Era un domingo de esos donde uno se entrega a la siesta, a las terrazas y a la literatura. Todo caía por su propio peso: las hojas, las cervezas, el sol. Planeaba en silencio un viaje a Oporto para volver a sentarme en una de las mesas de mi restaurante favorito y disfrutar del paseo de su playa, el ruido de su mercado, el arte de su cerámica y caminar por la noche a la orilla del Duero para terminar de ordenar las pocas cosas que todavía siguen patas arriba. Pero la calma se rompió cuando el hombre que me hizo pisar por primera vez Las Ventas, y desde entonces varias plazas de España, se cortó la coleta y se retiró.
El toreo de José Antonio Morante de la Puebla ha sido mucho más que un cuadro vivo de Goya o Picasso. Ha sido una escuela de valores para todo el que se acercaba a su muleta y a su capote. Valores alejados de la impostura y el trampantojo. Valores que transmitían verdad por todas las veces que nunca escondió la femoral, pero que tampoco engañó al aficionado. Por todas las veces que, después de cada tarde, aprendías un poco más de tauromaquia al entender las referencias de sus pases y, sobre todo, por todas y cada una de las veces que me hizo de levantarme de la piedra cuando su capote paraba el tiempo y me enseñaba a escuchar el eco de la eternidad.
El mundo todavía no es consciente de que se retira uno de los mayores artistas a nivel internacional. Un referente cultural que ha sabido aunar bajo su estilo a muchas generaciones que hoy se quedan huérfanas y aprenderán a vivir del recuerdo esas tardes de bronca y gloria en el tendido. Nadie olvidará con quien compartió la última vez que te vio porque será la persona con quien disfrutó la última actuación de un genio, muchas veces incomprendido, que escribía sin complejos la historia del toreo.
Ahora mismo no le encuentro sentido acudir a una plaza, porque sólo las pisaba para verte. Pero pienso que la mejor manera de rendirte homenaje no es otra que seguir acudiendo para contribuir en el mantenimiento del único arte real que hay en el mundo, intentando igualar todo lo que tu diste e hiciste por la Fiesta. Fuiste un señor tanto dentro como fuera de ella, y lo demostraste cortándote la coleta sin avisar a nadie. Sin buscar una plaza que estuviera allí para aclamarte, sin generar el ruido mediático previo a una corrida que se recordará para siempre, sin alterar el ecosistema natural de una tarde.
Esas lágrimas que corren por tus mejillas son las de todos los aficionados taurinos que a través de tu figura hemos entendido lo que es la honestidad, la cultura, el arte, el dolor, el sufrimiento y el miedo que hay detrás de un hombre que, a pesar de estar combatiendo cada día desde hace más de veinte años una enfermedad mental, siguió dando espectáculo para una tauromaquia que hoy queda un poco vacía porque José Antonio Morante de la Puebla Camacho ha pasado de convertirse en una leyenda a ser oficialmente un mito. Ha sido un honor emocionarme y defenderte tanto fuera como dentro del tendido, Maestro. Disfruta de tu retiro.