No sex #35: Error 404: te has enamorado

Ves su película favorita, lees su libro favorito, te bajas una lista de reproducción con su música favorita

¿Cómo sabe uno que está enamorado? ¿Cuándo se sabe? ¿Quién te lo dice? ¿Habrá señales del universo? ¿Cuándo se vuelven pegajosos piel y sentimientos?

Me voy a atrever con una lista que nunca nadie me pidió pero que creo que todos hemos necesitado alguna vez. Pruebas fehacientes de que se está enamorado (alejar del alcance de los cínicos):

  • Lo nombras todo el tiempo
  • Te desconcentras en tareas rutinarias
  • Te imaginas viajes con esa persona y en tu cabeza ya has planeado un par de escapadas que quizá tengas el valor de proponer dentro de poco
  • Lo has fotografiado en una cita sin que se diese cuenta 
  • En su defecto, te gusta tenerle registrado en vídeos
  • Has releído conversaciones de WhatsApp
  • Quieres que conozca a tus amigos, quieres conocer a los suyos
  • Te ríes mientras folláis, os reís juntos mientras folláis
  • Te gusta muchísimo cómo huele, su perfume y su piel
  • Te saltas algunas estúpidas líneas rojas que te habías puesto sobre tu pretendiente ideal
  • Te separas y piensas que “no ha sido suficiente” y hace apenas 12 minutos que estabais juntos
  • Podrías hablar seis horas seguidas de temas variados, no sólo de vosotros, sino de cualquier otro tema
  • Podrías hablar seis horas seguidas sobre vosotros, sobre cómo os conocisteis, qué cita os gustó, aquel día en el que, cuando fuisteis a
  • Ríe con tu humor terrible, ríes con su humor terrible
  • Necesitas compartirle cosas que te gustan
  • Le has contado tu infancia y adolescencia de forma pormenorizada, querrías llevarlo al lugar dónde creciste para que lo conociese
  • Lo buscas con la mirada a lo lejos en una fiesta con más gente
  • Quieres quedarte un rato más en la cama por la mañana 
  • Estás en un lugar y desearías que la otra persona estuviese allí contigo
  • No tienes sueño si luego vas a verle
  • Ves su película favorita, lees su libro favorito, te bajas una lista de reproducción con su música favorita

En la sociedad líquida que describe Bauman, donde todo es efímero y por lo tanto nada tiene gran trascendencia, el valor de lo intangible parece que se nos escapa por entre los dedos de las manos. Por eso colgarse por alguien es un acto repleto de destellos revolucionarios. Porque implica algo a lo que no estamos nada acostumbrados: dejar de pensar sólo y exclusivamente en ti para pensar en otra persona. No significa dejar de pensar en ti, sino añadirle una fina capa de complejidad y entender cómo la vida del otro encaja en la propia y construye un espacio totalmente nuevo.

Colgarse de alguien es también una manera de conocerse a uno mismo fuera de sus cuatro paredes de siempre y abrir recovecos del cerebro que parecían apagados, como si la estancia se hiciera más grande. Es una manera de jugar un cara a cara con el tiempo: su velocidad depende de los amantes y no de las veinticuatro horas que determinaron los egipcios. Lo dijo Borges: «Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo». Nada de calendarios o lógicas productivas.

Enfrentado al racional y apostando por la locura lo contó, de forma especialmente lúcida, Leila Guerriero en una columna en la que describía un encuentro casual con su marido en un día cualquiera en la ciudad de Buenos Aires:

Ahora, décadas después, estábamos nuevamente soldados a la lógica de lo imposible. Supongo que éramos todo un espectáculo: una pareja de más de 50 abrazada, mirándose a los ojos como se mira la gente por primera vez. Nos habíamos visto dos horas antes, volveríamos a vernos en casa en pocas horas más, pero nos abrazamos como desconocidos y nos despedimos con dificultad, como si no fuéramos a reencontrarnos nunca. No dijimos nada porque no debía decirse nada: era sólo un momento que había que vivir. Estábamos atrapados en un nudo del tiempo. En una broma seria y grandiosa. Ahí estaba el mundo, enviándonos una señal con su fuerza loca y giratoria. No era una señal de amor. Era más enorme. Nos decía: “Se buscan en la multitud, tienen la potencia de los guerreros que descansan, el sabor del fuego y de los refugios”.

En fin, enamorarse puede que sea un error del sistema, una especie de virus benigno, como el que llevan las vacunas, que lucha contra los otros virus que nos asedian hoy. Como si cuando fuéramos a entrar otra vez en la vorágine de la pantalla gris apareciese Error 404 y al apagarla viéramos, a media distancia, a una distancia factible de recorrer a pie, las luces que anuncian una gran fiesta.

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Me voy a atrever con una lista que nunca nadie me pidió pero que creo que todos hemos necesitado alguna vez. Pruebas fehacientes de que se está enamorado (alejar del alcance de los cínicos):

  • Lo nombras todo el tiempo
  • Te desconcentras en tareas rutinarias
  • Te imaginas viajes con esa persona y en tu cabeza ya has planeado un par de escapadas que quizá tengas el valor de proponer dentro de poco
  • Lo has fotografiado en una cita sin que se diese cuenta 
  • En su defecto, te gusta tenerle registrado en vídeos
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  • Quieres que conozca a tus amigos, quieres conocer a los suyos
  • Te ríes mientras folláis, os reís juntos mientras folláis
  • Te gusta muchísimo cómo huele, su perfume y su piel
  • Te saltas algunas estúpidas líneas rojas que te habías puesto sobre tu pretendiente ideal
  • Te separas y piensas que “no ha sido suficiente” y hace apenas 12 minutos que estabais juntos
  • Podrías hablar seis horas seguidas de temas variados, no sólo de vosotros, sino de cualquier otro tema
  • Podrías hablar seis horas seguidas sobre vosotros, sobre cómo os conocisteis, qué cita os gustó, aquel día en el que, cuando fuisteis a
  • Ríe con tu humor terrible, ríes con su humor terrible
  • Necesitas compartirle cosas que te gustan
  • Le has contado tu infancia y adolescencia de forma pormenorizada, querrías llevarlo al lugar dónde creciste para que lo conociese
  • Lo buscas con la mirada a lo lejos en una fiesta con más gente
  • Quieres quedarte un rato más en la cama por la mañana 
  • Estás en un lugar y desearías que la otra persona estuviese allí contigo
  • No tienes sueño si luego vas a verle
  • Ves su película favorita, lees su libro favorito, te bajas una lista de reproducción con su música favorita

En la sociedad líquida que describe Bauman, donde todo es efímero y por lo tanto nada tiene gran trascendencia, el valor de lo intangible parece que se nos escapa por entre los dedos de las manos. Por eso colgarse por alguien es un acto repleto de destellos revolucionarios. Porque implica algo a lo que no estamos nada acostumbrados: dejar de pensar sólo y exclusivamente en ti para pensar en otra persona. No significa dejar de pensar en ti, sino añadirle una fina capa de complejidad y entender cómo la vida del otro encaja en la propia y construye un espacio totalmente nuevo.

Colgarse de alguien es también una manera de conocerse a uno mismo fuera de sus cuatro paredes de siempre y abrir recovecos del cerebro que parecían apagados, como si la estancia se hiciera más grande. Es una manera de jugar un cara a cara con el tiempo: su velocidad depende de los amantes y no de las veinticuatro horas que determinaron los egipcios. Lo dijo Borges: «Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo». Nada de calendarios o lógicas productivas.

Enfrentado al racional y apostando por la locura lo contó, de forma especialmente lúcida, Leila Guerriero en una columna en la que describía un encuentro casual con su marido en un día cualquiera en la ciudad de Buenos Aires:

Ahora, décadas después, estábamos nuevamente soldados a la lógica de lo imposible. Supongo que éramos todo un espectáculo: una pareja de más de 50 abrazada, mirándose a los ojos como se mira la gente por primera vez. Nos habíamos visto dos horas antes, volveríamos a vernos en casa en pocas horas más, pero nos abrazamos como desconocidos y nos despedimos con dificultad, como si no fuéramos a reencontrarnos nunca. No dijimos nada porque no debía decirse nada: era sólo un momento que había que vivir. Estábamos atrapados en un nudo del tiempo. En una broma seria y grandiosa. Ahí estaba el mundo, enviándonos una señal con su fuerza loca y giratoria. No era una señal de amor. Era más enorme. Nos decía: “Se buscan en la multitud, tienen la potencia de los guerreros que descansan, el sabor del fuego y de los refugios”.

En fin, enamorarse puede que sea un error del sistema, una especie de virus benigno, como el que llevan las vacunas, que lucha contra los otros virus que nos asedian hoy. Como si cuando fuéramos a entrar otra vez en la vorágine de la pantalla gris apareciese Error 404 y al apagarla viéramos, a media distancia, a una distancia factible de recorrer a pie, las luces que anuncian una gran fiesta.

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