Isabel Coixet: Desobediencia Civil

Alejandra me dijo: "Por favor sácame de aquí, me está dando un Síndrome de Stendhal pero al revés"

El otro día oí a un cretino decir a sus amigotes "el que no quiere ser rico es porque no quiere ser rico". Los amigotes asintieron PORQUE ERA LA PUTA VERDAD, ¿SABES? Pasaron de largo en formación de cretinos, sin detenerse a considerar ni por un segundo la estructura de aquella sentencia o su trasfondo. Se alejaron hacia la noche con sus andares de nepobabys de cuarta división y yo me limité a intercambiar con Alejandra una mirada de "menudos campeones".

Entonces no lo sabía, pero resultó que aquello fue la introducción perfecta para la exposición de collage que Isabel Coixet tenía en el Thyssen y que visitaríamos el día siguiente.

Hay cocineros que para codificarse como chefs de alta gama cogen un bistec del Mercadona, una hoja de pan de oro y convierten la suma de ambas cosas, con una inversión total de cuatro o cinco euros, en un plato de treinta o cuarenta. Les arriman un par de patatas y listo. El dorado deslumbra y el sabor queda en un segundo plano. Coixet parece haber seguido la misma lógica. Si su exposición fuese un edificio, el chico del pormishuevismo ya le habría dedicado un reel.

Personalmente he disfrutado mucho algunas películas de Coixet (La vida secreta de las palabras, crema) y ha habido otras que me han dado igual, pero lo que no puedo negar en ningún caso es que todas ellas cuentan con la solidez de su disciplina. No hablo de efectividad ni de idoneidad, sino sencillamente de entereza. La misma entereza que desaparece momentáneamente cuando un chef galardonado anuncia minipizzas congeladas. Porque esa es la cuestión: no estamos hablando de un parguela aspirante a maestro de los entrecots, sino de una directora experimentada y respetada que ha demostrado su valor en numerosas ocasiones. Por mucho que se la juzgue de irregular o de dar patinazos, estamos hablando de una autora con todas las de la ley, que también ha tenido grandes aciertos y momentos de lucidez.

De lo que se trata aquí es de la idea casposa del talento extrapolable. La misma idea que ha hecho pensar a Jim Carrey o a Johnny Depp que sus pinturas están a la altura de su impacto en el sector de la interpretación. Este año hubo carteles por todo New York que anunciaban la exposición de Depp. La campaña resultaba tan excesiva que decidí informarme y descubrí que la galería que acogía la exposición cobraba entrada. Había galerías repartidas por todo Manhattan con obras de artistas seminales, como Paul Klee, Olafur Eliasson, Jenny Holzer, Andy Warhol o Nan Goldin, entre muchísimos otros y entre cientos de artistas contemporáneos y modernos menos conocidos. Todos esos espacios eran de acceso gratuito. La galería de Depp era la única que consideraba pertinente cobrar, y además su entrada era más cara que la del Moma o el Met.

Vale que el Thyssen es grande y que ha conseguido reunir una colección llena de maravillas. Vale que suele hacer retrospectivas impolutas y exhaustivas. Vale que el espacio dedicado a Coixet es equivalente a un cuarto de escobas y que el acceso a su exposición está incluido en la entrada general. Pero aún así, ¿la curiosidad de que una directora de cine ha matado el tiempo haciendo collages justifica sacrificar el control de calidad? ¿Justifica desplegar un batiburrillo de frases pseudo-profundas, imágenes manidas y lienzos circulares en el paseo que uno se da para llegar de Munch a Rodin?

Si el listón está alto, que siga alto. No vamos a programar tampoco a Ferrán Adriá en el Primavera Sound sólo porque se cante unas jotas los domingos después de comer, ¿o sí?

Alejandra me dijo: "Por favor sácame de aquí, me está dando un Síndrome de Stendhal pero al revés". Yo le pedí por favor que esperase un momento, que quería leer el texto que encabezaba la presentación. Lo firmaba Estrella de Diego.

Si mañana todos los collages de Coixet desapareciesen en un incendio y sólo quedase ese texto como testimonio, podríamos llegar a creernos que, efectivamente, "en ese extraño desplazamiento de las historias y los objetos del mundo, los collages de Isabel Coixet conectan con la gran tradición del género –de Hannah Höch a Jurt Schwitters– y vinculan a Coixet –y a su público– con cierta fascinante precariedad, ese trabajar desde lo poco que, de alguna manera, Coixet persigue también en su cine". Podríamos fiarnos y llegar a aceptar que los collages de Coixet perdidos en el gran incendio de los collages no tenían nada que envidiarle a su cine ni a nadie, pero el fuego aún no ha llegado y los visitantes todavía pueden leer en los collages frases mal impresas como "My homework is to practice civil disobedience" pegadas sobre fondo galáctico junto a la fotografía de una mujer de rostro sufrido. Aún es posible constatar que el Thyssen ha organizado una exposición de bar (un saludo al equipo curatorial).

Lo que yo pediría es aflojar un poco con lo anecdótico. Nada más. En el arte todavía queda mucho antes de tener que rascar donde no pica. Muchísimo. En serio. La fama no es suficiente. No vamos a ningún lado dando rienda suelta a la soberbia que hace que quienes saben hacer algo decidan que saben hacerlo todo.

Y bueno, termino aquí que voy a volver a verme La librería.

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Artes
Isabel Coixet: Desobediencia Civil
Alejandra me dijo: "Por favor sácame de aquí, me está dando un Síndrome de Stendhal pero al revés"

El otro día oí a un cretino decir a sus amigotes "el que no quiere ser rico es porque no quiere ser rico". Los amigotes asintieron PORQUE ERA LA PUTA VERDAD, ¿SABES? Pasaron de largo en formación de cretinos, sin detenerse a considerar ni por un segundo la estructura de aquella sentencia o su trasfondo. Se alejaron hacia la noche con sus andares de nepobabys de cuarta división y yo me limité a intercambiar con Alejandra una mirada de "menudos campeones".

Entonces no lo sabía, pero resultó que aquello fue la introducción perfecta para la exposición de collage que Isabel Coixet tenía en el Thyssen y que visitaríamos el día siguiente.

Hay cocineros que para codificarse como chefs de alta gama cogen un bistec del Mercadona, una hoja de pan de oro y convierten la suma de ambas cosas, con una inversión total de cuatro o cinco euros, en un plato de treinta o cuarenta. Les arriman un par de patatas y listo. El dorado deslumbra y el sabor queda en un segundo plano. Coixet parece haber seguido la misma lógica. Si su exposición fuese un edificio, el chico del pormishuevismo ya le habría dedicado un reel.

Personalmente he disfrutado mucho algunas películas de Coixet (La vida secreta de las palabras, crema) y ha habido otras que me han dado igual, pero lo que no puedo negar en ningún caso es que todas ellas cuentan con la solidez de su disciplina. No hablo de efectividad ni de idoneidad, sino sencillamente de entereza. La misma entereza que desaparece momentáneamente cuando un chef galardonado anuncia minipizzas congeladas. Porque esa es la cuestión: no estamos hablando de un parguela aspirante a maestro de los entrecots, sino de una directora experimentada y respetada que ha demostrado su valor en numerosas ocasiones. Por mucho que se la juzgue de irregular o de dar patinazos, estamos hablando de una autora con todas las de la ley, que también ha tenido grandes aciertos y momentos de lucidez.

De lo que se trata aquí es de la idea casposa del talento extrapolable. La misma idea que ha hecho pensar a Jim Carrey o a Johnny Depp que sus pinturas están a la altura de su impacto en el sector de la interpretación. Este año hubo carteles por todo New York que anunciaban la exposición de Depp. La campaña resultaba tan excesiva que decidí informarme y descubrí que la galería que acogía la exposición cobraba entrada. Había galerías repartidas por todo Manhattan con obras de artistas seminales, como Paul Klee, Olafur Eliasson, Jenny Holzer, Andy Warhol o Nan Goldin, entre muchísimos otros y entre cientos de artistas contemporáneos y modernos menos conocidos. Todos esos espacios eran de acceso gratuito. La galería de Depp era la única que consideraba pertinente cobrar, y además su entrada era más cara que la del Moma o el Met.

Vale que el Thyssen es grande y que ha conseguido reunir una colección llena de maravillas. Vale que suele hacer retrospectivas impolutas y exhaustivas. Vale que el espacio dedicado a Coixet es equivalente a un cuarto de escobas y que el acceso a su exposición está incluido en la entrada general. Pero aún así, ¿la curiosidad de que una directora de cine ha matado el tiempo haciendo collages justifica sacrificar el control de calidad? ¿Justifica desplegar un batiburrillo de frases pseudo-profundas, imágenes manidas y lienzos circulares en el paseo que uno se da para llegar de Munch a Rodin?

Si el listón está alto, que siga alto. No vamos a programar tampoco a Ferrán Adriá en el Primavera Sound sólo porque se cante unas jotas los domingos después de comer, ¿o sí?

Alejandra me dijo: "Por favor sácame de aquí, me está dando un Síndrome de Stendhal pero al revés". Yo le pedí por favor que esperase un momento, que quería leer el texto que encabezaba la presentación. Lo firmaba Estrella de Diego.

Si mañana todos los collages de Coixet desapareciesen en un incendio y sólo quedase ese texto como testimonio, podríamos llegar a creernos que, efectivamente, "en ese extraño desplazamiento de las historias y los objetos del mundo, los collages de Isabel Coixet conectan con la gran tradición del género –de Hannah Höch a Jurt Schwitters– y vinculan a Coixet –y a su público– con cierta fascinante precariedad, ese trabajar desde lo poco que, de alguna manera, Coixet persigue también en su cine". Podríamos fiarnos y llegar a aceptar que los collages de Coixet perdidos en el gran incendio de los collages no tenían nada que envidiarle a su cine ni a nadie, pero el fuego aún no ha llegado y los visitantes todavía pueden leer en los collages frases mal impresas como "My homework is to practice civil disobedience" pegadas sobre fondo galáctico junto a la fotografía de una mujer de rostro sufrido. Aún es posible constatar que el Thyssen ha organizado una exposición de bar (un saludo al equipo curatorial).

Lo que yo pediría es aflojar un poco con lo anecdótico. Nada más. En el arte todavía queda mucho antes de tener que rascar donde no pica. Muchísimo. En serio. La fama no es suficiente. No vamos a ningún lado dando rienda suelta a la soberbia que hace que quienes saben hacer algo decidan que saben hacerlo todo.

Y bueno, termino aquí que voy a volver a verme La librería.

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