Me ha pillado de camino al curro, mientras llegaba a Pirámides. Empecé a ver a la gente apelotonada en la puerta de la estación. ¿No hay trenes, no? Qué va, nada. Ni siquiera dejaban bajar a nadie a las vías por si volvía a funcionar todo. Abro un libro por no ponerme música, para no gastar batería del móvil, pero no puedo evitar escuchar a la gente. Sentada en un banco de Pirámides escucho que en Francia y en Portugal están igual. Una chica pasa caminando y dice que es como un apocalipsis zombie. Ladra un perro. Leo un rato, hace buenísimo y pienso que puedo esperar, quizá no sea mucho tiempo. Entre el goteo de mensajes, uno de mi jefa: vete a casa. Y me voy como vine, pero escuchando un poco más. En Rumanía también, dicen otros que están sentados en una terraza, tomando una cerveza. Un amigo nuestro, que es piloto, dice que en USA están igual, dice una señora mientras mira el móvil. Manuel. Hasta este momento había estado tranquila porque me había figurado que, de pillarte (si es que esa señora tiene razón), habrá sido durmiendo. Te imagino dormido, deseo que estés pudiendo descansar. Te escribo un mensaje, se queda todo el tiempo el icono del reloj de WhatsApp, no se envía. Llego a casa, me tumbo en el sofá y me quedo dormida pensando en ti. Cómo escuece el silencio cuando se está enamorado. Me despierto desorientada y me voy a ver a mis padres, en tres minutos ya estoy allí. Flipo enseguida con el ambiente: Marqués de Vadillo a rebosar como si esto fuera un San Isidro adelantado. El goteo de mensajes sigue, recibo uno de Guille, que me dice que se vuelve andando de Villaviciosa de Odón a Embajadores. Le ha pillado en el curro. Patricia igual. Joder. En la puerta de mis padres, mientras saludo a Duna, que ya había empezado a ladrar antes de que metiera la llave en la cerradura, escucho la voz de Goya. Me ha visto y está bajando las escaleras. Se hizo un moldeado justo cuando murió su marido. Porque le había dicho a Honorio que se lo iba a hacer, que ahora se llevaba así. 57 años juntos. No la veía desde el tanatorio. Me dice que a ella le parece que esto que está pasando nos va a llevar a algo muy malo, le digo que a mí también me huele feo. Nos sonreímos. No recuerdo exactamente cuándo decidimos que seríamos amigas. Creo que fue ella la que tomó la decisión. Un día mi madre me dijo que se la había encontrado en la escalera. Me ha dicho que a ver cuándo os vais las dos a tomar algo (mi madre estaba excluida de la operación) y una mañana que me la encontré de camino al cajero nos fuimos a tomar el aperitivo. Se ríe un poco, muy poco. Me dice, hija, es que para qué voy a estar yo así en casa. Pues me bajo y me estoy un poco en el puente de Toledo, que me dé el aire. Yo le digo que está muy guapa, pero no sé si me escucha. Me besa la mejilla, yo le beso la suya y entonces le veo los ojos encharcados. Yo, hija, lo que estoy es triste por lo de mi marido. 57 años juntos. Me mira con esos ojos de buena que tiene. Como los tuyos, pienso enseguida, y que te cueles aquí me parece casi impúdico, pero no consigo evitarlo. En estas llega mi madre y también se besan. Le decimos lo que podemos, lo que se nos ocurre. Antes de bajar a la calle me pide que mire por la ventana del patio el tiesto de flores naranjas que le ha regalado mi madre. Las tiene en el alféizar, con una maceta a juego. Están preciosas, le digo. Venga hija, un beso. Voy avanzando con Duna y con mi madre hasta el salón con parada obligada en la cocina (hay que darle a Duna la chuche de rigor). Saludo a mi padre, que está medio dormido. Veo que mi madre tiene un libro de Ishiguro encima de la mesa del salón, pero no comento nada. Tenía cita en el médico para que le mirasen lo de la pierna, pero no le han atendido. Solo urgencias. Cómo le tenía que doler para que me diga que se ha quejado. Sé que le duele más de lo que me cuenta. Se rompió el menisco hace unos meses, como una chica con la que estuve saliendo en verano. No terminan de saber si hay que operar o no. Todo va lentísimo. Le dan una cita, hasta que llega la cita el dolor ha empeorado o se ha movido de sitio: la pierna, la cadera, la rodilla. Pero sonríe y hace como si nada, aunque todavía cojea un poco. Hablamos del funeral del Papa, de la foto de Trump y Zelenski. Nos preguntamos por qué no habrá pasado Pedro Sánchez por allí y si habrá querido mantener el perfil bajo. No sabemos. En cuanto veo la oportunidad le hablo de ti, no aguanto más. Sonríe, le gusta que lo haga. Me pregunta si he podido hablar contigo, que cómo estás. Le cuento lo de la señora con el amigo piloto, que decía que en USA también. Vete a saber, claro. También que he escuchado a un señor justo enfrente de la Gloria, donde las porras, diciendo que hasta mañana al mediodía esto no se ha establecido. Hay que ver, los señores, cuánto saben. Mientras tanto, Duna pide atención exclusiva: la acaricio, le rasco la tripa, le doy besos. La huelo. Me chifla su olor. Manuel. Me llegan unos mensajes tuyos por WhatsApp y otro por SMS pero no consigo que te lleguen los míos de vuelta. En el grupo de Arturo, Romero y estos leo un mensaje de Jimene: aquí en el parque esperando las bombas. Manda una foto que no se carga. Mi madre me dice que me tome el flan de café que queda, que se va a poner malo. Obedezco. Charlamos un poco más y me marcho, me pone nerviosa estar lejos de casa por si todo se restablece todo y tengo que conectar corriendo el portátil del curro. Me pongo un poco dramática: lo que sea que esto signifique, si es que significa algo, no quiero que me pille lejos de ti. Vuelvo a casa y en los tres minutos de recorrido de vuelta, escucho a más señores arreglando el mundo. Llega un mensaje al grupo de Sustrato que me hace sonreír. Fer dice que está en el dos de mayo con el cuaderno recogiendo conversaciones. Jajajaja. Llego a casa y le pregunto a Mari Tere si hay novedad. Nada de nada. Nos entra la risa imaginando una posible reunión de emergencia del Gobierno iluminada solamente por un cirio pascual que María Jesús Montero se ha traído de souvenir vaticano. Desde el balcón escucho las sirenas, el tráfico loco, los ruidos de la gente cruzando envalentonada. Cuando me he ido de casa de mis padres, mi padre seguía roncando tan tranquilo. Estoy a punto de terminarme el libro que me he empezado mientras esperaba en Pirámides, pero quiero salir a dar un paseo antes de que se vaya la luz. Son las siete y algo ya. Me bajo a Madrid Río y paseo pegada al cauce, cómo ha bajado ya el Manzanares. Se han formado algunas playas de barro y ramas. Y en el paseo todo lleno de niños jugando. Perros, parejas que pasean, gente leyendo tumbada en la hierba. Pienso en lo bien que lo pasamos ayer en la Feria del Libro de Carabanchel, cuando vino a buscarme mi madre con Luis y Leo, que se pasaron a saludar. Pienso en cuánto me hubiera gustado que tú estuvieras también. Releo algunos poemas que me has mandado estos días. Sonrío. Miro y miro a la gente que me voy encontrando por el camino y me quedo perpleja. Están felices. Una chica que pasea agarrada a la espalda de su novio baja la mano para agarrarle una nalga. Jajajaja. Qué envidia.