Leche cruda, Ángelo Nestore (Reservoir Books, 2025)

Por
Jorge Burón
14/10/2025

Este libro se ha convertido en un dispositivo político mucho más allá de su entidad literaria, ficcional y estilística, y seguramente eso lo hace mucho más relevante que otros mucho mejor escritos

El problema de decir lo que no se puede decir es que hace parecer que solo por el hecho de decir lo prohibido ya es buena literatura. Es una confusión razonable. Parte de la sensación de un buen libro es el impacto que genera leerlo, un estilo radical, una estructura imposible, un lirismo, un léxico, una inmoralidad, un sentido desconocidos hasta entonces te tumban en el suelo y entonces sabes que estás ante un gran texto. Por tanto cuando leemos una frase como “madre, yo te odiaba y odiaba tus besos, odiaba tus besos, odiaba tus besos”, la fuerza de un mensaje tan prohibido nos provoca una sensación similar.

Pero la literatura es un arte temporal, no espacial, y requiere su desarrollo, y aunque nos hayamos acostumbrado a consumirla en aforismos instagrameables debe desarrollarse. Y entonces sabes que en ocasiones, este tipo de frases que juegan con el tabú, en una sociedad como la nuestra, donde la irreverencia es un producto de consumo, y reventar el sistema (económico, político o de valores) una estrategia del capital, al avanzar en la lectura uno va descubriendo un buen equipo de marketing más que un pulso literario.

Por eso a mí este libro me parece malo.

No tengo herramientas para valorar los libros donde la escritura es absolutamente transparente y cotidiana, no en favor del fondo sino de la comunicabilidad. Libros sin estilo, no con estilo grado cero, sino sencillamente escritos porque para que sea un libro lo que uno dice tiene que estar escrito. Pero donde la escritura no es más que el medio para poder ser leído.

La contra-definición de lo que es para mí literatura: un uso otro de la escritura, que no es el instrumental. En este libro la escritura me resulta meramente instrumental. Ninguna frase repara en ser frase o ser escrita, por mucho juego de lenguas que se ponga en escena, por mucha etimología que se aluda para decir lo que ya la primera palabra decía.

No es este un libro de Cesare Pavese dibujando con su lápiz desnudo las desnudas colinas del campo de su infancia, ni la primera forma de los sentimientos descubiertos en la memoria con la pureza de la sencillez con que se encuentran en bruto. Esto no es eso. 

Quizá soy yo el errado. Quizá esta es la lengua de la literatura del futuro, desde luego es la lengua más común en la literatura de hoy. Quizá en un mundo de aislamientos la comunicabilidad se erige en primer valor literario. Quizá la última guillotina al Antiguo Régimen deba ser en el lenguaje, y la lengua común y plana sea la herramienta propia del arte democrático. Quizá la prosa compleja sea un dogma aristocrático. “Toda estética es una vieja ética”, la vieja ética del futuro es nuestra presente transversalidad anticlasista; la estética que será presente mañana, una lengua sin bordes, pura transmisión lo más suave y fácil posible. Por hoy la formación de mi gusto y criterio le piden al lenguaje escrito buscar, y no dar por hecho o aceptar lo que hay.

¿Y no tiene más valor la creación de comunidad lectora, encontrar un lenguaje que nos una, comparta, entienda y nos haga sentir parte del mismo universo? No lo sé.

Criticar que se publiquen tantas novelas sobre relaciones violento-libidinosas traumático- fragmentadas madre-hija con componentes psicotraumaticoafectivoqueerdeclase sería como criticar que a mediados del XIX todas las novelas fueran escritas por hombres sobre mujeres adúlteras. Puede tener un interés sociológico, incluso es un deber político-ideológico, pero no dice nada a priori de la calidad literaria de ninguna de ellas. Anna Karenina sigue siendo una obra maestra, y esta novela, Leche cruda, no es peor por el hecho de que se publiquen muchas sobre el mismo tema, en el mismo tono, estilo, extensión, frases hechas pseudoviolentas, pseudobrutales.

Es peor porque no aporta nada distinto de ninguna de las otras ni nos permite comprender mejor nuestros dolores, o abismarnos entre gritos en nuestra incomprensión. Nos regodeamos en sentimientos compartidos, salimos de allí sintiendo y pensando lo mismo solo que más intensamente durante las horas de lectura. Leer para sentir. Y ya.

El diario de la cuarta parte, en cambio, es un portentoso momento de encuentro entre el crudo contenido y la forma necesaria para concretar su dolor en texto. No es porque sea la zona más escabrosa de la novela, no son los mórbidos pasajes de sufrimiento, sexo y viejos verdes obscenos haciendo descubrir su cuerpo a una joven de forma tan cruel y dolorosa, es porque podemos sentir ese dolor y acceder a esa realidad en unas palabras que eran las únicas capaces de nombrar esa verdad tan íntima y sangrante. Es la forma la que habla, el diario y la distancia de hablar con lo que uno ya sabe lo que nos permite estar en un texto así tan doloroso y sentido, y sentirlo pero también pensarlo, formar el juicio emocional y social. En la mejor tradición de Puig y Lemebel, esta parte sí encuentra una forma propia de decir para decir algo propio y nuevo. La forma que permite hablar a la voz que tiene que contarnos su dolor. Casi tan intensa o más que aquello que cuenta. Ojalá el resto del libro se hubiera permitido esa crudeza, seguir ese tono imposible de soportar, obligarnos a soportarlo, en vez de facilitarnos una novela más equilibrada, balanceada, con pasajes suaves, descripción, matiz, estructura, arco. En fin, ojalá una novela menos fácil y más de este diario. Especial mención al pasaje en que la peluca, la artificialidad como lo más propio de la identidad, encontrarse en lo otro como fluido del yo, es decir, lo más reflexivo después de salir de esos coches, la teoría encarnada, todo lo tienen estas apenas 20 páginas.

En cambio los relatos de los gatos que cierran cada parte (idéntico recurso que los cuentos fantásticos de cabras en El ataque de las cabras, siendo en aquella lo mejor y en esta lo peor) son lo más pedagógico sin carga dramática, ni siquiera metáfora forzada sino explicada, un dramatismo lacrimógeno animal lleno de figuras que quieren reexplicar la página anterior innecesariamente.

Tema personal y aparte son los QR enlace a playlist de Spotify. Como toda apuesta a futuro en unos años igual soy yo el que he errado estrepitosamente, pero hoy auguro que serán los CD-ROM plastificados y pegados a la contraportada de los libros publicados en los primeros 2000. 

Está perfectamente producido, eso sí. Y cómo no iba a estarlo si cumple a la perfección toda norma sintáctica, gramatical, de economía de lenguaje, claridad y concisión, estructura narrativa fragmentada acorde a la trama de memoria de la infancia en la tierra natal y madre mayor actualmente con demencia, travelings descriptivos minimal, simbolismo emocional en este caso en la comida italiana, tan valorada y comprensible para el extranjero, y la canción sentimental italiana, tan conmovedora y evocadora para el extranjero. Es un libro perfectamente producido, sí. Y así son los mejores libros actuales de moda, todos parecen producidos, como salidos de un estudio de grabación hi-fi con todos los medios al alcance y ejecutivos conocedores del gusto y del mercado. La industria musical electrónica modernista tech-premium parece ser la fábrica del mundo cultural: hacen la música del futuro, la decoración de las cafeterías del futuro, los patrones y colores neutros de la moda del futuro, las películas del futuro, los coches, las casas, los libros del futuro: moda, economía, emotividad inyectada y rigor formal.

Yo siento que el mundo entero hoy se produce en un estudio de grabación hi-fi, o como diría mi jefe, “parece salido de un power point”; este libro también. Perfecto.

***Escribo los siguientes párrafos días después de haber acabado de leer la novela y haber escrito todo lo anterior, a la luz de los ataques lgtbifóbicos que ha recibido en redes su autore, Ángelo Nestore, a raíz de estas declaraciones suyas unívocamente tolerantes y propositivas que personalmente admiro.

Tengo una consideración aristocrática de la literatura en que la calidad es ajena al mensaje en sí, ya que pienso que los mensajes, tramas, historias, como se ha dicho tantas veces son básicamente los mismos, cuatro, cinco, doce, pero limitados y eternos, y si son nuevos solo un nuevo lenguaje, un lenguaje renovador podrá decir algo nuevo. Y por eso no entenderemos nada pero sabremos que nos aventuramos a la oscuridad de la noche y del alma, el origen de los tiempos y de nosotros, el misterio.

Aquí todo es claro, evidente, el lenguaje conocido, para que se entienda y se sepa qué se quiere decir y su dirección, y se entiende, y el mensaje está bien y es importante, pero se entiende todo demasiado y a parte del efecto impactante de odiar a una madre hay poco más que efectos y efectos y más golpes de efecto pero poco golpe real en el corazón del humano (excepto, repito, el diario de la cuarta parte). Todo concedido al mensaje y compartir un discurso, que sí comparto, pero literariamente me deja tibio en este caso.

Sin embargo, en este caso, ha ocurrido algo que creo que debería centrar el debate acerca del libro en otro lugar que no es el literario.

Los mensajes de odio que ha recibido su autore por ser quien es y decir lo que dice hacen que disquisiciones de salón sobre estilo y forma resulten apolilladas e inhumanas, se están atacando vidas y formas de vida, identidades y realidades vitales, en concreto las que este libro representa y las que este autore vive. Y eso está por delante de la literatura: vidas humanas antes que tinta muerta sobre fibra vegetal.

Así que en este caso creo que soy yo el equivocado y que este libro está bien aunque esté mal. Es más importante la militancia que la bella página. Contra los discursos de odio, panfletos revolucionarios, y a los panfletos no se les revisan las comas ni el arco narrativo, se les pide efectividad. Este libro puede ser eficiente. Este panfleto podría servir. Su baja calidad literaria, en este caso, queda al margen.

Este libro se ha convertido en un dispositivo político mucho más allá de su entidad literaria, ficcional y estilística. No lo hace de mayor calidad, yo creo que es un libro malo, pero cuando están vidas y derechos en juego quizá es un poco cursi hablar de calidad literaria.

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Leche cruda, Ángelo Nestore (Reservoir Books, 2025)
Este libro se ha convertido en un dispositivo político mucho más allá de su entidad literaria, ficcional y estilística, y seguramente eso lo hace mucho más relevante que otros mucho mejor escritos
Por
Jorge Burón
14/10/2025

El problema de decir lo que no se puede decir es que hace parecer que solo por el hecho de decir lo prohibido ya es buena literatura. Es una confusión razonable. Parte de la sensación de un buen libro es el impacto que genera leerlo, un estilo radical, una estructura imposible, un lirismo, un léxico, una inmoralidad, un sentido desconocidos hasta entonces te tumban en el suelo y entonces sabes que estás ante un gran texto. Por tanto cuando leemos una frase como “madre, yo te odiaba y odiaba tus besos, odiaba tus besos, odiaba tus besos”, la fuerza de un mensaje tan prohibido nos provoca una sensación similar.

Pero la literatura es un arte temporal, no espacial, y requiere su desarrollo, y aunque nos hayamos acostumbrado a consumirla en aforismos instagrameables debe desarrollarse. Y entonces sabes que en ocasiones, este tipo de frases que juegan con el tabú, en una sociedad como la nuestra, donde la irreverencia es un producto de consumo, y reventar el sistema (económico, político o de valores) una estrategia del capital, al avanzar en la lectura uno va descubriendo un buen equipo de marketing más que un pulso literario.

Por eso a mí este libro me parece malo.

No tengo herramientas para valorar los libros donde la escritura es absolutamente transparente y cotidiana, no en favor del fondo sino de la comunicabilidad. Libros sin estilo, no con estilo grado cero, sino sencillamente escritos porque para que sea un libro lo que uno dice tiene que estar escrito. Pero donde la escritura no es más que el medio para poder ser leído.

La contra-definición de lo que es para mí literatura: un uso otro de la escritura, que no es el instrumental. En este libro la escritura me resulta meramente instrumental. Ninguna frase repara en ser frase o ser escrita, por mucho juego de lenguas que se ponga en escena, por mucha etimología que se aluda para decir lo que ya la primera palabra decía.

No es este un libro de Cesare Pavese dibujando con su lápiz desnudo las desnudas colinas del campo de su infancia, ni la primera forma de los sentimientos descubiertos en la memoria con la pureza de la sencillez con que se encuentran en bruto. Esto no es eso. 

Quizá soy yo el errado. Quizá esta es la lengua de la literatura del futuro, desde luego es la lengua más común en la literatura de hoy. Quizá en un mundo de aislamientos la comunicabilidad se erige en primer valor literario. Quizá la última guillotina al Antiguo Régimen deba ser en el lenguaje, y la lengua común y plana sea la herramienta propia del arte democrático. Quizá la prosa compleja sea un dogma aristocrático. “Toda estética es una vieja ética”, la vieja ética del futuro es nuestra presente transversalidad anticlasista; la estética que será presente mañana, una lengua sin bordes, pura transmisión lo más suave y fácil posible. Por hoy la formación de mi gusto y criterio le piden al lenguaje escrito buscar, y no dar por hecho o aceptar lo que hay.

¿Y no tiene más valor la creación de comunidad lectora, encontrar un lenguaje que nos una, comparta, entienda y nos haga sentir parte del mismo universo? No lo sé.

Criticar que se publiquen tantas novelas sobre relaciones violento-libidinosas traumático- fragmentadas madre-hija con componentes psicotraumaticoafectivoqueerdeclase sería como criticar que a mediados del XIX todas las novelas fueran escritas por hombres sobre mujeres adúlteras. Puede tener un interés sociológico, incluso es un deber político-ideológico, pero no dice nada a priori de la calidad literaria de ninguna de ellas. Anna Karenina sigue siendo una obra maestra, y esta novela, Leche cruda, no es peor por el hecho de que se publiquen muchas sobre el mismo tema, en el mismo tono, estilo, extensión, frases hechas pseudoviolentas, pseudobrutales.

Es peor porque no aporta nada distinto de ninguna de las otras ni nos permite comprender mejor nuestros dolores, o abismarnos entre gritos en nuestra incomprensión. Nos regodeamos en sentimientos compartidos, salimos de allí sintiendo y pensando lo mismo solo que más intensamente durante las horas de lectura. Leer para sentir. Y ya.

El diario de la cuarta parte, en cambio, es un portentoso momento de encuentro entre el crudo contenido y la forma necesaria para concretar su dolor en texto. No es porque sea la zona más escabrosa de la novela, no son los mórbidos pasajes de sufrimiento, sexo y viejos verdes obscenos haciendo descubrir su cuerpo a una joven de forma tan cruel y dolorosa, es porque podemos sentir ese dolor y acceder a esa realidad en unas palabras que eran las únicas capaces de nombrar esa verdad tan íntima y sangrante. Es la forma la que habla, el diario y la distancia de hablar con lo que uno ya sabe lo que nos permite estar en un texto así tan doloroso y sentido, y sentirlo pero también pensarlo, formar el juicio emocional y social. En la mejor tradición de Puig y Lemebel, esta parte sí encuentra una forma propia de decir para decir algo propio y nuevo. La forma que permite hablar a la voz que tiene que contarnos su dolor. Casi tan intensa o más que aquello que cuenta. Ojalá el resto del libro se hubiera permitido esa crudeza, seguir ese tono imposible de soportar, obligarnos a soportarlo, en vez de facilitarnos una novela más equilibrada, balanceada, con pasajes suaves, descripción, matiz, estructura, arco. En fin, ojalá una novela menos fácil y más de este diario. Especial mención al pasaje en que la peluca, la artificialidad como lo más propio de la identidad, encontrarse en lo otro como fluido del yo, es decir, lo más reflexivo después de salir de esos coches, la teoría encarnada, todo lo tienen estas apenas 20 páginas.

En cambio los relatos de los gatos que cierran cada parte (idéntico recurso que los cuentos fantásticos de cabras en El ataque de las cabras, siendo en aquella lo mejor y en esta lo peor) son lo más pedagógico sin carga dramática, ni siquiera metáfora forzada sino explicada, un dramatismo lacrimógeno animal lleno de figuras que quieren reexplicar la página anterior innecesariamente.

Tema personal y aparte son los QR enlace a playlist de Spotify. Como toda apuesta a futuro en unos años igual soy yo el que he errado estrepitosamente, pero hoy auguro que serán los CD-ROM plastificados y pegados a la contraportada de los libros publicados en los primeros 2000. 

Está perfectamente producido, eso sí. Y cómo no iba a estarlo si cumple a la perfección toda norma sintáctica, gramatical, de economía de lenguaje, claridad y concisión, estructura narrativa fragmentada acorde a la trama de memoria de la infancia en la tierra natal y madre mayor actualmente con demencia, travelings descriptivos minimal, simbolismo emocional en este caso en la comida italiana, tan valorada y comprensible para el extranjero, y la canción sentimental italiana, tan conmovedora y evocadora para el extranjero. Es un libro perfectamente producido, sí. Y así son los mejores libros actuales de moda, todos parecen producidos, como salidos de un estudio de grabación hi-fi con todos los medios al alcance y ejecutivos conocedores del gusto y del mercado. La industria musical electrónica modernista tech-premium parece ser la fábrica del mundo cultural: hacen la música del futuro, la decoración de las cafeterías del futuro, los patrones y colores neutros de la moda del futuro, las películas del futuro, los coches, las casas, los libros del futuro: moda, economía, emotividad inyectada y rigor formal.

Yo siento que el mundo entero hoy se produce en un estudio de grabación hi-fi, o como diría mi jefe, “parece salido de un power point”; este libro también. Perfecto.

***Escribo los siguientes párrafos días después de haber acabado de leer la novela y haber escrito todo lo anterior, a la luz de los ataques lgtbifóbicos que ha recibido en redes su autore, Ángelo Nestore, a raíz de estas declaraciones suyas unívocamente tolerantes y propositivas que personalmente admiro.

Tengo una consideración aristocrática de la literatura en que la calidad es ajena al mensaje en sí, ya que pienso que los mensajes, tramas, historias, como se ha dicho tantas veces son básicamente los mismos, cuatro, cinco, doce, pero limitados y eternos, y si son nuevos solo un nuevo lenguaje, un lenguaje renovador podrá decir algo nuevo. Y por eso no entenderemos nada pero sabremos que nos aventuramos a la oscuridad de la noche y del alma, el origen de los tiempos y de nosotros, el misterio.

Aquí todo es claro, evidente, el lenguaje conocido, para que se entienda y se sepa qué se quiere decir y su dirección, y se entiende, y el mensaje está bien y es importante, pero se entiende todo demasiado y a parte del efecto impactante de odiar a una madre hay poco más que efectos y efectos y más golpes de efecto pero poco golpe real en el corazón del humano (excepto, repito, el diario de la cuarta parte). Todo concedido al mensaje y compartir un discurso, que sí comparto, pero literariamente me deja tibio en este caso.

Sin embargo, en este caso, ha ocurrido algo que creo que debería centrar el debate acerca del libro en otro lugar que no es el literario.

Los mensajes de odio que ha recibido su autore por ser quien es y decir lo que dice hacen que disquisiciones de salón sobre estilo y forma resulten apolilladas e inhumanas, se están atacando vidas y formas de vida, identidades y realidades vitales, en concreto las que este libro representa y las que este autore vive. Y eso está por delante de la literatura: vidas humanas antes que tinta muerta sobre fibra vegetal.

Así que en este caso creo que soy yo el equivocado y que este libro está bien aunque esté mal. Es más importante la militancia que la bella página. Contra los discursos de odio, panfletos revolucionarios, y a los panfletos no se les revisan las comas ni el arco narrativo, se les pide efectividad. Este libro puede ser eficiente. Este panfleto podría servir. Su baja calidad literaria, en este caso, queda al margen.

Este libro se ha convertido en un dispositivo político mucho más allá de su entidad literaria, ficcional y estilística. No lo hace de mayor calidad, yo creo que es un libro malo, pero cuando están vidas y derechos en juego quizá es un poco cursi hablar de calidad literaria.

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