Buscar al impostor no es fácil si eres mujer. Como cada día, Jana a Secas abre su cuenta de Hinge y se enfrenta a la más absoluta nada. Un montón de sonrisas, abdominales, cuerdas de escalada y atardeceres en Bali, que desfilando unas detrás de las otras, le producen la misma sensación de mesmeridad que cuando se monta en un Iryo para volver a su Zaragoza natal y se queda embobada viendo pasar las catenarias de los trenes.
Como la mayoría de mujeres hoy, cuando Jana indaga en los perfiles de sus match ya sabe algunas cosas.
-El más pequeño de los tatuajes esconde al más grande de los mentirosos.
-Si está leyendo Normal People en 2025, lo último que leyó fue el Barco de Vapor en 2010.
-Si sólo habla de sus “amigas” en femenino probablemente sea un manipulador emocional.
-Una nevera vacía y unas uñas de los pies excesivamente largas responden a un tipo que en el fondo sólo busca que seas su madre.
Hoy, Jana a Secas ha quedado con Juan Sólo (publicista, 29 años), que se presenta a la cita con una camiseta de tirantes ajustada, una gorra de una semiconocida revista digital de jóvenes promesas literarias y deja encima de la mesa el mismo puto libro de Roland Barthes que todo el mundo sube a sus stories de Instagram desde hace un año porque escucharon hablar de él en un podcast de Radio Primavera. Al igual que si estuviera en un capítulo de Scooby Doo, Jana no necesita mucho más para desenmascarar a su impostor.
La escena en realidad no es nueva. El feminismo lleva a vueltas con el tema de la performatividad masculina desde mediados de 2010, cuando las mujeres empezaron a darse cuenta de que muchos hombres capitalizaban ciertos elementos culturales como la lectura para aparentar “no ser como los demás chicos”.
Después de este “big bang feminista”, que expuso culturalmente como ellos se las daban de listos para follar, la “masculinidad progre” reventó en mil pedazos y ha ido replegándose y avanzando posiciones como si de una guerra de trincheras se tratase para adaptarse a los nuevos “desenmascaramientos” que ellas les señalaban en RRSS. Tú descubres una nueva treta que utilizo para que pienses que soy más sensible que el resto, yo lo veo y lo convierto en algo metairónico de lo que, taimadamente, extraeré mis propias conclusiones para buscar un nuevo rasgo de personalidad con el que pueda volver a “engañarte” durante unos meses.
Como si de una partida de polis y cacos se tratase la heterosexualidad lleva pivotando entre estas dos dinámicas desde que internet es internet. Hasta el día de hoy, donde tenemos auténticos “hombres camaleones”. Chicos tan conscientes de la crítica femenina en internet y de los mil insights que aparecen diariamente en Twitter que cuando les dices que qué coño hacen leyendo a Barthes se encogen de hombros y con una media sonrisa te parecen decir “lo siento, me has pillado, sólo soy un chico”.
Una vez más el periodismo cultural falla en el análisis de la masculinidad moderna. Lo interesante no es saber identificar todos los complementos que usa el hombre performativo para poder “detectar al impostor”. Ahora que hemos llegado a la etapa post- de la cuarta ola del feminismo desvelar al impostor nos dice más bien poco sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Lo interesante es entender por qué el impostor se empeña en seguir siendo impostor y las mujeres en descubrirlo.
Lo interesante ahora es entender por qué Juán Solo, amante de las cartas Magic y socio nº23.450 del Getafe, intenta meterse tochos de 500 páginas sobre teoría de la literatura, o por qué a Jana le resulta tan difícil cruzar ese muro inicial con cualquier hombre y poder construir una intimidad.
Lo interesante también es entender por qué Jana acaba de una manera u otra volviendo sobre ese perfil de chico. Un perfil aspiracional e inalcanzable, que es más un personaje mitológico de internet, o esa imagen de James Dean leyendo que tiene de salvapantallas en el móvil y reza “reading is sexy” que una persona de carne y hueso.
Lo interesante, por último, sería entender por qué amamos como amamos en el siglo XXI. Por qué en medio de un mundo que nos hace pequeños cada día pero nos anima a sentirnos importantes, “vivir un gran amor” es algo que anhelamos.
Por qué nuestra pareja ahora dice algo sobre nosotros mismos, de igual modo que ir a clases de cerámica, hacer escalada o haber leído mucho.
Y también, por supuesto, por qué los filtros de nuestras apps de ligar y nuestros algoritmos nos han convertido a todos en detectives e impostores.