Cinco años de ‘Feria’

La propuesta de Ana Iris Simón —sustituir el conflicto izquierda/derecha por el conflicto colectivismo/liberalismo— significaba romper la baraja y cuestionar demasiadas cosas.‍

De todas las ridiculeces que se ven en el mundillo literario —y son muchas—, una de las peores consiste en decir que uno ha llegado tarde a la lectura de determinado libro por haberse acercado a él unos meses o unos años después de su publicación, como si el libro fuese a caducar. Un libro no es un yogur, y si es posible llegar tarde a él, lo más probable es que no valga la pena llegar a él en absoluto.

Así, pasa el tiempo y los libros que merecen ser leídos siguen estando ahí, esperando que lleguemos a ellos. Es difícil —casi imposible— determinar qué obras forman parte de esta categoría de perdurables cuando salen tantos al mercado. Qué libro de entre los que se amontonan en las mesas de novedades seguirá leyéndose en unos años. Cuál de esas novelas tiene más lectores por nacer que lectores vivos. Y qué demonios importa, al fin y al cabo, todo esto. No deja de ser un juego divertido, vaticinar la posteridad.

No sé si Feria de Ana Iris Simón entrará en esa categoría de libros que alcanzan un instante de eternidad —pues hasta los libros más eternos sólo tienen un instante de vida—, pero sí sé que, cinco años exactos después de su publicación en octubre de 2020, sigue siendo una lectura provechosa y pertinente.

Feria es un ensayo que se lee como una novela. O una novela disfrazada de ensayo. Es una colección de recuerdos tiernos en torno a una época que es la de mi generación. Es un libro de prosa sencilla, la más difícil de producir porque sólo se sostiene si con ella se busca la verdad. Es un texto que recuerda al Manolo de Francisco de Cossío —una de las más bellas obras que se han escrito sobre la guerra civil— porque a través de una familia te cuenta España.

Pero, por encima de todo, Feria es un libro escrito con un valor casi suicida, porque fue la primera obra relevante de su generación que se atrevió a romper con la homogeneidad ideológica de los escritores españoles nacidos entre los ochenta y los noventa. Antes de Feria las filas estaban cerradas y el que se movía no salía en la foto. Sin embargo, el éxito editorial del libro de Simón hizo imposible mirar hacia otro lado y la tan cacareada diversidad de la que hacía gala esta generación de escritores se tuvo que ampliar en el ámbito que menos diversidad admitía: el ámbito político. Al fin y al cabo, la propuesta de Feria y de su autora —sustituir el conflicto izquierda/derecha por el conflicto colectivismo/liberalismo— significaba romper la baraja y cuestionar demasiadas cosas.

Atreverse a pensar diferente tiene un precio —acusaciones más o menos pertinentes, insultos y libelos ridículos que pronto han encontrado el lugar que merecen, que es el olvido—, pero también su recompensa si la ejecución es buena. A pesar del intento por parte del establishment de darle el abrazo del oso a la autora, Simón se ha hecho un hueco en él para así seguir desarrollando sus ideas y hablar de los temas que considera importantes. La diversidad de voces es algo que debería celebrarse siempre, especialmente en literatura. Qué pena que por la brecha que abrió Feria no se hayan colado más autores con puntos de vista diversos, pero al menos sí ha dejado entrar una brisa que renueva el aire viciado que respira la uniformidad ideológica de nuestros autores millenials.

Porque eso es, para mí, lo más importante de Feria: nos recuerda que vale la pena articular un pensamiento independiente y defenderlo, aun a costa de que la corriente dominante lo pretenda arrastrar. Quien lea sus páginas no solo encontrará un pedacito de España bien contado y una insólita reivindicación de la familia, la patria y la religión, sino que también hallará un ejemplo para hablar con voz propia, para decir lo que uno piensa con todas sus consecuencias, y a eso nunca se llega tarde.

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Así, pasa el tiempo y los libros que merecen ser leídos siguen estando ahí, esperando que lleguemos a ellos. Es difícil —casi imposible— determinar qué obras forman parte de esta categoría de perdurables cuando salen tantos al mercado. Qué libro de entre los que se amontonan en las mesas de novedades seguirá leyéndose en unos años. Cuál de esas novelas tiene más lectores por nacer que lectores vivos. Y qué demonios importa, al fin y al cabo, todo esto. No deja de ser un juego divertido, vaticinar la posteridad.

No sé si Feria de Ana Iris Simón entrará en esa categoría de libros que alcanzan un instante de eternidad —pues hasta los libros más eternos sólo tienen un instante de vida—, pero sí sé que, cinco años exactos después de su publicación en octubre de 2020, sigue siendo una lectura provechosa y pertinente.

Feria es un ensayo que se lee como una novela. O una novela disfrazada de ensayo. Es una colección de recuerdos tiernos en torno a una época que es la de mi generación. Es un libro de prosa sencilla, la más difícil de producir porque sólo se sostiene si con ella se busca la verdad. Es un texto que recuerda al Manolo de Francisco de Cossío —una de las más bellas obras que se han escrito sobre la guerra civil— porque a través de una familia te cuenta España.

Pero, por encima de todo, Feria es un libro escrito con un valor casi suicida, porque fue la primera obra relevante de su generación que se atrevió a romper con la homogeneidad ideológica de los escritores españoles nacidos entre los ochenta y los noventa. Antes de Feria las filas estaban cerradas y el que se movía no salía en la foto. Sin embargo, el éxito editorial del libro de Simón hizo imposible mirar hacia otro lado y la tan cacareada diversidad de la que hacía gala esta generación de escritores se tuvo que ampliar en el ámbito que menos diversidad admitía: el ámbito político. Al fin y al cabo, la propuesta de Feria y de su autora —sustituir el conflicto izquierda/derecha por el conflicto colectivismo/liberalismo— significaba romper la baraja y cuestionar demasiadas cosas.

Atreverse a pensar diferente tiene un precio —acusaciones más o menos pertinentes, insultos y libelos ridículos que pronto han encontrado el lugar que merecen, que es el olvido—, pero también su recompensa si la ejecución es buena. A pesar del intento por parte del establishment de darle el abrazo del oso a la autora, Simón se ha hecho un hueco en él para así seguir desarrollando sus ideas y hablar de los temas que considera importantes. La diversidad de voces es algo que debería celebrarse siempre, especialmente en literatura. Qué pena que por la brecha que abrió Feria no se hayan colado más autores con puntos de vista diversos, pero al menos sí ha dejado entrar una brisa que renueva el aire viciado que respira la uniformidad ideológica de nuestros autores millenials.

Porque eso es, para mí, lo más importante de Feria: nos recuerda que vale la pena articular un pensamiento independiente y defenderlo, aun a costa de que la corriente dominante lo pretenda arrastrar. Quien lea sus páginas no solo encontrará un pedacito de España bien contado y una insólita reivindicación de la familia, la patria y la religión, sino que también hallará un ejemplo para hablar con voz propia, para decir lo que uno piensa con todas sus consecuencias, y a eso nunca se llega tarde.

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