El verano que no pide permiso

El verano en el sur no es solo una estación, es una forma de ser. Es fundirse, literal y metafóricamente, con el sol y sus mandatos

Con permiso —o sin él—, buenas tardes. Y lo digo así porque una de las pocas certezas que he conseguido en la vida es que siempre es mejor pedir perdón que permiso. La vida va demasiado deprisa como para andar con rodeos. Uno procede, hace lo que tenga que hacer y luego, si acaso, reclama indulgencia. Pero si sale mal, no anden echándome la culpa. Yo solo soy del sur y he crecido aprendiendo esta filosofía porque aquí el verano no pide permiso, faltaría más.  

Un día llega el cuarenta de mayo, te quitas el sayo, en el fondo ronronea la noticia de una ola de calor... y sin esperarlo, ya tienes una cerveza helada en la mano. Sin tibiezas, sin excusas, como si nada importara. Mucha gente en ese momento huye despavorida al norte. Y yo pienso: qué ganas de complicarse. A mí, el verano me gusta cuando llega de golpe, sin avisar, cuando te obliga a soltar las capas, las excusas y hasta un poco de pudor. Como si la vida no tuviera que justificarse. Así es el sur: descarado, rotundo, sin disfraces, sin miedo al sol.

Porque el verano aquí no es solo una estación, es una forma de ser. Es fundirse, literal y metafóricamente, con el sol y sus mandatos, sin remilgos. Aquí no se anda uno con chiquitas: no hay ligerezas ni medias tintas. No es ese "bueno, hace calor porque es verano", pero con el aire justo para no molestar. Aquí vamos con todo: se suda, se baila y se vive. Y aunque algunas voces digan que con este calor no se descansa y que dependemos del aire acondicionado, pues sí. Pero es que aquí no estamos pa’ descansar sino pa’ vivir y echarle gracia a la situación, que de eso sabemos un rato. 

Sin embargo, el verano andaluz también es de contrastes, porque incluso para los más rezagados tenemos pueblos, y playas entre el Mediterráneo y el Atlántico, de Málaga a Huelva, pasando por Granada o Almería con vientos cruzados y señoras en la calle con la silla y el cotilleo, que no entiende de grados, pero donde uno por la noche siente un poquito eso del frescor veraniego.

Aunque el calor del sur —el de verdad, el que abrasa aceras— es solo la excusa perfecta para saborear mejor el primer helado, el paseo nocturno cuando la brisa se cuela por el Guadalquivir, el chiringuito escondido que guarda su clientela de siempre, o una cena improvisada en cualquier playa de Cádiz. Es en ese instante cuando entiendes que aquí el calor no paraliza: eterniza. Alarga las tardes y te regala noches que se confunden con el amanecer. Ese "quédate, que ahora se está mejor", o el "mañana será otro día... total cuando nos despertemos seguirá siendo verano". A nosotros no nos sudan las camisas a las 17:00 de la tarde porque no salimos a esa hora, nos gusta la buena vida y no somos inconscientes. En el sur tenemos nuestro propio ritmo y en verano se vive a partir del atardecer. No hay más.

Y mientras tanto seguimos con nuestra propia cadencia: la siesta rendida, los espetos que saben a gloria, el arte de quejarse de “la caló”, el bar de confianza que te pone lo de siempre sin preguntar, las calles llenas de acento, el pueblo que te espera, las noches de feria, la toalla y las gafas de sol para una charla infinita a pie de playa, y la certeza de que, a la vuelta de cualquier esquina, te vas a encontrar con alguien. Y lo más importante: nosotros tenemos las playas pero de postín porque la climatología hace que prefieras una sudadera o sacar el paraguas, sino que en el sur están para usarlas, desgastarlas y llenarlas de nuevas anécdotas. Porque así, con cuarenta grados a la sombra y con el aire acondicionado que te mece en la madrugada... es como el verano en el sur nos recuerda que estamos vivos. 

Y por mucho que digan que la civilización está donde uno puede ponerse una chaqueta al caer la tarde, yo seguiré prefiriendo este Mediterráneo de abanico en mano, que no entiende de relojes, este Atlántico incansable que nos llama a pisar la arena. Este sur que brilla, aunque el asfalto arda. Porque, por mucho que intente contarlo, el verano aquí es inenarrable. No se explica. No se mide en grados. El verano en el sur se vive. Y cuando lo vives… ya no hay vuelta atrás.

Mujeres en el barrio del Mentidero, Cádiz, 1989. Foto de Joaquín Hernandez Kiki
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El verano que no pide permiso

El verano en el sur no es solo una estación, es una forma de ser. Es fundirse, literal y metafóricamente, con el sol y sus mandatos

Con permiso —o sin él—, buenas tardes. Y lo digo así porque una de las pocas certezas que he conseguido en la vida es que siempre es mejor pedir perdón que permiso. La vida va demasiado deprisa como para andar con rodeos. Uno procede, hace lo que tenga que hacer y luego, si acaso, reclama indulgencia. Pero si sale mal, no anden echándome la culpa. Yo solo soy del sur y he crecido aprendiendo esta filosofía porque aquí el verano no pide permiso, faltaría más.  

Un día llega el cuarenta de mayo, te quitas el sayo, en el fondo ronronea la noticia de una ola de calor... y sin esperarlo, ya tienes una cerveza helada en la mano. Sin tibiezas, sin excusas, como si nada importara. Mucha gente en ese momento huye despavorida al norte. Y yo pienso: qué ganas de complicarse. A mí, el verano me gusta cuando llega de golpe, sin avisar, cuando te obliga a soltar las capas, las excusas y hasta un poco de pudor. Como si la vida no tuviera que justificarse. Así es el sur: descarado, rotundo, sin disfraces, sin miedo al sol.

Porque el verano aquí no es solo una estación, es una forma de ser. Es fundirse, literal y metafóricamente, con el sol y sus mandatos, sin remilgos. Aquí no se anda uno con chiquitas: no hay ligerezas ni medias tintas. No es ese "bueno, hace calor porque es verano", pero con el aire justo para no molestar. Aquí vamos con todo: se suda, se baila y se vive. Y aunque algunas voces digan que con este calor no se descansa y que dependemos del aire acondicionado, pues sí. Pero es que aquí no estamos pa’ descansar sino pa’ vivir y echarle gracia a la situación, que de eso sabemos un rato. 

Sin embargo, el verano andaluz también es de contrastes, porque incluso para los más rezagados tenemos pueblos, y playas entre el Mediterráneo y el Atlántico, de Málaga a Huelva, pasando por Granada o Almería con vientos cruzados y señoras en la calle con la silla y el cotilleo, que no entiende de grados, pero donde uno por la noche siente un poquito eso del frescor veraniego.

Aunque el calor del sur —el de verdad, el que abrasa aceras— es solo la excusa perfecta para saborear mejor el primer helado, el paseo nocturno cuando la brisa se cuela por el Guadalquivir, el chiringuito escondido que guarda su clientela de siempre, o una cena improvisada en cualquier playa de Cádiz. Es en ese instante cuando entiendes que aquí el calor no paraliza: eterniza. Alarga las tardes y te regala noches que se confunden con el amanecer. Ese "quédate, que ahora se está mejor", o el "mañana será otro día... total cuando nos despertemos seguirá siendo verano". A nosotros no nos sudan las camisas a las 17:00 de la tarde porque no salimos a esa hora, nos gusta la buena vida y no somos inconscientes. En el sur tenemos nuestro propio ritmo y en verano se vive a partir del atardecer. No hay más.

Y mientras tanto seguimos con nuestra propia cadencia: la siesta rendida, los espetos que saben a gloria, el arte de quejarse de “la caló”, el bar de confianza que te pone lo de siempre sin preguntar, las calles llenas de acento, el pueblo que te espera, las noches de feria, la toalla y las gafas de sol para una charla infinita a pie de playa, y la certeza de que, a la vuelta de cualquier esquina, te vas a encontrar con alguien. Y lo más importante: nosotros tenemos las playas pero de postín porque la climatología hace que prefieras una sudadera o sacar el paraguas, sino que en el sur están para usarlas, desgastarlas y llenarlas de nuevas anécdotas. Porque así, con cuarenta grados a la sombra y con el aire acondicionado que te mece en la madrugada... es como el verano en el sur nos recuerda que estamos vivos. 

Y por mucho que digan que la civilización está donde uno puede ponerse una chaqueta al caer la tarde, yo seguiré prefiriendo este Mediterráneo de abanico en mano, que no entiende de relojes, este Atlántico incansable que nos llama a pisar la arena. Este sur que brilla, aunque el asfalto arda. Porque, por mucho que intente contarlo, el verano aquí es inenarrable. No se explica. No se mide en grados. El verano en el sur se vive. Y cuando lo vives… ya no hay vuelta atrás.

Mujeres en el barrio del Mentidero, Cádiz, 1989. Foto de Joaquín Hernandez Kiki
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