Todo comenzó con una entrevista de trabajo: el director de cierto medio cultural me quería encargar un artículo sobre el nuevo álbum de Rosalía. “¿Sobre los rumores, las expectativas, las pistas que la cantante catalana ha ido dejando…?”, pregunté yo intrigado al director de la plataforma en cuestión. “No, no, una crítica del álbum, para que la podamos publicar los primeros, en cuanto salga el disco. Al toque”, respondió el hombre paliducho, ataviado con una bufanda llamativa y enfundado en pantalón plisado azul Klein, con gafas de culo de vaso –negras y redondeadas– incrustadas en su diminuta cara: un featuring entre Quevedo (el literato) y Bifo (el pensador italiano). Al toque…, se me quedó resonando en la cabeza. Escribir y publicar al toque, como jugaba el Barça de Guardiola. Cortita y al pie; pared y triangulación; y el césped no muy alto, por favor.
Ante semejante propuesta, yo no cabía en mi sorpresa, era mayúsculo mi enfado. ¡Lo que faltaba! Ya me ha tocado en repetidas ocasiones escribir sobre exposiciones de arte contemporáneo que no he visto, pero esto…, esto era inaudito, ¡inaceptable! –pensé, y debí convulsionar en la silla de skai rojo–, y aun así no sé muy porqué decidí aceptar el encargo inmediatamente, tras unos segundos de petrificación total frente al petulante director del medio –de cuyo nombre no quiero acordarme–. Acepté, también, al toque. Y es que, pensándolo bien, el encargo tenía todo el sentido del mundo: de hecho, una proposición de esta naturaleza no era sino la consecuencia lógica de las derivas de la crítica y el periodismo cultural en nuestro país.
Desde hace ya un tiempo, no prima el disenso ni el pensamiento crítico, la profundización en la complejidad de los eventos culturales o el buceo en las entrañas de los avatares de la contemporaneidad: prima la velocidad, el golpe de efecto, el clickbait, el ahora. Y el ahora, en realidad –como bien sabemos–, no existe, es quizás únicamente una pizca de tiempo, casi nada, muy poquito. Ya se ha pasado. El ahora está todo el rato pasando. La escritura debe, por tanto, no solo estar pasando, produciéndose, sin descanso, jugarse al toque –tiki taka editorial, redacción cortita y al pie–, sino que debe llegar antes de tiempo: debe ser y será, cada vez con mayor notoriedad, prematura.
Antes de que el acontecimiento nazca y tenga tiempo de aposentarse, de discurrir y desarrollarse, de que veamos sus consecuencias e impacto, antes del pasado, incluso del ahora, a contratiempo, antes que nadie ni nada, debemos estar a la altura de nuestro tiempo: zurdazo y gol por la escuadra. Eso buscaba aquel Bifo con aires de grandeza y zapatillas Camper coloridas: un golazo en toda regla, como una falta de Kaká, como un chut de Pirlo, con efecto –¡con efecto!–, breve y elegante. Si lo pensamos bien, la crítica siempre ha reivindicado eso mismo: su condición prematura, contemporánea –tal y como Giorgio Agamben entiende esta categoría, de manera heterocrónica–; su estatus anticipatorio, su sensibilidad aguda y, ya en último término, su cualidad vaticinadora, performativa, la de una crítica que se hace desde porvenir.
Deleitándome como estaba yo mis confabulaciones intelectualoides, decidí no solo aceptar sino subir la apuesta. Propuse publicar el artículo esa misma semana, antes de que saliera el álbum. Ya mismo, cuanto antes. “Si nos ponemos, nos ponemos”, pensé, y dije luego en voz alta. “Si quieres un golazo, que sea un trabuco de CR7 que entra en la portería golpeando el larguero, haciendo reverberar todo el Santiago Bernabéu”, pensé, y esta vez me lo guardé para mis adentros.
Aquel señor con cara de erizo que había leído en diagonal a Jacques Derrida para poder decir tres o cuatro cosas de postestructuralismo francés en sus citas, me miró con absoluto extrañamiento durante unos segundos, dejando que mis palabras, que mi propuesta kamikaze flotase en el aire y le entrase por los poros –en apariencia exfoliados recientemente–. No tardó mucho, en cambio, en responderme: “Dale, cuanto antes la tengas mejor”. De nuevo, tiki taka, dicho y hecho, jugada de Ronaldinho y Deco: al toque. Si lo que aquel hombrecito enjuto –envuelto en cuello alto negro y con cierta alopecia– quería era un auténtico golazo, este debía llegar en el calentamiento, esto es, antes de que empezara el partido, donde –como bien sabemos los espectadores futboleros– verdaderamente se ven las mayores filigranas y mejores faltas. Si lo que buscaba mi sagaz hombrecillo era el petardazo mediático, propiciado por la duda generalizada en los lectores de su medio y en aquellos que llegaran por el efecto del clickbait –lo que en el sector editorial equivale a una elástica en un campo de fútbol–, debía comprometerse hasta el final con su artimaña simulacral. Seducción, (con)fabulación y anticipación: los jugadores estrellas del periodismo prematuro.
El artículo no tardó mucho en llegar a manos del jefe del medio. Le fascinó. Me comentó, de hecho, que era mejor que muchos otros artículos que había publicado post-escucha, me insistió también en que había dado en la tecla –o “con la tecla”, no recuerdo muy bien, tampoco entendí a qué se refería exactamente–, que había entendido el juego –jogo bonito, supongo; magia a la brasilera–… ¿Sobre el contenido del artículo? En él hablo del supuesto tema de reguetón a la antigua que habría sacado Rosalía con maravillosa producción de Ovy on the Drums –quien viene de colaborar nada más y nada menos que con el mismísimo Sergio Ramos–; de sus sorpresivas (o no tanto) colaboraciones con Billie Eilish, Kendrick Lamar y Charli XCX; de la delicada construcción de un imaginario religioso basado en la simbología cristiana de la cruz; de los cameos de los Javis…, de la filmación de uno de sus videoclips en vaticano…, de las vestimentas de Calvin Kllein y Prada… Finalmente, lanzo un último petardazo, asegurando que Rosalía había incluido en el disco un beef crudo, en base de drill, a El Madrileño –antiguo C. Tangana y ex pareja de la cantante catalana–. Esta última invención me serviría –pensé– para ir preparando el siguiente golazo: la respuesta de puchito. Tiki taka, tiki taka, tiki taka… Empezaba a manejar el juego como Iniesta controlaba en sus mejores tiempos el mediocampo.
Decidí —después de la entrega de mi texto— tomar distancia del medio durante un tiempo y debo por tanto reconocer que desconozco cuál fue la recepción del artículo ni qué consecuencias tuvo este para el medio en cuestión, en cuanto a la credibilidad, pero también en cuanto a crecimiento y números. Pues ya sabemos que hace tiempo que dejó de funcionar aquello de “mucho ruido y pocas nueces”. Hoy día, con el ruido, llegan las nueces y las avellanas, también los anacardos, incluso un rico surtido de pasas, orejones y almendras, si te descuidas. Con el golazo, el ruido, el clamor, el júbilo, el griterío incendiario de las gradas que piden más y más, que jalean y claman por un nuevo gol. Otro golazo más: ya, ahora, antes de que termine el partido, incluso antes de que empiece.
Pasadas las semanas, y conocedor ahora de que aquel artículo ha desaparecido del ciberespacio, ha ido cobrando cada vez más tamaño una extraña sensación (auto)inducido por la lectura de una infinidad de otros artículos también versados en el disco de Rosalía –estos se catalogarían como ficción especulativa o ciencia ficción, algunos; como salsa rosa u ocurrencia delirante, otros–: la de creer que genuinamente haber escuchado ya el disco de Rosalía. No es la primera vez que me sucedía algo semejante. Efectivamente, llevo tiempo experimentando este tipo de episodios que me llevan a sentir que he vivido, escuchado, leído o sido espectador de algo que no he realmente vivido, escuchado, leído o visto. Cada vez más, en el sector cultural –pero también en el político y, en general, en todas las esferas de mi vida–, los contornos de lo real se difuminan, y apenas somos capaces de diferenciar la ficción de lo auténtico, lo genuino de lo tramposo, la verdad del artificio.
Me explico con un par de ejemplos: resulta que, sin haber ido al cine a ver Sirat, siento que de algún modo ya he visto la película, que incluso podría escribir una crítica de la misma; resulta que tampoco he visto Romería pero me mosquea leer la crítica de Paloma González y me apetece responderla sin tampoco haber visionado la hora y cincuenta y cinco minutos de metraje de Carla Simón; resulta que no he ido a ver la exposición de Wolfgang Tillmans en el Pompidou de París pero casi me la sé de memoria; que no he leído La península de las casas vacías ni Panza de burro ni Canto yo y la montaña baila pero como si lo hubiera hecho: que no pero sí, que casi, que como si. ¿Me explico?
¿Dónde comienza y dónde termina la experiencia estética? ¿Cuándo empezamos a consumir un producto cultural? ¿Cuándo a consumirnos? ¿Qué hay del rumor y el hype? ¿Y de la resaca? Quizás, si lo pensamos bien, muchas veces finaliza nuestra experiencia estética antes de abrir el libro, de pisar el museo, de encender la pantalla, de subir el telón... Sin embargo, en todos esos casos, ha existido una forma de experiencia estética. En otras ocasiones, en cambio, la resaca de la misma nos acompaña como rastro de babosa, prolongándose en el tiempo y el espacio, hasta infiltrarse en nuestros dormitorios, continuando en nuestra pantalla –que hacemos deslizar en un scroll perpetuo–, donde visionamos reviews de influencers culturales, donde seguimos ensanchando los contornos de lo real, cuya sombra es densa, frondosa y alargada. El bombardeo mediático, el scroll infinito, el ruido de las redes sociales y los medios, el hartazgo cultural, los círculos sociales, los discursos trendy… La alineación titular fuerza muchas veces a que el partido se juegue a puerta cerrada, pero con todos los focos encendidos. ¿Me explico? Golazo, golazo, golazooooooo… ¡Cuídense de no cantar victoria antes de tiempo!
Siguiendo con la crónica, ahora que me doy cuenta el partido está roto. Miro desde la grada: balonazos arriba y abajo. 6-2 en el marcador en el minuto 37. ¿Pero qué es esto? Los contornos de lo real, los límites del campo de juego, las blancas y rectas líneas del terreno de fútbol, comienzan a zozobrar, a crear formas oscilantes e inestables: ángulos cóncavos y convexos. El césped se levanta y el campo se agrieta, se parte por la mitad, se hace añicos. Acceden a él todo tipo de criaturas fantásticas, de ficciones poderosas, y los golazos se multiplican compulsivamente. La grada goza como nunca. El banquillo se vacía. Todo el mundo al campo. Gol gol goool, y tiki taka, a golpe de artículo por la escuadra, clickbait a la rodilla, fake new de penalti.
Este fútbol prematuro, este periodismo a zurdazos, esta inverosímil pero auténtica narración me ha dejado en una situación un tanto embarazosa, con un artículo en fuera de juego, con una crítica fantasma –en todos los sentidos de la palabra: fantasma por oculta, escondida, a la sombra; pero también fantasma por fantasmona, por tramposa, a la sombra de lo real, ensanchando y difuminando sus contornos–. La crítica al álbum de Rosalía está guardada en el cajón, por si alguien quiere darme un toque. Ya saben, si lo quieren, lo envío al toque. Tiki taka: que viva el fútbol, que viva Rosalía y la crítica de arte, que viva Kaká, Figo, Modrić y Ronaldo el gordo, que vivan Bifo y Boyero, que viva el periodismo de investigación y la madre que los parió.