En la cama pronto (lunes 15)
El lunes arrastra las penas y culpabilidades de unos días sin casa ni patrón ni amo. Orbaya y aparece un Oviedo gris, triste y funcionarial que se pisa los charcos y no baja la cabeza para no verse reflejado.
La ciudad está más vacía que de costumbre, y miren que eso es difícil. Los camareros de los chiringos, con los codos en la barra, miran una y otra vez el reloj deseando que sea la hora de cierre. “Hoy no hay nadie. Las horas aquí esperando, mirando unos pa otros se hace esto un castigo”, me dice una camarera de los chiringos de Porlier.
Cuando todo estaba muerto, aparece Angela Show anunciando que sale mañana en una entrevista “Con vídeo y todo” en La Nueva España, y se pone a ponderar y batallar entre el escaso publico que ella merece una estatua en el Antiguo, “En la zona de movida, donde está el mogollón”. Entre las risas y la razón, yo defiendo la de Manolín el Gitano, el verdadero príncipe, amo y señor de un Oviedín que muchas veces echa de menos a ese auténtico hijo de puta con pintas.
No hay ni cola para comprar un bocata, así que mordiendo unos calamares y un pan de ayer me voy acercando a casa. El Triángulo de las Bermudas que es La Menuda descansa manso la mar del Mediterráneo. Ya ni los auténticos pisan hoy la calle.
Eran las once y pico de la noche en San Mateo y estaba en la cama leyendo. Degenerar se debe de parecer bastante a esto. ¿En qué momento me convertí en esa gente que odio? Por la ventana abierta no se filtra una voz ni un hilillo de música, duerme Oviedo tranquilo lamiéndose las heridas, respirando en el ojo del huracán mientras recuerda que lo mejor no pasó, está aún por llegar.
Un lunes menos lunes que los demás, pero algo está pasando aquí cuando parece uno más. ¿Qué enfermedad asola a este trozo de tierra para mantener a los ovetenses en casa? Espero no estar contagiado.

Sebastián Yatra: un concierto sin más (martes 16)
El martes pintaba poca cosa, tantos días hacen que los inicios de la semana sean abandonados por la gente para entregarse a la perniciosa costumbre de trabajar. Más familias Leguineche y no la patraña del trabajo que nos metió en la cabeza una Iglesia que apenas la hinca. Menos en la Obra, que ahí les puede el ansia de la pasta.
Salí de casa para ver a Sebastián Yatra, sólo porque decían que era el concierto TOP de estas fiestas (así está el nivel, no para mí. Y menos teniendo a Pablo Und Destruktion el domingo en El Campillín y por la cara).
El concierto: sin más. Yatra, que es un tío que me cae bien, llena de misticismo un concierto donde se viene a bailar. Un concierto donde van mujeres a verlo a él y niños a descubrir esa cosa tan maravillosa que es la música en directo. SY, no tan acertado en la voz ni en la puesta en escena, supo ver el momento: eso que se llama tener tablas. Subió a unas niñas al escenario haciéndolas las más felices del mundo. Todo un poco forzado, pero metiéndose al escaso público en el bote. De las nueve mil personas que pueden petar esto, ni la mitad. Aunque las cifras oficiales que deslizan hablen de seis mil, les digo yo que de eso nada. Ya no sé si es el modelo festivo, la carpa que montan, el precio de las entradas o todo a la vez. Es que no había ni gente pidiendo en las barras, que Heineken sea el veneno que te dan como cerveza seguro que tiene mucha culpa.
Tribunero a tope, que sólo le faltó echar a correr a buscar un balón imaginario al que no se llega nunca por la banda del Tartiere, Yatra hizo un cambio de ropa y se puso la camiseta del Oviedo. Ya estaba el público entregado, hasta cantó mejor. Llevábamos ahí más de dos horas y todo empezaba a ser un poco pesado, al menos para mí, que hasta ese momento había escuchado pocas de sus canciones. Nada que decir a su entrega, repasando sus primeros éxitos, menos exigentes en lo vocal, logró mover a la inmensa carpa a su ritmo.
Un concierto más, un día vencido, una fiesta menos.
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Lo que queda (miércoles 17)
Rozando casi los treinta grados, pocas cosas se pueden hacer que no sea justificar la existencia con una cerveza muy fría. En la búsqueda del mejor bocata de este San Mateo, con más desengaños que aciertos, me quedo con el de calamares de la caseta del Ramón y el de carne guisada del Carmela. No busco más, porque además de la cartera, con puñales varios, se resiente el estómago y las ganas de seguir exprimiendo los días.
Cerveza en mano, se nota que se acerca el viernes, porque el Bombé está a tope y los chiringos del Antiguo empiezan a animarse.
Me entero de que el Jamón se quedó sin aseos unos días porque se los atascaron, siempre la misma historia, por eso, al final, lo mejor siempre es mear en la barra. Se quita uno de fregaos y alivia la necesidad cuando toca.
Hablo con mi padre y los dos llegamos a la conclusión de que hay gente, pero no es como antes. Echamos de menos ese barullo perpetuo en los chiringos, esas canciones entremezcladas entre un chiringuito y otro, las noches de lluvia en las que no se movía ni Dios y Oviedo respiraba, arrancándose el corsé y dejando salir a esa ciudad canalla y jacarandosa que el resto del año se ve limitada a ciertos garitos y a altas horas de la madrugada.
En el Bombé siempre estamos los mismos, o es que tengo que cambiar de casetas. Casi como si de ir a misa se tratase, aparecen cada jornada las mismas caras, cada vez más cansadas. De toda la gente que hay en Oviedo, parece que somos cuatro los que salimos a airear. “Mande Pedro Sánchez o el comunismo, en los bares siempre estamos los mismos”, como dice el gato Andrés Sánchez Magro.
Me dice un primo mío, que está en edad de ello con ganas y gusto, que en este San Mateo se liga poco. Y ya era lo que faltaba para poner la puntilla a estas fiestas por semana, porque como dijo Garci: “Hay una edad en la que uno sale a los bares para conocer chicas, y si no se da, pues toma algo, pero como excusa y guarida”.
Que llegue pronto el fin de semana y nos libre de este San Matedio pacato y sin gas.
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Vamos con todo (jueves 18)
Como moscas a la mierda sale la peña de Oviedo al sol. Por gusto y por temor a no verlo más hasta muchos meses después. Ya está, llegó, la fiesta explota en la cara de aquellos que no creían y tenían que meter su mano en las llagas para disfrutar del renacimiento de un San Mateo maltrecho por semana pero que aguantó hasta este jueves de resurrección. Este era el día para los de aquí, para que la ciudad se volcase y el viernes peregrinación al curro con ojeras y gusto a noche.
El Antiguo vuelve a estar pegajoso, y esa mezcla de olores entre potada y pis va ganando terreno y se hace con todo. El olor del desfase, de la victoria, de aquellos que sostuvieron estas barras cuando los demás se lamían las heridas.
Aparece El Molécula, que no se pierde una, y se autoproclama gobernador de Porlier: “Salí to’ los días, pero es que yo salgo así siempre. Ya no hay paisanos ni juventud. ¡Viva la moleculada!
Es gozo y a la vez castigo el volver a tener que esperar cola y defenderse entre codazos para conseguir un trozo de barra. A estas alturas de la película la cartera grita despavorida y cada vez que sale una notificación del banco la eliminamos del móvil rápido, sin mirar los fondos, no vaya a ser que el disgusto nos chafe el día.
Hay bares que están vacíos, porque la gente conquistó la calle, pero otros, que son los de siempre, hacen las mejores cajas del año. Cuando los chiringos decaen, a aquello de las dos y mucho, casi las tres, de la mañana, empieza otra noche para los que tienen fuelle.
Me acerco al Entrepan, que tantas vidas ha salvado con su bocata de albóndigas, y me comentan que están vendiéndolo todo. Normal, porque a poco que te muevas, te comes un bocata buenísimo por cinco leiros y no el navajazo que te dan en los chiringos por ocho, como poco.
Entramos en la recta final y estamos dispuestos a darlo todo. Ya arrastraremos los remordimientos, una vez que SM toque en retirada, durante los untuosos días que quedan de septiembre. Hasta que llegue, vamos con todo.
