que hay algo en la literatura que no podamos encontrar en el cine?

F: Hay algo más íntimo, en el cine te diriges a muchas personas. En la literatura te diriges solo a una persona y se establece una relación de intimidad con ella. En el proceso del cine se vinculan los actores, por ejemplo, que son voces que se incorporan a la tuya, es un proceso más colectivo. En lo literario depende más de uno, aunque sí que intento incorporar a mi editor y correctores. Pero hay una soledad que está más presente, porque tienes que solucionar tú las situaciones que se vayan dando.

A: ¿Y cómo llevas que la creación del libro dependa más de ti y que sea menos coral en ese sentido? ¿Qué tal lidias con esa responsabilidad?

F: Creo que lo que hago es no pensar mucho en los resultados que va a tener el libro, intento concentrarme en el proceso de escritura. Yo lo hago por el proceso de escribir. No me preocupo tanto de controlar todos los procesos. A mí solo me interesa trabajar con palabras.

No decidí que fueran cinco hermanos en función de lo que yo necesitaba, los hermanos aparecieron en base a sus nombres, que eran palabras que me gustaban y desde ahí fui construyendo la novela. Había un elemento lúdico de la novela al que yo no quería renunciar. Si hubiera tenido que prescindir de algo, hubiera preferido que mermara lo literario en beneficio de lo narrativo, hubiera elegido el entretenimiento. Hay novelas en las que hay un momento en el que la trama decae  y todo se sustenta en la voz, en un elemento más literario. Si yo hubiera notado que se estaba perdiendo lo divertido, hubiera abandonado la literatura.

Despierta niña despierta, escucho la voz grave del Capitán, y entonces despierto y me envuelve la niebla de los bosques donde me mataron cuando yo tenía doce años y no tenía nombre porque de niña no tuve nombre porque mi padre, al que llamábamos el Capitán, no nos puso nombre a ninguno.

A: Me llama la atención la decisión de abrir con la cita de Rafael Sánchez Ferlosio. Teniendo en cuenta esto que comentábamos sobre la tensión entre lo cinematográfico o lo más literario en la novela.

F: Sí, es verdad que es una decisión potente, la cita te coloca en un lugar que tiene más que ver con lo literario.

“Nazca el niño negativo: nunca, nadie, nada no”.

Rafael Sánchez Ferlosio.

A: Y después de esa cita nos encontramos con la voz de Nada, la protagonista. A mí me ha parecido, igual aquí me estoy equivocando, que había en su voz algo que me llevaba a las escritoras actuales de autoficción. Pensaba en la voz de Panza de burro, por ejemplo. Es un personaje con una voz mucho más desarrollada que la del resto de su familia, más elaborada. Y eso me parecía un gesto casi vilamatiano. 

F: Nada es un personaje con una voz literaria, que roza lo poético en sitios donde a priori no tendría que tener un lugar. Deliberadamente la hice lectora para que fuera creíble que se expresara bien, para que su lenguaje poético fuese verosímil. Es una niña que ya no está escolarizada, pero yo necesitaba que pudiera tener ciertas reflexiones. De hecho en la novela se habla de libros pero nunca se citan.

A: ¿Y qué hay en la biblioteca del Capitán y de Madreselva? 

F: La isla del tesoro, Veinte mil lenguas de viaje submarino, Carmen Martín Gaite. El Capitán le regala libros a Nada sin pensar en que es una niña. Él no quiere que crezcan pero no le importa que sepan. Entonces compuse esa biblioteca pensando en la biblioteca de casa de mis padres: Freud, Nietzsche, Marx, Los tres mosqueteros, Ramón J. Sender, Milan Kundera, El Perfume, Vázquez Montalbán, Borges, Cela. Es una biblioteca llena de libros de bolsillo. De hecho, el personaje de el Capitán está escrito pensando en el Capitán Ahab y en Long John Silver. Pero también en los personajes de Conrad o de Kipling en El hombre que pudo reinar. Esa idea del gran aventurero colonialista del siglo XIX y del XX, que desea dominar una ballena o conquistar una isla. Son personajes más grandes que la vida que quieren reinar en lugares que no pueden dominar. 

Pero yo no creo que sea una novela cinematográfica, porque no tengo muy claro qué significa eso. Se supone que las novelas de guionistas tienen que ser novelas con trama (que la tiene) pero que se puedan trasladar al cine y yo creo que esta no es una novela para que pueda ser llevada al cine. La literatura se hace con imágenes, salvo las novelas filosóficas de Thomas Bernhard o Elías Canetti. El lenguaje construye imágenes, y si tiene imágenes, es literatura.

A: El personaje del Capitán, heredero, decías, de los aventureros colonialistas de los siglos XIX y XX, representa perfectamente a ese hombre que quiso dominar el mundo porque le dijeron que eso era lo que debía hacer, pero que el único universo que en realidad puede dominar es el de su familia. Y aquí empieza entonces la asfixia y la idea de la familia como espacio en el que germina la violencia. 

F: Eso es. La familia y el bosque se vuelven nucleares, porque contienen toda la humanidad y el universo. La familia termina en el bosque por una necesidad de huir de una sociedad que el Capitán piensa que va a acabar con ellos, terminan allí por un deseo de protección que les termina ahogando cuyo motor es el miedo.

A: El personaje del Capitán permite abrir una conversación que me interesa sobre la crisis masculina de la generación de nuestros padres. Profundizar en el miedo del padre de familia no justifica sus actos.

F: Claro, los males del Capitán y el sentido de sus decisiones tienen un por qué. A él, la ciudad le ha dicho que puede ser un poeta, un artista. Ha muerto Franco, ha llegado la Transición y en la ciudad de Granada él ha creído que podría ser quien quisiera. El hecho es que después no ha sido así, y el resultado de esto y de los miedos que ha ido alimentando él tienen como consecuencia al personaje. Me han llegado a decir que es un Peter Pan, no lo creo así. Él ha tenido cinco hijos, ha intentado responsabilizarse, ser un adulto, asumir su rol y proteger a su familia. Ha encadenado trabajos espantosos y su delirio viene porque él ve el mundo desde otro sitio, pero no ha querido ser un niño.


A: El momento, que no vamos a desvelar, en el que explicas el por qué de la herida del Capitán, está de plena actualidad en la conversación sobre los incels: chicos jóvenes recluidos en el espacio de su habitación y de lo virtual.

F: Son Capitanes en potencia que hacen, además, una defensa de un individualismo feroz. Imaginan escenarios catastróficos en los que tengan que irse a vivir a un búnker para protegerse, por ejemplo. Pero este individualismo, en la novela, se termina enfrentando a la naturaleza, que es más inteligente y que les termina pasando por encima. Pero sí, es una idea de la masculinidad turbocapitalista que arrasa con lo demás, con su familia y con todo lo que haga falta. El Capitán es un personaje con una parte más sensible, él es un ecologista que tenía una visión del mundo con más posibilidades, pero la violencia termina arrasando con todo. 

Algunas reacciones a la novela me sorprenden. Me dicen, por ejemplo: ¿es que nadie cuida a estos niños? Pero es que el desamparo existe.

A: ¿Esta historia surge de alguna historia que hayas leído en la prensa?

F: Qué va, es todo inventado. Sale de una distorsión ampliada sobre la infancia: cómo sería todo si todo hubiera ido mal. Por eso, cuando escucho esas reacciones, pienso en que si el personaje de Nada gusta, es también porque es hija del Capitán. Si queremos cuidar esa voz, es fruto de ese personaje. 

“Mudo de piel como una víbora, soy otra. Me odio me odié.

No espero tanto dolor. Quién era quién soy qué soy.

Si no soy sapo ni murciélago ni niña”.

A: Esa relación entre Nada (la voz narradora) y el personaje del Capitán, representa también ese viaje hacia el deseo simbólico por matar al padre. Para poder hacer ese viaje e independizarnos, necesitamos reconocernos hijos de nuestros padres y poder hacer también ese viaje de vuelta. Es algo que está muy presente en las referencias que mencionas, sobre todo en El Sur. 

F: Es un vínculo irrompible. De hecho, en El Sur, en la segunda parte que aparece en la novela de Adelaida García Morales pero no en la película, Estrella no puede evitar bajar al sur para hacer esa búsqueda de la figura de su padre. Hasta que no resuelva eso lo va a seguir arrastrando y su propia herida va a quedar sin cicatrizar. 

A: Me parece que en algunos puntos es casi un tratado sobre la violencia. Me recordaba mucho a Simone Weil, porque se comprende perfectamente, viendo a los personajes, que la violencia es casi el resultado de un mal amor. Está muy presente la ambivalencia: se quieren pero no saben cómo hacerlo. Quizá si nos referimos a que es cinematográfica tiene que ver con esto, con todo lo que en la novela se ve sin ser contado, se huele, se ve.

F: La novela va de siete personajes que se quieren pero no saben cómo hacerlo. Están inmersos en una situación en la que es muy complicado quererse. Aunque últimamente en el cine pasa al contrario, todo se sobreexplica. En la avalancha de las series ocurre que hay que contarlo todo. El problema que tengo a veces con las series es que parece que todo se tiene que contar. Intento aplicar la teoría del cuento que dice que, cuanto más tarde empieces, mejor. Quiero dejar mucho espacio en sombras porque creo que la literatura es así.

Ayer me leí Los hermosos años del castigo de Fleur Jaegy. Es un libro en el que no hay prácticamente nada. Es un libro misterioso y a mí me gustan los libros de ese tipo, aunque Crisálida no lo sea del todo porque es una novela narrativa que busca su reflejo en la novela gótica. Pero sí, yo creo que cuanto menos se explique, más literatura hay. 

 

A: Antes de vernos comentábamos las referencias de Crisálida a la película El Sur (1983) de Víctor Erice. Cuando era pequeña, mis padres ya estaban obsesionados con la película, y todavía no me dejaban verla pero me ponían siempre la escena de la comunión para que la viera. 

F: Y de hecho después de esa escena, en la del baile, suena el pasodoble En er mundo que es el mismo que aparece en la novela. 

Tanto El Sur como el cine de Carlos Saura eran referencias que tenía mucho sentido introducir en la novela. El cine español de la Transición estaba obsesionado con la figura del padre porque venían de una dictadura. De repente todos hacen películas simbólicas sobre el padre como Cría Cuervos, El espíritu de la colmena, El Sur. Cuando hicimos Verónica (2017) con Ana Torrent, aunque era una película de terror, queríamos dialogar con ese cine. También algo de la atmósfera de esas películas, como las de Borau, Gutiérrez Aragón, que son crudas y tienen una mirada que cuestiona la realidad, no le tienen miedo a la violencia pero muchas veces la suspenden en la elipsis. Son figuras, también de mi infancia, que son casi mitológicas. A este libro se está acercando mucha gente joven. Si sirve para que algunas personas que a lo mejor no han tenido acceso a esas referencias, puedan apreciar que El espíritu de la colmena y El laberinto del fauno son lo mismo, o que Cría cuervos dialoga con Verónica, entonces molará y algo habremos conseguido. 

A: ¿Cómo viviste el estreno de Cerrar los ojos (2023) de Víctor Erice? 

F: Pues la viví de una manera muy íntima. Con esta película tengo una relación muy especial porque hay gente implicada en ella que forma parte de mi entorno personal. Asistí a la rueda de prensa de Víctor en Donosti cuando le dieron el homenaje y luego al pase posterior. Es una película que aquí ha tenido una recepción muy distinta a la que ha tenido en el extranjero. El New York Times la escogió entre las diez mejores películas del año y aquí una gran parte de la la crítica, no todos por suerte, le perdonó la vida. 

A: ¿Qué opinas sobre esta conversación que hay en torno a la autoficción? ¿Eres lector de novela contemporánea? ¿Estás pendiente de las novedades? 

F: No mucho. Leo a compañeros y me gusta estar pendiente de su trabajo cuando, por ejemplo, te los encuentras en una librería o firmando en la Feria, pero yo en realidad llego a todo tarde. Por ejemplo, ahora estoy empezando a leer mucho a autores de hace treinta años: Ray Loriga, Enrique Vila-Matas, a Bolaño e incluso a Javier Marías. Soy muy lento. Me pasa igual con el cine. Creo que salvo Twin Peaks: fuego camina conmigo, que me entusiasmó nada más verla, he tenido que esperar a ver cómo maduraba el tiempo sobre las películas para tener una opinión, como pasa con los vinos. Esto lo hablo mucho con compañeros del mundo del cine, cuando comentan si su película ha ido mal o ha ido bien, si ha tenido éxito en taquilla o premios. Les digo: espérate veinte años a ver qué pasa, a ver dónde está tal o cuál película. Mira el caso de Jesús Franco, un cineasta al que admiro mucho, que pasa -pasaba- por ser uno de los peores directores de la historia del cine y que para mí, por ejemplo, es uno de los mejores, desde luego entre los mejores del cine español. Durante unos años solo se le reinvidicó en el mejor de los casos desde la ironía o desde el cine de derribo y de repente, Anora, la última ganadora del Óscar, está dedicada a a él, su director se declara fan y poco a poco su cine va recuperando posiciones de prestigio o al menos de curiosidad. 

En cuanto a la literatura contemporánea, voy leyendo a amigos y a gente que me encuentro que me va despertando  interés. Mi amigo Arturo Muñoz publicó en Pepitas de Calabaza un libro que me gustó mucho, Por un túnel de silencio (2022), recientemente el librito de Mar García Puig sobre la relación entre el gótico y lo femenino. Leo también a Pilar Pedraza, Pilar Adón, Cristina Fernández Cubas, Jon Bilbao o Ignacio Martínez de Pisón. Me siento más cerca de los que están en la ficción porque me parece que es un terreno todavía por explorar. No tengo nada en contra de la autoficción pero prefiero una ficción que dialogue con el universo literario de imaginación que viene desde mi infancia. A mí normalmente no me interesa tanto saber si eso que estoy leyendo es o no es real. Yo cuando empiezo un libro de Jon o de Cristina, a pesar de poder interpretar cosas que le pueden o no haber pasado a ellos, lo que me interesa es sobre todo que quieren contarme una historia porque son eso, narradores. Esa es la tradición a la que a mí me gustaría pertenecer. 

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En la Crisálida con Fernando Navarro
Si hubiera tenido que prescindir de algo, hubiera preferido que mermara lo literario en beneficio de lo narrativo, hubiera elegido el entretenimiento.

Coincidí por primera vez con Fernando en el verano de 2022, en la Feria del Libro. Él venía a firmar su recién estrenado Malaventura y yo trabajaba entonces de librera. En aquel desfilar de autores, Fernando fue (pido perdón al resto) el que mejor me cayó con diferencia.  Ahora nos vemos con motivo de su primera novela, Crisálida. El día que conseguimos vernos a mí todavía no me ha dado tiempo a terminarlo y me presento en El Monaguillo llena de urgencia de hablar con él y también de poder terminar las últimas cuarenta páginas que me quedaban. Crisálida me ha enganchado y fascinado por su profundidad a partes iguales. He dado tremendas turras a mis allegados sobre la novela desde que la empecé, y aquí viene mi propuesta: es la mejor novela española en lo que llevamos de 2025. Las referencias al cine de Carlos Saura o de Víctor Erice se entremezclan con la voz derrotista de Rafael Sánchez Ferlosio y quizá, por una intuición mía que le propongo a Fernando en nuestra conversación, también localizo en Crisálida cierto hilo vilamatiano. El horror folk y la novela gótica están bien presentes desde la primera línea, pero el género nunca entierra, tenemos  suerte, a la alta literatura.

A: ¿Cómo fue el proceso de la elección de la voz narrativa en primera persona? 

F: Tenía que haber sido una tercera persona para contar la historia de la familia de manera más fría, al estilo de las novelas centroeuropeas. Pero el personaje de Nada fue tomando el control y la voz se convirtió en la novela. Hay una intimidad en lo literario.

A: Eres guionista, y hay algo en Crisálida del mundo del cine: las atmósferas, la plasticidad de las escenas. ¿Crees que hay algo en la literatura que no podamos encontrar en el cine?

F: Hay algo más íntimo, en el cine te diriges a muchas personas. En la literatura te diriges solo a una persona y se establece una relación de intimidad con ella. En el proceso del cine se vinculan los actores, por ejemplo, que son voces que se incorporan a la tuya, es un proceso más colectivo. En lo literario depende más de uno, aunque sí que intento incorporar a mi editor y correctores. Pero hay una soledad que está más presente, porque tienes que solucionar tú las situaciones que se vayan dando.

A: ¿Y cómo llevas que la creación del libro dependa más de ti y que sea menos coral en ese sentido? ¿Qué tal lidias con esa responsabilidad?

F: Creo que lo que hago es no pensar mucho en los resultados que va a tener el libro, intento concentrarme en el proceso de escritura. Yo lo hago por el proceso de escribir. No me preocupo tanto de controlar todos los procesos. A mí solo me interesa trabajar con palabras.

No decidí que fueran cinco hermanos en función de lo que yo necesitaba, los hermanos aparecieron en base a sus nombres, que eran palabras que me gustaban y desde ahí fui construyendo la novela. Había un elemento lúdico de la novela al que yo no quería renunciar. Si hubiera tenido que prescindir de algo, hubiera preferido que mermara lo literario en beneficio de lo narrativo, hubiera elegido el entretenimiento. Hay novelas en las que hay un momento en el que la trama decae  y todo se sustenta en la voz, en un elemento más literario. Si yo hubiera notado que se estaba perdiendo lo divertido, hubiera abandonado la literatura.

Despierta niña despierta, escucho la voz grave del Capitán, y entonces despierto y me envuelve la niebla de los bosques donde me mataron cuando yo tenía doce años y no tenía nombre porque de niña no tuve nombre porque mi padre, al que llamábamos el Capitán, no nos puso nombre a ninguno.

A: Me llama la atención la decisión de abrir con la cita de Rafael Sánchez Ferlosio. Teniendo en cuenta esto que comentábamos sobre la tensión entre lo cinematográfico o lo más literario en la novela.

F: Sí, es verdad que es una decisión potente, la cita te coloca en un lugar que tiene más que ver con lo literario.

“Nazca el niño negativo: nunca, nadie, nada no”.

Rafael Sánchez Ferlosio.

A: Y después de esa cita nos encontramos con la voz de Nada, la protagonista. A mí me ha parecido, igual aquí me estoy equivocando, que había en su voz algo que me llevaba a las escritoras actuales de autoficción. Pensaba en la voz de Panza de burro, por ejemplo. Es un personaje con una voz mucho más desarrollada que la del resto de su familia, más elaborada. Y eso me parecía un gesto casi vilamatiano. 

F: Nada es un personaje con una voz literaria, que roza lo poético en sitios donde a priori no tendría que tener un lugar. Deliberadamente la hice lectora para que fuera creíble que se expresara bien, para que su lenguaje poético fuese verosímil. Es una niña que ya no está escolarizada, pero yo necesitaba que pudiera tener ciertas reflexiones. De hecho en la novela se habla de libros pero nunca se citan.

A: ¿Y qué hay en la biblioteca del Capitán y de Madreselva? 

F: La isla del tesoro, Veinte mil lenguas de viaje submarino, Carmen Martín Gaite. El Capitán le regala libros a Nada sin pensar en que es una niña. Él no quiere que crezcan pero no le importa que sepan. Entonces compuse esa biblioteca pensando en la biblioteca de casa de mis padres: Freud, Nietzsche, Marx, Los tres mosqueteros, Ramón J. Sender, Milan Kundera, El Perfume, Vázquez Montalbán, Borges, Cela. Es una biblioteca llena de libros de bolsillo. De hecho, el personaje de el Capitán está escrito pensando en el Capitán Ahab y en Long John Silver. Pero también en los personajes de Conrad o de Kipling en El hombre que pudo reinar. Esa idea del gran aventurero colonialista del siglo XIX y del XX, que desea dominar una ballena o conquistar una isla. Son personajes más grandes que la vida que quieren reinar en lugares que no pueden dominar. 

Pero yo no creo que sea una novela cinematográfica, porque no tengo muy claro qué significa eso. Se supone que las novelas de guionistas tienen que ser novelas con trama (que la tiene) pero que se puedan trasladar al cine y yo creo que esta no es una novela para que pueda ser llevada al cine. La literatura se hace con imágenes, salvo las novelas filosóficas de Thomas Bernhard o Elías Canetti. El lenguaje construye imágenes, y si tiene imágenes, es literatura.

A: El personaje del Capitán, heredero, decías, de los aventureros colonialistas de los siglos XIX y XX, representa perfectamente a ese hombre que quiso dominar el mundo porque le dijeron que eso era lo que debía hacer, pero que el único universo que en realidad puede dominar es el de su familia. Y aquí empieza entonces la asfixia y la idea de la familia como espacio en el que germina la violencia. 

F: Eso es. La familia y el bosque se vuelven nucleares, porque contienen toda la humanidad y el universo. La familia termina en el bosque por una necesidad de huir de una sociedad que el Capitán piensa que va a acabar con ellos, terminan allí por un deseo de protección que les termina ahogando cuyo motor es el miedo.

A: El personaje del Capitán permite abrir una conversación que me interesa sobre la crisis masculina de la generación de nuestros padres. Profundizar en el miedo del padre de familia no justifica sus actos.

F: Claro, los males del Capitán y el sentido de sus decisiones tienen un por qué. A él, la ciudad le ha dicho que puede ser un poeta, un artista. Ha muerto Franco, ha llegado la Transición y en la ciudad de Granada él ha creído que podría ser quien quisiera. El hecho es que después no ha sido así, y el resultado de esto y de los miedos que ha ido alimentando él tienen como consecuencia al personaje. Me han llegado a decir que es un Peter Pan, no lo creo así. Él ha tenido cinco hijos, ha intentado responsabilizarse, ser un adulto, asumir su rol y proteger a su familia. Ha encadenado trabajos espantosos y su delirio viene porque él ve el mundo desde otro sitio, pero no ha querido ser un niño.


A: El momento, que no vamos a desvelar, en el que explicas el por qué de la herida del Capitán, está de plena actualidad en la conversación sobre los incels: chicos jóvenes recluidos en el espacio de su habitación y de lo virtual.

F: Son Capitanes en potencia que hacen, además, una defensa de un individualismo feroz. Imaginan escenarios catastróficos en los que tengan que irse a vivir a un búnker para protegerse, por ejemplo. Pero este individualismo, en la novela, se termina enfrentando a la naturaleza, que es más inteligente y que les termina pasando por encima. Pero sí, es una idea de la masculinidad turbocapitalista que arrasa con lo demás, con su familia y con todo lo que haga falta. El Capitán es un personaje con una parte más sensible, él es un ecologista que tenía una visión del mundo con más posibilidades, pero la violencia termina arrasando con todo. 

Algunas reacciones a la novela me sorprenden. Me dicen, por ejemplo: ¿es que nadie cuida a estos niños? Pero es que el desamparo existe.

A: ¿Esta historia surge de alguna historia que hayas leído en la prensa?

F: Qué va, es todo inventado. Sale de una distorsión ampliada sobre la infancia: cómo sería todo si todo hubiera ido mal. Por eso, cuando escucho esas reacciones, pienso en que si el personaje de Nada gusta, es también porque es hija del Capitán. Si queremos cuidar esa voz, es fruto de ese personaje. 

“Mudo de piel como una víbora, soy otra. Me odio me odié.

No espero tanto dolor. Quién era quién soy qué soy.

Si no soy sapo ni murciélago ni niña”.

A: Esa relación entre Nada (la voz narradora) y el personaje del Capitán, representa también ese viaje hacia el deseo simbólico por matar al padre. Para poder hacer ese viaje e independizarnos, necesitamos reconocernos hijos de nuestros padres y poder hacer también ese viaje de vuelta. Es algo que está muy presente en las referencias que mencionas, sobre todo en El Sur. 

F: Es un vínculo irrompible. De hecho, en El Sur, en la segunda parte que aparece en la novela de Adelaida García Morales pero no en la película, Estrella no puede evitar bajar al sur para hacer esa búsqueda de la figura de su padre. Hasta que no resuelva eso lo va a seguir arrastrando y su propia herida va a quedar sin cicatrizar. 

A: Me parece que en algunos puntos es casi un tratado sobre la violencia. Me recordaba mucho a Simone Weil, porque se comprende perfectamente, viendo a los personajes, que la violencia es casi el resultado de un mal amor. Está muy presente la ambivalencia: se quieren pero no saben cómo hacerlo. Quizá si nos referimos a que es cinematográfica tiene que ver con esto, con todo lo que en la novela se ve sin ser contado, se huele, se ve.

F: La novela va de siete personajes que se quieren pero no saben cómo hacerlo. Están inmersos en una situación en la que es muy complicado quererse. Aunque últimamente en el cine pasa al contrario, todo se sobreexplica. En la avalancha de las series ocurre que hay que contarlo todo. El problema que tengo a veces con las series es que parece que todo se tiene que contar. Intento aplicar la teoría del cuento que dice que, cuanto más tarde empieces, mejor. Quiero dejar mucho espacio en sombras porque creo que la literatura es así.

Ayer me leí Los hermosos años del castigo de Fleur Jaegy. Es un libro en el que no hay prácticamente nada. Es un libro misterioso y a mí me gustan los libros de ese tipo, aunque Crisálida no lo sea del todo porque es una novela narrativa que busca su reflejo en la novela gótica. Pero sí, yo creo que cuanto menos se explique, más literatura hay. 

 

A: Antes de vernos comentábamos las referencias de Crisálida a la película El Sur (1983) de Víctor Erice. Cuando era pequeña, mis padres ya estaban obsesionados con la película, y todavía no me dejaban verla pero me ponían siempre la escena de la comunión para que la viera. 

F: Y de hecho después de esa escena, en la del baile, suena el pasodoble En er mundo que es el mismo que aparece en la novela. 

Tanto El Sur como el cine de Carlos Saura eran referencias que tenía mucho sentido introducir en la novela. El cine español de la Transición estaba obsesionado con la figura del padre porque venían de una dictadura. De repente todos hacen películas simbólicas sobre el padre como Cría Cuervos, El espíritu de la colmena, El Sur. Cuando hicimos Verónica (2017) con Ana Torrent, aunque era una película de terror, queríamos dialogar con ese cine. También algo de la atmósfera de esas películas, como las de Borau, Gutiérrez Aragón, que son crudas y tienen una mirada que cuestiona la realidad, no le tienen miedo a la violencia pero muchas veces la suspenden en la elipsis. Son figuras, también de mi infancia, que son casi mitológicas. A este libro se está acercando mucha gente joven. Si sirve para que algunas personas que a lo mejor no han tenido acceso a esas referencias, puedan apreciar que El espíritu de la colmena y El laberinto del fauno son lo mismo, o que Cría cuervos dialoga con Verónica, entonces molará y algo habremos conseguido. 

A: ¿Cómo viviste el estreno de Cerrar los ojos (2023) de Víctor Erice? 

F: Pues la viví de una manera muy íntima. Con esta película tengo una relación muy especial porque hay gente implicada en ella que forma parte de mi entorno personal. Asistí a la rueda de prensa de Víctor en Donosti cuando le dieron el homenaje y luego al pase posterior. Es una película que aquí ha tenido una recepción muy distinta a la que ha tenido en el extranjero. El New York Times la escogió entre las diez mejores películas del año y aquí una gran parte de la la crítica, no todos por suerte, le perdonó la vida. 

A: ¿Qué opinas sobre esta conversación que hay en torno a la autoficción? ¿Eres lector de novela contemporánea? ¿Estás pendiente de las novedades? 

F: No mucho. Leo a compañeros y me gusta estar pendiente de su trabajo cuando, por ejemplo, te los encuentras en una librería o firmando en la Feria, pero yo en realidad llego a todo tarde. Por ejemplo, ahora estoy empezando a leer mucho a autores de hace treinta años: Ray Loriga, Enrique Vila-Matas, a Bolaño e incluso a Javier Marías. Soy muy lento. Me pasa igual con el cine. Creo que salvo Twin Peaks: fuego camina conmigo, que me entusiasmó nada más verla, he tenido que esperar a ver cómo maduraba el tiempo sobre las películas para tener una opinión, como pasa con los vinos. Esto lo hablo mucho con compañeros del mundo del cine, cuando comentan si su película ha ido mal o ha ido bien, si ha tenido éxito en taquilla o premios. Les digo: espérate veinte años a ver qué pasa, a ver dónde está tal o cuál película. Mira el caso de Jesús Franco, un cineasta al que admiro mucho, que pasa -pasaba- por ser uno de los peores directores de la historia del cine y que para mí, por ejemplo, es uno de los mejores, desde luego entre los mejores del cine español. Durante unos años solo se le reinvidicó en el mejor de los casos desde la ironía o desde el cine de derribo y de repente, Anora, la última ganadora del Óscar, está dedicada a a él, su director se declara fan y poco a poco su cine va recuperando posiciones de prestigio o al menos de curiosidad. 

En cuanto a la literatura contemporánea, voy leyendo a amigos y a gente que me encuentro que me va despertando  interés. Mi amigo Arturo Muñoz publicó en Pepitas de Calabaza un libro que me gustó mucho, Por un túnel de silencio (2022), recientemente el librito de Mar García Puig sobre la relación entre el gótico y lo femenino. Leo también a Pilar Pedraza, Pilar Adón, Cristina Fernández Cubas, Jon Bilbao o Ignacio Martínez de Pisón. Me siento más cerca de los que están en la ficción porque me parece que es un terreno todavía por explorar. No tengo nada en contra de la autoficción pero prefiero una ficción que dialogue con el universo literario de imaginación que viene desde mi infancia. A mí normalmente no me interesa tanto saber si eso que estoy leyendo es o no es real. Yo cuando empiezo un libro de Jon o de Cristina, a pesar de poder interpretar cosas que le pueden o no haber pasado a ellos, lo que me interesa es sobre todo que quieren contarme una historia porque son eso, narradores. Esa es la tradición a la que a mí me gustaría pertenecer. 

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