Unidos por la soledad

Por
Marta Parera
19/11/2025

Remanso es el proyecto que Miguel Ángel puso en marcha para disfrutar de la lectura otorgándole el lugar que él sentía que merecía

Evento relacionado
al
·

Mi intención era escribir sobre la solitud, la soledumbre y todas las soledades que plantea Juan Gómez Bárcena en su último libro. Pero, tras unos días digiriendo lo que vivimos en el Monasterio del Olivar, me he dado cuenta de que, lejos de ser días de soledad, fueron —para mi sorpresa— días de encuentro.

La soledad suele atravesarnos. A veces nos salva y otras se alza como una bandera que nos advierte de posibles catástrofes. Días atrás, en Teruel, nos reunimos, compartimos, reímos, meditamos, comimos, digerimos, debatimos, nos asombramos, dormimos y nos perdimos para, después, encontrarnos. O quizá primero nos encontramos y luego disfrutamos de todo lo demás.

El hecho es que me subí al coche con Jenn y, cuatro horas más tarde, estábamos conectadas desde un lugar amable, sostenidas por una energía maravillosa. No nos quitamos la sonrisa hasta que nos despedimos, y esa luz nos acompañó durante todo el fin de semana.

Al llegar, me encontré con Miguel Ángel, con quien había hablado durante semanas para dar forma al encuentro. Siempre a través de cartas, mensajes y llamadas. Finalmente, la desvirtualización tuvo lugar en un escenario monástico, entre árboles, sentados alrededor de una mesa alargada presidida por él mismo, un fraile y el autor de Mapa de soledades.

Un grupo de 28 lectores. Veintiocho islas formando un archipiélago. Ávidos por recorrer la geografía y la cartografía propuestas por Juan. Un viaje compartido a través de la (re)lectura, la escucha, el silencio y la conversación. Todos allí reunidos. Juntos bajo un manto de estrellas, en uno de los cielos más claros y despejados del territorio. Un lugar perfecto para bajar revoluciones, apagar motores y simplemente dejarse ser.

Remanso es el proyecto que Miguel Ángel puso en marcha para disfrutar de la lectura —una de sus pasiones— otorgándole el lugar que él sentía que merecía: un espacio apartado, protegido y compartido con otros. Lo descubrí por casualidad hace unos meses y lo contacté de inmediato. Retiro, libros, lugares y personas. Flechazo directo al alma.

Aunque me encantaría, prefiero no extenderme hablando de soledades, porque pienso que, aunque muchas sean compartidas, cada una es propia; y lo interesante es preguntarse cuál resuena en cada quien en cada momento vital. Para eso está —y recomiendo— el maravilloso libro de Juan, en el que el autor lo expresa y expone con virtuosismo y maestría.

Durante esos días, la lectura se convirtió en puente, el ensayo en ritual y el retiro en un auténtico remanso. A medida que compartíamos tiempo y espacio, emergió la paradoja de estar juntos y de cómo, desde la condición humana, hablar de soledad es, de algún modo, inevitable.

Volví a casa con la sensación de que la verdadera espiritualidad no siempre está en los grandes templos, sino en la capacidad de mirarnos, en los pequeños gestos, en escucharnos y en habitar la soledad con otros. Una soledad que, desde luego, no está reñida con la conexión.

Avanzan las semanas y no deja de asombrarme cómo, en un intento de regalarme unos días de aislamiento, descanso y silencio, el resultado fue una serie de encuentros mágicos que me llenaron de luz, esperanza y agradecimiento.

“Necesito soledad. Necesito espacio. Necesito aire. Necesito los campos vacíos que me rodean; y mis piernas golpeando el suelo por los caminos; y dormir; y la existencia animal.”— Virginia Woolf

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Marta Parera
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Mi intención era escribir sobre la solitud, la soledumbre y todas las soledades que plantea Juan Gómez Bárcena en su último libro. Pero, tras unos días digiriendo lo que vivimos en el Monasterio del Olivar, me he dado cuenta de que, lejos de ser días de soledad, fueron —para mi sorpresa— días de encuentro.

La soledad suele atravesarnos. A veces nos salva y otras se alza como una bandera que nos advierte de posibles catástrofes. Días atrás, en Teruel, nos reunimos, compartimos, reímos, meditamos, comimos, digerimos, debatimos, nos asombramos, dormimos y nos perdimos para, después, encontrarnos. O quizá primero nos encontramos y luego disfrutamos de todo lo demás.

El hecho es que me subí al coche con Jenn y, cuatro horas más tarde, estábamos conectadas desde un lugar amable, sostenidas por una energía maravillosa. No nos quitamos la sonrisa hasta que nos despedimos, y esa luz nos acompañó durante todo el fin de semana.

Al llegar, me encontré con Miguel Ángel, con quien había hablado durante semanas para dar forma al encuentro. Siempre a través de cartas, mensajes y llamadas. Finalmente, la desvirtualización tuvo lugar en un escenario monástico, entre árboles, sentados alrededor de una mesa alargada presidida por él mismo, un fraile y el autor de Mapa de soledades.

Un grupo de 28 lectores. Veintiocho islas formando un archipiélago. Ávidos por recorrer la geografía y la cartografía propuestas por Juan. Un viaje compartido a través de la (re)lectura, la escucha, el silencio y la conversación. Todos allí reunidos. Juntos bajo un manto de estrellas, en uno de los cielos más claros y despejados del territorio. Un lugar perfecto para bajar revoluciones, apagar motores y simplemente dejarse ser.

Remanso es el proyecto que Miguel Ángel puso en marcha para disfrutar de la lectura —una de sus pasiones— otorgándole el lugar que él sentía que merecía: un espacio apartado, protegido y compartido con otros. Lo descubrí por casualidad hace unos meses y lo contacté de inmediato. Retiro, libros, lugares y personas. Flechazo directo al alma.

Aunque me encantaría, prefiero no extenderme hablando de soledades, porque pienso que, aunque muchas sean compartidas, cada una es propia; y lo interesante es preguntarse cuál resuena en cada quien en cada momento vital. Para eso está —y recomiendo— el maravilloso libro de Juan, en el que el autor lo expresa y expone con virtuosismo y maestría.

Durante esos días, la lectura se convirtió en puente, el ensayo en ritual y el retiro en un auténtico remanso. A medida que compartíamos tiempo y espacio, emergió la paradoja de estar juntos y de cómo, desde la condición humana, hablar de soledad es, de algún modo, inevitable.

Volví a casa con la sensación de que la verdadera espiritualidad no siempre está en los grandes templos, sino en la capacidad de mirarnos, en los pequeños gestos, en escucharnos y en habitar la soledad con otros. Una soledad que, desde luego, no está reñida con la conexión.

Avanzan las semanas y no deja de asombrarme cómo, en un intento de regalarme unos días de aislamiento, descanso y silencio, el resultado fue una serie de encuentros mágicos que me llenaron de luz, esperanza y agradecimiento.

“Necesito soledad. Necesito espacio. Necesito aire. Necesito los campos vacíos que me rodean; y mis piernas golpeando el suelo por los caminos; y dormir; y la existencia animal.”— Virginia Woolf

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