Se conocieron en el metro

Cómo les daba vergüenza buscarse y presentarse a horas tan insospechadas para el flirteo, hablaban con canciones.

Se conocieron en el metro. Lo de que se conocieron es un decir, claro. Él no llevaba libros, ya había gente que leía por él. Le pareció mejor idea fijarse en lo que se leía que leer. Prefería escuchar música. Últimamente le había dado por La Costa Brava. Una mañana de agosto le saltó una notificación: ¿Quieres unirte a la Jam de macarena_fpx? Cargado de incertidumbre y con ese nerviosismo del sabor de lo prohibido, pulsó el recuadro verde de la pantalla. Unirme. No sabía quién era la otra parte de aquel pacto secreto que acababa de nacer, la tal Macarena no tenía foto de perfil en Spotify. Él tampoco. Su música le gustó. No entendió bien del todo algunas canciones, porque a pesar de dárselas de viajado y hombre de su tiempo, no acababa de dominar el inglés del todo. 

La escena ocurrió varios días. Y cada mañana, desde aquel jueves de agosto, sobre las 8:25, se repetía aquella anónima y extraña conexión. Todos los días. Desde Sáinz de Baranda, parada en la que subía él, hasta Cuatro Caminos, donde dedujo que bajaba ella. Poco a poco le fue cogiendo el tranquillo al juego. Y como les daba vergüenza buscarse y presentarse a horas tan insospechadas para el flirteo, hablaban con canciones.  La distancia del trayecto sólo les permitía poner cuatro. Tres si alguna de ellas era larga. Se turnaban la cola de reproducción. Una tú, una yo, sólo que ninguno sabía qué rostro habría detrás de ese tú. A su Dejarse querer por una loca ella respondía con Opinión de mierda. Si en cambio era ella quien estrenaba sesión con Creep, él añadía en cola Como tú no hay ninguna. Los días fueron adquiriendo códigos secretos en forma de canciones. Todos los viernes escuchaban Friday I´m love, que, dicho sea de paso, a él le parecía la mejor canción de la historia. Cuando se acabó agosto ella saludó al nuevo mes con Septiembre aún es verano. Si bien hubiese sido precipitado afirmar que se gustaban, de justicia es reconocer, al menos, que todo aquello les gustaba.

Y entre canción y canción, él revisaba el vagón, medio de reojo, con la esperanza infantil de desenmascarar a su cómplice. Buscaba y rebuscaba, pero en las caras de la gente no veía a la Macarena que su imaginación se había encargado de fantasear. La mala suerte o más probablemente la afluencia de la hora punta le impedían medrar en su propósito. Así que intuyó en ella una persona, al igual que él, de horarios fijos, de rutinas. Seria, formal, alérgica a la más mínima variación de los acontecimientos que jalonan el día a día. Dedujo que, como él, habría de colocarse siempre en el mismo vagón, y no paraba de preguntarse cuántos metros de alcance tendría el bluetooth de su móvil, no fuese a ser que el problema residiese en un campo de acción insondable al vistazo rápido.

Su imaginación viajaba a otro ritmo. A fin de cuentas septiembre ya estaba ahí, asomando, y todo el mundo sabe que septiembre es el mes de las expectativas. Precisamente por ello era este y no otro su mes favorito, por todos los planes renovados que uno jura hacer, la lista de propósitos actualizados, la absoluta convicción de que, ahora sí que sí, todo va a cambiar. No hay combinación mes-ciudad mejor que septiembre en Madrid, se decía cada año. Desde luego no sentía ninguna desilusión por el final del verano. Septiembre hasta se le quedaba corto, y en su calendario mental de los acontecimientos las perspectivas ya llegaban hasta enero. Se planteaba cuestiones como qué grupo sería el de su primer concierto juntos, o cuánto tiene que pasar para que una pareja empiece a subir fotos a instagram en publicación compartida, que no hay mayor confirmación de la estabilidad del romance que ese, y a ojo de buen cubero calculó que sería en primavera.

Su cabeza, tan pragmática siempre, tan poco dada a la elucubración, no paraba de enredarse en novelas de ficción, planteando preguntas cuyas respuestas no gozaban de mayor base que la del optimismo. ¿Sería ella también de Madrid? ¿Cuánto tiempo lleva aquí en caso de no serlo? ¿Qué parada quedará más cerca de su casa? Harto de perderse en su propio mapa mental de hipótesis y deseos, se prometió que alguna vez se envalentonaría de verdad e iría hablando, una por una, a todas y cada una las mujeres del vagón hasta encontrar a macarena_fpx.

Un día se levantó con la peor noticia posible. La línea 6 cerraba por obras hasta el 31 de diciembre. Abatido, leyó la noticia en cuatro medios distintos para confirmar lo que nunca hubiese querido. No había nada que hacer. Comprendió que ya no habría canciones con mensaje ni mensajes a través de canciones. Tampoco primer concierto ni fotos compartidas en Instagram. Y de repente el otoño ensombreció Madrid y septiembre dejó de ser tan septiembre.

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Ficciones
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Cómo les daba vergüenza buscarse y presentarse a horas tan insospechadas para el flirteo, hablaban con canciones.

Se conocieron en el metro. Lo de que se conocieron es un decir, claro. Él no llevaba libros, ya había gente que leía por él. Le pareció mejor idea fijarse en lo que se leía que leer. Prefería escuchar música. Últimamente le había dado por La Costa Brava. Una mañana de agosto le saltó una notificación: ¿Quieres unirte a la Jam de macarena_fpx? Cargado de incertidumbre y con ese nerviosismo del sabor de lo prohibido, pulsó el recuadro verde de la pantalla. Unirme. No sabía quién era la otra parte de aquel pacto secreto que acababa de nacer, la tal Macarena no tenía foto de perfil en Spotify. Él tampoco. Su música le gustó. No entendió bien del todo algunas canciones, porque a pesar de dárselas de viajado y hombre de su tiempo, no acababa de dominar el inglés del todo. 

La escena ocurrió varios días. Y cada mañana, desde aquel jueves de agosto, sobre las 8:25, se repetía aquella anónima y extraña conexión. Todos los días. Desde Sáinz de Baranda, parada en la que subía él, hasta Cuatro Caminos, donde dedujo que bajaba ella. Poco a poco le fue cogiendo el tranquillo al juego. Y como les daba vergüenza buscarse y presentarse a horas tan insospechadas para el flirteo, hablaban con canciones.  La distancia del trayecto sólo les permitía poner cuatro. Tres si alguna de ellas era larga. Se turnaban la cola de reproducción. Una tú, una yo, sólo que ninguno sabía qué rostro habría detrás de ese tú. A su Dejarse querer por una loca ella respondía con Opinión de mierda. Si en cambio era ella quien estrenaba sesión con Creep, él añadía en cola Como tú no hay ninguna. Los días fueron adquiriendo códigos secretos en forma de canciones. Todos los viernes escuchaban Friday I´m love, que, dicho sea de paso, a él le parecía la mejor canción de la historia. Cuando se acabó agosto ella saludó al nuevo mes con Septiembre aún es verano. Si bien hubiese sido precipitado afirmar que se gustaban, de justicia es reconocer, al menos, que todo aquello les gustaba.

Y entre canción y canción, él revisaba el vagón, medio de reojo, con la esperanza infantil de desenmascarar a su cómplice. Buscaba y rebuscaba, pero en las caras de la gente no veía a la Macarena que su imaginación se había encargado de fantasear. La mala suerte o más probablemente la afluencia de la hora punta le impedían medrar en su propósito. Así que intuyó en ella una persona, al igual que él, de horarios fijos, de rutinas. Seria, formal, alérgica a la más mínima variación de los acontecimientos que jalonan el día a día. Dedujo que, como él, habría de colocarse siempre en el mismo vagón, y no paraba de preguntarse cuántos metros de alcance tendría el bluetooth de su móvil, no fuese a ser que el problema residiese en un campo de acción insondable al vistazo rápido.

Su imaginación viajaba a otro ritmo. A fin de cuentas septiembre ya estaba ahí, asomando, y todo el mundo sabe que septiembre es el mes de las expectativas. Precisamente por ello era este y no otro su mes favorito, por todos los planes renovados que uno jura hacer, la lista de propósitos actualizados, la absoluta convicción de que, ahora sí que sí, todo va a cambiar. No hay combinación mes-ciudad mejor que septiembre en Madrid, se decía cada año. Desde luego no sentía ninguna desilusión por el final del verano. Septiembre hasta se le quedaba corto, y en su calendario mental de los acontecimientos las perspectivas ya llegaban hasta enero. Se planteaba cuestiones como qué grupo sería el de su primer concierto juntos, o cuánto tiene que pasar para que una pareja empiece a subir fotos a instagram en publicación compartida, que no hay mayor confirmación de la estabilidad del romance que ese, y a ojo de buen cubero calculó que sería en primavera.

Su cabeza, tan pragmática siempre, tan poco dada a la elucubración, no paraba de enredarse en novelas de ficción, planteando preguntas cuyas respuestas no gozaban de mayor base que la del optimismo. ¿Sería ella también de Madrid? ¿Cuánto tiempo lleva aquí en caso de no serlo? ¿Qué parada quedará más cerca de su casa? Harto de perderse en su propio mapa mental de hipótesis y deseos, se prometió que alguna vez se envalentonaría de verdad e iría hablando, una por una, a todas y cada una las mujeres del vagón hasta encontrar a macarena_fpx.

Un día se levantó con la peor noticia posible. La línea 6 cerraba por obras hasta el 31 de diciembre. Abatido, leyó la noticia en cuatro medios distintos para confirmar lo que nunca hubiese querido. No había nada que hacer. Comprendió que ya no habría canciones con mensaje ni mensajes a través de canciones. Tampoco primer concierto ni fotos compartidas en Instagram. Y de repente el otoño ensombreció Madrid y septiembre dejó de ser tan septiembre.

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