Fuera hay cosas preciosas

No hay nada más valiente que picar en la casa de nuestros padres o amigos para decirles que les necesitamos para superar este momento.

Uno sabe que, por desgracia, habrá textos que nunca tendrá que dejar de escribir. Aunque viva con la esperanza de que cada uno de ellos sea el último. La lacra de los problemas de la salud mental continúa llevándose por delante a personas que deberían de seguir viviendo entre nosotros, y a uno solo le queda la honorable tarea de recordarlos para que nunca terminen de estar muertos.

El problema de estas enfermedades son su silencio. Tan rotundo y discreto como las sonrisas que se dibujan en la cara de quienes la sufren para que nadie note nada. Y es justamente ese silencio quien poco a poco las va consumiendo hasta crear en ellas una realidad paralela a la que parece no haber otra alternativa que la muerte, que el suicido. Cuando todo es ficticio porque la gente de su alrededor les quiere no por lo que han conseguido ser, sino por lo que son. Por la bondad y la belleza de sus corazones, por la honestidad y la alegría de su alma.

Nadie puede sentir el dolor y la frustración que pasan por la cabeza de otra persona. Esas batallas tienen nombre y apellidos, pero no quiere decir que tengáis que librarlas solos. Si levantáis por un segundo la vista del pozo en el que creéis que estáis viviendo, descubriréis la cantidad de amigos y familiares que están dispuestos a cabalgar con vosotros hasta que la oscuridad se marche. Y no importa el tiempo que necesitéis, porque será minúsculo en comparación con aprender a vivir con vuestra ausencia, a la que uno nunca termina de acostumbrarse del todo.

Nadie es menos que nadie por pedir ayuda. Vergüenza es lo que podíamos sentir cuando nos sacaban a la pizarra para resolver un problema de matemáticas que no habíamos preparado. Vergüenza es lo que podíamos sentir al decirle a otra persona que nos gusta y nos estamos enamorando. Vergüenza es lo que podemos sentir cuando llegamos a la mañana siguiente a casa y, esa vecina que tenía una imagen de hombre serio y responsable, te ve entrando en el portal oliendo a whisky barato. Vergüenza es lo que podemos sentir en muchas situaciones, pero jamás cuando necesitemos pedir ayuda.

No hay nada más valiente que picar en la casa de nuestros padres o amigos para decirles que les necesitamos para superar este momento. No hay nada más valiente que llamar al psicólogo y pedir cita para empezar a curarnos, porque es exactamente lo mismo que cuando nos duele la rodilla y acudimos al traumatólogo. No hay nada más valiente que llamar al 024.

Os aseguro que detrás de ese dolor y esa oscuridad hay una luz esperándoos. Os aseguro que todo lo que estáis viviendo ahora es temporal. Os aseguro que con ayuda se puede superar el problema. Y, os aseguro, por encima de todas las cosas, que vivir merece la pena y la vida de los que os rodean será más bonita si pueden compartirla con la vuestra.

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Uno sabe que, por desgracia, habrá textos que nunca tendrá que dejar de escribir. Aunque viva con la esperanza de que cada uno de ellos sea el último. La lacra de los problemas de la salud mental continúa llevándose por delante a personas que deberían de seguir viviendo entre nosotros, y a uno solo le queda la honorable tarea de recordarlos para que nunca terminen de estar muertos.

El problema de estas enfermedades son su silencio. Tan rotundo y discreto como las sonrisas que se dibujan en la cara de quienes la sufren para que nadie note nada. Y es justamente ese silencio quien poco a poco las va consumiendo hasta crear en ellas una realidad paralela a la que parece no haber otra alternativa que la muerte, que el suicido. Cuando todo es ficticio porque la gente de su alrededor les quiere no por lo que han conseguido ser, sino por lo que son. Por la bondad y la belleza de sus corazones, por la honestidad y la alegría de su alma.

Nadie puede sentir el dolor y la frustración que pasan por la cabeza de otra persona. Esas batallas tienen nombre y apellidos, pero no quiere decir que tengáis que librarlas solos. Si levantáis por un segundo la vista del pozo en el que creéis que estáis viviendo, descubriréis la cantidad de amigos y familiares que están dispuestos a cabalgar con vosotros hasta que la oscuridad se marche. Y no importa el tiempo que necesitéis, porque será minúsculo en comparación con aprender a vivir con vuestra ausencia, a la que uno nunca termina de acostumbrarse del todo.

Nadie es menos que nadie por pedir ayuda. Vergüenza es lo que podíamos sentir cuando nos sacaban a la pizarra para resolver un problema de matemáticas que no habíamos preparado. Vergüenza es lo que podíamos sentir al decirle a otra persona que nos gusta y nos estamos enamorando. Vergüenza es lo que podemos sentir cuando llegamos a la mañana siguiente a casa y, esa vecina que tenía una imagen de hombre serio y responsable, te ve entrando en el portal oliendo a whisky barato. Vergüenza es lo que podemos sentir en muchas situaciones, pero jamás cuando necesitemos pedir ayuda.

No hay nada más valiente que picar en la casa de nuestros padres o amigos para decirles que les necesitamos para superar este momento. No hay nada más valiente que llamar al psicólogo y pedir cita para empezar a curarnos, porque es exactamente lo mismo que cuando nos duele la rodilla y acudimos al traumatólogo. No hay nada más valiente que llamar al 024.

Os aseguro que detrás de ese dolor y esa oscuridad hay una luz esperándoos. Os aseguro que todo lo que estáis viviendo ahora es temporal. Os aseguro que con ayuda se puede superar el problema. Y, os aseguro, por encima de todas las cosas, que vivir merece la pena y la vida de los que os rodean será más bonita si pueden compartirla con la vuestra.

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