Legislación interna del texto

La gran mayoría no quieren tocar las leyes en nada y solo cumplirlas lo mejor posible —cada texto debe darse a sí su normativa

Para una crítica materialista

“VI. Contenido y forma son uno en la obra de arte: sustancia / En los documentos domina por entero el material.”

Calle de dirección única, Walter Benjamin

“Nuestra misión consiste en reducir el contenido de modo que podamos ver en detalle el objeto”.

Contra la interpretación, Susan Sontag

Llamo crítica materialista a aquella que renuncia a toda metafísica, toda idea de valor, calidad o género, y solo acepta la materialidad del texto como objeto susceptible de ser analizado o teorizado, y solo acepta la legislación interna que el propio texto se da a sí mismo como única válida para juzgarlo

Dicho esto, definir qué es “la materialidad del texto” y explicar cómo podemos identificar cuál es “la legislación interna” que el texto se da a sí mismo, deberán ser las tareas de este escrito

La materialidad del texto es sencilla de resolver —como todo objeto está hecho de una materia, el objeto literatura tiene la suya, y estas son las palabras, después estas palabras tienen unos usos y a esto llamamos lenguaje o lenguas, como todo uso, se codifica, se impone, se rompe, te transforma, se resiste, se revoluciona, etc

Es aquí donde entra la legislación interna, las normas o legislación que cada texto se da a sí mismo para ser juzgado

Siguiendo el dogma materialista, esta legislación debe surgir de la materialidad y no de supuestas legitimaciones divinas o codificaciones supraterrenales —ni sustancias ni conceptos, la palabra como palabra en su uso y significado, sus articulaciones y conexiones con otras

Es la materia textual de donde surgen los usos y donde se cristalizan, codifican, dogmatizan, revientan, etc

La materia del texto juzgado, pero también de los que lo preceden, que van conformando la jurisprudencia textual

Como toda legislación (aunque tantas veces lo olvidemos) tiene una base consuetudinaria

—no es más que la codificación de usos y costumbres que se han ido repitiendo tanto tiempo que ya podemos permitirnos creer que “siempre fue así”, y dar el salto iusnaturalista para decir “por tanto debe ser así”, pero es tan importante recordar que “no tiene por qué”, ahora bien, hace falta fuerza, fuerza material, fuerza textual para transformar lo ya codificado

Es en este proceso que cada lengua ha ido produciendo su ortografía, su gramática, su sintaxis, pero también su novela, su teatro, su poesía 

—con tanta frecuencia olvidamos que somos parte del proceso, y no punto y final de esa línea —ahí están los guardianes de la RAE para defender las “normas del buen castellano” frente al “uso vulgar del pueblo llano”, siendo casi siempre esas normas que defienden producto de una vulgarización de hace unos siglos que no conocen o no recuerdan

Así pues, cuando un texto nuevo es publicado, aparece en un código legal lingüístico y literario, pero también decide cuánto de obediente es con esas normas previas, cuánto quiere transformar, modular, influir, reventar la legislación vigente tanto del castellano en este caso como de, pongamos, la novela

La gran mayoría de los textos no quieren tocar las leyes en nada y solo cumplirlas lo mejor posible

Esos textos podemos descartarlos directamente y no hablar de ellos —así nos ahorraremos un trabajo siempre improductivo

Pero otros, de cuando en cuando, se atreven a interferir, hacer resonar, proponer legislación propia

Es entonces donde comienza nuestro trabajo

—siempre y cuando sea el texto el que haga la intervención 

—cuando es el autor o la autora en declaraciones públicas, o el grupo editorial en una campaña de marketing, o un bookstagramer salteando portadas de libros, o Netflix haciéndole una serie los que quieren intervenir en el debate literario debemos ser rigurosos y descartar esas intervenciones para que nuestra crítica literaria materialista siga siendo materialista y literaria, y sobre todo crítica

Corrección

“Preferir la buena literatura es elitista a priori”

Witold Gombrowitz

“Piglia: Viste, señor Borges, que hay un cuento suyo que tiene mal el final.

Borges: Epa. ¿Así que vos también sos escritor?”

Ricardo Piglia

Hay un punto al escribir un texto en el que descubres que no te puedes esconder o escudar en la mera veracidad —especialmente en un tipo de texto como la novela histórica o basada en hechos reales, pero en realidad en todos los textos literarios, en todos los textos

—tomas conciencia de que no servirá decir simplemente que las cosas fueron así, o esto lo dijo no sé quién para que el texto funcione

—siempre se agradece el rigor, pero no alcanza solo con rigor

Para salvar este problema, no me gusta el concepto de verosimilitud, que está muy sobado y además lleva a pensar que para que un texto funcione tiene que ser creíble, cuando lo que podemos esperar de los mejores textos es que sean increíbles, en el sentido más literal

—que uno lo lea diciendo: no puede ser posible que esto esté ocurriendo aquí adentro, no puede ser que diga esto, o que lo escriba así

—eso podría ser un gran texto

—sabemos que estamos ante un gran texto cuando uno no puede creer lo que está leyendo

Ahora bien, pronto descubres, si paras a analizarlo un poco, o si haces la experiencia de intentar escribir con cierta intención, otorgándole a eso que escribes una relevancia vital y desmadrada, descubres, que esa sensación de que uno no puede creer lo que está leyendo cuando lee un gran texto, tiene escondido un elemento mucho más complejo, secreto y casi místico para que, a pesar del desconcierto, uno sepa, uno entienda, que aquello que lee es algo importante, son palabras ciertas, era aquello que tenía que ser dicho

—ese segundo elemento es la necesidad

Para escribir un buen texto no basta con la veracidad, ni mucho menos con la verosimilitud

Es necesaria la necesidad, que aquello que aparece ahí escrito resulte necesario e inevitable, resulte al lector que tenía que ser así, solo podía ser así y de ninguna otra manera

Esa necesidad, esa sensación de inevitabilidad, de que realmente es increíble porque es absolutamente inevitable lo que uno está leyendo, es una ley que debe crear el propio texto en su misma escritura

—no tiene que ver con convenciones, reglas de estilo, técnicas narrativas o normas de buena redacción

—es una necesidad interna, autónoma de cada texto, que el propio texto debe crear

—eso es lo más difícil, y lo más necesario de un texto

—crear la normativa, la legislación interna del texto, en cada texto crear la suya propia, y una vez se ha fundado esa necesidad, seguirla rigurosamente, seguirla despiadadamente, y solo aceptar lo que la legislación interna del texto acepta como necesario e inevitable

En este sentido son muy perjudiciales ciertas ideas sobre técnica y buena escritura

Aristóteles, padre de la teoría literaria occidental

—es decir, de convertir en prescriptivo lo que era meramente descriptivo

—es decir, de hacer que la forma en que están hechas las tragedias se convierta en la forma en que se deben hacer tragedias

—es decir, la falacia naturalista 

—es decir, el que nos hizo creer que la legislación interna de un texto es válida y de hecho obligatoria en todos los textos

—porque al viejo maestro le encantaba establecer normas, catalogaciones, taxonomías y jodernos a todos con un montón de reglas y leyes que hoy imprimen la mente occidental desde la sintaxis hasta idea de naturaleza

—siendo, evidentemente absurdas e inventadas

—ese Aristóteles, que pretende decir que hay unas normas adentro de cada género y obligatorias, es muy nocivo

Los talleres de escritura, muy muy nocivos

Las editoriales, que te guían en la corrección de tu manuscrito para ayudarte a darle su mejor o más clara forma

—cuando en el fondo es sencillamente adaptarlo a las imposiciones del mercado de siempre, camufladas de comunicabilidad, transparencia y democratización de la lectura (palabras que suenan bien hoy, como todo dogma suena bien en la época del dogma porque responde a la idea imperante de lo bueno, lo bello, lo cierto)

Y demás ideas acerca de que un texto esté conseguido

—como si hubiera algo externo que conseguir

—la más nociva inevitabilidad de la literatura

Es al revés, es adentro donde se juega el éxito del texto

De esta forma, con esa necesidad, es con la que se descubre, en la escritura de cada texto, qué se debe escribir, qué va y qué no va

—pero la normativa se escribe escribiendo el texto

—el texto encuentra su necesidad en su propia escritura

—no puede regirse por una normativa exterior

—tampoco puede fundar su normativa a priori y después escribirla

Es la escritura la que crea la norma del texto que se está escribiendo

es la mano la que escribe

—y según se escribe, se debe seguir esa norma, esa ley de escritura que se escribe, hasta escribir el texto que se debe escribir

ese texto

—para el siguiente habrá que empezar todo de nuevo, desde cero, otra vez

escribiéndolo

Hoy, que quizá va más de un siglo desde que se empezó a hablar de la disolución de los géneros, cuando ya está asentado que la novela, la poesía, el teatro y el ensayo, son solo palabras para entendernos que poco dicen de lo que nos vamos a encontrar adentro del libro y que se funden en constante hibridación, las normas tradicionales de la teoría no nos sirven

—cada texto debe darse a sí su normativa

—la legislación interna del texto

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La gran mayoría no quieren tocar las leyes en nada y solo cumplirlas lo mejor posible —cada texto debe darse a sí su normativa

Para una crítica materialista

“VI. Contenido y forma son uno en la obra de arte: sustancia / En los documentos domina por entero el material.”

Calle de dirección única, Walter Benjamin

“Nuestra misión consiste en reducir el contenido de modo que podamos ver en detalle el objeto”.

Contra la interpretación, Susan Sontag

Llamo crítica materialista a aquella que renuncia a toda metafísica, toda idea de valor, calidad o género, y solo acepta la materialidad del texto como objeto susceptible de ser analizado o teorizado, y solo acepta la legislación interna que el propio texto se da a sí mismo como única válida para juzgarlo

Dicho esto, definir qué es “la materialidad del texto” y explicar cómo podemos identificar cuál es “la legislación interna” que el texto se da a sí mismo, deberán ser las tareas de este escrito

La materialidad del texto es sencilla de resolver —como todo objeto está hecho de una materia, el objeto literatura tiene la suya, y estas son las palabras, después estas palabras tienen unos usos y a esto llamamos lenguaje o lenguas, como todo uso, se codifica, se impone, se rompe, te transforma, se resiste, se revoluciona, etc

Es aquí donde entra la legislación interna, las normas o legislación que cada texto se da a sí mismo para ser juzgado

Siguiendo el dogma materialista, esta legislación debe surgir de la materialidad y no de supuestas legitimaciones divinas o codificaciones supraterrenales —ni sustancias ni conceptos, la palabra como palabra en su uso y significado, sus articulaciones y conexiones con otras

Es la materia textual de donde surgen los usos y donde se cristalizan, codifican, dogmatizan, revientan, etc

La materia del texto juzgado, pero también de los que lo preceden, que van conformando la jurisprudencia textual

Como toda legislación (aunque tantas veces lo olvidemos) tiene una base consuetudinaria

—no es más que la codificación de usos y costumbres que se han ido repitiendo tanto tiempo que ya podemos permitirnos creer que “siempre fue así”, y dar el salto iusnaturalista para decir “por tanto debe ser así”, pero es tan importante recordar que “no tiene por qué”, ahora bien, hace falta fuerza, fuerza material, fuerza textual para transformar lo ya codificado

Es en este proceso que cada lengua ha ido produciendo su ortografía, su gramática, su sintaxis, pero también su novela, su teatro, su poesía 

—con tanta frecuencia olvidamos que somos parte del proceso, y no punto y final de esa línea —ahí están los guardianes de la RAE para defender las “normas del buen castellano” frente al “uso vulgar del pueblo llano”, siendo casi siempre esas normas que defienden producto de una vulgarización de hace unos siglos que no conocen o no recuerdan

Así pues, cuando un texto nuevo es publicado, aparece en un código legal lingüístico y literario, pero también decide cuánto de obediente es con esas normas previas, cuánto quiere transformar, modular, influir, reventar la legislación vigente tanto del castellano en este caso como de, pongamos, la novela

La gran mayoría de los textos no quieren tocar las leyes en nada y solo cumplirlas lo mejor posible

Esos textos podemos descartarlos directamente y no hablar de ellos —así nos ahorraremos un trabajo siempre improductivo

Pero otros, de cuando en cuando, se atreven a interferir, hacer resonar, proponer legislación propia

Es entonces donde comienza nuestro trabajo

—siempre y cuando sea el texto el que haga la intervención 

—cuando es el autor o la autora en declaraciones públicas, o el grupo editorial en una campaña de marketing, o un bookstagramer salteando portadas de libros, o Netflix haciéndole una serie los que quieren intervenir en el debate literario debemos ser rigurosos y descartar esas intervenciones para que nuestra crítica literaria materialista siga siendo materialista y literaria, y sobre todo crítica

Corrección

“Preferir la buena literatura es elitista a priori”

Witold Gombrowitz

“Piglia: Viste, señor Borges, que hay un cuento suyo que tiene mal el final.

Borges: Epa. ¿Así que vos también sos escritor?”

Ricardo Piglia

Hay un punto al escribir un texto en el que descubres que no te puedes esconder o escudar en la mera veracidad —especialmente en un tipo de texto como la novela histórica o basada en hechos reales, pero en realidad en todos los textos literarios, en todos los textos

—tomas conciencia de que no servirá decir simplemente que las cosas fueron así, o esto lo dijo no sé quién para que el texto funcione

—siempre se agradece el rigor, pero no alcanza solo con rigor

Para salvar este problema, no me gusta el concepto de verosimilitud, que está muy sobado y además lleva a pensar que para que un texto funcione tiene que ser creíble, cuando lo que podemos esperar de los mejores textos es que sean increíbles, en el sentido más literal

—que uno lo lea diciendo: no puede ser posible que esto esté ocurriendo aquí adentro, no puede ser que diga esto, o que lo escriba así

—eso podría ser un gran texto

—sabemos que estamos ante un gran texto cuando uno no puede creer lo que está leyendo

Ahora bien, pronto descubres, si paras a analizarlo un poco, o si haces la experiencia de intentar escribir con cierta intención, otorgándole a eso que escribes una relevancia vital y desmadrada, descubres, que esa sensación de que uno no puede creer lo que está leyendo cuando lee un gran texto, tiene escondido un elemento mucho más complejo, secreto y casi místico para que, a pesar del desconcierto, uno sepa, uno entienda, que aquello que lee es algo importante, son palabras ciertas, era aquello que tenía que ser dicho

—ese segundo elemento es la necesidad

Para escribir un buen texto no basta con la veracidad, ni mucho menos con la verosimilitud

Es necesaria la necesidad, que aquello que aparece ahí escrito resulte necesario e inevitable, resulte al lector que tenía que ser así, solo podía ser así y de ninguna otra manera

Esa necesidad, esa sensación de inevitabilidad, de que realmente es increíble porque es absolutamente inevitable lo que uno está leyendo, es una ley que debe crear el propio texto en su misma escritura

—no tiene que ver con convenciones, reglas de estilo, técnicas narrativas o normas de buena redacción

—es una necesidad interna, autónoma de cada texto, que el propio texto debe crear

—eso es lo más difícil, y lo más necesario de un texto

—crear la normativa, la legislación interna del texto, en cada texto crear la suya propia, y una vez se ha fundado esa necesidad, seguirla rigurosamente, seguirla despiadadamente, y solo aceptar lo que la legislación interna del texto acepta como necesario e inevitable

En este sentido son muy perjudiciales ciertas ideas sobre técnica y buena escritura

Aristóteles, padre de la teoría literaria occidental

—es decir, de convertir en prescriptivo lo que era meramente descriptivo

—es decir, de hacer que la forma en que están hechas las tragedias se convierta en la forma en que se deben hacer tragedias

—es decir, la falacia naturalista 

—es decir, el que nos hizo creer que la legislación interna de un texto es válida y de hecho obligatoria en todos los textos

—porque al viejo maestro le encantaba establecer normas, catalogaciones, taxonomías y jodernos a todos con un montón de reglas y leyes que hoy imprimen la mente occidental desde la sintaxis hasta idea de naturaleza

—siendo, evidentemente absurdas e inventadas

—ese Aristóteles, que pretende decir que hay unas normas adentro de cada género y obligatorias, es muy nocivo

Los talleres de escritura, muy muy nocivos

Las editoriales, que te guían en la corrección de tu manuscrito para ayudarte a darle su mejor o más clara forma

—cuando en el fondo es sencillamente adaptarlo a las imposiciones del mercado de siempre, camufladas de comunicabilidad, transparencia y democratización de la lectura (palabras que suenan bien hoy, como todo dogma suena bien en la época del dogma porque responde a la idea imperante de lo bueno, lo bello, lo cierto)

Y demás ideas acerca de que un texto esté conseguido

—como si hubiera algo externo que conseguir

—la más nociva inevitabilidad de la literatura

Es al revés, es adentro donde se juega el éxito del texto

De esta forma, con esa necesidad, es con la que se descubre, en la escritura de cada texto, qué se debe escribir, qué va y qué no va

—pero la normativa se escribe escribiendo el texto

—el texto encuentra su necesidad en su propia escritura

—no puede regirse por una normativa exterior

—tampoco puede fundar su normativa a priori y después escribirla

Es la escritura la que crea la norma del texto que se está escribiendo

es la mano la que escribe

—y según se escribe, se debe seguir esa norma, esa ley de escritura que se escribe, hasta escribir el texto que se debe escribir

ese texto

—para el siguiente habrá que empezar todo de nuevo, desde cero, otra vez

escribiéndolo

Hoy, que quizá va más de un siglo desde que se empezó a hablar de la disolución de los géneros, cuando ya está asentado que la novela, la poesía, el teatro y el ensayo, son solo palabras para entendernos que poco dicen de lo que nos vamos a encontrar adentro del libro y que se funden en constante hibridación, las normas tradicionales de la teoría no nos sirven

—cada texto debe darse a sí su normativa

—la legislación interna del texto

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