Queridísima Mina: ¿No te has sentido tan penosa alguna vez?

Desde hace unos días leo una novela de Dostoyevski. ‍El doble actúa con timidez y modestia al principio, pero poco a poco va desplazando en popularidad y respeto a "nuestro héroe"

Obsesioncitas: cartas (decimonónicas) sobre obsesiones culturales 

Queridísima Mina: 

Desde hace unos días leo una novela de Dostoyevski. 

El protagonista es un hombre que en uno de los momentos más bajos de su vida se cruza con su doble en medio de una ventisca. Acaba de vivir una noche ridícula en sociedad y su primer encuentro resulta terrorífico. Al llegar al día siguiente a la oficina, el extraño personaje con su mismo nombre y aspecto también está ahí. 

Vengo dándole vueltas la última semana a esta historia. El doble actúa con timidez y modestia al principio, pero poco a poco va desplazando en popularidad y respeto a "nuestro héroe", como lo llama el autor. Lo peor es que mientras trepa en la escalera social, el doppelgänger se dedica a mancillar la reputación del primero y original. 

Llegué a la novela por una escuetísima referencia de Julio Cortázar en ‘Rayuela’: "¿Te hablé de las sustituciones, no? Qué inmundicia, Manú. Consulta a Dostoyevski para eso de las sustituciones". Y poco después me topé con ella en una librería. Qué casualidad. 

Pienso en el patetismo del señor Goliadkin —así se llama "nuestro héroe"—, que es a veces un espejo limpito de cómo el ser humano se torpedea a sí mismo: 

Cuando el doble —o sea, el señor Goliadkin— le deja en evidencia en público. 

O cuando él mismo —o sea, el señor Goliadkin— se debate entre enfrentarse a su yo "enemigo" o arrastrarse para ganar su simpatía y la de su camarilla, hombres a la que siempre retrata como interesados y de mal corazón. 

Un buen sádico, Dostoyevski. ¿No te has sentido tan penosa alguna vez? 

También Cortázar refleja perfecto esa lucha violenta que mantenemos con nuestro doble. Su espejo está menos limpio, pero me gusta lo que devuelve. Hoy volví a esa cita: 

"… Sos mi doppelgänger, porque todo el tiempo estoy yendo y viniendo de tu territorio al mío, si es que llego al mío, y en esos pasajes lastimosos me parece que vos sos mi forma que se queda ahí mirándome con lástima, sos los cinco mil años de hombre amontonados en un metro setenta, mirando a ese payaso que quiere salirse de su casilla. He dicho". 

He dicho. 

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Vengo dándole vueltas la última semana a esta historia. El doble actúa con timidez y modestia al principio, pero poco a poco va desplazando en popularidad y respeto a "nuestro héroe", como lo llama el autor. Lo peor es que mientras trepa en la escalera social, el doppelgänger se dedica a mancillar la reputación del primero y original. 

Llegué a la novela por una escuetísima referencia de Julio Cortázar en ‘Rayuela’: "¿Te hablé de las sustituciones, no? Qué inmundicia, Manú. Consulta a Dostoyevski para eso de las sustituciones". Y poco después me topé con ella en una librería. Qué casualidad. 

Pienso en el patetismo del señor Goliadkin —así se llama "nuestro héroe"—, que es a veces un espejo limpito de cómo el ser humano se torpedea a sí mismo: 

Cuando el doble —o sea, el señor Goliadkin— le deja en evidencia en público. 

O cuando él mismo —o sea, el señor Goliadkin— se debate entre enfrentarse a su yo "enemigo" o arrastrarse para ganar su simpatía y la de su camarilla, hombres a la que siempre retrata como interesados y de mal corazón. 

Un buen sádico, Dostoyevski. ¿No te has sentido tan penosa alguna vez? 

También Cortázar refleja perfecto esa lucha violenta que mantenemos con nuestro doble. Su espejo está menos limpio, pero me gusta lo que devuelve. Hoy volví a esa cita: 

"… Sos mi doppelgänger, porque todo el tiempo estoy yendo y viniendo de tu territorio al mío, si es que llego al mío, y en esos pasajes lastimosos me parece que vos sos mi forma que se queda ahí mirándome con lástima, sos los cinco mil años de hombre amontonados en un metro setenta, mirando a ese payaso que quiere salirse de su casilla. He dicho". 

He dicho. 

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