Resulta inevitable preguntarse al principio de una reseña desfavorable: ¿para qué sirven las críticas malas?
La mejor respuesta que se me ha ocurrido es equivalente a Pedro y el lobo, versión prescripción cultural. A saber: si siempre se dice que todo está bien, cuando aparezca algo en verdad muy bueno no te lo vas a creer. O peor aún, no harás ni caso. Me interesa que te fíes de mí —no de mi criterio subjetivo que, por definición, es atacable y cuestionable y susceptible de que me mandes a la mierda— sino de que me comprometo, ante ti lector, a procurar escribir lo que realmente pienso de las cosas.
Es curioso, porque en sustrato somos a veces críticos en cine (esto era más habitual) o en libros (esto era más raro). Sin embargo, en la escena de la música nacional más o menos independiente existe un tabú enorme a la hora de decir en alto que no nos gusta un disco (aunque en privado los puñales vuelan por doquier). No comparece este conflicto de intereses, por supuesto, cuando nos metemos con Taylor Swift —con la que nadie conocido se toma roncolas—, pero sí con los grupos de Madrid o Barcelona —con la que mucha gente conocida se toma roncolas—. Pese a todo estamos aquí para intentar hacer de altavoz de lo bueno y lo auténtico. Y eso pasa, a veces, por opinar que otros asuntos no merecen mucha atención.
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Lo primero que destaca en “Un Golpe de Suerte” (La Castanya/Universal), segundo disco del grupo madrileño La Paloma, es el volantazo en la producción. Donde antes las guitarras mandaban, con cierta suciedad, herederas de algún noise rock noventero, ahora hay una capa mucho más domada y brillante, como pasada por un filtro estetizante y demasiado familiar, subordinada siempre a la férrea estructura verso-puente-estribillo-verso-puente-mil estribillos.
Lo segundo que llama la atención es el flamante ingreso del vocalista principal de La Paloma en el club de los cantantes que añaden haches al final de todas las palabras. Esto es una manía estrictamente personal, pero en cuanto escucho ese arrastraaaahheeerrr de vocales —sea perpetrado por Bunbury, Coque Malla o cualquier concursante de Operación Triunfo—, reconozco que se me cierra de golpe la escotilla del gusto1. Tampoco ayuda la mezcla, que suena altísima y con demasiadas dinámicas: en cuanto se retiran las olas de guitarras solo escucho una arena mojada de uohs y uahs y uehs y uohs y uahs y uehs. Reviso las primeras canciones publicadas por la Paloma para comprobar que, efectivamente, estamos ante un brote de haches repentino.
Existe una broma recurrente entre mis amigos —variación del “en su cabeza era espectacular”—, consistente en señalar que un producto que no acaba de funcionar “seguro que era un gran powerpoint”. Se puede tratar de campañas de marketing político2, marcas de ropa urbana o la propuesta de determinados restaurantes de corte foodie. Lo que ocurre en estos casos es que se mezclan conceptos que puede que funcionen por separado pero que, juntos, en lugar de aumentar el atractivo final de manera proporcional a la suma de partes —tal y como vaticina el power point o el excel—, acaban por desbaratar el resultado final. La razón, claro, es que el público detecta la disonancia entre los ingredientes y la cataloga como falta de autenticidad. La gente, para desazón de algunos expertos en marketing, no suele tragarse las cosas como hacía Joey en aquel capítulo de Friends.
“Un golpe de suerte”, no puedo evitar pensarlo, parece un disco salido de un powerpoint. Un álbum quizá surgido no tanto desde la pulsión creativa, sino de la suma de elementos pensados para apelar a una audiencia objetivo que han identificado como numerosa y como propensa a apoquinar en las barras de los festivales españoles. Hay una nostalgia, una sensibilidad como de radiofórmula de los 2000, cuya razón de ser sospecho que no es otra que agradar a esa tribu de treintañeros urbanos, confusos y que se resisten a crecer, en lugar del recto camino de intentar ensanchar la expresión artística nacional con un producto genuino, malencarado e independiente. De hacer tu movida, esa que en el pasado demostraste ser capaz de hacer. No tiene nada de malo querer petarlo per se, faltaría más. Pero jugar a ese juego conlleva arriesgarse a que se note tu apuesta y a que salten las alarmas por el lado de la autenticidad.
Lo cierto es que, más allá de su aroma a producto, este es un álbum mediocre en un sentido estricto y fantaniano, pues carece de cualquier interés artístico y de innovaciones formales. Un disco plano, previsible y por tanto muy aburrido. Y aun en el caso de que no tuviéramos en cuenta el valor estético, quedándonos en la simple capa que propone “Un golpe de suerte” (no todo tiene que ser innovador), el disco fracasa en todos sus explícitos intentos de identificación emocional (ahora analizaremos las letras de desencanto gpt, depresión Pull&Bear)3.
En el capítulo lírico, el disco opta por un tono tremendamente literal, como si quisieran dejar claro en todo momento cómo se sienten, no vaya a haber malentendidos o malas interpretaciones. De este modo, La Paloma desechan las imágenes poéticas o ambiguas en favor de la cosa-en-sí. Nada más empezar el disco, avisan:
Canto, río y me divierto poco / ya solo escribo de Asco, Pena Y Miedo
Quien avisa no es traidor, y ellos avisan de que en lo sucesivo se ceñirán a estas tres categorías: Asco, Pena y Miedo. A modo de contraste, no paro de pensar en aquella canción de Los Punsetes, Tu Puto Grupo, con la que se quedaron a gusto (sin dar nombres, eso sí) respecto al tabú que hoy precisamente nos ocupa, el de cagarse en grupos que no te gustan del todo:
Poesía de tercero de EGB / En el hilo musical del Corte Inglés
Dios Mediante, el disco continúa y llegamos a “Sale el sol”. Por posición (cuarta del álbum, cuarto adelanto) y por hechuras (cadencia de himno pop) puede que sea la canción más representativa del mismo. Tras una serie de lugares comunes, declaman:
Otro día raro, otro rato malo / en el que estoy callado
Otra vez que sale el sol y no calienta / no todo lo que soy me representa
Llega el estribillo y puño en alto dicen (sic):
Es Turbia La Muerte / Pero También Es Tela Estar Vivo
Lo voy a decir: esta es una vergonzante barra prefabricada, anhelante de ser cantada en todos los festivales posibles del Sonorama al Mad Cool4. La sensación de que intentan ser generacionales alcanza aquí cotas muy incómodas. Por desgracia, querer convertirse en una banda icónica, querer construir una máquina creadora de himnos es como intentar ser guay: que se note que lo intentas con todas tus fuerzas suele ser contraproducente.
Estaba yo pensando que, puestos a hacer letras sencillas, quizá sería recomendable volver a lo que hacían antes. Coger una unidad de frase buena (En una terraza de Bravo Murillo / espero a la muerte es una idea cojonuda, cinematográfica, que sugiere y deja espacio emocional al oyente) y repetirla en bucle, mientras le metes un poco de colmillo al noise rock que haces o que hacías. Era la fórmula previa, y no estaba mal5. Pero, una vez más, se nota demasiado la anchura comercial que persiguen con las nuevas canciones.
Me atrevo a sugerir que podrían haber optado por derroteros más cercanos a Triángulo de Amor Bizarro, a Perro o a los más actuales Hotline TNT, pero resulta evidente que lo que han decidido hacer es pasar toda su difunta personalidad previa por un filtro multi, vainilla, neutral y en definitiva powerpoint. Todo el conjunto me recuerda un poco al Canto del Loco, pero a un Canto del Loco descafeinado, descontextualizado y sin picardía, como si no se atrevieran del todo a dar el paso de intentar ser El Canto del Loco.
“Las cosas que me gustan” —otra canción inscrita en el eje desafección / nostalgia estándar—, con esa guitarrita acústica, esas escobillas en la batería y ese bombo country-folk-manchego, las consabidas haches de siempre (y la guinda en forma de terrible crescendo final de palmas, slide mil veces oído y la percusión hakuna-playita-atardecer) es una canción bastante hortera, tanto que la podrían haber firmado grupos como Maldita Nerea o El Sueño de Morfeo durante el otoño de un 2005 especialmente bajonero:
La cosas que me gustan / ya no me gustan tanto (...)
Cada día más soso / cada día más ciego
Tras “Las cosas que me gustan”, seguramente la peor canción de todo el disco, aparece otra letra inefable en “Espada”, formando la dupla más desafortunada de todo el álbum. “Espada” galopa a lomos de un ritmo pseudo bailable pensado (es como si viera la diapositiva) para ser coreada en el momento exacto en el que te sube el chupito de tequila en el Ochoymedio:
La vida es asquerosa, bruta y corta / siempre se lleva lo que más me importa
Pero en el fondo no se está tan mal / y es que en el fondo no se está tan mal (...)
Dicen que si quieres, puedes / Pero yo no quiero nada
No vine a sembrar paz / Yo vine a traer espada
Por lo demás: el resto de canciones son las unas iguales a las otras en el peor sentido, pues nada sorprende, nada innova; toda la producción es previsible, plana e inane. En cuanto a la energía, al colmillo, pareciera que en lugar de mirarse en Cloud Nothings, lo hayan hecho en Sum41. En lugar de en Futuro Terror, en Despistaos. Todo suena encorsetado y formulaico.
Sigo teniendo la sensación de que en el corazón del giro Pignoise se esconde la intención de capitalizar una nostalgia de la que Pepe Tesoro escribió aquí con tanta precisión: una vez más, parece un producto diseñado para apelar a treintañeros que echan tanto de menos su adolescencia que están dispuestos a simularla gastando dineros en festivales ibéricos mientras se rebozan en nostalgia, en la droga de su elección y cantan “Espada”:
Pero en el fondo no se está tan mal / y es que en el fondo no se está tan mal6
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Decía al principio que la idea de hacer, muy de vez en cuando, una crítica desfavorable, responde a la necesidad de ganarse cierta confianza necesaria para luego destacar lo que sí me parece auténtico. Un ejemplo paradigmático y del que copian sin disimulo La Paloma son el fenómeno Carolina Durante. En el caso Carolino, todo el mundo sabe que, pese a que sus referentes están muy claros (Punsetes, Airbag, Parálisis Permanente) y que ya tienen una fórmula para construir canciones, desde el principio desbordaban arrebatadoras honestidad, autenticidad; ventanas abiertas. Y esa naturalidad —unida a las canciones sinceras como soles y pegadizas como el olor a champú que una y otra vez les brotan— hacen que sean propensos a ser queridos e inevitables, como antes lo fueron Los Planetas, Los Piratas, Extremoduro, Amaral, Siniestro Total y tantos otros grupos irrefutables y exitosos. Una cosa no está necesariamente reñida con la otra.
Pero la estirpe de los auténticos sin tanta fortuna viene de mucho antes, y con suerte algún día hablaremos aquí de Los Claveles, de Caliza, de Primogénito López, de Emilio José o de Fantasmage: artistas que no se creían artistas, músicos a los que les interesaban más los versos y los pedales que las fotos y las colabos, buenas gentes que pusieron los cimientos para que lo interesante que se hace ahora resurja como reinterpretación de aquello y no como vehículo del ansia de vivir de la música, espíritus vivos ahora en Los Yolos, Sofía, from, Andrea Buenavista, Cabiria y muchos más7.
Hablamos mucho de lo nocivo de gastarnos los cuartos en macrofestivales en lugar de en proyectos más o menos autogestionados, y es fantástico que exista esta conversación. Quizá también debiéramos hablar de autenticidad, riesgo y apuestas estéticas de los propios artistas, de dar más cancha a los no siempre representados en los grandes circuitos. Nosotros pondremos de nuestra parte, como humilde altavoz.
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1 Una excepción a la norma es Luis Miguel, que ha hecho de las haches arrastradas y de su personaje en general una obra de arte en sí misma. Dani Martín también lo hacía bien, pero es necesario ser Dani Martín en el Canto del Loco.
2 Aquí la estupidez del PP rayó a un nivel altísimo incluso para su propio estándar: es fascinante que nadie en la cadena de mando estuviera lo suficientemente descafeinado para levantar la mano ante semejante horterada.
3 Esto es lo que sucede al menos en mis oídos, en mi reacción personal, pues aquí sí que a uno le puede llegar de repente y contra eso no tengo nada que decir, es más lo celebro, brindo al atardecer del mediterráneo, etc...
4 La alternativa a que sea un estribillo tonto y prefabricado es que esto es todo lo que tengan que decir sobre existencialismo…
5 Bravo Murillo o Palos son canciones que en su día se pegaron a mi cabeza con muchísima fuerza. La primera, casi un himno generacional, la sigo cantando a gritos y sin falta cada vez que recorro en moto dicha interminable calle.
6 Sí, a esto es lo que te recuerda lo de no se está tan mal
7 Iba a poner aquí a .bd., pero se están poniendo chapas en tuiter; por favor .bd. no os pongáis chapas en tuiter, quizás más de esto pronto…