(Podéis leer el El lector performativo #1 aquí)
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Si, como decíamos, la pregunta sobre el hombre performativo no es tanto cómo desenmascarar al hombre performativo, sino por qué los chicos se obstinan en mentir y performar una imagen idealizada por la mirada femenina de cómo debería ser el hombre ideal, vayamos al grano.
¿Por qué los hombres usan determinados significantes culturales propios del feminismo para acercarse a las mujeres y luego no son fieles a la ética ligada a ellos?
Hace poco mi amiga S. me escribió muy ilusionada para contarme que acababa de conocer a un chico “que no era como los demás chicos”.
¡Su mesita de noche está llena de libros de bell hooks, Sylvia Plath y Berta García Faet! ¡Tiene amigas chicas! ¡Su forma de hablar es super tierna! ¡El otro día me mandó “Tengo un pensamiento” de Amaia y me dijo que estaba pensando en mí!
S. estuvo quedando casi dos meses seguidos con su “nuevo amor”. Salían de fiesta juntos. Quedaban los domingos para ir al cine juntos. Y dormían casi todas las noches juntos. Pero S. empezó a notar que él carecía de la suficiente madurez como para aceptar ciertas críticas. El chico de S. era a veces como los otros chicos y a S. no le importaba porque le quería. Pero necesitaba que tuviese en cuenta lo que ella necesitaba para que la relación funcionase sin encogerse de hombros diciendo “lo siento, soy sólo un chico”.
Esto es un caso cada vez más habitual hoy en día.
Los hombres progresistas consumimos productos feministas, conocemos los principales debates que hay en el campo, tenemos referentes feministas a las que admiramos, pero a la hora de la verdad adoptamos un rol infantil en torno al feminismo. Cuando se nos afea una actitud o se nos pide más responsabilidad vemos la crítica, pedimos perdón rápidamente para cambiar de tema, agachamos la cabeza y seguimos hacia adelante a trompicones hasta que llegue el siguiente conflicto.
“Solo soy un chico” significa, “lo siento, se que en el fondo soy un gañán pero soy un gañán de las vuestras”. “Solo soy un chico” significa, “sé que el feminismo es algo serio, y para que veas que lo sé, voy a quedarme calladito mientras tú haces todo el trabajo.”
Pero “solo soy un chico” también significa “quiero que me veas y me quieras”.
El hombre performativo performa porque no quiere renunciar a ser lo que las mujeres desearían que él llegara a ser. Y en vez de trabajar en sus defectos para acercarse a esa perfección, remolonea, toma el camino fácil, se disfraza y finge ser alguien que no es.
¿Las razones? Hay muchas.
En primer lugar, siempre están los viejos roles de género. La incapacidad de muchos hombres para hacernos cargo de nosotros mismos, de cuidarnos y de cuidar a otros.
También juega en contra la cuestión del hábito y los afectos negativos. Es más fácil y nos removerá menos poner una story de la última actuación de Clairo en el Coachella esperando que la chica que nos gusta nos responda, que ponernos frente al espejo y entender qué partes de nosotros están mal.
Las redes sociales tampoco ayudan, por supuesto. En plataformas como Hinge o Tinder, donde intentar ser visto probablemente sea la cosa más aterradora del mundo, ¿qué ocurre cuando nuestra necesidad por ser escuchados confronta con lo que la gente “desea encontrar” al otro lado?
Vivimos en una sociedad que nos lleva a tener personalidades en continuo conflicto, entre lo que somos y lo que aspiramos a ser, midiéndonos en los estándares irreales que la sociedad nos marca. Donde la búsqueda de atención es feroz. Donde se espera que no seamos nosotros mismos y que cultivemos una imagen en RRSS con lógicas cercanas al marketing. Y ese probablemente es el mayor peaje que pagamos cada día con nuestra felicidad y nuestra autoestima. La partida de polis y cacos de la performatividad es sólo un síntoma.