Si llegaste aquí esperando una crítica condescendiente, altiva y desde el decolonialismo al Festival que el PP ha organizado esta semana en Madrid, estás leyendo el artículo incorrecto. Porque sólo encontrarás mi más sincera felicitación al trabajo de blanqueamiento y rebranding que el PP lleva haciendo con el día de la Hispanidad desde que Isabel Díaz Ayuso llegó a la CAM.
El día de la fiesta nacional de 2018 Mario Vargas Llosa hizo en el diario El País una encendida defensa a la palabra Hispanidad, “una palabra hermosa, que se asocia a las buenas cosas que le han ocurrido a América Latina”; lamentándose de que, desde sectores de la izquierda española, se incidiera cada 12 de Octubre en los aspectos negativos que la conquista había supuesto para las sociedades precolombinas.
Eran otros tiempos, y el 12-O era un campo de batalla ideológico en Twitter-España. Se hablaba de expolio, se hablaba de Cortés, se hablaba de Bartolomé de las Casas, se hablaba de indigenismo. Y la derecha nacional, abanderada por el Partido Popular, siempre defendía desde una posición frontal la historia de la conquista de América, contra esa “leyenda negra” a la que un grupo de niñatos progres —todavía no se usaba el término woke— daba pábulo desde las facultades de ciencias políticas y sociología de todo el país.
Pero la brújula moral de la derecha ha cambiado. Muchas cosas han cambiado. Sobre todo en la Comunidad de Madrid, donde el número de residentes latinos en el censo ha pasado de ochenta mil a un millón en sólo 25 años. 1 de cada 7 madrileños en 2025 tiene raíces latinas. Y el PP lo sabe. Las encuestas ahora mismo pronostican que será el voto latino quien haga saltar la banca en 2027 disparando a Díaz Ayuso a una nueva mayoría absoluta en la Comunidad.
Tan agresiva en otros aspectos de la batalla ideológica como es el feminismo, o la plurinacionalidad del Estado español, la presidenta de la CAM se muestra con la Hispanidad abierta a hablar desde conceptos como el de diversidad, el de otredad o el de variedad lingüística, haciendo omisión de cualquier noción totalizante que reduzca la sensibilidad de las identidades periféricas, como sí hace en España con vascos, catalanes o gallegos.
De hecho en su discurso inicial de la Hispanidad 2025 habló de la Hispanidad como “arte y cultura en todas y cada una de sus formas”. Lo hizo después de asistir a la inauguración de la exposición “Ecos del Virreinato en Perú”, una de las más de 200 actividades que la CAM organiza durante estos días y que van desde charlas, pasacalles con grupos de danza indígena, espectáculos de folklore, talleres o conciertos de grupos latinoamericanos de gran reconocimiento internacional como Bomba Estéreo, Babasónicos, Los Panchos, Miranda, Elíades Ochoa, Kevin Johansen o Aleesha.
De hecho, en Génova 13, los barones más críticos con la estrategia de comunicación de la presidenta madrileña se refieren a ella desde hace meses con un curioso sobrenombre, “Isabel Díaz de Ayacucho”: por sus constantes viajes a Miami y su inclinación a codearse con las élites latinas que viven en el Barrio de Salamanca y compran la ciudad de Madrid a pedazos.

Nada nuevo, por otro lado. Esta estrategia de abrazo del oso en torno a una fecha, hasta ahora tan poco dada por la derecha nacional a ser celebrada como “una loa a la diversidad”, no nos debe resultar extraña. Se engloba dentro de un movimiento de reestructuración y expansión ideológica que lobbies ultra conservadores llevan impulsando por todo el mundo desde hace tiempo.
Es lo que se denomina post-estructuralismo facha: la derecha ahora utiliza las armas de la filosofía política postmoderna y decolonial para rearmar un nuevo discurso que cambie las reglas del tablero político.
¿Cómo? Utilizando las herramientas retóricas de la posmodernidad contra la posmodernidad, dándole la vuelta a la tortilla en términos discursivos al relato de la izquierda.
Lo que esta nueva política comunicativa hace en Washington, Madrid o Buenos Aires es copiar las posiciones y las estructuras discursivas que la izquierda había utilizado desde hace décadas, posicionándose cada vez más como la nueva minoría oprimida por una lógica izquierdista “totalizante”.
Las implicaciones de este giro ideológico son enormes. Porque lo que el PP de Madrid está consiguiendo es que muchas personas de clase trabajadora ahora se sientan interpeladas por este relato falso, impostado y lleno de una retórica vacía que sólo juega con la demagogia del lenguaje para hacer creer que libertad es vivir en una ciudad “hispana y abierta”, signifique eso lo que signifique, mientras por otro lado se recortan los servicios sociales, los albergues no dan a basto para atender a las personas sin hogar y decenas de migrantes tienen que dormir en el aeropuerto de Barajas en invierno. Donde se invierten 300 millones para un circuito de Fórmula 1 al que sólo podrán asistir un puñado de invitados VIPs y del que se lucrarán unas pocas empresas elegidas a dedo, mientras los estudiantes madrileños van como sardinas en lata en los autobuses de la EMT para llegar a Ciudad Universitaria. O donde en muchos nuevos barrios del sureste de Vallecas y Vicálvaro no hay ni escuelas, ni institutos, ni centros de salud públicos. Porque en Madrid libertad significa la libertad de elegir entre lo privado, o lo privado.
Todo esto, enmarcado por supuesto dentro del clásico discurso del PP de Madrid de la celebración y la felicidad a través de la libertad y las cañas. Parafraseando al gran Sánchez Ferlosio, el Ayusismo, tal vez obsesionado con diferenciarse de la aversión con la que el franquismo y el nazismo trataron al mundo de la cultura ha decidido tomar la vía opuesta. Si Goebbels dijo “cada vez que oigo la palabra cultura amartillo la pistola”, los populares en Madrid actúan como si dijeran: “En cuando oigo la palabra cultura, o escucho un single de una nueva banda de rock latina y millenial, voy preparando el escenario en Sol”.
Lo que está en juego es cómo responder a este nuevo traje “post-postmoderno” que la derecha se ha hecho a imagen y semejanza del nuestro. Y esa batalla ideológica se empieza a jugar en Madrid.