Hace unos días debatía en privado sobre deshumanización. Por un lado, mi interlocutora denunciaba la utilización de los inmigrantes como el eje central del debate político por parte de populistas de derechas tipo VOX puede provocar que a mucha gente le dé igual lo que se hace con esos inmigrantes, que bajo esa óptica dejan de ser personas. En contraposición, sugerí que calificar de loco ultra a cualquiera que se acerque a estos partidos —tenga o no actitudes deshumanizantes hacia los inmigrantes— también puede deshumanizar a un colectivo no pequeño de personas. El peligro de deshumanizar a tus rivales es que no te importe que mueran, que no te importe matarlos.
Esto se ha visto con nitidez en el asesinato de Charlie Kirk, activista político de la órbita MAGA que se dedicaba a montar debates mediáticos en los campus universitarios de EEUU bajo la premisa de que cuando la gente deja de escucharse es cuando precisamente se deshumaniza y empieza la violencia. Claramente alguien dejó de escuchar a Kirk y lo deshumanizó pegándole un tiro quirúrgico y brutal en la garganta.
Las horrendas imágenes, que circulan desbocadas por las redes sociales, deberían servir —independientemente de nuestra posición política— como recordatorio de los peligros reales y tangibles de esa espiral de deshumanización. Pero la deshumanización continúa: muchos medios se encargan de recalcar, primero de todo, que Kirk era muy cercano a Trump, ese monstruo, y que su discurso era ultra. En definitiva, que llevaba la falda muy corta.
Kirk, al menos en lo que respecta a sus formas, ni siquiera era de los más radicales. Era un tipo conservador, muy religioso, con fuertes opiniones con respecto a cuestiones como el aborto, el derecho a portar armas o el conflicto palestino-israelí. Sin embargo, no se caracterizaba por los ademanes histriónicos y autoritarios de algunos de sus compañeros de viaje. Más bien al contrario. Aunque fuesen muchas veces descompensados, sus debates no dejaban de ser eso: debates. Ante el asesinato de un hombre que desde su lado de la trinchera es visto como un moderado por sus formas, muchos se preguntan: ¿y qué va a ser de mí entonces?
Hemos visto las repugnantes celebraciones de algunos enfermos que bailaron y rieron —incluso con la sangre todavía brotando de la herida de la víctima— con el asesinato de Charlie Kirk. También hemos visto las cobardes justificaciones —que si era un ultra, que si era antiabortista— de su muerte para intentar convencer al mundo de que fue una especie de justicia poética. No lo fue. Fue una demostración de que una parte de la sociedad se ha convencido, tras años de propaganda y demonización, de que todo lo que esté en esa ultraderecha que los medios señalan incesantemente no es parte de la humanidad. Que el prójimo ya no incluye a todo el mundo. Es un peligroso camino que desemboca en la dialéctica de los puños y las pistolas.
Entiendo lo difícil que es escapar a este razonamiento: si he llegado a la conclusión de que el de enfrente me quiere eliminar, entonces es un monstruo. Si es un monstruo, no es humano. Si no es humano, entonces todo está justificado.
Por el camino, disparos en el cuello a cualquiera que esté en la órbita opuesta. Y éstos, al ver la violencia que contra ellos se ejerce, responderán con más violencia. Urge, más que nunca, mantener la cabeza fría. Pregúntate: ¿de verdad merece el de enfrente ser deshumanizado?