Romería

Carla Simón cuenta una ausencia, a través del silencio, los gestos y miradas de esa familia arrasada por la pena que prefiere enterrar y olvidar a enfrentar el dolor

Fuimos ayer a ver Romería a Cibeles de cine, el cine de verano en la plaza ídem. Preestreno de la productora Elastica organizado por MK2, agente de ventas de la película y exhibidor. Los sospechosos habituales: actores, actrices, directores, Samantha Hudson; modernía madrileña general. Invitaba la empresa a Campari-consumición con la entrada, había una explanada bajo la bóveda de la Galería de Cristal acomodada con mesas y sofases, colgantes carteles gran formato con clásicos de cine, ambiente jovial, divertido, septiembre en Madrid arranque del curso. Let's go.

Empezó la proyección sobre las 22.00. Primero presentó Carla Simón junto al reparto principal y equipo (equipo de rodaje, estruendosa omisión el equipo de oficina) y después ya sí la cosa. Nos enfundamos los cascos (la proyección era con cascos), corrió el logo de Elastica y otros veinticinco de instituciones y socios (cada vez más difícil hacer pelis, reunir dineros) y saltó Romería en la pantalla. Plano abierto general del mar, una costa, Vigo, en grano puro digital de los 2000 (2004 concretamente). Seguimos a Marina, que indaga la historia de sus padres muertos de sida en Galicia a través de su familia. La recoge su tío Lois (Tristán Ulloa), estamos de pronto en un velero y a mí todo me empieza a gustar.

Romería cuenta eso, la historia real de la directora que quiso saber cómo había sido la vida de sus padres muertos en la masacre de heroína en los 80. La protagonista Marina sigue el diario que dejó escrito su madre para encontrar esos lugares y personas (la torre de Toralla, la playa de Samil, las islas Cíes), pero se da de bruces con un muro. La peli cuenta una ausencia, a través del silencio, los gestos y miradas de esa familia arrasada por la pena que prefiere enterrar y olvidar a enfrentar el dolor, la incomprensible pérdida. Geniales todos salvo quizá Tristán (demasiado profesional, demasiado profesional) y en especial la protagonista Llúcia, que carga la trama con absoluta naturalidad. Mitch, actor no profesional y pareja de baile de ella, lo hace también espléndido (como si lo hubiese hecho toda la vida); es un auténtico chorvo vigués en dos tiempos, derrama gracia y carisma y sabe colocar la mirada profunda y el drama donde duele. La peli duele, sí, emociona y toca la patata (lágrimas caen) pero también enseña pierna, comedia, a través sobre todo de inolvidables personajes galegos (la retranca my friends) como la abuela, el abuelo, las nietas o la señora del quinto. Te ríes, en fin, inesperadamente. Y de pronto lloras. Iago (Alberto Gracia) el hermano todavía enganchado conmociona con sus miradas, con su pena a cuestas que no ha conseguido sacudirse.

Salvo quizá dos resbalones inverosímiles (ese arranque con Pousa, Pousa como si fuese lo más normal en una sobremesa), Romería te conquista y te aprieta la tripa y el gaznate, sin complicaciones, con una trama sencilla y bien ejecutada que se cuenta con gracia merced a un reparto en estado de forma, grandes dirección y guión y una bonita puesta en escena. Se atreve además Carla Simón con el realismo mágico à la Fellini, el último tercio de la peli (esa barca, esa escalera que se tiende suavemente, venida directamente de los sueños), apuesta arriesgada que no obstante funciona y cierra, la peli, la etapa, con audacia y juego. Luego ya los abuelos firman los papeles (ya lo veréis) y esa especie de pequeña intriga o trama queda también resuelta. Reconciliación, closure, pasamos página, a lo siguiente.

Es mejor Romería que Alcarràs y Carla apunta hacia arriba, trayectoria ascendente a lomos de (posible) representación española en los Oscar. Enhorabuena a ella y a todo su equipo y, especialmente, a todo el equipo de Elastica, que curra mucho y muy bien y no siempre es reconocido.

(Aplausos)

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Carla Simón cuenta una ausencia, a través del silencio, los gestos y miradas de esa familia arrasada por la pena que prefiere enterrar y olvidar a enfrentar el dolor

Fuimos ayer a ver Romería a Cibeles de cine, el cine de verano en la plaza ídem. Preestreno de la productora Elastica organizado por MK2, agente de ventas de la película y exhibidor. Los sospechosos habituales: actores, actrices, directores, Samantha Hudson; modernía madrileña general. Invitaba la empresa a Campari-consumición con la entrada, había una explanada bajo la bóveda de la Galería de Cristal acomodada con mesas y sofases, colgantes carteles gran formato con clásicos de cine, ambiente jovial, divertido, septiembre en Madrid arranque del curso. Let's go.

Empezó la proyección sobre las 22.00. Primero presentó Carla Simón junto al reparto principal y equipo (equipo de rodaje, estruendosa omisión el equipo de oficina) y después ya sí la cosa. Nos enfundamos los cascos (la proyección era con cascos), corrió el logo de Elastica y otros veinticinco de instituciones y socios (cada vez más difícil hacer pelis, reunir dineros) y saltó Romería en la pantalla. Plano abierto general del mar, una costa, Vigo, en grano puro digital de los 2000 (2004 concretamente). Seguimos a Marina, que indaga la historia de sus padres muertos de sida en Galicia a través de su familia. La recoge su tío Lois (Tristán Ulloa), estamos de pronto en un velero y a mí todo me empieza a gustar.

Romería cuenta eso, la historia real de la directora que quiso saber cómo había sido la vida de sus padres muertos en la masacre de heroína en los 80. La protagonista Marina sigue el diario que dejó escrito su madre para encontrar esos lugares y personas (la torre de Toralla, la playa de Samil, las islas Cíes), pero se da de bruces con un muro. La peli cuenta una ausencia, a través del silencio, los gestos y miradas de esa familia arrasada por la pena que prefiere enterrar y olvidar a enfrentar el dolor, la incomprensible pérdida. Geniales todos salvo quizá Tristán (demasiado profesional, demasiado profesional) y en especial la protagonista Llúcia, que carga la trama con absoluta naturalidad. Mitch, actor no profesional y pareja de baile de ella, lo hace también espléndido (como si lo hubiese hecho toda la vida); es un auténtico chorvo vigués en dos tiempos, derrama gracia y carisma y sabe colocar la mirada profunda y el drama donde duele. La peli duele, sí, emociona y toca la patata (lágrimas caen) pero también enseña pierna, comedia, a través sobre todo de inolvidables personajes galegos (la retranca my friends) como la abuela, el abuelo, las nietas o la señora del quinto. Te ríes, en fin, inesperadamente. Y de pronto lloras. Iago (Alberto Gracia) el hermano todavía enganchado conmociona con sus miradas, con su pena a cuestas que no ha conseguido sacudirse.

Salvo quizá dos resbalones inverosímiles (ese arranque con Pousa, Pousa como si fuese lo más normal en una sobremesa), Romería te conquista y te aprieta la tripa y el gaznate, sin complicaciones, con una trama sencilla y bien ejecutada que se cuenta con gracia merced a un reparto en estado de forma, grandes dirección y guión y una bonita puesta en escena. Se atreve además Carla Simón con el realismo mágico à la Fellini, el último tercio de la peli (esa barca, esa escalera que se tiende suavemente, venida directamente de los sueños), apuesta arriesgada que no obstante funciona y cierra, la peli, la etapa, con audacia y juego. Luego ya los abuelos firman los papeles (ya lo veréis) y esa especie de pequeña intriga o trama queda también resuelta. Reconciliación, closure, pasamos página, a lo siguiente.

Es mejor Romería que Alcarràs y Carla apunta hacia arriba, trayectoria ascendente a lomos de (posible) representación española en los Oscar. Enhorabuena a ella y a todo su equipo y, especialmente, a todo el equipo de Elastica, que curra mucho y muy bien y no siempre es reconocido.

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